Jueves 18 de abril 2024

El arte y la ciencia

Redaccion 11/01/2020 - 21.33.hs

La ciencia y la literatura (o el arte) son modos de explorar la realidad y la irrealidad para comprender tanto la existencia como el mundo. La idea del artículo es contar esa hibridación.
Sergio De Matteo *
Desde los comienzos de la historia, la humanidad ha procurado explicarse el universo y, también, aquello que escapa a los límites de la razón. De una u otra manera ha intentado explorar por medio del pensamiento la complejidad del ser y su metafísica, así como ha ido acumulando conocimientos, con sus categorías y conceptos, por lo tanto, esas primeras indagaciones se convierten en referencias ineludibles. La biblioteca contiene y, a su vez, compone la episteme dominante de cada bloque histórico, acorde a Michel Foucault, que el poder legitima.
Aunque Goya nos advirtió que «El sueño de la razón produce monstruos», a lo largo de todos estos siglos, además de la polución de saberes, también han arreciado los inventos y dispositivos, así como las creaciones que modifican constantemente la relación del ser humano con su entorno y lo desconocido. El arte no podía estar ajeno a esta trama que indaga y testimonia sobre la misma ontología del daimón o dasein. En ese sentido la literatura ha sido, es y será, una plataforma donde se especule y se inscriba sobre estas cuestiones tan propias y únicas de los hombres y las mujeres.
Un buen ejemplo de las interacciones entre literatura y ciencia es la introducción del método científico en la literatura, tanto en las novelas de aventura, de anticipación, ciencia ficción y policíacas o detectivescas.
La ciencia y la literatura, dos manifestaciones de la creatividad humana, procesan todos los saberes (socioculturales, filosóficos, religiosos, antropológicos, científicos e, incluso, políticos), además se nutren del imaginario colectivo común. Es un ida y vuelta, se construye cierta reciprocidad. Las «anticipaciones literarias de la ciencia» incorporan al imaginario colectivo ciertas ideas con origen en la literatura (o la ciencia) que luego la ciencia (o la literatura) tomará para sí.

 

Hombre-máquina.
Quizás una de las marcas más importante en la literatura sea la creación anticipada de aparatos que luego se han inventado en la realidad misma. En consecuencia, en ese terreno fértil de la creatividad imaginativa es posible rastrear y enumerar diferentes tipos de descubrimientos. Sin embargo, bajo esta concepción instrumental, daremos un pantallazo de esta articulación de literatura/ciencia, literatura/tecnología, apelando a los mitos, inventos, libros y películas.
Una de las entidades fundantes de la ciencia ficción es la palabra «robot», la cual se conoce a través de la obra R.U.R. (Rossumovi Iniverzální Roboti) del dramaturgo checo Karel Capek, que se estrenó en 1920. La palabra robot -derivada de robota-, significa «trabajo» (sobre todo el de los siervos de la gleba).
Pero si auscultamos el pasado hallamos numerosos antecedentes. Primero y principal, habría que resaltar que no eran robot propiamente dichos, pero si eran conocidos como autómatas y androides. En estos casos las etimologías ayudan a comprender y profundizar en esta trayectoria que reúne invenciones de la humanidad, incluidas hasta las más desopilantes.
Por ejemplo, autómata proviene del griego automatos, habiendo pasado al latín automata; resultando: que obra por sí mismo. Y androide procede del griego andros, genitivo de aner, hombre y eidos, forma, imagen, apariencia; en latín androides; por lo cual quedaría: «a imagen del hombre».
Así como los griegos y romanos, otras cultural antiguas también sumaron su ingenio, y a medida que la historia fue sucediendo, con revoluciones científicas e industriales que modificaron tanto el hábitat como el sensorium de la humanidad, también fueron naciendo nuevas nominaciones para estos seres transhumanos. Tendríamos al Cyborg, acrónimo del inglés cybernetics (cibernético) y organism (organismo), que traducido resulta «organismo cibernético». Sería una criatura compuesta de elementos orgánicos y dispositivos cibernéticos (Cinder, Darth Vader, Terminator, Robocop, Psychotron, etc.); un «sistema hombre-máquina» o «sistema transhumano».
El término fue acuñado por Manfred Clynes y Nathan Kline en 1960. También data de 1984 «El Manifiesto Cyborg», de Donna Haraway, que refiere: «Significa al mismo tiempo construir y destruir máquinas, identidades, categorías, relaciones, historias del espacio. A pesar de que los dos bailan juntos el baile en espiral, prefiero ser un cyborg que una diosa».

 

Mitología.
Muchas mitologías antiguas tratan la idea de humanos artificiales. Por ejemplo se registran autómatas en la antigua Etiopía. En el año 1500 a. C., Amenhotep construye una estatua de Memnón, el rey de Etiopía, que emite sonidos cuando la iluminan los rayos del sol al amanecer.
En la mitología clásica, grecolatina, se dice que Cadmo (siglo XVI a. C.) siembra dientes de dragón que se convierten en soldados. Galatea, la estatua erigida por Pigmalión, rey de Chipre, que cobra vida y cuya historia narra Ovidio en el libro X de sus Metamorfosis. El dios griego de los herreros, Hefesto, crea sirvientes mecánicos inteligentes. Dédalo, el diseñador del laberinto de Creta, inventa las alas de Ícaro y también un robot de madera. El filósofo Aristóteles hablaba de una Venus de madera.

 

Primeros inventos.
El matemático griego Arquitas de Tarento construyó un ave mecánica que llama «La paloma», la cual pendía de una cuerda del techo y tenía un depósito de agua que era calentada por una pequeña llama que había debajo. Al hervir el agua, el vapor que se producía se escapaba por unos pequeños orificios de atrás del pájaro, simulando el vuelo. También el ingeniero Herón de Alejandría crea numerosos dispositivos automáticos y máquinas accionadas por presión de aire, vapor y agua.
Por su parte, el imperio chino comienza a dejarnos también sus primeros autómatas, King-su Tse llega a fabricar una urraca de madera y bambú que movía las alas. El estudioso Su Sung levanta una torre de reloj con figuras mecánicas que daban las campanadas de las horas.
Al Jazarí (1136-1206), un inventor musulmán, diseña y construye una serie de máquinas con autómatas musicales que funcionaban con agua.

 

Literatura.
Según la leyenda, un Tupilaq es un tipo de criatura mitológica de la cultura Inuit. Son monstruos vengadores fabricados por un practicante de brujería.
Es considerada como obra fundacional de la ciencia-ficción la novela «Somnium, El sueño o Astronomía de la luna», de Johannes Kepler, que escribiera en 1608 y publicara en 1634.
En 1817, en el cuento «El hombre de arena» de Hoffmann, aparece una mujer con forma de muñeca mecánica. Mary Shelley publica en 1818 la novela «Frankenstein o el moderno Prometeo».
El concepto del híbrido hombre-máquina empieza a esbozarse en el cuento «El hombre que se gastó» (1839), de Edgar Allan Poe, donde describe a John A. B. C. Smith, un héroe de guerra, con un cuerpo compuesto de múltiples prótesis.
Muchas creaciones literarias luego se convirtieron en inventos reales, por eso en esta resignificación es ineludible Julio Verne y algunos de sus títulos: «Viaje al centro de la tierra» (1864), «De la tierra a la luna» (1865), «20.000 leguas de viaje submarino» (1869/1870). Otro escritor que se anticipó a su tiempo fue Herbert George Wells, con obras como «La máquina del tiempo» (1895), «El hombre invisible» (1897) y «La guerra de los mundos» (1898).
En el texto «El Hombre de vapor de las praderas» (1865), de Edward S. Ellis, se expresa la fascinación americana por la industrialización.
La novela «La Eva futura», de Auguste Villiers de l’Isle-Adam, inicia la escritura en 1878 y la publica en 1886, y es conocida por popularizar el término «androide».
En 1910, el escritor Jean de la Hire presenta a Nyctalope (para algunos el primer superhéroe y también el primer cyborg literario) en la novela «El hombre que puede vivir en el agua».
Gustav Meyrink edita en 1925 la novela El Golem, donde reaparece la historia de una figura de arcilla, que es un ser creado artificialmente por un cabalista.
Todo esto se verá potenciado cuando en 1920 aparezca la revista Amazing Stories; cuyo director, Hugo Gernsbck, acuña, en 1926, el término «ciencia ficción».
Por su parte, en «El cometa destino» (1928), Edmon Hamilton describe exploradores espaciales cuyos cuerpos combinan partes orgánicas y mecánicas. También creó el peculiar cerebro viviente y parlante, siempre flotando en un receptáculo transparente, que acompaña al superhéroe «Capitán Futuro» (1939). En el cuento «Después del Juicio Final» (1962) habla de cyborg para referirse a las copias mecánicas de humanos llamadas «Charlies», explicando que así se les llamó, desde el primero [el primer Charlie] a inicios de la década de 1960, como organismos cibernéticos.
En 1968 se edita la novela corta «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?», de Philip K. Dick, cuya acción se sitúa en un mundo lleno de polvo radiactivo después de una guerra nuclear que termina matando a la mayoría de los animales, lo que lleva a que la gente tenga animales eléctricos. Fue adaptada libremente por Ridley Scott en la película «Blade Runner» de 1982.
En 1984 William Gibson publica la novela «Neuromante» (neuro: mente; y mancia: adivinación), donde irrumpe un escenario en que el futuro es invadido por microprocesadores y la información es la materia prima. También germina un vocabulario emergente, como «Matrix» (ciberespacio de realidad virtual, donde los datos complejos son representados por símbolos); «Microsoft» (chip utilizado junto a un implante cibernético, donde el usuario conectado experimenta nuevas habilidades), entre otros.
Es el genotexto de la película de ciencia ficción «The Matrix» (1999), dirigida por Lana y Lilly Wachowski, protagonizada por Keanu Reeves, Laurence Fishburne y Carrie-Anne Moss.

 

I, Robot.
El escritor Isaac Asimov es creador de la colección de nueve relatos «Yo, Robot», publicada por Gnome Press en 1950 con una edición de 5.000 ejemplares. Las historias aparecieron originalmente en las revistas Super Science Stories y Astounding Science Fiction entre 1940 y 1950.
Esta obra ha tenido una influencia duradera en la ciencia ficción. Desde su publicación, las tres leyes de Asimov se han convertido en algo común en muchas historias en la que participan seres artificiales. Asimov crea las «Tres leyes de la robótica» con el supuesto tácito de que los robots se convertirían en seres más inteligentes y físicamente más fuertes que sus creadores humanos, y con el objetivo de tener una manera de salir airoso en un supuesto malfuncionamiento.
Las «Tres leyes de la robótica» indican: Un robot no debe dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño; un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en con?icto con la primera ley; un robot debe proteger su propia existencia mientras dicha protección no entre en con?icto con la primera o la segunda ley.
«I, Robot» es el segundo álbum del grupo The Alan Parsons Project, editado en 1977 por Arista Records. En este álbum conceptual, inspirado en el conjunto de relatos cortos «Yo, Robot», de Asimov, se utilizan las nuevas capacidades del sintetizador Moog de los estudios de la EMI.
La cubierta interior decía: «Yo, Robot… La historia del ascenso de la máquina y el declive del hombre, que paradójicamente coincidió con su descubrimiento de la rueda… y una advertencia de que su breve dominio de este planeta probablemente terminará, porque el hombre trató de crear el robot a su propia imagen».
También, «I, Robot» es una película de ciencia ficción distópica producida en 2004, dirigida por Alex Proyas y protagonizada por Will Smith.

 

Discontinuidades.
La humanidad siempre se está interpelando y por eso, a través del conocimiento, de la ciencia, inventa, a veces la mitología, y en el arte se anticipa. Siempre hay nuevos paradigmas. Cuando se suscitan estos cambios se habla de rupturas, y sucede la superación de un tipo de presuntas discontinuidades en la percepción que el ser humano tiene del mundo que le rodea. Por eso el hombre en su afán de progreso ya concretó varias transformaciones.
La primera discontinuidad rota surge con la teoría heliocéntrica de Copérnico que, por primera vez en la historia, desplaza al ser humano de la posición central en el universo.
La segunda discontinuidad que se rompe es la consideración del ser humano como una especie aislada del resto de la creación. Humanos y animales quedan unificados en una nueva clasificación, cuando, a mediados del siglo XIX, Charles Darwin elabora la teoría de la evolución.
Sigmund Freud, por medio del psicoanálisis supera la tercera discontinuidad, al explicar que ni siquiera lo que se piensa y/o siente es precisamente aquello que el ego quiere pensar o sentir.
En el año 1967, Bruce Mazlish (MIT), continuando las categorías de Freud, publica el artículo «La cuarta discontinuidad», en la revista Technology and Culture; donde sitúa a la inteligencia artificial como la fuente de ruptura de una cuarta discontinuidad. El ejemplo más evidente de esta nueva superación ocurre cuando, en mayo de 1997, la computadora Deep Blue le gana a Garri Kasparov en un campeonato de ajedrez establecido a seis partidas.

 

* Escritor

 

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