Jueves 28 de marzo 2024

Violencia por otros medios

Redacción 19/02/2017 - 00.32.hs

Francisco Bompadre * - El fenómeno de los pabellones pentecostales abarca a toda América Latina. En Argentina, el primer registro de uno con estas características lo encontramos en la cárcel de Olmos, al iniciarse la recuperación democrática.
A lo largo de más de 30 años, el llamado "pentecostalismo carcelario" se fue desplegando por todas las prisiones de nuestro país y adquirió características diferentes según las complejidades del momento histórico y político que atravesaba, e incluso, no estuvo exenta de conflictos y tensiones con las propias autoridades penitenciarias.
La particularidad de la Unidad Penitenciaria Nº 1 de Olmos radicó en la figura del joven suboficial Juan Zucarelli, quien además de ser agente penitenciario oficiaba como pastor pentecostal: con ambos perfiles entonces, fue capaz de iniciar en soledad una forma nueva de abordar la conflictividad y violencia carcelarias. Zucarelli había intentado mediar como pastor en un motín muy violento que se produjo en Olmos en noviembre de 1983 pero su ingreso fue rechazado por las autoridades. Allí se convenció que debía formar parte del propio servicio penitenciario para trabajar y predicar "desde adentro", bregando así por los cambios necesarios para la institución carcelaria, siempre difícil y siempre abandonada por la sociedad. A la semana siguiente Zucarelli ya era miembro del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB): lo que según el propio actor se trató de un verdadero "milagro", dado que un trámite de ese tipo en aquella época llevaba alrededor de 8 meses.
Ya en el doble papel de pastor y agente penitenciario Zucarelli convocó a más de 300 internos para la realización de un festival musical dentro de la cárcel. Sin embargo, optó por cerrar las puertas desde afuera y en vez de música se escuchó la palabra de un pastor pentecostal. Curiosamente, los presos no se enojaron y más de un tercio se interesó en la religión: un nuevo "engaño milagroso". A esta estrategia inicial, le sumó la posibilidad que le brindaba contar con una radio dentro de la cárcel. Les propuso a sus superiores arreglar los equipos radiales dañados a cambio de poder predicar una hora por día como pastor, lo que fue aceptado por sus jefes penitenciarios. Esta modalidad fue la que Zucarelli volvió a utilizar para la reconstrucción de un pabellón de la cárcel de Olmos en desuso: propuso arreglarlo si le permitían luego alojar allí a todos los presos convertidos a la religión que predicaba. Nació ahí el primer "pabellón evangélico", caracterizado por la limpieza, el orden y la disciplina ejemplar de sus internos.

 

Tercerización.
Los "milagros" atribuidos por Zucarelli y la rápida expansión del pentecostalismo carcelario encuentran una explicación más plausible en las necesidades políticas y de gobierno que el Sistema Penitenciario Bonaerense enfrentaba. En efecto, la cárcel de Olmos era una especie de vidriera del sistema penitenciario provincial y atravesaba uno de sus peores momentos en términos de violencia y conflictividad internas.
La salida de la dictadura militar había puesto en la agenda política y social a las instituciones militares, policiales y a los servicios penitenciarios (federal y provinciales). No sólo nos referimos a las denuncias a los agentes que habían participado activamente de la represión estatal, sino incluso al rol que los servicios penitenciarios habían tenido en el sistema de los Centros Clandestinos de Detención (CCD). Incluso, la propia estrategia del Estado represor que se aplicaba en las cárceles de nuestro país debía cambiar en un contexto político donde se juzgaba abiertamente el uso desmedido de la violencia estatal.
La cárcel de Olmos, por su parte, añadía a la situación descripta un proceso de cambio de pautas de convivencia entre los propios presos. Había una fuerte tensión interna por la aparición de un grupo de presos jóvenes que robaba dentro de la cárcel a otros presos. Esto alteraba radicalmente los códigos señeros del orden interno de la cárcel, produciendo más violencia entre los propios internos y frente a los propios agentes penitenciarios que debían intervenir para frenar las disputas aludidas.

 

El hombre.
La respuesta del Servicio Penitenciario Bonaerense no podía ser la que se había aplicado durante la dictadura militar. La violencia estatal estaba siendo juzgada por la sociedad como para sumarle otro capítulo en las cárceles de la democracia. Y la preocupación que esto conllevaba para las autoridades penitenciarias habilitó la estrategia del pastor y agente Zucarelli. Este contexto entonces, explica mejor los "milagros" y la rápida expansión del pentecostalismo carcelario. Zucarelli ingresa en breve tiempo al SPB, es destinado justamente a la Cárcel de Olmos, se le permite encerrar a 300 internos y predicar el evangelio sin autorización de un superior, arreglar los equipos de transmisión radial y utilizar una hora por día para su prédica religiosa, poner en condiciones un pabellón entero y luego seleccionar a los presos que lo pueden habitar.
La "vidriera" que el SPB necesitaba mostrar tenía nombre y apellido: se llamaba Zucarelli. Y con él entonces vendrían los presos modelos, limpios, afeitados, obedientes, que no beben alcohol ni se drogan, que no se amotinan ni se pelean entre ellos, no realizan huelgas de hambre ni denuncias judiciales, que estudian, trabajan y utilizan una vestimenta y un vocabulario alejados del "código tumbero". La nueva estrategia mostraba un sector de la cárcel con una bajísima conflictividad y violencia, situación que no encontraba ateos en el contexto social que se vivía en el país.
La cárcel de Olmos, la más grande de la Argentina, actualmente cuenta con 1.500 presos evangélicos sobre una población que supera los 3.200 internos. La mitad de la población carcelaria (dos pisos enteros) vive controlada bajo la "privatización" y "tercerización" pentecostales. Zucarelli y los 800 pastores de las 50 cárceles bonaerenses lo hicieron. Y el vacío de una política pública penitenciaria respetuosa de los derechos humanos, claro está.

 

Pabellón evangélico.
La jerarquía de los pabellones evangélicos (conformada por el pastor, los siervos, los "limpieza" y otros colaboradores) remplaza al SPB en la regulación del orden, el control y el castigo hacia el resto de la población del pabellón, a la que denominan "ovejas", "pueblo"o "hermanos". En efecto, es el propio pastor y los siervos quienes deciden quién puede o no puede entrar a vivir al pabellón evangélico. Este derecho de admisión continúa y se despliega a través de la imposición de una serie de pautas o reglas internas, las que deben ser cumplidas para que la presencia en el pabellón no sea puesta en duda. Las reglas abarcan un conjunto de situaciones que van desde el aseo y la higiene personal hasta las conductas íntimas como la prohibición de tener sexo con otros internos, masturbarse, etc., la imposibilidad de drogarse o beber alcohol, no usar facas, entregar el "diezmo" a la jerarquía religiosa, la obligación de orar y saber los rituales del evangelio. Este riguroso sistema de gobierno hacia dentro del pabellón evangélico tiene como máxima sanción la expulsión de quienes no prestan obediencia a este orden carcelario; lo que implica volver a un pabellón común o de "cachivaches", donde la dosis de violencia diaria que se requiere para sobrevivir es extenuante, además de la vulnerabilidad frente a los agentes del propio servicio penitenciario.
Este miedo a volver a un pabellón extremadamente hostil funciona como disciplinador y pacificador hacia el interior del pabellón evangélico. Permite entonces, que los presos que no pertenecen a la jerarquía religiosa se esmeren por cumplir las reglas, más allá de cuan convencidos o convertidos a la religión estén. Y al mismo tiempo evita que se pongan en cuestión los privilegios de los que goza la jerarquía: la utilización de las mejores celdas y camas, el uso de aparatos electrónicos (heladeras, televisores, etc.), el cobro del diezmo que el resto de los presos debe aportar (alimentos, tarjetas telefónicas, etc.), e incluso la utilización de facas que los siervos portan dentro del pabellón, dado que son los únicos habilitados a usar la fuerza física en caso de ser necesario para el mantenimiento del orden.
Cuesta comprender esta vigencia en un Estado Democrático: un grupo religioso decide quién entra, quién permanece y quién se debe ir de una cárcel estatal; cuánto se debe diezmar; quién está habilitado a utilizar la violencia; cuál es el decálogo de conductas prohibidas y los deberes que deben cumplirse. En ciertas cárceles incluso, los agentes no ingresan durante varios meses, delegando hasta las requisas en los miembros de la jerarquía religiosa. Así, el ideal resocializador de nuestras leyes, también se ve privatizado.
* Abogado y docente, UNLPam

 

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