Miércoles 10 de abril 2024

Laura Carnovale: el don de alivianar lo grave

Redacción Avances 30/08/2020 - 08.36.hs


En este artículo, la autora realiza una reseña en base al análisis del último libro de la escritora pampeana Laura Carnovale: “La que no soy”. La edición se presentó a fines de julio a través de la plataforma Zoom.

 

Gisela Colombo *

 

Los primeros tramos del poemario ponen en juego unas preguntas tan medulares que cuesta pensar que lo que vendrá logrará un equilibro. Pero lo logra. La autora manifiesta una gran habilidad que ya en su primer libro exhibía: tiene el don de alivianar lo grave. De rescatar de su cosmos cotidiano, y mediante imágenes simples, habituales, el planteo filosófico profundo que constituye el conjunto. Si es posible reconocer dos rostros de la voz uno es el de la maestra y el otro, el de la poeta, en lo que tiene de filosófica la poesía.

 

Mañana, canícula, atardecer y noche recorren los poemas en un ritmo que nos hace pensar la circularidad de la vida. Y enseguida acuden las preguntas: ¿“La que no soy” es ésa que está en mí pero no actúo? ¿Es la poseedora de todas las particularidades que dejo en latencia cuando ofrezco mi rostro a la vista de otros? Quizá su faz también se esconde de mí misma y la tengo relegada a la sombra del inconsciente. “La silenciada, invisible/late/late la que no soy”. Pero igual está ahí. En ese interregno “entre la que soy y la que ves”.

 

“¿Ser es estar en el cuerpo”? ¿Sólo lo que se actúa en el plano físico, y es visible a todos, es?

 

Si nuestra aproximación a la nueva obra de Laura Carnovale fuera guiada por Gastón Bachelard, él nos exhortaría a observar en qué proporción se presentan los cuatro elementos.

 

No está mal comprobar cuál es el más presente en este poemario, porque de ello podríamos deducir cuáles son las impresiones que la poesía ha querido atrapar. En este caso, sin dudas domina el agua. Pero contrariamente a lo que sucede con las aguas en el imaginario pampeano, el sentido de agua corriendo no tiene la acepción prometedora a la que remiten otros poetas.

 

Lo novedoso es que esas aguas son inquietantes. Cuando el sujeto lírico confiesa que el hielo la hace sentir más segura se refiere a la fluidez del agua como un peligro. El peligro de que todo pase, “Entre el ser y el no ser/hay un parpadeo”, la amenaza del carácter inexorable del devenir que, queramos o no, fuga las aguas como el río de Heráclito, para no volverlas más a su sitio de partida. “Temo a todo lo que se escurre”, confiesa la voz.

 

En términos de tradición simbólica, las aguas son el elemento relacionado con la fugacidad del tiempo, que la historia literaria nombra como el tópico del “tempus fugit”. Pero también el agua de mar, las mareas, el magnetismo lunar se vinculan con las emociones. Como cambian las mareas, cambian la alegría por pena, el amor por indiferencia, la furia del temporal por la calma. Las copas, que son un atributo de las aguas, son imagen del amor, en ritos que todavía cumplimos, como son entre otros, los casamientos. Algunas sociedades siguen pisando las copas en las ceremonias matrimoniales, como si en ello fuera la clausura de una búsqueda romántica porque ya se ha elegido para siempre al amado o la amada. Por otra parte, el estado líquido es aquel que mayor flexibilidad presenta ante los soportes en los que se deposita. Siempre toma la forma de su continente. Por eso la capacidad de adaptarse y también la de alterar la forma y perder identidad son mucho más propias del agua como elemento, que de la tierra, el aire o el fuego. Quizá por eso se habla de la copa que no acierta en el encuentro entre los dedos y la boca y cae. La caída y ruptura de la copa (el vínculo) podría evitar el derrumbe de ella, o de ambos.

 

Las emociones y el agua se llevan muy bien para los artistas. Son lunares, oscuras e incomprensibles en ocasiones, pero potentes. Acallarlas no es la tarea más fácil. Dominarlas, quizá sea uno de los grandes desafíos vitales.

 

En este sentido es que el agua aparece en el texto. Sin embargo, la intuición de la autora jamás pierde de vista que no se vive sin ella. Por eso, a pesar de los deseos del Yo lírico, en el anhelo de tapar la emoción, hay una incomodidad “latente”.

 

Si bien la voz sueña con mantener a raya las aguas y por momentos prefiere no sentir –“A la que quisiera ser no le inquieta esa mano brutal de padre que hostiga ni le espanta el amor que endereza a los golpes”–, reconoce que sin esas emociones la experiencia pierde vitalidad. “Soy tibia/ Apenas soy” concluye en el mismo poema.

 

Y también desliza en imagen que silenciar las emociones dificulta la supervivencia “Entre palabras puedo ser”. Sin ello, la “savia” se seca y marchita por dentro.

 

Este momento de despertar es el que coincide con la irrupción de lo oscuro, de lo lunar como elemento positivo en el imaginario.

 

Con “¿Quién se ha robado la noche?” después de una luz filtrándose al atardecer “La luz entra a la casa como un pájaro”, llega la fase en que la incomodidad viene de que lo íntimo esté tan a la luz. Es cuando se bajan las cortinas para que no se vea hacia adentro. Y cuando la misma referida escucha pero no comprende lo que se habla sobre ella.

 

Eso equivaldría a mirar la vida en cambio de sumergirse en ella, por eso en “Ha muerto” uno de los últimos poemas, “mirar no alcanza para creer la vida”.

 

Aquí tenemos una reversión del sentido de lo virtual, como vimos invertido el valor del agua, y luego de la luz.

 

La propuesta del libro sería una buena oportunidad de reflexión para una sociedad que, vista desde otro tiempo, seguramente se desnudará obsesionada con aquello que es virtual. El mundo “virtual” es percibido en los últimos tiempos tan consistente como la misma corporalidad. La poesía también se hace eco: “La palabra mano te quiere tocar” se dice en “Mi brazo es una rama seca”. En el cambio de paradigma que constituye la era digital olvidamos que “lo virtual” no es un mero soporte. Históricamente, “lo virtual” era aquello que estaba en la naturaleza de algo o alguien como latente, no se había desarrollado, no se había expresado. Lo virtual resultaba una posibilidad que no estaba realizada. Quizá ésta sea una pista para comprender el título de la obra. Para entender qué es eso de “La que no soy”.

 

Si una virtud tiene este texto es la de dejarnos preguntas. La última quizá sea ésta: ¿Somos sólo lo que actuamos en el plano físico o también albergamos otras personas pendientes de realización? ¿Es esta era virtual el momento ideal para descubrirlo?

 

* Escritora

 

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