Sabado 16 de marzo 2024

Glifosato y arsénico, un combo con potencial cancerígeno

Redacción 13/11/2019 - 22.59.hs

El investigador de CONICET Rafael Lajmanovich reveló que la mezcla del herbicida con el arsénico presente en el agua genera severas mutaciones en el ADN de los anfibios, en su metabolismo y en el sistema hormonal. Asimismo alertó sobre riesgos ecotoxicológicos para las poblaciones silvestres y humanas.

 



Rafael Lajmanovich es Doctor en Ciencias Naturales e investigador independiente de CONICET en la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Se dedica a estudiar, desde hace 22 años, el impacto de los herbicidas de uso agroindustrial en la biología de especies anfibias, tales como las ranas y renacuajos autóctonos.

 



En el transcurso de su carrera, Lajmanovich se dedicó a comprobar lo que los pueblos rurales y de regiones periurbanas denunciaban desde que la soja genéticamente modificada ingresó a los campos argentinos: que los agroquímicos –con el glifosato a la cabeza- generan daños a corto y mediano plazo en la salud del pueblo y del medio ambiente.

 



El tema es que este agroquímico no actúa en soledad y hay elementos naturales, como el arsénico, que potencian su peligrosidad en zonas donde ambas sustancias prevalecen en el agua, en grandes concentraciones. A esa conclusión llega el experto en su trabajo, recientemente publicado en la revista científica Heliyon.

 



Desde la Agencia CTyS-UNLaM se le realizó la siguiente entrevista al investigador de CONICET Rafael Lajmanovich:

 



¿Cómo surgió el estudio combinado de glifosato y arsénico en anfibios?

 



Por el año 2014, el médico Channa Jayasumana publicó un trabajo muy interesante sobre salud pública en Sri Lanka. El estudio decía que la exposición a mezclas de glifosato con metales y metaloides disueltos en el agua, como el arsénico, era la posible causa de las enfermedades renales crónicas presentes en ese país, y su justificación radicaba en que los trabajadores de los arrozales, que usaban glifosato en los cultivos, se contaminaban con el químico y, a su vez, con el agua que ingerían.

 



Ese era el único lugar en el mundo en el que conocía este efecto, y a mí me quedó pendiente durante mucho tiempo probarlo en Argentina con anfibios sometidos a exposición crónica con estas dos sustancias, que están presentes en muchas de las aguas subterráneas y superficiales argentinas. Cuando comenzamos a hacer experimentos para ver daño en el ADN y en distintos procesos enzimáticos -no con esas patologías renales sino con otros biomarcadores- encontramos que existe una gran sinergia entre el glifosato y el arsénico.

 



¿Cuáles son los efectos de esta sinergia?

 



Los efectos más contundentes fueron tres. Por un lado, el glifosato con arsénico es disruptor hormonal, es decir, que interfiere en la producción de las hormonas tiroides. Por otro lado, daña el ADN y, por último, se demostró que incrementa la proliferación celular en células sanguíneas. Todos estos son marcadores de lo que genéricamente se refieren a procesos tumorales. El arsénico es una sustancia estrechamente relacionada con la aparición de tumores, que, junto al glifosato, refuerza su potencial cancerígeno.

 



¿La exposición a estos tóxicos deja en los anfibios cambios a largo plazo?

 



Hablar de cambios evolutivos es aventurado, lo que sí podemos sostener, y se está afirmando en todo el planeta, es que los anfibios están cursando un fenómeno mundial de extinción, y si nos ponemos a revisar las causas, podemos encontrar que la agricultura es la actividad que más impacta sobre las poblaciones de anfibios, por la destrucción de los hábitats y por los plaguicidas. Los anfibios son los llamados “canarios de la mina”, o bioindicadores que de alguna manera están alertando sobre lo que puede estar pasando en las poblaciones humanas.

 



¿Se puede extrapolar estos resultados a los humanos?

 



Salvando muchísimas distancias, son evidencias fuertes de riesgo ecotoxicológico a las que, si yo fuera epidemiólogo, probablemente prestaría mucha atención, sobre todo, en áreas donde las poblaciones están expuestas a ambas sustancias, para detectar si no hay un incremento de las enfermedades asociadas. Desafortunadamente, eso está pasando y se conoce por información que están obteniendo los mismos pobladores en sus territorios, como ocurre en el municipio de Exaltación de la Cruz, en la provincia de Buenos Aires.

 



Problemáticas que, a su vez, se mezclan con factores socioeconómicos…

 



Estos territorios son denominados como “zonas de sacrificio ambiental”: áreas periféricas de las grandes ciudades que, en general, están expuestas a contaminación de la industria y el agro durante mucho tiempo y, como si no fuera lo suficientemente terrible, tienen en general una población de bajos recursos. Gran parte de la población rural tiene residuos de agroquímicos en sangre, y está expuesta a grandes dosis de estas sustancias. Los datos de gente que se va a hacer análisis de sangre por otros motivos y encuentran residuos de agroquímicos en su organismo son abrumadores.

 



La acumulación de tanta evidencia científica sobre los efectos de los agrotóxicos, ¿hizo algún tipo de mella en los mecanismos de control y aprobación?

 



Al día de hoy, se insiste en la falacia de la inocuidad de todo este tipo de agroquímicos con respecto al ambiente. Sobre todo, me sorprende el hecho de pensar que todo este tipo de sustancias –permitidas “bajo ciertas normas de buenas prácticas agrícolas” que supuestamente limitarían el contacto con organismos “no-blanco” o con las mismas poblaciones humanas- se sigan usando pese a los nuevos estudios que, a diario, encuentran residuos de estas sustancias en los ríos, los lagos, la fauna silvestre y la misma gente. Todo lo que estudié de forma experimental durante tantos años lamentablemente se está viendo en la realidad.

 



¿Qué limitaciones se observan en los estudios que habilitan estas sustancias?

 



Los trabajos que presentan las empresas son en su gran mayoría sobre “letalidad aguda”. Es decir, muestran qué dosis de glifosato es necesaria para matar a una rata. Como esa dosis es alta, el dato supone que el glifosato es levemente tóxico, y así ocurre con estudios de otras sustancias. Son estudios a muy corto plazo y, en plaguicidas de estas características, el estudio a largo plazo es fundamental. Se van aprobando productos en base a estudios incompletos y que encima muchas veces no se publican. Los que hacemos ciencia independiente utilizamos los canales de publicación de la ciencia normal, que son complicados y pasamos por extensas revisiones de pares para que finalmente se publiquen.

 



¿Qué ocurre con los organismos genéticamente modificados?

 



Los organismos modificados genéticamente (OGM) obviamente son parte de otro debate y tienen otra connotación. Algo a lo que no se le está prestando demasiada atención es que el enorme incremento del uso de agroquímicos está vinculado a los OGM. Independientemente de que después se debatan los efectos en la salud de esa modificación genética en sí, una discusión que habría que hacerse es si tenemos que seguir generando OGM asociados a sustancias tóxicas, y que esas sustancias se usen en tal magnitud.

 



De hecho, esto va más allá del glifosato, que se está prohibiendo en todos lados. Las multinacionales ya tienen toda una batería de nuevas plantas modificadas genéticamente con resistencia a otros herbicidas. En Argentina, hace muy poco se aprobó la soja resistente al dicamba, que es un plaguicida mil veces más tóxico que el glifosato. Entonces, en el momento que el hilo se rompa y se prohíba el glifosato, la industria va a seguir usando otros herbicidas. Acá el problema es que si eso ocurre, usarían cientos de millones de litros de un herbicida peor que el glifosato.

 



A dos décadas de este modelo productivo y de sus efectos, ¿qué debates se dan en la comunidad científica?

 



El debate a nivel científico es muy autogestionado y con bastante eco en organizaciones ambientalistas y algunos medios de comunicación independientes. Por lo demás, no existe un gran debate. Los científicos siguen trabajando en sus temas de investigación, publicando sus trabajos, y algunos nos tomamos la responsabilidad de tratar de difundir los resultados a los que se arriba.

 



En mi caso, soy solo un investigador y docente de una universidad pública, lo único que puedo hacer es difundir mi trabajo y esperar que se tome con eso algunas medidas, pero a nivel gubernamental, parece que molesta cuando los científicos argentinos damos a conocer los resultados que cuestionan un sistema productivo insustentable y contaminante. (Agencia CTyS-UNLaM)

 


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