Lunes 25 de marzo 2024

Historia – recuerdos de una estación abandonada

Redacción Avances 14/03/2021 - 07.28.hs

Los fantasmas de Hucal

 

La antigua y fenecida línea ferroviaria Toay-Bahía Blanca sostiene una memoria de vida y trabajo en la estación de Hucal, inaugurada en 1891. Las derruidas edificaciones, el taller de locomotoras, los nudos de las vías aún perviven en medio del verde monte pampeano.

 

Daniel Pellegrino *

 

En estos días potentes del verano en Hucal suelen registrarse temperaturas de 45° a la sombra. El camino de dos kilómetros que la separan de la ruta nacional 154 son de talco medanoso y de monte apretado de caldenes cargados de chauchas; hacia un lado, fuera de la vista, corren los mudos rieles de ferrocarril y asoman las torres de señalización con nidos apilados de loros que ya son parte de la estampa turística del paisaje. El monte se despeja lentamente en torno a las diez hectáreas que componen la estación, galpones, los talleres, viviendas y antiguos hoteles que supieron albergar en su apogeo una población estable de alrededor de seiscientas personas.

 

La administración inglesa del “Ferrocarril Bahía Blanca Noroeste” inauguró la línea a Hucal en 1891 que luego se fue extendiendo hasta Toay durante 1897. La culminación del grandioso proyecto significaba que desde Toay saliera un ramal hasta Villa Mercedes, San Luis, y conectara toda la región de Cuyo; y otro ramal que se conectara con Río Cuarto al sur de Córdoba. La estación de Toay se clausuró en 1935.

 

Como es común a casi toda la historia ferrocarrilera de la región, el emplazamiento de la colonia se debió al interés de los latifundistas (en este caso, los dueños de la estancia Hucal, la primera fundada en la Pampa Central, de la familia Cambaceres) por transportar “de manera eficiente” la producción agropecuaria hacia el puerto y los centros de comercialización y de paso incrementar el valor de las tierras. La estación Hucal se habilitó en el mismo año de 1891 para el transporte de ganado en pie, cereales, leña, carbón y “frutos del país”, como se decía antes. También se cargaba mineral de cobre extraído de las sierras de Lihuel Calel. Pronto comenzó a transportar pasajeros.

 

La línea fue administrada por otras dos compañías inglesas, luego pasó al estado argentino (primera presidencia de J. D. Perón, 1948). El último recorrido del tren hacia Bahía Blanca ocurrió en 1981; el de pasajeros ya había cesado en 1976.

 

El topónimo.

 

El nombre de Hucal, según Eliseo Tello (Toponimia araucana-pampa, 1957), significa ‘aprovechable’, para ‘usufructuar’. Esta designación parece confirmar que el valle es “rico en pastos de engorde y aguas potables que se encuentran a poca profundidad”, y así parece ocurrir hasta hoy con la buena calidad de los acuíferos. Alberto Vúletin (La Pampa. Grafías y etimologías toponímicas aborígenes, 1972), más documentado, sostiene que el nombre –derivado del vocablo ‘ucaln’– significa “a trasmano”, un lugar que “no se halla sobre el camino sino desplazado o apartado del mismo, en un paraje fuera del alcance de la vista”. Cita al coronel José Silvano Daza quien en su libro “Episodios militares”, referido a la campaña del desierto de 1879, describe que Hucal Grande “no se hallaba sobre la rastrillada real que iba de Salinas Grandes a Lihuel-calel sino que su posición era un lugar que se encontraba fuera de la ruta, vale decir, a trasmano, apartado del camino común”. Y agrega que la grafía correcta es sin hache, es decir “Ucal”. En fin, tanto Tello como Vúletin dan una idea bastante completa del sitio, habitado en lejanos tiempos por tehuelches. En los siglos XVIII-XIX grupos araucanizados de vorogas salineros ocuparon el valle, quienes luego sufrieron el dominio de las fuerzas del cacique huilliche Calfucurá. Este controlaba un amplio territorio del oeste bonaerense y del este de nuestra provincia. Su jefatura se asentaba en las Salinas Grandes (Chilihué), situada a unos cincuenta kilómetros de Hucal, donde vivió el cacique Mariano Cañumil hasta el año 1878, cuando cayó batido por los militares roquistas.

 

Los esfuerzos de la preservación.

 

Hoy en Hucal viven en forma casi estable cuatro personas en el ejido de la otrora estación y hay nuevos pedidos de radicación, según cuenta Angel Ricardo Gossio (“Tito”), el presidente de la “Asociación Hucal despierta” quien vive buena parte del año en la vieja casa que fue sede del Juzgado de Paz y Registro Civil del pueblo. Conocido mecánico de automóviles de Santa Rosa, jubilado, a la altura de sus setenta y pico de años Tito habla con tranquilidad, disfruta contar anécdotas sobre su pago de nacimiento. Cursó la primaria en la cercana Escuela Provincial 118, que el año pasado tenía una matrícula de diez alumnos. El padre de Tito era el bombero encargado de abastecer de agua a las locomotoras a vapor y la familia vivía en casa propia a escasos metros de los talleres generales. Hoy un nuevo poblador ocupa esa casa.

 

Aún queda en pie el imponente galpón-taller de mil seiscientos metros cubiertos que podía ofrecer servicio de mantenimiento a ocho locomotoras al mismo tiempo; se trabajaba en tres turnos, es decir que el movimiento y ajetreo de operarios y máquinas no cesaba ni de día ni de noche.

 

Ahora, durante determinados fines de semana, Tito oficia de guía y camina por el andén de la desvencijada estación, por las inmediaciones de la mesa giratoria de la locomotora, la rampa de cargar carbón, los tanques de fierro, algunas viviendas en pie, los dos hoteles desaparecidos en el que se alojaban dotaciones completas del personal de los trenes, la vieja escuela levantada por el sindicato “La fraternidad”. Con un gesto de bronca y dolor Tito cuenta el extendido vandalismo y saqueo que ha sufrido la colonia. Incluso los baños públicos del centro recreativo que él mismo había acondicionado para los visitantes fueron destrozados a los pocos días de habilitados. Una buena noticia es que a partir de este último mes de febrero la Dirección de Turismo ha contratado a un operario para que realice tareas de limpieza en el sitio.

 

La “Asociación Hucal despierta”, con personería jurídica desde 2011, junto con los participantes del proyecto de extensión “Pueblo ferroviario de Hucal: revalorización cultural y paisajística” de la UNLPam, pelean por insuflar aires vivificadores al sitio. En un folleto editado en 2015, se lee sobre la decisión de llevar adelante “una asociación sin fines de lucro para evitar que se pierda la memoria de la localidad (…) Se eligió el 30 de agosto para la conmemoración de la creación del pueblo de Hucal, considerando su origen como colonia ferroviaria, y que en esa fecha se celebra el Día del Ferrocarril de la República Argentina”.

 

Un paseo por el paraje Hucal ofrece un extraño encanto de pueblo fantasma, de ajena nostalgia por el éxodo ocurrido, y una inefable sensación de que esta pequeña historia de país arrasado puede, de a poco, volver a la memoria social.

 

Máquina y asado

 

Es notable que los atractivos que despierta el tren a vapor sean casi siempre superiores a los que proponen las modernas formaciones de motores diesel. Ese pasado ligado más a la aventura, a la conquista de nuevos e ignotos territorios, o a simples y divertidas anécdotas, cultiva un sinnúmero de relatos.

 

Tito Gossio cuenta que entre las localidades de Hucal y Abramo hay un ascenso del terreno que las formaciones de tracción a vapor, de 45 vagones, no podían trepar. Debían hacerlo en tandas de quince vagones hasta Abramo; volvía la locomotora a Hucal, remolcaba otros quince y así una vez más. Luego volvía a engancharse la formación completa que rodaba sin mayores contratiempos hasta el puerto bahiense.

 

Tito, cuando niño, solía colarse en uno de esos viajes hasta Abramo (distancia de 20 km) con un trozo de costillar vacuno. Una vez ubicado en la máquina, el foguista o el conductor abrían el hogar (fogón) de la caldera para utilizarla como horno de privilegio. Allí se asaba la carne en poco más de cinco minutos y luego se compartía y paladeaba en pleno viaje.

 

* Lic. en Letras, docente de la UNLPam

 

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