Viernes 19 de abril 2024

“Mala leche, Duggan”, de Héctor Massara

Redacción Avances 11/07/2021 - 11.41.hs

Un texto logrado puede haber sido asistido extraordinariamente por las gracias de la musa, por la efectividad de un motivo, por un tema de moda… Dos relatos, imposible.

 

Gisela Colombo *

 

En 2017, Héctor Massara, escritor piquense, publicó su primera obra. Se titula “Tierra plana” y es una novela atrapante. Hasta ahí podríamos atribuir la fluidez y el encanto del relato a las bendiciones de las protectoras celestes y otros recursos azarosos. Pero la nueva obra de Massara, cuyo título es “Mala leche, Duggan” cumple con la sentencia: “dos, imposible”. Ya no es veraz adjudicárselo a nadie más que al don mismo del escritor y a su ejercicio de lectura y escritura. En efecto, en el conjunto de varias obras, cuando es posible trazar una trayectoria, van dilucidándose los diversos talentos que despliega el autor, en el acto de aprehender el tesoro de la inspiración. “Oficio”, que le dicen.
Sólo por constatar la calidad y el don narrativo que tiene el creador justifica conseguir “Mala leche, Duggan” y dedicar el tiempo necesario para leerlo.
Cuenta la historia en primera persona de un joven que se graduará como médico. Llamado Roberto Duggan, será quien narre, además de protagonizar. Con el transcurrir del relato sabremos que carga con el sino de los pelirrojos y es fuente de supuesta mala suerte. Esa fortuna esquiva comienza por manifestarse con la muerte violenta de sus padres, subsanada parcialmente por el matrimonio a quien lo habían dejado en guarda. Cuando luego de dos años de buscar familiares que pudieran hacerse cargo del niño, la pareja custodia se resigna, y finalmente decide adoptarlo.
La esposa muere en los siguientes años y el niño Duggan queda al cuidado exclusivo de Santibáñez, su padre adoptivo, un sujeto con quien vive hasta que ya es un adulto. En el ínterin conoce a Federica Van der Broek, una chica de clase alta, algo liviana sexualmente, aunque no ejerza esa libertad con él. El mismo día en que lo acompaña a la espera del resultado de su último examen, se presenta con un holandés de dimensiones, que resulta ser su padre. El gigante será quien desencadene el hecho más emblemático de mala suerte que consigna el texto.
Federica, previamente, había revelado a su padre que estaba embarazada y le había mentido diciéndole que Duggan era el padre del bebé. Pero el nuevo galeno no vacila en negar su responsabilidad, lo que deriva en la furia de Van der Broek y en su necesidad de huir de la ciudad. El profesor dilecto habrá de conseguir contrarreloj una vacante en un pueblito pampeano, como médico clínico de las prostitutas locales. El mismo le entregaría, asimismo, el título y auxiliaría la huida.
Una vez allí el desafío será sobrevivir a las intrigas, tanto políticas cuanto sexuales, en las que vive la comunidad mientras se alza el edificio de un hospital que Duggan está destinado a dirigir.
Entretanto, enamorado de Sara, la servidora sexual que administra el negocio local, Roberto será víctima del contagio de sífilis y la degradación física y psíquica que deviene por consecuencia.
Las circunstancias lo devolverán a La Plata pero esta vez recalará en un confinamiento del que quizá no sea tan simple salir.

 

Imán estilístico.
Estilísticamente “Mala leche, Duggan”, que hace gala de un título con más de un sentido, se parece al texto anterior de Massara. La capacidad para generar ese imán que nos atrapa desde la primera palabra está presente aquí también y, tal vez, con mayor efectividad incluso.
Los escenarios, como en “Tierra plana” son característicos de territorio pampeano, excepto al principio y al final, cuyos sucesos ocurren en La Plata. El elemento tierra domina la escena.
Sin embargo, conforme nos acercamos al final algo ocurre con el vuelo. El aire irrumpe como el elemento preponderante y no hace sino crecer. Su gobierno se manifiesta como un efecto de la locura, de los vericuetos de la conciencia. No por casualidad es que ingresa una referencia permanente en este estadio tardío del relato de Don Quijote y su lectura casi circular.
¿A qué podría responder este cambio de elemento? ¿Qué acertaría en expresar la nueva afición por atravesar el aire incorpóreo? Es posible que el mismo autor sea quien está sufriendo una transformación, una especie de bautismo, de ingreso a otra fase de la sensibilidad poética. La demencia de su personaje y los vuelos que se emprenden, por lo pronto, abren horizontes y prometen espiritualizar la experiencia digna de contarse.
En entrevista con Eduardo Senac, Massara comenta que lo próximo que viene trabajando desde la escritura tiene un ingrediente fantástico, sobrenatural. Lo que podríamos traducir como el aire de lo intangible, de lo inexplicable.
El protagonista parece vivir la apertura de su autor a dimensiones no mensurables, menos afectas al entorno físico que a la experiencia interior. Esta tendencia que tal vez podría haberse adivinado desde las primeras palabras, cobra efecto cuando la locura la ubica en el centro mismo del texto.
Por éste y por otros motivos de densidad poética, Héctor Massara seguramente sabrá conservarnos atentos a los nuevos –y quizá etéreos– senderos de su futura narrativa.

 

  • Docente y escritora
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