Domingo 21 de abril 2024

El cruce del Mar Rojo

Redacción Avances 15/11/2020 - 11.05.hs


Las religiones han entendido desde tiempos muy tempranos que comunicar lo inefable requiere una habilidad especial, un lenguaje especial y apela, también, a una potencia intelectual especial a la hora de emitir, pero también de desentrañar los mensajes.

 

Gisela Colombo *

 

El pensamiento analógico por el cual aprendemos casi todo lo previo a la formación escolar poco a poco va perdiéndose. Pero sigue siendo la suma de capacidades hermenéuticas que ponemos en juego cuando necesitamos comprender objetos o situaciones diferentes, desconocidas o misteriosas. Cuando los hispanos llegaron a América y debieron escribir sus “relaciones”, sus crónicas o sus mismas bitácoras se hallaron en un desafío que suponía traducir a los ojos del mundo europeo aquello que nunca había sido visto en Europa. El resultado fue que establecían una analogía con lo más cercano del mundo que conocían. Así le decían al puma “león sin melena”, por dar un ejemplo. Pues así funciona el pensamiento analógico.

 

Cuando los límites de un misterio no son cognoscibles por la humanidad por sus solas fuerzas racionales, entonces irrumpe el lenguaje simbólico. Digamos que la inefabilidad reclama un lenguaje que pueda albergar relativamente el sentido de un concepto.

 

El lenguaje simbólico, en cambio, desespera de la exactitud, no se obsesiona con el contorno de las cosas y, más que un contenido bien delimitado y distinto de todo lo demás, es un movimiento. La palabra es una flecha que apunta a la diana trascendente, que está fuera del mundo, un sitio que sólo podemos ver en sombras. De ese modo en que San Pablo refería como “per specula in aenigmate”. En efecto, como proponía el evangelista, las verdades trascendentes no pueden verse con el ojo inmanente. Así que no queda más que imaginarlas partiendo del mundo conocido. Trazando analogías. Inexactas, incomprobables. Esa es la naturaleza del lenguaje metafórico que es esencia de los mitos y de los relatos legendarios religiosos.

 

La física cuántica ha descubierto en las primeras décadas del siglo XX que un objeto puede alternar entre partícula y onda o movimiento. El símbolo puede albergar esos objetos que el extrañamiento científico combatió bastante y permitió el universo virtual en el que vivimos inmersos.

 

Moisés y el cruce.

 

Los textos más antiguos de la Torah y de la Biblia están signados por ese halo mítico, aunque cuenten verdades históricas. Tal es el caso del cruce del Mar Rojo.

 

Muchos fueron los intentos de los exegetas para comprender ese pasaje del libro “Exodo” que cuenta cómo los israelitas, que estaban reducidos a esclavos en Egipto, logran el permiso del faraón para exiliarse y atravesar el desierto en busca de la “Tierra prometida”. Pero la decisión del faraón no dura mucho tiempo. Pronto se arrepiente y envía al ejército a alcanzarlos para acabar con ellos.

 

Los guiados por Moisés son cercados y quedan atrapados entre un campamento montado por los captores y la ribera del Mar Rojo. Este hecho levanta un cuestionamiento a Moisés, que él responde por sabiduría infusa. El profeta no titubea y les pide calma, para que vean cómo su Dios Jahvé los salvará.

 

Lo que sucede es que un fuerte viento comienza a soplar y repentinamente divide las aguas del mar en dos. Por la cesura que se hace emerge la tierra y milagrosamente se les abre un salvoconducto por el que los judíos atravesarán el mar y se verán más temprano que tarde del otro lado. Ese dios nacional en el que creía el pueblo de Israel se ocupa de llenar el blanco creado para el pasaje de sus protegidos y el ejército que los sigue perece ahogado en muy poco tiempo.

 

Desde el punto de vista literal esto descrito no parece posible. Pero hay quienes opinan que sin la inmediatez que refleja el relato, bien sería posible que bajara tanto el nivel de aguas que pudiera secarse parcialmente un mar interior, por efecto de una combinación entre sequía y vientos huracanados.

 

No sabremos si esta hipótesis es cierta hasta que algún capricho de la ciencia investigue y concluya si en el mundo natural un fenómeno semejante, aunque seguramente paulatino, pudiera ocurrir.

 

Ese secarse del mar pone en el centro el asunto de la fe. Los israelitas sitiados por un lado por los egipcios, por el otro, por las aguas, debieron haberse pensado perdidos al considerar las evidencias. Nada bueno podía venir. No obstante, decidieron creer en una fuerza superior y eso les valió el prodigio. Parece una mirada ingenua y hasta ilusa, en su esperanza ciega. El hombre moderno no se dejaría engañar por esa visión, no consideraría seriamente el relato más que como una leyenda. Nadie creería en las palabras de Moisés hoy. Es cierto.

 

Sin embargo, nuevas versiones que se presentan levemente distintas recorren los medios de comunicación y prenden en muchísima gente. Basta con conocer el libro “El secreto” o su formato de documental de streaming para haber visto la fe ciega que dirige a quienes creen en la ley de atracción. ¿Acaso no se parece lo que Moisés invitaba a hacer a los exiliados de Egipto? Piensen en un anhelo, imagínenlo con detalle, y luego agradezcan como si ya lo hubieran recibido.

 

La necesidad de tornarse un niño ingenuo a la hora de rogarle al universo, a Dios, o como queramos llamarle, es un denominador común. Allí tenemos a la montaña yendo hacia Mahoma. O vemos caminar sobre las aguas a Simón Pedro hasta que su lógica le advierte que eso no puede estar pasando, y es el instante en que empieza a hundirse.

 

 “En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’, y no dude en su corazón, sino crea que lo que dice va a suceder, le será concedido. Por eso os digo que todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que ya las habéis recibido, y os serán concedidas”, pone en boca de Jesucristo el evangelista Marcos.

 

Hoy, sin saberlo y en nombre de una gran “novedad” anti-confesional, seguimos adhiriendo a ideas que rechazamos hace varios siglos porque estaban desacreditadas.

 

Si es cierto o no, no nos ocupa aquí.

 

Lo interesante es que se trata de otra prueba fehaciente de que la visión mítica sigue operando en nosotros y actualiza la sempiterna interrogante sobre el poder del deseo.

 

* Docente y escritora

 

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