Sabado 27 de abril 2024

¿Qué es la cultura?

Redaccion Avances 17/03/2024 - 06.00.hs

Los ataques a la cultura realizados por el actual presidente y sus partidos políticos, han hecho que se torne indispensable preguntarnos qué es la cultura.

 

Nilda Redondo *

 

La cultura está constituida por el canto, la música, la danza, la poesía, la escritura en general, el cine, la pintura, la escultura, la alfarería, el teatro, las artes circenses y de representación? O la cultura es la manera de producirse como humanidad por parte de una comunidad, producirse en todas sus perspectivas: cómo se usa el tiempo libre, qué vínculos se entablan entre sus integrantes, cómo se distribuye la riqueza, cómo se siente en la propia carne el dolor ajeno, cómo se considera a sí misma ante los ojos de las otras culturas. Es decir que la cultura abarca todas nuestras prácticas; es todas y cada una de las cosas que producimos, los objetos que hacemos, la manera de mirarnos y de amarnos, las formas en que cuidamos a nuestrxs pequeñxs, la consideración por lxs otrxs que tenemos al hablar y al actuar. Cultura es también la manera de organización política, las prácticas democráticas o autoritarias, las formas del sectarismo y la dogmatización.

 

Con esto quiero decir que la cultura no siempre es lo bueno o sólo lo bueno. Lamentablemente, el fascismo expresa una prepotente cultura del desprecio, la insensibilidad por el dolor de las personas a las que considera inferiores. El fascismo, digo, que en mi consideración es la expresión sin máscaras del capitalismo en su mayor expansión, en el que la muerte, el aniquilamiento y la insensibilidad ostentosa ante ella, se enseñorean en los rostros y las palabras de quienes lo sostienen.

 

Por esto es que en realidad no debemos decir que el fascismo siempre ataca a la cultura puesto que lo que pretende hacer es sustituirla por otra. Así es como inventa otros orígenes, adopta otras formas, desarma las instituciones que la han expresado pero no deja la nada sino que sustituye. Claro que en este proceso de sustitución, las formas de oposición y resistencia pueden ser múltiples y este es el reto que hoy tenemos.

 

Comencemos por saber decir NO. Un NO contundente que nos constituya como personas y nos permita comenzar a pensar nuevamente nuestra propia cultura. Quiero decir, el fascismo genocida que ahoga e impone no será eterno pero debemos evitar que nos normalice. Que nos acostumbremos a su simbología, sus prácticas y su autoritarismo supremo.

 

¿La cultura es trabajo?

 

Otra pregunta que aparece es qué sucede con la cultura y su relación con el trabajo. ¿Qué es el trabajo propiamente? Yo lo voy a tomar en sus dos acepciones, la del trabajo sometido, subsumido por el capital y la del trabajo liberado. En este sentido me asiento en la tradición marcada por Carlos Marx ya señalada en los Manuscritos Económico Filosóficos pero desarrollada en el Libro I Capítulo VI (inédito) de El Capital y que, de manera brillante, nuevamente toma Antonio Negri en Arte y multitudo. Así es como una misma acción puede ser vista como un acto de mercantilización y alienación del ser y de su producto, o como un acto de liberación. Esa liberación y expansión del ser se produce si, y solo si, no existe la subsunción al capital, si el trabajo no es enajenado, no se vende ni se compra. La otra condición es que esa expansión sólo se produce si se trata de un acto colectivo o comunitario. En todo caso, también podemos decir que la expresión artística y cultural liberada, cuando se manifiesta en un determinado ser, individuo, individua, la lectura que corresponde es que expresa el deseo colectivo de nuevas utopías; desde la perspectiva de Negri, podríamos decir, una excedencia del ser; él nos recuerda que el ser sólo se perfecciona si es colectivo. Gilbert Simondón, por su lado, diría que no hay ninguna otra posibilidad. Que la individuación es un permanente y cuántico proceso colectivo.

 

Todas las fuerzas dominantes, las clases sociales dominantes, desean, y logran en muchos casos, confiscar esa potencia: la pueden subsumir en instituciones estatales o en instituciones vinculadas directamente al capital, que deriva indefectiblemente recursos para sostener su propia imagen cultural. Por esta razón, el trabajo liberado, no enajenado, debe permanentemente pensarse a sí mismo como autónomo; solamente esa autonomía le permitirá dar la batalla cuando las lógicas de esas clases dominantes llegan al extremo de querer lograr la sustitución total.

 

Un caso cercano en el tiempo, puesto que cincuenta años es poco para esto a lo que me voy a referir, es el genocidio perpetrado en torno a la última dictadura militar: su foco estuvo en la sustitución lograda a través de la desaparición de personas, el encarcelamiento, el exilio, la quema de libros, la desaparición de las obras, la extinción por vía de la muerte siempre cruel y genocida, de las organizaciones insurgentes, de los modos de vida desarrollados en ese corto tiempo de doble poder dado entre fines de los 60 e inicios de los 70 en Argentina.

 

No se trató de lxs intelectuales y artistas, las revistas político culturales, los libros, los cuadros, las esculturas, las representaciones teatrales, por un lado y las organizaciones revolucionarias desplegadas en un ancho campo socialista, por otro. Fue en un mismo y único movimiento multiplicado con sus mil rostros de la muerte y la destrucción.

 

La situación del presente tiene características diversas, pero igualmente son genocidas y apuestan a la insensibilización, a que la gente no piense ni mire. Que no se conmueva ante los cuerpos desnutridos de los niños y de las niñas, de los ancianos y las ancianas durmiendo-muriendo en las calles, de las personas sin techo, ni agua, ni comida, ni escuela, ni nada.

 

Quiero decir que ésta es una nueva cultura: la de la indiferencia y deshumanización. La que sostiene que no importa a cuántos y cuantas se deba sacrificar en aras del pago de la deuda externa, cuyos fondos han sido apropiados una vez más por los privados que gestionan el Estado con el fin de garantizar sus propios intereses de ganancia ilimitada.

 

Autonomía.

 

En los 70 del siglo XX se usaba esta denominación de “trabajador de la cultura” básicamente por dos razones: por un lado se cuestionaba así el concepto de arte y cultura impuesto por las clases dominantes de Argentina que podríamos representar paradigmáticamente en la revista Sur; en ella se sostenía que la producción artística y cultural es puramente inmaterial, espiritual y apolítica. Una manera interesante de enmascarar sus propias opciones por el mundo occidental anticomunista y antiperonista (celebraron el golpe de Estado de 1955).

 

Pero la palabra “trabajador” también era utilizada en los 70, porque había una cierta desconfianza hacia todo lo que no fuera perteneciente a la clase social que se consideraba debía encabezar el proceso revolucionario, el proceso de cambio hacia el socialismo. No se usaba para convertir al artista e intelectual en asalariado del Capital o del Estado como representante del Capital. No, esos trabajadores de la cultura como los del FATRAC (del PRT) o los de izquierda peronista, buscaron formas autónomas de organización, cooperativas como el Libre Teatro Libre; hicieron Universidades y editoriales cooperativas como la Vigil de Rosario, Santa Fe, o buscaron su propia producción como el Cine de Base de Raymundo Gleyser. De esta manera sí se pergeñaron como excedencia del ser. Además, se complicaban en un proceso mayor de lucha por la liberación nacional y social, con una clara intervención en la praxis vital, con sentido de vanguardia (no de vanguardismo).

 

Incluso dieron la disputa a la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) con agrupaciones como la AGE (Asociación Gremial de Escritores) en la que participó Haroldo Conti y en nombre de la cual denunció, en 1975 en Guayaquil, las persecuciones y asesinatos perpetrados por la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón. Pero el sentido de la AGE y otras agrupaciones de este tipo no era convertirse en sindicatos burocráticos que negociaran lo menos peor dentro del capitalismo, sino que se plantaban como una resistencia contra esas máscaras de mil rostros sembradas por las clases dominantes en el seno de las instituciones “culturales”.

 

Para esto es necesario no concebirse como “sector”, en símil con los sindicatos pensados por “rama de producción”, sino llevar adelante prácticas de organización más llanas, con menos delegación, que active la participación de base que tan desvaída está en los últimos tiempos y mezclarse, sumergirse en el seno de la sociedad.

 

Entonces, las trabajadoras y los trabajadores de la cultura pueden ser asalariados, asalariadas, porque es necesario para su subsistencia en el propio sistema capitalista en el que nos ha tocado amanecer, pero, también deben producir por fuera de él, con autonomía. Así podrán convertirse en “madrugón del sujeto humano” como dice El Príncipe de Mascaró, radiante novela de Haroldo Conti.

 

Cultura y educación.

 

Una de las características distintivas de Argentina han sido sus avances en el sistema educativo, que ha permitido una mayor cantidad de población accediera a la lectoescritura y a mayores niveles de formación en el sistema escolar. En general, un elevado porcentaje de la población llega a los niveles primarios porque así fue pensada la educación sarmientina, y luego, a medida que se segmenta la sociedad por clases sociales, cada vez más, un grupo menor llega a los niveles universitarios; ni hablar de la formación de posgrado, de élite. Nuestra sociedad ya tenía esta característica, pero el golpe de la nueva derecha, al restringir de manera casi absoluta el financiamiento educativo, es letal. Imagina, en su fantasía alucinada, a personas hambreadas, humilladas en sus trabajos, y retornando a la sola comunicación oral, o si fuera posible, a ninguna; como si estuviera instalando campos de concentración a cielo abierto. En esto consiste la reivindicación del liberalismo del siglo XIX que se realiza insistentemente. Un siglo en el que hubo muchas luchas por parte de los y las oprimidas, pero también finalmente, muchas exclusiones, negaciones y prácticas genocidas con indios e indias, negros y negras, mulatos y mulatas, mestizos, mestizas; con obreros y obreras, trabajadores y trabajadoras. Hubo represiones para la mayoría y opulencia y apropiación de tierras y riquezas por parte de la oligarquía, nuestra clase dominante fundadora.

 

Ahora bien, esto no significa que nosotras, nosotros, pensemos que se tiene más inteligencia y cultura a medida que se asciende en el grado de escolarización. Eso sería adscribir a una concepción iluminista y a la vez ciega, incapacitada para percibir la riqueza de la cultura popular y de las tradiciones orales como así también la vida misma, fluyendo en el presente. Probablemente, ese murmullo del que tanto escriben los filósofos Giles Delleuze y Félix Guattari, es el que nos ha estado faltando percibir. Es hora de hacerlo, a la vez que continuar sosteniendo nuestra lucha por el derecho a la educación gratuita, laica, no dogmática, diversa, autónoma, inclusiva.

 

Pero también en este territorio -tal vez en el que con más precisión se pone en evidencia- el sujeto colectivo que se constituye es el resultado de las luchas simbólicas y materiales que se entablan entre las ideología de las clases dominantes, que desean personas sumisas y acríticas o en todo caso indiferentes, humanamente indiferentes; y las que deseamos las y los que nos representamos y activamos del lado de la constitución de una nueva cultura. Una cultura solidaria, afectuosa, que nos genere conocimientos que nos permitan un mejor vivir colectivo tanto subjetiva como objetivamente; con panes, danzas, palabras bellas, arte, política, música, techo, cuidados; y sobre todo, que nos impulse a desplegar autonomía, de manera tal que podamos evitar las extorsiones, los insultos, los látigos cotidianos que nos propinan en el presente como sociedad, como habitantes de Argentina. Para que podamos tener una iluminación profunda que nos ayude a ser finalmente otras y otros.

 

* Investigadora. Directora de Cátedra Libre Ernesto Che Guevara, Facultad de Ciencias Humanas, UNLPam. Escritora.

 

 

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