Viernes 26 de abril 2024

Frases que se van yendo

Redacción 13/08/2017 - 01.10.hs

Faustino Rucaneu* - La palabra es uno de los logros más altos de la cultura humana. Pero a la comunicación sonora suelen reemplazarla otras formas como gestos y actitudes -en general elementales- que se suman a la sistemática para hacerse entender.
También es común que, en función de alguna circunstancia, las mismas palabras cambien su sentido original o aparezcan en frases que expresan aquello que se siente o nos rodea, a menudo usadas admirativa, irónicamente o con sentido figurado. Este rasgo idiomático no por poco apercibido deja de ser notable.
Es llamativo que, con el uso y la popularización, una palabra o la expresión que ella conlleva, pase a tener significados distintos y, a veces, casi opuestos; también que se subordine o esté directamente relacionada con el avance de la técnica y desaparezca con los eventuales cambios. Como ejemplo vayan algunas que frecuentaron el habla de los argentinos en general, novedosas y vigentes en lo inicial pero después desgastadas por el uso y hoy casi olvidadas. Al respecto cabe señalar que una variante de lo expresado tuvo notable vigencia años atrás, cuando el suplemento La Calle, de La Arena, las recopilaba y publicaba la sección Comparancias.

 

Le echaron flit.
El dicho alude en su raíz a uno de los primeros insecticidas que se popularizaron en el país y que llevaba ese nombre. Aplicado con un pulverizador de los que se usaban sesenta años atrás daba por tierra con los bichos, y de allí la alusión. Tanta fue la vigencia de la palabra que por décadas era una forma de solicitar un insecticida. Hoy está casi olvidada.

 

Va como a cien.
Era un indicativos aplicable a quienes viajaban muy rápido en automóvil, para la época. La expresión hoy resulta casi risible ya que hasta los vehículos de baja potencia alcanzan, y superan, esa velocidad. Uno de los tangos, emblemático al respecto, precisamente, señala el temor de una muchacha cuando el coche de su galán "marcó ciento veinte".

 

Es un Gálvez (o Fangio).
Frase directamente emparentada con la anterior. Aludía a la condición ganadora de los hermanos Oscar Alfredo y Juan Gálvez en la categoría Turismo de Carretera, que décadas atrás se corría en rutas abiertas. La expresión, elogiosa en definitiva, solía usarse también para con Juan Manuel Fangio, posteriormente pentacampeón de la fórmula uno. Hoy es poco recordada, lo mismo que sus protagonistas.

 

Más chato que 5 de queso.
Esta expresión, que suele usarse todavía, alude a las ya míticas épocas en que se podía comprar algo con una moneda de cinco centavos. La porción de queso aludida, obviamente, era muy delgada.

 

Seguidor como perro e sulky.
Antes de que se popularizara el automóvil en la Argentina, hacia la década del cincuenta, la movilidad más común en el campo eran los sulkys tirados por un caballo. Dada la velocidad de arrastre del animal era común que alguno de los perros de la casa lo acompañara si lo consentía el dueño. La frase quedó como una alusión a la constancia.

 

La Campagnola.
"Qué clase de pescado sos que La Campagnola no te envasa", es otra frase. Esta referencia -por cierto que ingeniosa- se basaba en la popularidad y variedad de los productos de esa marca, décadas atrás muy promocionada. Daba lugar a chascarrillos y retruécanos y, pese a que la marca se mantiene todavía, es raro escucharla.

 

Eso hay verlo, dijo Mendicoa.
La expresión es del norte de nuestra provincia. Se originó al parecer cuando una noche una persona de ese apellido (muy común en la zona) tuvo un altercado con dos sujetos de cuidado que, ni lerdos ni perezosos, lo sujetaron poniéndole un cuchillo en el cuello, al tiempo que le decían
--¡Te vamos a degollar, loco de mierda...!
La ocasión era tremenda, pero el tal Mendicoa no se achicó y contestó desafiante:
¡Eso hay que verlo...!
Frase que quedó como paradigma de quien no se amilana, cualesquiera sea la circunstancia. Todavía está vigente.

 

Motoneta.
El auge de los vehículos de dos ruedas, originados en Italia después de la Segunda Guerra, llegó a la Argentina a fines de la década del cincuenta del siglo pasado. Frente a aquellas grandes motocicletas de la época (de las que fueron excepción las notables y duraderas Puma, resabio de un intento de fabricación nacional), esos pequeños vehículos eran prácticos y económicos, algo así como los que hoy se nombran como ciclomotores. Las marcas hablaban de su origen peninsular: Siambretta, Vespa, Iso... Genéricamente eran conocidas como "motonetas", un nombre por cierto que acertado, que cayó en desuso, prácticamente hasta perderse.

 

Long Play.
Los vertiginosos últimos avances de la electrónica posiblemente no permitan evaluar lo que fue, sesenta y más años atrás, el pasaje del disco de pasta, con dos caras grabadas, a los de larga duración, llamados Long Play en su origen anglófilo, que portaban más de una decena de temas. Hoy han pasado a ser una antigüedad y su rareza motiva la existencia de grupos dedicados a intercambiar y cultivar estos artefactos que, en su momento, fueron revolucionarios. Ello hace que el nombre todavía se use.

 

Birome.
Por aquellos años en que la Argentina era una meca de los inmigrantes del mundo llegó a nuestra tierra un hombre que revolucionaría la forma de escribir. Se trataba de un húngaro, Laszlo Biro, que inventó y perfeccionó en nuestro país un nuevo artefacto manual, de lapiceras con una bolilla en la punta y tinta de larga duración. Ellas vinieron a reemplazar a las llamadas pluma fuente, que se cargaban con tinta, y mucho más a las que implicaban mojar en un tintero. Hoy son conocidas genéricamente como bolígrafos.
El invento de Biro causó sensación, aun con sus defectos iniciales, que implicaban inesperados derrames de líquido o trabas de la bolilla. En el por entonces Parque Retiro de Buenos Aires, campeaba un gigantesco cartel luminoso promocionando el artefacto que, como no podía ser de otro modo, llevaba el apellido de su creador: Birome, nombre que pasó a denominar el todo por la parte.
Como suele ocurrir, el gran capital y la falta de apoyo hicieron que Biro se trasladara a los EE.UU. donde impulsó su invento hasta darle carácter universal; se dice que por la venta de la patente recibió la por entonces inimaginable suma de dos millones de dólares.

 

Es un petitero.
Resulta casi inimaginable la vigencia que tuvo esta palabra en los años sesenta frente a su intrascendencia actual, cuando está casi olvidada. Se originó, al parecer, en la moda que por entonces ostentaban los habituales del Petit Café (de allí el apodo) en el centro porteño. La vestimenta rompía con los moldes formales de la época y de hecho era una avanzada de las modas que se impusieron después. El conservadurismo popular la trasformó en un adjetivo despectivo y casi agraviante para quienes optaban por ella, incluso en provincias, y hasta generó un tango efímeramente de moda, ajustado a aquella realidad pero abiertamente intolerante.

 

Estirado.
"Más estirado que tejido de fiambrera". Antes de la popularización de los refrigeradores eléctricos, hacia fines de los años cuarenta, las formas de conservar los alimentos de su natural deterioro eran elementales. La fiambrera fue quizás la más popular y consistía en una suerte de jaula cerrada por alambre cuadriculado, de perímetro muy pequeño y estirado al máximo, que permitía el paso del aire pero no de los insectos. Esa condición -el estiramiento- se trasladó como comparación a los caracteres altaneros y vanidosos. Hoy prácticamente se ha olvidado, lo mismo que el artefacto que lo inspiró.

 

Pasó mi cuarto de hora.
Con esas palabras cerraba siempre sus muy escuchadas y breves audiciones radiales (microprogramas se las llamaría actualmente) un periodista famoso en las décadas de los años veinte, treinta y cuarenta: Juan José de Soiza Reylly, hoy prácticamente desconocido. La expresión se popularizó, trasladándosela a un hecho o quehacer que estaba terminado o desnaturalizado. No es raro escucharla todavía, aunque sin conocer su origen ni -menos- su gestor.

 

Ni Mandrake el mago.
El dicho se origina en una tira surgida en la época de oro de la historieta norteamericana, creada por Lee Falk, que narraba las peripecias de un ilusionista que hacía prodigios con su arte combatiendo la delincuencia. La frase, claro, aludía a tareas que resultaban muy difíciles o imposibles de realizar por medios normales. El personaje estaba siempre acompañado de su novia, la Princesa Narda, y de un gigante llamado Lotario que, hiciera frío o calor, vestía solamente una piel de leopardo. Lo curioso es que en el elenco figuraba también un cocinero chino pero .increíblemente- cuando China se volcó al comunismo, el macartismo imperante en los EE.UU. lo desapareció de la historieta. Hoy solamente los setentones suelen usarla.
*Colaborador

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?