Domingo 24 de marzo 2024

Simbiontes de tripa y mente

Redacción Avances 09/08/2020 - 12.45.hs

Las bacterias de la flora intestinal pueden hablar el lenguaje de las neuronas. ¿Cómo puede este organismo, desde el interior del intestino, relacionarse con enfermedades del cerebro? Pase y lea.

 

Alejandro Villarreal *

 

“Güeno, el Mendieta, por ejemplo, está yeno de insetos. Y los insetos yenos de bacilos. Y los bacilos yenos de virus. Mendieta no es un perro, es un ECOSISTEMA” (Inodoro Pereyra “El Renegáu”, poema telúrico de Fontanarrosa).

 

Dentro de un ecosistema, las especies no solo habitan, sino que interactúan entre sí de distintas maneras: predador-presa, parásito-huésped, por ejemplo. Existen interacciones del tipo mutualismo, en donde dos especies se benefician por dicha interacción. También existe una condición más extrema conocida como simbiosis. En este caso, dos especies no solo se benefician por la interacción, sino que de ello dependen su supervivencia. Es una relación extremadamente íntima y persistente que se logra luego de muchísimos años de convivencia (muchísimos = miles y miles). Nosotros, las personas, somos parte de un ecosistema y somos también un ecosistema, como el Mendieta.

 

Simbiontes de tripa.

 

El término “flora intestinal” hace referencia a especies de bacterias que habitan en nuestro intestino, es decir, la parte del tubo digestivo que continúa al estómago. En el intestino, sobre todo en las primeras porciones, ocurre la absorción de nutrientes digeridos desde el estómago e incluso de aquellas sustancias que el estómago no pudo digerir. El intestino, en sí mismo, no tiene grandes capacidades digestivas pero contiene estas bacterias “buenas” que colaboran con la digestión de algunos compuestos. Estas bacterias obtienen así también sus nutrientes (no confundamos buenas con “buenudas”). Es una simbiosis.

 

La convivencia.

 

Sabemos muy bien quién es el Hombre Araña. Uno de sus enemigos conocido como “Venom”, es un simbionte. Es un organismo extraterrestre que “invade” el cuerpo de un humano llamado Eddie Brock. El organismo simbionte sin el cuerpo humano, muere. Lo necesita para alimentarse, moverse, etc. El humano, por su lado, se vuelve increíblemente poderoso (un digno enemigo del increíble Hombre Araña). Hago, sin embargo, una crítica a este personaje. Supongamos que existe vida extraterrestre y supongamos que logra llegar a la Tierra. Sería muy poco probable que de forma tan inmediata un organismo extraterrestre pueda encontrar semejante “complementariedad” con el humano. En general, estas formas de interacción ocurren luego de muchísimos años de convivencia. De hecho, se dice que estas especies han evolucionado en forma conjunta (han co-evolucionado). No es una interacción espontánea. Tomemos otro ejemplo del cine. Recordemos el final de La Guerra de los Mundos en la versión de Steven Spielberg, protagonizada por Tom Cruise y Dakota Fanning. Hay una invasión por alienígenas que utilizan sangre humana para nutrir sus cultivos. La trama de la película narra la historia de gente escapando de su inevitable destino y el combate inútil de las fuerzas militares sobrepasadas por la especie invasora. Al final, la especie invasora enferma. Según narra Morgan Freeman con voz en off, es porque no pudo resistir la infección por ciertos microorganismos que hay en el aire y en el agua. Microorganismos con los que los humanos hemos convivido por miles de años. Microorganismos que nos resultan inofensivos porque tantos años de convivencia nos dieron inmunidad y con esa inmunidad, el derecho a vivir en esta tierra (palabras de Freeman). Acto seguido, un trípode alienígena gigante que tambalea moribundo en el cielo a causa de su precaria respuesta inmunológica es reventado por una serie de misiles militares. Porque a veces con la biología no alcanza. Porque a veces, para terminar una película, resulta inevitable disparar una serie de misiles que pongan fin al conflicto.

 

Nuestra convivencia con la flora intestinal tiene millones de años porque incluso trasciende a la especie humana desarrollando una relación muy estrecha. No está muy claro cómo es que esas bacterias llegan hasta el intestino. Es decir, hay distintos orígenes. Todos, o la mayoría, por vía materna. No solo nuestro intestino acepta la llegada de estos microorganismos, sino que nuestra alimentación incluye el consumo de probióticos, es decir, sustancias que sirven de alimento a esas bacterias. Las aceptamos y las mantenemos sanas. Las cultivamos. Esto resalta lo importante de la flora intestinal para nuestra vida. Sin embargo, no solo para nuestra digestión.

 

Simbiontes de mente.

 

Las bacterias que conforman la flora intestinal (o microbiota), digiere compuestos que ingerimos. De esta digestión, obtienen nutrientes y energía, y en este proceso se generan compuestos, metabolitos, producto de la digestión bacteriana. En los últimos años se vio que estas moléculas generadas por la flora intestinal tienen un impacto en nuestro cerebro. Es difícil de creer, estando el intestino tan alejado del cerebro, pero ocurre. Podemos pensar a esta comunicación entre bacterias de la panza y neuronas en el cerebro como una carrera de postas. En nuestro caso esta carrera de postas se llama: “eje intestino-cerebro”. Todo comienza con la liberación de compuestos en el intestino desde las bacterias y termina en el cerebro donde ocurren cambios que impactan en nuestro comportamiento, mejorando o empeorando enfermedades existentes, etc. Entre el intestino y el cerebro hay tres formas de posta: 1) Las moléculas bacterianas activan a las neuronas que están cerquita, en nuestro intestino (esas que le dicen cuando moverse y cuando no). Al hacerlo, estas pueden transmitir señales al sistema nervioso central llegando al cerebro.

 

2) Las moléculas bacterianas, atraviesan las paredes del intestino ingresando al cuerpo. Activan al sistema inmunológico quien a su vez estimula al cerebro a través del torrente sanguíneo.

 

3) Las bacterias pueden producir, ellas mismas, NEUROTRANSMISORES!

 

Esto último debería llamar mucho la atención, porque las bacterias intestinales utilizan el lenguaje de las neuronas. Los neurotransmisores como la DOPAMINA son moléculas que permiten una comunicación entre neuronas. Es decir, en forma directa, las bacterias de la flora intestinal (pero no cualquier bacteria) pueden hablar el lenguaje neuronal.

 

Si bien es un campo científico en crecimiento, se ha visto una relación entre la producción de neurotransmisores por bacterias de la flora intestinal y el estado de la salud mental en humanos. Pareciera ser que las bacterias del intestino mantienen cierto balance o equilibrio en los niveles de neurotransmisores cerebrales. Entonces, cambios en la flora intestinal, traerían consecuencias importantes en el estado general del cerebro. Una vez más, la correcta alimentación sería parte de la clave para una buena salud mental. Siempre lo supimos, pero el diálogo de estas bacterias con el cerebro pareciera ser más directo de lo que creíamos.

 

¿Quién le dio ese poder a las bacterias? ¿Por qué delegar a estos microorganismos tanto control sobre nuestro sistema nervioso? Respuestas a estas preguntas nos llevan a los primeros párrafos: evolución de las especies en convivencia.

 

*Investigador de CONICET. Instituto de Biología Celular y Neurociencias “Prof. Eduardo de Robertis” (UBA-CONICET). Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires.

 

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