Domingo 14 de abril 2024

Esopo, la lengua y la razón de estado

Redacción Avances 29/03/2020 - 10.21.hs

Hace 30 años, La Arena publicó un artículo que coloca al entonces presidente Carlos Menem en el rol del amo Janto, de la fábula de Esopo. Muchos años después, temas como la deuda con el FMI, regresan para recordarnos la historia, una y otra vez.

 

Juan Carlos Martínez*

 

El siguiente artículo fue publicado en La Arena, en laedición del 29 de noviembre de 1990 y cinco años más tarde (1995) fue incluidoen la primera edición del libro “La abuela de hierro”. La fábula de Esoposirvió al autor para colocar al entonces presidente Carlos Menem en el rol delamo Janto. El lenguaje metafórico sobre las relaciones carnales con los EstadosUnidos, la deuda con el Fondo Monetario Internacional y el inminente indulto alos comandantes del genocidio marcaron a fuego la desquiciada gestiónmenemista. Su reproducción es un aporte al ejercicio de la memoria histórica enlínea con aquella sabia advertencia que dice: los pueblos que olvidan su pasado,están condenados a repetirlo:

 

–¿Pues qué puede haber mejor que la lengua?, preguntó Esopoa su amo Janto.

 

–Lengua era la único que había en el mercado del cual elesclavo debía escoger el mejor plato. Aunque servida de diferentes maneras,pronto los invitados se hartaron de lengua, pero Esopo encontró el modo dejustificarse.

 

–La lengua –dijo– es el lazo de la vida, la clave de lasciencias, el órgano de la verdad y la razón, con su auxilio se construyenciudades y se civiliza e instruye; con ella se persuade en las asambleas ycumple uno con el primero de los deberes, que es alabar a los dioses.

 

–Cuando Janto, con ánimo de ponerle en un aprieto le pidióel peor de los platos, Esopo volvió a servir lengua. El esclavo tambiénencontró argumentos para justificarse. “La lengua es la peor de las cosas”,sentenció. “Es la madre de todas las discusiones y pleitos, el origen de lasdivisiones y las guerras; lo es igualmente del error y la calumnia; por ella sedestruyen ciudades, y si se celebra a los dioses, es el órgano de la blasfemiay la impiedad”.

 

–Imaginemos a Esopo viviendo en nuestro tiempo y al amo deturno, convertido en Janto, pidiéndole el mejor de los platos. Esopo va almercado, que en la era moderna es libre, y se encuentra con que lo único quehay es deuda externa. Llega el momento en que los invitados del amo –más detreinta millones– se hartan del menú y Esopo trata de justificarse.

 

–¿Pues qué puede haber mejor que la deuda externa?, respondeel esclavo. Ella es el lazo entre el esfuerzo y el fruto; es la clave de lafelicidad de los acreedores; el puente que los conduce al desarrollo y elbienestar; con ella se construyen ciudades, caminos, bancos y palacios; sefabrican misiles y cañones; se reina en el centro y en la periferia y cumple unocon el primero de los deberes, que es alabar a los amos del Norte”.

 

–Cuando Janto quiso ponerle en un aprieto, le pidió el peorde los platos. Esopo volvió a servir deuda externa y argumentó:

 

–“La deuda externa es la peor de las cosas. Es la madre detodos los males y desgracias de los deudores; por ella se persuade en losparlamentos, se vive de rodillas frente a los poderosos, se invadenterritorios, se destruyen ciudades, se derrocan gobiernos; ella es el origendel atraso y el estancamiento; es la causa de la pobreza, el abismo en el quese hunden millones de desocupados; es el camino que conduce al hambre y a lamiseria de los hombres y de los pueblos del sur”.

 

–Janto no podía salir de su asombro: había descubierto unaincreíble coincidencia entre las teorías de Esopo y su doble discurso. Todo unmilagro, se decía a sí mismo. Le parecía un sueño que el más humilde de susesclavos fuese poseedor de recursos dialécticos tan convincentes. ¿Cómo noaprovechar entonces la oportunidad para alimentar su ego? ¿Quién mejor queEsopo para decirle cuanto sonaba grato a sus oídos?

 

–Alentado por esa circunstancia, Janto no demoró lapregunta: ¿tú crees que la deuda externa debe pagarse?

 

–“Sí, amo. La deuda externa es un compromiso de tu reino ylos compromisos deben cumplirse”, respondió Esopo sin hesitar.

 

“Si no pagaras –agregó– tu imperio dejaría de ser confiabley tu elevada imagen caería con el mayor de los descréditos ante los amos delNorte”.

 

–El asombro y el regocijo de Janto se multiplicaro. A vecescreía que las reflexiones de Esopo eran el eco de su propia conciencia. Estabatan deslumbrado por la dialéctica del esclavo que decidió proyectar sucuriosidad hacia otros temas que preocupaban en el reino.

 

–¿Qué opinas del aborto, mi amado Esopo? Preguntó mirando fijamentea los ojos del esclavo.

 

–“El aborto es un crimen y, como tal, debe ser rechazado. Unbuen creyente como tú debe defender la vida desde el mismo instante de suconcepción”.

 

–“Dime, Esopo –continuó el amo–  si me opongo al aborto bajo el principio deese bien supremo que es la vida ¿no me estaré contradiciendo al propiciar lapena de muerte?”.

 

–“De ninguna manera”, respondió Esopo con tono seguro. “Lapena de muerte es una medida extrema, pero puede ser aplicada en determinadascircunstancias. Tú sabes, como buen creyente que eres, que el propio SantoTomás, en algún momento de la historia, no la vio mal. Pero si quieres unejemplo más cercano en el tiempo, podrías remitirte a las reflexiones de algúnsanto varón que en estos días nos ha dicho que la pena de muerte no esintrínsicamente mala. Borges decía que el inquisidor debe justificar el sueldoque le pagan y que por eso, de tanto en tanto alguien tiene que ir a lahoguera”, recordó Esopo.

 

–¿Entonces podría imponer la pena de muerte en mi reino? Seentusiasmó Janto.

 

–“No veo impedimento”,  respondió Esopo.

 

–“Hay uno”, interrumpió Janto.

 

–¿Cuál?, preguntó, sorprendido, Esopo.

 

–“El Tratado de San José de Costa Rica… ése es un compromisoasumido ante la comunidad internacional…”

 

–“Tú sabes, querido amo, que hay compromisos y compromisos”,dijo el esclavo mientras bajaba los párpados como si fuera a sumergirse en losmares de la meditación.

 

–“Explícate mejor, amado mío”, imploró Janto.

 

–“Los compromisos –explicó Esopo– son como la lengua: tantopueden ser celebrados como vituperados. No hay pacto, tratado o convenio que nopueda borrarse de un plumazo por alguna razón de estado”.

 

–¿Tú crees que la razón de estado debe prevalecer sobre elestado de la razón”, preguntó Janto con creciente ansiedad.

 

–“Siempre ha sido así, amo, siempre”, respondió Esopo con unleve gesto reverencial. Si consultaras a tus amos del Norte –sugirió elesclavo– seguramente encontrarías incontables argumentos y antecedentes en esadirección: Vietnam, Guatemala, Panamá, el Golfo Pérsico… razones de estado, miquerido Janto”, recordó Esopo con aire solemne.

 

–Por unos instantes, Janto quedó en silencio, pensativo.Parecía indeciso, vacilante, confundido. Su gran preocupación estaba en unageografía más cercana: en la de su propio reino y eran los príncipesencarcelados que purgaban largas condenas por el mayor genocidio que se habíacometido en toda la historia de su reino. Janto veía pasar cuando fantasmas lassiluetas de hombres, mujeres y niños –sus amados niños– transitando por el mundode los desaparecidos. Le mortificaba el sólo hecho de pensar que Esopo pudierano encontrar razones atendibles que justificaran la liberación de suspríncipes. No sólo eso: también debía tenerlas para justificar sus propiasopiniones que, vertidas en tiempos no muy lejanos, permanecían frescas en elrecuerdo de todos. “El único punto final para los asesinos es la cárcel”, habíadicho y repetido a lo largo y a lo ancho del reino. Le fastidiaba que la gentede buena memoria le recordara aquellos juicios tan distantes y tan distintos desu pensamiento actual.

 

–¿Sería capaz Esopo de liberarlo de tan gruesa contradiccióna la que lo había conducido el doble discurso, esa vieja costumbre de andarbien con Dios y con el diablo?.

 

–Inmerso en el desaliento, a punto estuvo de terminar eldiálogo con su esclavo, pero al fin volvió a confiar en que la dialéctica deEsopo podría aventar tan inquietante preocupación.

 

–“Dime, querido esclavo”, dijo Janto con la mirada perdidaen el espacio tratando de encontrar esa barrera que separa el bien del mal–dime–, repitió, si me opongo al aborto porque es un crimen, ¿adviertes algunaparadoja entre esa postura y la liberación de mis príncipes?”.

 

–“En absoluto contestó Esopo. No olvidéis que tus príncipessegaron vidas para que tú y el resto de los habitantes de este reino gozaran dela libertad, incluso de la tan ansiada libertad de mercado, esa bendición delcielo que tan felices y prósperos nos ha hecho a todos…”

 

–¿Me estáis sugiriendo para mis príncipes?, preguntó Jantocomo invitando a la complicidad de su esclavo.

 

–Ahí tienes una buena razón de estado, contestó el ingeniosoEsopo.

 

–Janto se levantó de su canapé de terciopelo rojo, caminóhacia el altar de la virgen que acompaña sus ruegos al altísimo, se hincó derodillas y se entregó a la oración. Cuando el ritual religioso hubo acabado,volvió sus pasos hacia Esopo y con la voz entrecortada por la emoción, ordenó asu esclavo:

 

–“En nombre de la paz, del amor y de la reconciliación,libera a mis príncipes”.

 

–“Se hará tu voluntad”, dijo Esopo.

 

–“La voluntad de Dios”, remarcó Janto.

 

–Esa misma noche los príncipes –vestidos con sus mejoresgalas– se reunieron para celebrar la gracia que el espíritu piadoso de Jantoles había concedido. Y, como tres lustros atrás repitieron, con un grito que estremeció la tierra, la consigna queentonces selló el pacto de sangre que condujo al genocidio de treinta milpersonas. ¡Viva la muerte!

 

*Colaborador

 

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