Domingo 28 de abril 2024

Los presos que volvieron

Redacción 21/03/2016 - 20.02.hs

Francisco Bompadre *
Hacia el final de la tarde del 15 de enero de 1944 un fuerte terremoto sacudió la Provincia de San Juan produciéndose el desastre natural más luctuoso de nuestro país. El saldo ciertamente genera escalofríos aún para el lector de nuestros días: más de 10 mil muertos y 75 mil heridos sobre una población de 100 mil personas, la mitad de las casas de la provincia, de pésima edificación, se quedaron sin techo y los rescatistas no dieron abasto para enterrar a las víctimas, a las que –en muchas ocasiones– hubo que ubicar en fosas comunes previa incineración para evitar la propagación de enfermedades. Los efectos del terremoto no sólo tiraron abajo las edificaciones sanjuaninas que simbolizaban los poderes establecidos: la Casa de Gobierno, la Legislatura Provincial, el edificio de la Corte de Justicia y la recientemente inaugurada Municipalidad de San Juan; sino también el propio orden político, social, urbanístico, demográfico y económico, que se modificó profundamente en la debatida y larga reconstrucción que le siguió durante varios años al terremoto acaecido.

 

Los sucesos.
Sin embargo, no es sobre esta situación sobre la que quiero reflexionar, tampoco sobre la vanguardista construcción política de los hermanos Cantoni en San Juan ni sobre el -por entonces- Secretario de Trabajo y Previsión, Juan D. Perón y el surgimiento de la nueva política social en nuestro país; sino acerca de los hechos sucedidos en la Cárcel de San Juan. Lo acontecido queda en el recuerdo borroso de un tiempo y una sociedad que parecen lejanos, demasiado quizás, al que nos asiste hoy en día. Sin nostalgia por su puesto, por no suscribir aquel poderoso mito conservador que sostiene que “todo tiempo pasado fue mejor”, me gustaría sí apuntar la noble actitud de los presos de aquella cárcel, y en lo posible rescatarlos un poco al menos, del olvido al que fueron relegados por la historia oficial.
En efecto, por aquellos años la provincia contaba con una prisión en las afueras de la ciudad de San Juan que registraba alrededor de 400 internos alojados. Cualquier testigo de nuestra época que tratase de recrear la particular situación que se debe haber vivido dentro de la cárcel, los primeros momentos del terremoto, el clima generalizado de desconcierto reinante, la actitud de las autoridades del presidio y de los guardiacárceles, la reacción de los presos, las noticias que llegaban de la ciudad sobre el terremoto, etc.; descubre rápidamente que es un intento condenado al fracaso. Pero lo cierto es que no se trató ni de una fuga masiva ni de un permiso de salida piadosa por parte del director del penal, dos rumores que en un principio circularon por la ciudad y la prensa escrita local.

 

Orden al desorden.
Repasemos entonces los hechos que se sucedieron luego de producido el terremoto. En un primer momento y como la mayoría de los edificios del lugar, las paredes de la cárcel se derrumbaron dejando el cielo a la vista, una gran cantidad de polvo en el aire y el saldo de 17 guardia cárceles heridos, de los cuales 7 rápidamente morirían. Esto implicaba para los custodios del orden interno de la prisión, que alrededor de la mitad de los hombres necesarios regularmente para mantener las riendas del lugar estaban muertos, o lo que es que es peor aún, requerían del cuidado del resto de los guardias sanos. Esta situación de alarma, absolutamente novedosa para las autoridades carcelarias, motivó que el director saliera en busca de ayuda para los heridos y, sobretodo, para custodiar correctamente los cientos de internos alojados en la prisión, o lo que quedaba de ésta. El director sólo pudo hallar dos custodios más, quizás no se imaginaba el cuadro de situación en que se encontraba la ciudad de San Juan. Claramente no se podía garantizar el orden de la penitenciaria con los guardias sanos que estaban allí. El Director se entera al llegar de su recorrida que los guardias habían gastado todas las municiones que disponían disparando al aire de manera preventiva. La situación en este punto ya era casi del orden de lo insostenible. Al cuadro descrito no debemos olvidar que los guardia cárceles que se mantenían con vida estaban preocupados por la situación que habían corrido sus propios familiares, de la que sabían poco y nada. Con la mitad del personal necesario, 7 guardias muertos, sin municiones y sin electricidad en la cárcel, el Director de la institución les hizo a los presos una propuesta novedosa y original: los reunió a todos y les dijo que podían irse a buscar y socorrer a sus familiares si se comprometían a regresar a la cárcel cuando acaben con la asistencia y el socorro de sus seres queridos. Los presos, por supuesto, tomaron la oferta y se encaminaron para la ciudad, con la excepción de los 2 muertos y los 2 heridos por el terremoto (más el que los cuidaba) que quedaron allí en el presidio.

 

Voluntad de volver.
Como si todo esto fuera poco, el auto del Director del penal se cayó en una zanja cuando se dirigía a la ciudad, hecho sin mayor importancia si no fuera porque un grupo de presos logró sacarlo y festejaron la acción como si se tratase de la obtención de su propia libertad. Recordemos que los internos se dirigían a ayudar a sus familiares, sin embargo, un grupo importante se detuvo para socorrer al director del presidio, en un hecho que no deja de llamarnos la atención. Como ya se va imaginando el lector, la enorme mayoría de los internos volvió por su propia voluntad al presidio luego de averiguar por la suerte de sus familiares. Solo 25 de ellos decidieron no regresar, aprovechando el clima generalizado de descontrol, emigración masiva hacia otras provincias, falta de autoridad que pudiera hacer cumplir las reglas, situaciones límites ante la cantidad de heridos y muertos y un desabastecimiento generalizado de la provincia.
Siempre me pregunto por esos hombres que volvieron. ¿Por qué lo habrán hecho? Uno los imagina volviendo a pesar de la cantidad de familiares suyos que seguramente perdieron la vida y los que salvándose pero heridos requerían de sus cuidados y atenciones; o piensa en el declive de las autoridades legales para hacer cumplir una condena en ese momento; o bien en la desazón que envolvía a los que se marchaban salvando lo poco que no se había echado a perder y con las familias diezmadas o perdidas. Es difícil pensar que la sola palabra empeñada ante el Director de la cárcel en un momento de crisis sea el motivo por el que la mayoría de los presidiarios decidió volver al encierro. Prefiero convencerme que en realidad, y más allá de lo que habían prometido al Director, la tristísima situación con que se encontraron al salir de la prisión fue un fuerte impulso para tratar de evadirse del peor desastre natural que nuestro país haya soportado. Volver -como dicen los sociólogos-, cuando se desata una fuerte ruptura de los parámetros y las pautas con las que nos hemos socializado, a algún lugar o contexto que nos brinde un mínimo de seguridad y estabilidad. Lugar que en nuestro caso es, paradójicamente, la cárcel de San Juan, o lo que quedaba de ella.
* Abogado especializado en Criminología.

 

'
'

¿Querés recibir notificaciones de alertas?