Domingo 28 de abril 2024

La Maga presenta "El hueco"

Redaccion Avances 10/03/2024 - 15.00.hs

La Maga trae una nueva propuesta literaria. En esta oportunidad, un cuento del escritor mendocino Sebastián Maturano, un autor que además de narrativa y poesía, ha publicado en el género historieta.

 

Gisela Colombo *

 

Este hueco da miedo. Sobre todo por la oscuridad y las casas vacías. Y el silencio. Pero la oscuridad de acá no se parece a otra. No se ve nada, pero se sabe que hay algo más, un espacio por el que se puede avanzar para llegar a los mismos sitios que tan promisorios se presentan cuando brilla la luz del día.

 

Y el viento. El viento es el otro elemento que se suma al miedo de las noches en este lugar. Es un viento calmo, casi imperceptible, que mueve los árboles, las ramas y las hojas, que no se ven, pero están. Y cada ruido que produce parece transformarse en otra cosa, un animal, una bestia extraña que acecha del otro lado.

 

Los ladridos de los perros, a lo lejos, se oyen minúsculos. Las casas vacías y las casas habitadas, a la distancia, forman algo. Adentro el hueco cruje, como si en cada uno de sus centímetros naciera una llaga. El hueco también tiene miedo a la noche.

 

Una vez, en un lugar cercano, encontré un caballo muerto. Estaba en un avanzado estado de descomposición. Alrededor del cuerpo, que era pedazos de carne agusanada, había un grupo de aves de carroña. Parecían magnetizadas por el festín que se les presentaba, el mismo que me imantaba a mí. Los pájaros, al percibir mi presencia, alzaron la vista. Vi cómo los ojos rojos resplandecieron. Supuse que me estaban escaneando, aunque no pude asegurarlo. Por las dudas hui del lugar, que me atraía y expulsaba por partes iguales, y emprendí el regreso.

 

Desde ese día no volví a salir del hueco. Es peligroso estar afuera, prefiero preservar mi pellejo un tiempo más, hasta ver si las cosas se aclaran, o si siguen igual de turbias. No puedo confiar en nadie.

 

Ahora veo a un chico que trabaja en una empresa de rescates sísmicos. Es una imagen difusa que de a poco adquiere forma. Es un muchacho joven, adicto al zoma, que una noche, después de una fiesta, pasa por el domicilio de un amigo para pedirle plata. Después nadie lo vuelve a ver. Comienza una búsqueda que dura días, con rastrillaje por tierra y cielo, con perros, drones y helicópteros de las fuerzas especiales. Finalmente lo encuentran, varios días después, colgado de un árbol en el cruce que divide las rutas internacionales, en un camping abandonado. Es un terreno amplio, con una forma extraña. Para entrar hay que atravesar un túnel de arbustos espinosos. En algunos tramos las plantas se cierran tanto que los uniformados tienen que arrastrarse durante varios metros. El cuerpo está descompuesto y presenta profundas lesiones producidas por animales de la zona, principalmente aves de carroña. Lo que más impacta es el cuello, estirado a límites inimaginables. A partir de allí surgen sospechas de una muerte en manos de agentes de Neocor, porque el lugar en donde apareció el cuerpo, en teoría, ya había sido rastrillado. Comienza una investigación por asesinato, que sin embargo pronto vira a la hipótesis del suicidio: el joven tenía antecedentes psiquiátricos, diagnóstico de depresión, medicación, etc. Los fiscales abandonan la teoría homicida y el caso se cierra.

 

Pero el chico no está muerto, al menos en la visión que se me presenta lo veo vivo. Viaja en una nave pequeña. A bordo van unos seres azules que le lamen el cuello mientras él mira por una ventanilla ovalada el espacio exterior. Parece que va a llorar, pero se contiene. Los seres azules tienen en la punta de la lengua algo parecido a un alfiler, que le entierran en el cuello y parece dilatar la piel y los huesos. La cabeza del chico se aleja cada vez más de su cuerpo, como si el cuello fuera de plastilina. No sé si los seres azules le inyectan alguna droga o si le succionan la sangre, pero la piel empieza a derretirse. En un momento, la cabeza se desprende del torso y los seres azules parecen excitarse.

 

Al lado viaja una mujer. La conozco. Su nombre es Rosario y desapareció hace tres años. Vivía cerca de acá, en el Valle Alto. Un día Rosario fue a buscar trabajo. Cuando salió de la entrevista hizo dedo. Algunos testigos dicen que la vieron subirse a un auto, otros a una moto. Lo cierto es que nunca regresó a su casa.

 

Poco tiempo después aparecieron una serie de cartas de despedida, bastante pormenorizadas, dirigidas a cada integrante de la familia y supuestamente escritas por ella.

 

Pero las cartas estaban en un archivo de la computadora de Rosario y esto complicaba su veracidad, las podía haber escrito cualquier persona que tuviera acceso a la máquina. Sus familiares dijeron que no podían ser verdaderas porque ella nunca habría abandonado a sus hijos. Valle Alto se pobló de afiches fotocopiados con la imagen de Rosario pegados en los postes de luz, con indicaciones sobre su búsqueda.

 

La nave sigue viaje. La visión se interrumpe cuando los seres azules empiezan a acercarse a Rosario.

 

Sebastián Maturano (Mendoza, 1984). Estudió en la Escuela de Bellas Artes de la ciudad de Mendoza y en la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional de Cuyo. Publicó la historieta El descanso del plantígrado (Llanto de mudo, 2014), el libro de poesía Nocturnos (Dínamo Poético, 2015), y en narrativa Diario de la fobia (Borde Perdido, 2020) y Lo que enferma (Eloísa Cartonera, 2023). Desde 2013 lleva adelante en la ciudad de Córdoba el sello de arte y literatura Borde Perdido Editora. El cuento “El hueco” forma parte del libro Bestia extraña (Paradiso, 2024).

 

* Docente y escritora

 

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