Miércoles 24 de abril 2024

Nuevo Shanghay

Redaccion 29/02/2020 - 21.41.hs

Nuevo Shanghay es el más reciente libro de Silvio Tejada. La prologuista del poemario titula «Café de por medio» a su texto y afirma que el lenguaje del autor «no le tapa el bosque» sino que se lo revela y lleva palabras al registro de lo social.
Eugenia Cabral*
Los vicios, o mejor dicho cuáles hábitos se consideran viciosos y malsanos y cuáles no, son un tema propio de cada época y lugar. Tata Lévy-Strauss nos alertó a darnos cuenta de ello. No obstante, las normativas de salud pública y los procesos ideológicos mismos se ocupan de hacer descender el nivel de alerta sobre el relativismo cultural.
Así, los que fuimos criados respecto de los vicios con la siguiente tabla de valores: pucho sí, a partir de cierta edad; alcohol, muy poco toda la vida; drogas, ¡jamás!, ahora nos encontramos con que la tabla se ha invertido exactamente. Para completar la nómina, los dulces son culpables de las caries; las pastas, de la obesidad; la sal, de los infartos. Incluso el delicioso café ha pasado a representar un peligroso alcaloide… salvo que se lo beba al estilo americano, vale decir, aguado a más no poder.
Esta introducción destiemplada, dirían los payadores criollos, viene a cuento de que leyendo los poemas de Silvio Tejada y, en especial, «69», recordé cierta frase dicha por un amigo que conocí en 1974. Yo apenas había empezado en la militancia revolucionaria, en cambio, él llevaba ya varios años militando. Una tarde, estábamos en el café La Strega, frente a Plaza Colón, en Córdoba. Hacía dos horas, dos cafés «cargados», medianos, y medio atado de cigarrillos cada uno, que estábamos conversando sobre marxismo. En la calle seguía lloviznando como en las películas argentinas de los 60, con sus matices existencialistas. Nos habíamos sentado junto a la ventana. El flaco miró hacia adentro del café y dijo «Qué oscura emoción sentí al oír nombrar por primera vez, en una mesa de café, la palabra revolución». Eso dijo, textualmente. Y lo fue silabeando poéticamente.
El flaco medía 1,97, usaba anteojos para miopía, tenía dedos larguísimos que parecían dibujar lo que explicaba. Encendimos cada uno otro cigarrillo y seguimos mirando por la ventana. Dejamos de hablar de marxismo. El flaco había nombrado lo que más importaba: la revolución. Sobre la misma avenida Colón, pero yendo hacia el Correo, antes de cruzar la Cañada, en esos años quedaba el Bar Nacional, de populosa y variada clientela, abierto las 24 horas, con puchero y minutas siempre listas para servir. Todo el mundo, cualquier habitante de cualquier mundo social y económico podía concurrir allí en cualquier momento. Derechas e izquierdas, en moto, en auto, o a pie, con mucho o poco dinero. Un poco más allá, apenas pasando la Cañada, quedaba el bar Shangai. Era un bar para gente muy pobre y también abría las 24 horas. Servían enormes licuados de leche con banana acompañados de sándwich de milanesa a muy bajo precio. Y vino del más barato. Curiosamente, quedaba situado en una de las zonas más caras en su valor edilicio y más elitistas. Allí era donde concurría el proletariado más humilde, ese con el que decíamos querer concretar la transformación social. Ese que a menudo ni siquiera tenía una burocracia sindical a la que reclamarle derechos. El de las sirvientas y los peones.
45 años han transcurrido desde aquella tarde lloviznosa y no hemos hecho la revolución socialista en Argentina. No sé si aquel flaco estará vivo, o si se lo llevó la correntada del terrorismo de Estado hacia alguna orilla. 50 años han transcurrido ya desde el Cordobazo en el cual no participé, pues todavía no había despertado a la conciencia política. El Cordobazo que transcurrió en el barrio Alberdi, del Hospital de Clínicas y de la Plaza Colón. Hace 13 años que se aplica la ley anti-taba-co en Córdoba, la cual prohíbe fumar en los bares. Son las cuatro de la madrugada y la clientela ha ingerido tres botellas de cerveza, medio litro de fernet con coca y otras yerbas, pero en bien de su salud debe salir a fumar un pucho en la vereda. Hace 12 años que fue asesinado el maestro Carlos Fuentealba. Un fusilamiento criminal y desdichado, una vergüenza criminal sin terminar de ser juzgada. La voz de aquel flaco de 1,97 parece haber quedado flotando en la neblina del humo de tabaco, esa matriz de espejismos. Tan lejana me suena su voz, que a veces temo que también la revolución se haya quedado para siempre flotando en la niebla. Sin embargo, Silvio Tejada vuelve a nombrar esos yacimientos revolucionarios en relación con un Shanghay que… ya no es un bar al paso. Este Shanghay es la antigua ciudad china, convertida actualmente en una metrópolis futurista del comercio capitalista mundial, dentro de un Estado que, en otros aspectos, es… comunista y que, hace largos años ya, realizó una revolución socialista. De pronto, en cierto verso detecta un «bosque de semillas» y eso es lo que importa.
El lenguaje a veces coloquial, a veces lúdico, otras irónico y humorístico de los poemas de Silvio Tejada no le tapa el bosque, se lo revela. Le destaca a la intemperie que hay un «esqueleto moribundo» al que le ha dado por «imitar a la vida con su muerte» y decide no disculparlo: lo va a esperar «para atarle las pesadas palabras/ que hundirán sus mentiras/ burbujeando al fin el desahogo de poesía». ¿Por qué? Pues porque en la Argentina pos 2001, pos Argentinazo de 42 jóvenes cuyas flores de sangre reventaron en las calles, la historia se repite como en aquel tango: «mi muñequita dulce y rubia» (…) y, si bien sigue cayendo «la misma lluvia», ya no tomás café si no vas a pagarlo con aseo de clínica privada a Martínez, o te lo pasás en Star, o te lo llevás envasado en telgopor, igual que si lo bebieras en NYC, o en Shanghay. Pero eso no implica que la revolución socialista se haya vuelto innecesaria pues, peor que en los 70 de nuestra juventud, y más parecido a los 30 de nuestros padres y abuelos, el hambre, la peor de las torturas, el terrorismo estatal y privado más imperturbable y endémico, no ha desaparecido. Solo desaparecieron los que en los 70 luchaban contra el hambre. Silvio lo registra: «ni pa un pan en nueva shangay ni pa un pan no hay ni pa un pan.»
* Escritora

 

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