Viernes 16 de junio 2023

A 75 años de un estreno: vigencia de El ciudadano

Redacción 28/05/2016 - 10.30.hs

Claudio R. Gómez *
Una vez le preguntaron si en sus producciones había debido ceder a dar un papel a un amigo cuando sabía que otro actor lo interpretaría mejor y contestó que sí, porque entre el cine y la amistad, prefería preservar la amistad. Orson fue un gigante verdadero y esa clase de tipos no necesita del aplauso ajeno. Así y todo, lo recibió a raudales.
Se cumplen 75 años del estreno de El Ciudadano o Ciudadano Kane -según la hispanía-, la película que Wells escribió, actuó y dirigió a los 25 años, dos después de haber embadurnado de terror a los habitantes de Nueva York que escucharon en la CBS la adaptación radiofónica de “La guerra de los mundos” (1938). El caso es conocido. Wells dramatizó la novela de su homónimo H. G. Wells como si fuese un informativo plagado de urgencias, advertencias y sorpresas. Luego de un brevísimo preaviso de que se trataba de una farsa, los extraterrestres ya se habían instalado y sus platillos volaban por los cielos neoyorkinos y de Jersey con la comodidad de una paloma. Habían salido de la tierra y ahora arrojaban gases y luces mortales.
Una jornada antes de la celebración de Halloween, con la gente de Mercury Theatre, Orson llevó el miedo desde los disfraces a una realidad imaginaria, pero igual de fantasmagórica: “Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de baile para comunicarles una noticia de último minuto procedente de la agencia Intercontinental Radio. El profesor Farrel del Observatorio de Mount Jennings de Chicago reporta que se ha observado en el planeta Marte algunas explosiones que se dirigen a la Tierra con enorme rapidez... Continuaremos informando”. A quienes habían llegado tarde a la audición, los alienígenas ya les traspasaban el corazón.

 

Categorías.
Orson conoció así, cara a cara, los efectos de la superstición en el público. No había que ser brujo ni monstruo para asustar ¿o sí? El efecto que produjo en las audiencias le granjeó la autoridad para lanzarse al agua con su primera película: El Ciudadano, costeada por RKO.
Hay una zona formal del film, pero subyace en él, la mirada que el joven sostenía frente a una sociedad que empezaba a zafar del crack del 29, que agonizaba de realidad y que él, íntimamente, auscultaba con aguda curiosidad y una inocultable dosis de escepticismo. Y, en efecto, el protagonista de su película fue el remedo de esa sociedad, alguien que ocupaba la cúspide del éxito y la cima de la especulación y el desprecio: ese personaje fue William Randolph Hearst y, acaso, el propio Orson Wells, una simbiosis de egos, que se sintetizó en el nombre ficcional de Charles Foster Kane: El ciudadano. 
No es casual que el nombre del film aluda a la condición de ciudadano del protagonista. Después de todo, un ciudadano es quien debe trabajar a favor de su sociedad, de la que es parte e individuo. Desde allí ingresa una pregunta que se hicieron, por caso Rousseau y Voltaire: si todos los hombres somos libres en este redondo planeta que llamamos tierra, cuál es la necesidad de establecer una categoría intrínseca a las naciones y sólo a ellas como la de ciudadano.
El ciudadano se rige por las normas que regulan su país; nadie es ciudadano del mundo, sino solo un individuo en su propia sociedad. Y en ese sistema es el poder de Hearst el que se impone: no es un ciudadano común, es un magnate que sabe cómo y dónde pegar a sus conciudadanos y tiene sus propias reglas.

 

La esencia.
No nos vamos, aquí, a ocupar del film en sí. Cualquier interpretación podría afectar a los lectores. Sabemos que es un clásico y que un clásico es la confirmación de una obra que trasciende su propia época. Diremos solamente que está considerada una de las principales películas de la historia del cine universal -incursiona en planos, iluminación y escenas que no se habían visto hasta entonces-, pero su valor fundamental solo lo hallarán los espectadores.
Los chicos y jóvenes huyen despavoridos de las cintas en blanco y negro. Se ríen de los adoradores nostálgicos de la pelota de trapo, mientras hunden los cómodos botones de la Play 4 o similares. Está bien. Las tecnologías modifican las circunstancias creativas, así como las distractivas, pero no su esencia.
Y es precisamente en la esencia de la narrativa de El ciudadano donde podemos encontrar su valor histórico. El histrionismo es el patetismo. ¿Hasta dónde llegan los hombres por un pedazo de gloria? ¿Cuáles son los límites de la vanidad y, aún del orgullo? El enfoque de Wells es también su propia revisión, porque, está convencido, él es su propio enemigo.
Wells inventa las facetas inconscientes de Hearst, quien a la vez representa las valoraciones oscuras y los negros pensamientos de Orson: Wells no quiere ser Hearst, pero no logra quitarse su máscara.
El resto de los personajes intercalan frases memorables. Se trata de la exposición de una pesadilla que no pueden callar y, por eso, la expulsan.
“La vejez es la única enfermedad de la que uno ya no espera jamás curarse”, reflexiona Bernstein, el apoderado ficticio de Hearst-Kane. El tiempo le quita valor a todo lo que se ha logrado. Es que nadie puede salvarse de ella, de la lenta agonía que produce el tiempo. Si hay un después, no será como este presente ambicioso, lujurioso y prosaico.
Por eso, el diálogo es, al fin, la elevación del espíritu, de un espíritu inútil: “Si no hubiese sido tan rico, habría llegado a ser un gran hombre”, confiesa El ciudadano. Y su alma, finalmente, alcanza el cielo o la nada, que son casi la misma cosa.
*Periodista y docente de la UNLPam

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?