Sabado 13 de abril 2024

Independencia, Bugs Bunny y el Barbero de Sevilla

Redacción Avances 20/12/2020 - 14.20.hs

1816 fue el año en que nos dimos el lujo de estrenar una ópera y de celebrar nuestra Independencia. ¿Cómo eran el teatro y el público en esa época?, no muy parecido al actual.

 

Juan Pedro Tamburelli *

 

El 26 de enero de 1814, el Segundo Triunvirato convoca una asamblea para crear el  directorio, con la intención de instalar un poder ejecutivo unipersonal.

 

El 24 de marzo de 1816 el director supremo Alvarez Thomas, convoca a un nuevo congreso en la ciudad de Tucumán, desgraciadamente todavía no podíamos sesionar online, pero había que reunirse de igual manera. Lo que más tiempo llevó discutir a los congresales fue la forma de gobierno, una de las propuestas era un sistema republicano como el de Estados Unidos, otra, era la coronación de un monarca. Belgrano por ejemplo, proponía una Monarquía Parlamentaria, similar a la que había en algunos Estados europeos, pero el cargo de Rey, no sería ocupado por cualquiera, sino por un representante de la Casa de los Incas, quienes fueron despojados del trono 300 años antes. Esta idea tuvo el apoyo de San Martín y de Güemes pero, no por los diputados del congreso más conservadores, especialmente los de Buenos Aires, quienes por una cuestión de cantidad de población contaban con mayor representación sobre las demás provincias.

 

Los días pasaban y pasaban y las discusiones sobre qué tipo de gobierno tendríamos, estaban dejando de lado el tema más importante; Pueyrredón, quien había sido nombrado Director Supremo, viajó a Tucumán para apurar a los diputados y que de una vez por todas, declarasen la independencia.

 

Por fin llegamos al 9 de julio de 1816, y se trató el proyecto de Deliberación sobre la Libertad e Independencia del País, y ahí es cuando el secretario Juan José Paso expresó las palabras “¿queréis que las provincias de la Unión sean una Nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli?”. Y todos en la sala respondieron eufóricamente “¡Sí, queremos!”.

 

¿Y la música?

 

Ahora bien, esto es a nivel político, de manera muy resumida, pero toda esta introducción es para imaginarnos ¿qué música sonaba en Buenos Aires por ejemplo en 1816 cuando se enteraron de todo esto? ¿En los teatros habría algún estreno o cuánto tardaba en llegar la música de moda europea? ¿Existía alguna posibilidad de comer unas empanadas en esa época para celebrar ante tal noticia?

 

Desde ya, lamentamos informar que conseguir empanadas en la ciudad de Buenos Aires en 1816 era bastante difícil, había en Salta, en San Juan, pero en Buenos Aires no.

 

Musicalmente transcurría el período Clásico, que se fija su inicio en 1750 con la muerte del compositor italiano Antonio Vivaldi, creador de Las 4 Estaciones. Durante este período aparecen composiciones exclusivas para piano, y con la llegada de la imprenta (primero en Europa, y luego en América) aparece la música en el ámbito doméstico. 

 

En 1816 sólo se podía encontrar algún que otro piano en ciertas familias de elite; un instrumento más común era la guitarra, con la cual se armaban payadas, sobre una base armónica o una secuencia de acordes que se repetían se improvisaban melodías cantadas por encima de ella.

 

Los géneros que sonaban en las reuniones y encuentros dependían de las clases sociales. La clase alta bailaba y compartía música de salón como el minuet, o algún vals, gavotas entre otras. En cambio la clase baja era la que bailaba danzas populares folklóricas como el pericón o la zamba.

 

Pero a pesar de las distancias y las revoluciones sociales y políticas que había alrededor del mundo, en 1816 Buenos Aires se dio el lujo de estrenar la ópera “El Barbero de Sevilla”, del compositor italiano Giaochino Rossini. Sería muy difícil imaginar que al momento de estrenar esta obra se hubiera hecho para musicalizar momentos de entretenimiento y de caricaturas como Bugs Bunny. Aunque el día del estreno, en el inicio de la obra se rompe una cuerda de una guitarra en medio de la escena, otro personaje se rompe la nariz en medio de la obra y sigue actuando, un gato negro se cruza; ni siquiera en la representación del dibujo animado “El conejo de Sevilla” aparecieron tales situaciones aunque no por falta de mérito.            

 

Hay que tener en cuenta que ir al teatro en esa época no era lo mismo que ahora. El público, quién se encontraba distribuido en palcos, galerías cazuelas y las entradas más baratas de pie, no esperaba callado y quieto la entrada en escena de los personajes. El bullicio era constante, esta costumbre se fue adoptando mucho después, más bien era un espacio donde las chicas aprovechaban a lucir vestimenta, y donde cruzar mirada con algún muchacho.

 

Capaz esa obra marcaría nuestra historia, prometedora, entusiasta, pero a los tropezones y algo accidentada.

 

* Colaborador

 

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