Miércoles 24 de abril 2024

Música, encuentros de verano en un boliche de campo de Winifreda

Redacción 25/02/2018 - 23.45.hs

El almacén, fundado en el año 39 por don Francisco Doys, es actualmente sostenido por su hija Esther, que es la única persona de la familia que queda y que cada mañana del año bien temprano abre sus puertas invariablemente.
Principiaba apenas el año 2010 y un grupo de amigos winifredenses tiene la iniciativa de armar un asado con guitarreada en el famoso boliche de Doys (cuyo nombre institucional es "Almacén El Descanso"), una vieja proveeduría de campo ubicada sobre la ruta 10 camino a Victorica, a unas cuatro leguas del pueblo (en cruz con una escuela que, por vecindad, también se conoce como "la escuelita de Doys").
Ya no quedan prácticamente establecimientos de esas características, de modo que Esther y su boliche tienen para los winifredenses, a esta altura, un cierto perfil legendario: llevan muchos años atendiendo las necesidades de los chacareros de la zona y de los viajeros que pasan.Asimismo, los jóvenes del pueblo hicieron costumbre ir a tomar algo cuando han trasnochado, y su noche larga se junta con el amanecer de la Estercita.
Hasta hace apenas dos años, el cuadro lo completaba Cacho Baigorria, un bisnieto del cacique Lucho (hermano del mítico Baigorrita), que fue peón y agregado a la familia durante veintisiete años. De mirada curiosa y conversar atento, de gesto apurado y servicial como un cencerro, Baigorria supo mantener la pulcritud del patio y los alrededores del boliche de campo, construyendo una verdadera postal a la vera de la ruta.
La idea de propiciar alguna nochecita distinta en los largos días del verano -época que además facilita los encuentros con gente que no vive en el pueblo pero que anda pasando en él sus vacaciones- motivó que los tres amigos se hicieran una pedaleada hasta el boliche a pedirle permiso a la Esther para hacer esa guitarreada y de paso, inaugurar el fogón que ella había construido para quien quisiera hacer un alto en el camino y prepararse un asadito. Por supuesto que la patrona dio su venia al evento, que ahí nomás se concertó para las siguientes tres o cuatro noches. (A propósito, el regreso no fue en bici, porque había entrado ya la noche luego de un par de cervezas, y fue la camioneta de la policía que se ofreció a devolverlos al pueblo, cosa que hizo hasta sus cercanías, porque, encima, ya entrando se encontraron con un siniestro vial: ¡el choque de una camioneta con un sulky! Sin víctimas que lamentar).

 

Encuentros.
El formato era, y es, sencillo: prender un fuego generoso y comunitario, llevar cada uno un churrasquito para hacer, Baigorria les daba la leña (que se compensaba con una vaquita entre los asistentes), comprarle las bebidas a la bolichera para que hiciera su ganancia y escuchar a los músicos y cantores.
Ese modesto primer encuentro habrá reunido a no más de una quincena de entusiastas. El querido Héctor Jordán, vecino de la Esther, convocado de sopetón, cuando ya estaba el asado listo, gran músico y que desde entonces es uno de los sostenedores del encuentro, y el Negro Puegher, renombrado músico y maestro de guitarra, hicieron de artistas principales, acompañados de un par de empeñosos musiqueros que con más pasión que destreza amenizaron la noche también.
El segundo, al verano siguiente, fue más accidentado: se largó un tormentón que los obligó a cruzar la ruta parrilla en mano y sujetando los chorizos para buscar refugio en la escuela (Héctor Jordán, miembro también de la cooperadora, fue hasta su chacra a buscar la llave para ingresar al salón de actos). Aquel segundo encuentro tuvo también de particular que contó con la participación de nuestro gran escultor pampeano Raúl Fernández Olivi, músico también él, que junto con Alberto Acosta sumaron desde ese día la pata santarroseña del encuentro. De Winifreda, se agregó también en esa edición Alberto Russmann, con sus canciones humorísticas basadas en hechos y personajes del pueblo.
Así, desde esos orígenes cuasi silenciosos, lejos en la ruta y al abrigo de las estrellas, el Doys fue creciendo, sumando verano a verano asistentes y anécdotas. Los que se enteraban se interesaban con la propuesta, músicos y cantores locales y no tanto se fueron arrimando (es el caso del grupo "Los Alpatacos", de Chiflín D'Amico, de Jorge Rodríguez -hijo del mítico Nicasio-, de Pedro Cabal, de Diego Rasch, de Pochin Lo Surdo y otros).
Como un impensado bastión criollo, la música propia ha sido el común denominador de todos los intérpretes, mayoritariamente folclore, aunque suelen oírse canciones, tangos y hasta alguna verdulera que se anima con bailables de antaño.
Con el tiempo también se sumaron voluntades a la organización, que inicialmente no era otra cosa que acordar con la bolichera para que se pertreche y anunciarlo por la página de Facebook, pero que en las últimas ediciones agregó sistemas de sonido y hasta luces de festival.

 

Fueguitos.
Es lindo de ver como a la tardecita la banquina se va poblando de visitantes y los fueguitos comienzan a crepitar, copiando su color al del atardecer pampeano que, a esa hora y desde ese lugar, es el espectáculo más lindo del mundo. La bolichera recibe los saludos y da la bienvenida a todos, algunos vecinos y asiduos se han ofrecido para ayudarla con las ventas de esa noche que es por lejos de las más concurridas del año. En días previos se ha asegurado que la cooperativa local le apronte las luces, ha hecho regar la banquina y finalmente se ha vestido para la ocasión. En definitiva es la noche del año donde, veladamente, todos le reconocen a ella y a su apellido los años de perseverancia y trabajo.
Muy agradable también es la empatía fugaz que se establece con los eventuales viajeros que aciertan a pasar por la ruta a esas horas y se sorprenden con la cada vez más concurrida reunión, haciendo sonar sus bocinas en un gesto de amistoso saludo. Incluso hay quienes detienen su marcha un rato para escuchar algo de música y luego continúan.
De ser una reunión casi exclusivamente masculina, las mujeres fueron apareciendo y quedándose, incorporando a familias completas, con niños y algún abuelo en una juntada que, por simple, resulta valiosísima en aquel sentido que tenían los bailes fundacionales de este mismo Winifreda, donde los colonos se juntaban a compartir sus víveres y disfrutar de la música y el baile, sin mayor pretensión que la de pasar un buen rato.
No hay límites geográficos para la banquina en que se desarrolla, más allá de lo alcanzado por las luces, así que no hay entrada que pagar ni derecho de admisión que no sea el de respetar las consignas fundacionales. Entre amigos, sin más requisito que ese ni mayor convocatoria que el boca a boca. Como en aquellos eventos, la regla que prevalece es que no hay distingos entre los concurrentes, venidos a veces desde otras localidades también, e incluso cuando entre los oyentes de las recientes ediciones se han contado la secretaria de cultura Claudia Visbeek, o la presencia de algún móvil de la policía local, al que por suerte solo le ha tocado escuchar y no actuar.

 

Baigorria.
Luego de un año de silencio y estando en ciernes la realización de la sexta edición, a solo dos días falleció intempestivamente Cacho Baigorria, quien fuera una presencia callada pero condimento al fin y al cabo de todos los encuentros. Su aparición en la mayoría de las anécdotas de cada año así lo indica. De hecho, a partir de entonces el escenario mayor (una parte de la banquina un poco mas regada y donde se acomodan los artistas) lleva el nombre de "Desiderio Baigorria".
Este año, la noche del 12 de enero, bajo amenazas de tormenta y a la luz de los relámpagos que anunciaron sin concretar, se juntaron más de ciento cincuenta personas, un número significativamente mayor que los asistentes del año anterior y que parece confirmar el crecimiento en fama e interés del asunto. El pueblo entero, a veces entre sonrisas, habla de este evento, un evento sencillo pero que, al cobijo de un establecimiento legendario de la localidad, resume una propuesta que celebra el encuentro, la amistad y la música.

 

Omar Lobos y Darío Yáñez.
Escritores.

 

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