Domingo 24 de marzo 2024

La apropiación de lo íntimo

Redacción Avances 01/11/2020 - 11.30.hs

El sadismo como modelo de perversión trabajado a partir de la serie de Netflix “Jeffrey Epstein: asquerosamente millonario”. Un personaje que no es de ficción, sino alguien muy conocido y cercano a nuestro tiempo.

 

Varios autores *

 

Como grupo de trabajo y estudio que se ocupa del psicoanálisis nos hemos acercado al tema de las perversiones y a la cuestión de la intimidad, fundamentalmente teniendo en cuenta la compulsión de apropiarse de lo más íntimo del otro generando odio o bien sumisión, estados al que con gran frecuencia son llevadas las víctimas.

 

Tomamos, con la brevedad que éste trabajo impone, al sadismo como modelo de perversión. Para ello nos hemos valido de la serie emitida por la plataforma Netflix titulada “Jeffrey Epstein: asquerosamente millonario”.

 

Creemos que nos sirve para puntualizar algunos elementos que allí aparecen y que concuerdan con lo que nos muestra el psicoanalista Jacques Lacan, sobre todo en su escrito “Kant con Sade”, texto al que hemos dedicado un año de lectura grupal (la lectura de Lacan es complicada, pero aseguramos que éste escrito está en el podio).

 

Para comenzar convendría hacer una brevísima reseña de lo que la serie en cuestión pone de relieve.

 

Este documental se ocupa de sacar a la luz las prácticas perversas, así como también nos muestra el inmenso poder del archimillonario Jeffrey Epstein, personaje siniestro que supo hacer buenas migas con conspicuas figuras del jet set, de la política de altísimo nivel y la realeza (Clinton, Trump, el Príncipe Andrés). Como se dice habitualmente, no se privaba de nada. Cuando cayó en desgracia nadie lo conocía, lo mismo que ocurre ante un mal gobernante, “nadie lo votó”.

 

Hábil, frío y distante Jeffrey se hizo camino rápidamente en el mundo de las finanzas y la extorsión. O sea, no se hizo perverso por millonario (de aburrido, nomás) sino que se hizo millonario gracias a una gran dosis de perversión (como pasa con tanta frecuencia).

 

El poder del dinero y las “influencias” le permitían el manejo de la justicia y de esa forma lograr impunidad hasta el acto final de su vida (los “códigos” que utilizaba son muy actuales: dinero y/o extorsión). Epstein parecía invencible.

 

¿Pero por qué nos interesa especialmente su historia? Porque ilustra las características principales del sadismo, además de tratarse de un personaje que no es de ficción, sino alguien muy conocido y cercano a nuestro tiempo (murió el año pasado).

 

Ahora volviendo a nuestro tema de trabajo, reiteramos que hemos elegido el documental porque creemos que a partir de sus prácticas perversas pueden observarse con claridad las concepciones principales que brillan en el texto lacaniano.

 

Veamos al menos tres de ellas:

 

1) El sujeto sádico trata de cumplir un mandato imperativo y anónimo que es el de llevar a sus víctimas a la degradación y a la humillación, extrayendo de ellas una angustia insoportable. En ese punto el sádico es frío, es una máquina de tortura, o si se prefiere, sólo un instrumento. Nunca se angustia ni tiene remordimientos.

 

2) Dicho mandato inflexible se lleva a cabo sojuzgando a las víctimas para transportarlas a un estado de pasividad en el cual pierden hasta la palabra.

 

A partir de dicho estado de padecimiento, los o las partenaires son llevados al punto de la deshumanización perdiendo la capacidad de reacción que hubiese derivado en enojo y denuncia ante la ley en forma inmediata.

 

3) ¿Pero es el sádico el dueño absoluto de la escena? Como se dijo anteriormente, el sujeto sádico, al estar sometido él mismo a un mandato inflexible (imperativo) está condenado a una repetición monótona de sus prácticas. Aunque no parezca, esto lo esclaviza. Lacan dice allí que el sádico es también, en el fondo, un masoquista. Dato clave para seguir evaluando las concepciones teóricas y clínicas en el sadismo.

 

Ahora, a partir de estos puntos, por supuesto bastante simplificados, veremos en relación a la personalidad real de Epstein el montaje de la escena sádica en la práctica perversa.

 

En principio hacemos una observación que nos parece fundamental: para que algo o alguien pueda ser degradado tiene que estar revestido de una cierta pureza o de un valor real o imaginario. De allí la necesidad del perverso de injuriar y de destruir la virtud de la víctima.

 

Vamos por Epstein: valiéndose de su poder, su inmensa riqueza y sus vinculaciones “reclutaba” adolescentes (a veces casi púberes) que, como símbolo de pureza, eran sometidas a cambio de dinero a presenciar o participar de situaciones obscenas muy angustiantes.

 

Obviamente, esto se llevaba a cabo con total frialdad y desprecio. Quedaba para las jóvenes sólo el horror de lo traumático con las consecuentes marcas emocionales. Objetos de puro consumo, sin nombre y sin historia.

 

El pudor.

 

Lacan sitúa al pudor dentro de las virtudes más importantes, entendemos que es así porque el pudor pone un límite a la omnipotencia, tanto a la del Otro y su mirada, como a la del Sujeto que siente su propia fragilidad al percibirse como vulnerable: “…el impudor de uno basta para constituir la violación del pudor del otro” (“Kant con Sade”. Escritos 2)

 

¿Qué buscaba (que no pudo lograr totalmente) Epstein?: la caída, la violación, el traspaso de ese límite que es el pudor.

 

Por supuesto esclavo de su propia compulsión, Epstein no podía considerar que dicho círculo perverso podría caer alguna vez y arrasarlo. Si hubiese tenido angustia, podría haber detenido su locura, pero no estaríamos hablando de un perverso…

 

¿Pero por qué dijimos antes que el sádico era en el fondo un masoquista? Si nos detenemos en las escenas del final de su vida, al no poder salir de la repetición interminable de sus conductas perversas (él mismo un monótono obediente a un Otro cruel), las denuncias terminan aplastándolo. El escándalo aumenta, lo privado se hace público, (ya no hay jueces que lo exculpen ni dólares que lo salven) y finalmente Epstein es condenado.

 

El gran poderoso es ahora el humillado: trasladado a una cárcel de “mala muerte” (valga la metáfora), a los pocos días aparece ahorcado pendiendo de una sábana a modo de soga.

 

¿Suicidio u homicidio? No lo sabremos, pero resalta llamativamente su caída final, colgando como un objeto desechable. Lo que tanto buscó para sus víctimas, lo encontró en su patético final.

 

¿Es sólo un caso “raro”?

 

Pensamos que, a pesar de su particularidad, no es tan excepcional lo que creemos haber descripto. La vida cotidiana nos ofrece abundante material.

 

En primer lugar, sabemos que el crimen, la tortura, la búsqueda del sometimiento al otro por puro placer son, claramente, rastros humanos. Allí dónde hubo sadismo, estuvo la humanidad. Los animales matan para comer o defender su territorio o cuando se sienten amenazados, no por placer. Tampoco capturan a otro animal para torturarlo interminablemente por el goce que ello podría darles. Eso es propiedad de lo humano.

 

El prójimo. La mirada.

 

Tomando sólo uno de los puntos que consideramos muy importantes, nos vamos a referir a lo que podríamos llamar “la apropiación de lo más íntimo del otro”.

 

La relación con el prójimo suele estar muy lejos de “amarlo como a ti mismo”, sino que muchas veces, inclusive bajo el signo del amor dicha invasión de lo más íntimo parece proporcionar un goce irresistible.

 

Extraer todo del otro, alcanzar la transparencia (supuesta) de su intimidad, aquello que el acosado ni siquiera conoce de sí mismo, tratar de apoderarse de ese “núcleo íntimo” puede llevar a lo peor: desde los celos patológicos, al fanatismo y su ceguera o bien con la cobertura de un amor que se parece tanto al odio.

 

No tenemos la ocasión ahora de extender estas reflexiones al ámbito sociocultural actual, pero planteamos la pregunta: a partir de Internet y de las redes (a)sociales, ¿no se vislumbra una intención que puede barrer con nuestra capacidad de pensar en forma más o menos independiente? ¿elegimos o nos hacen elegir? ¿pensamos o nos hacen creer que pensamos?

 

Sabemos ya desde Freud que nuestros actos y pensamientos no responden a una voluntad individual pretendidamente libre y consciente, pero hay una distancia muy grande entre ese inconsciente freudiano o estar bajo el mandato de un Amo impersonal, oscuro y tiránico que puede llegar a obturar ese algo de libertad de la que podemos disponer.

 

Damos cabida así a la cuestión de la mirada, tan perdida (y reencontrada) hoy en día en las pantallas de los “dispositivos”. Nos hemos enterado dentro de esa línea que Jeffrey tenía una extraordinaria red de cámaras en todas sus propiedades, incluyendo su isla privada. Todo lo intentaba ver y registrar. Un panóptico perfecto diría Foucault.

 

La “libre” entrega de lo íntimo.

 

Sin dejar de considerar que merece un análisis más extenso, continuamos pensando sobre una particularidad que atañe a las redes sociales y lo íntimo. Pero ésta vez desde un ángulo diferente: nos referimos a la importante incidencia en lo que hace a la sobreexposición de lo íntimo.

 

Lo curioso es que a pesar de la aparente desaparición de un Otro perverso “de carne y hueso” que exige la humillación, y sin que nadie lo demande explícitamente, las personas difunden por las redes su intimidad corporal, sexual o bien de acontecimientos personales que históricamente estuvieron reservados al ámbito estrictamente privado (que pueden tener validez en ese ámbito, pero que en su inmensa mayoría son intrascendentes y/o banales). De esa manera se ponen a la luz odios, conflictos, desprestigios e injurias a las personas (¡o a sí mismos!!) sin que medie un velo de vergüenza. Todo ello enmascarado por la búsqueda narcisista del “me gusta” como eco del individualismo y la distancia social (que ya estaba instalada. Ahora se le agregó la de los cuerpos).

 

Queda por pensar por qué exponerse al gran riesgo de la manipulación del Otro con consecuencias imprevisibles. ¿Qué extraño y oscuro mandato obliga a la publicación de los actos más íntimos y a considerarse una excepción?

 

* Grupo para el estudio de psicoanálisis. Reunión de los días jueves.

 

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