Viernes 12 de abril 2024

La clave de «Peter Capusotto»

Redacción Avances 29/09/2020 - 18.00.hs

Por Carlos Polimeni.

El más importante de los íconos humorísticos argentinos del siglo XXI tal vez no existiría de no haberse estrenado aquí durante la dictadura militar 1976–1983 el famoso filme “¿Y dónde está el piloto?”, que se reía del género del cine catástrofe, una invención previa de la industria estadounidense para intentar combatir el auge de la televisión, que restaba público a las salas de exhibición del mundo entero.

 

El actor Diego Capusotto pensó por primera vez, luego de asistir a una función de esa parodia cuando comenzaban los años 80, que el recurso de desdramatizar la tragedia podía ser interesante para hacer reír a una sociedad con las problemáticas de la argentina, aunque le llevó muchos años pulir definitivamente esa idea y para eso necesitó del trabajo a dúo con el guionista Pedro Saborido.

 

Esa especie de idea madre –meter el dedo en la llaga, pero buscando descomprimir- se desliza por un sendero que los humoristas han recorrido desde los principios del cine mudo, con Charlie Chaplin y Buster Keaton como primeras grandes referencias, pero con un necesario aggiornamiento estético, ante la certeza de que el grueso del público tiene hoy poca paciencia a la hora del consumo cultural y cada vez menos cosas que le diviertan.

 

En una era de virtualidades, parece lógico que el personaje humorístico que mejor hace reír a los argentinos sea un ente surgido del trabajo sumado de dos personalidades que bajo el paraguas de “Peter Capusotto” generaron una galería de esperpentos lisérgicos, llamativos y famosos, entre ellos Violencia Rivas, Bombita Rodríguez, Pomelo, Micky Vainilla, Juan Carlos Pelotudo, James Bó, Jesús de Laferrere, Luis Almirante Brown, Latino Solanas, Jorge Suspenso y Juan Domingo Perdón.

 

Las reacciones de quienes se sintieron aludidos también son llamativas: Luis Alberto Spinetta le hizo reverencias de admiración a Capussotto cuando lo conoció (pese a la gastada de “Artaud para millones”),

 

Juanse se enojó, acaso un poco paranoico, cuando sintió que Pomelo podía ser él, la izquierda peronista miró en principio de reojo a Bombita Rodríguez, luego se acostumbró, el macrismo detesta que Micky Vainilla luzca como un retrato de su mundo aspiracional.

 

Para Saborido, que en parte vive de la actualidad e incluso ha publicado durante la pandemia del Covid 19 un gracioso manual de 31 ideas para comportarse en cuarentena, el humor cumple en el tóxico presente argentino la misma función de un analgésico de venta libre: “El que puede usarlo, lo usará. Pero con él, no esquivará la terapia intensiva. Y si se muere… no habrá humor que valga».

 

El gran tema de la vida, plantea Capusotto, es la muerte, y por ende un programa como el suyo debe analizarse como “la celebración de un momento”, tal vez con lógica similar a la de un grupo de amigos que se reúne “nada más que para beber” o con la picardía del que te hace una zancadilla “y se caga de risa”, tratando de no pensar todo el tiempo, como un mantra, en la gravedad de las cosas.

 

“Peter Capusotto”, el Frankestein psicodélico armado con aportes parejos de ambos, está sentado hoy en el trono de “El Actor Cómico de la Nación”, distinción simbólica que recayó en otros momentos sobre Tato Borges y Alberto Olmedo, herederos televisivos de una era de primeras figuras formadas en el mundo de la radio y la revista, con un modus operandi cómplice de un staus quo al que nunca cuestionaron.

 

Si de una fórmula para hacer reír se trata, en el universo de “Peter Capusotto” han tenido ostensible peso las experiencias de cómicos blandos, como Carlos Balá y Pepe Biondi, relacionados con un humor más físico, más circense, aunque las morisquetas deban convivir hoy con una era de coqueteo sarcástico con el absurdo, en un medio en que los decorados hacen agua por todas partes, como a veces ocurre con eso que llaman vida real.

 

Sin embargo, hay que agregar al cóctel el abordaje de la política que ha convertido a los dos padres de “Peter Capusotto” en referentes de la sociedad, con opiniones de peso vertidas en libros, entrevistas –definiendo a los capitostes del gobierno de Mauricio Macri, el actor dijo el año pasado “Se creen dueños de un país que detestan”- y participaciones en eventos de todo tipo, desde los más académicos a los más populares.

 

«Nosotros no hemos inventado nada”, piensa el actor. “Personajes como Micky Vainilla existieron siempre. A lo mejor, el atractivo de Micky Vainilla es que nunca dice qué es. No es un integrante de una fuerza de choque ni es un ideólogo de la derecha. Se fuga de eso que pensamos como nuestro enemigo. Se cuela por abajo y dice que simplemente es un cantante de pop que está para divertir a la gente. Mientras tanto, casi como a la pasada, deja un mensaje tremendo”.

 

Para Capusotto, el personaje de bigote a lo Hitler representa a la derecha más o menos moderna, que gobernando con Macri intentaba comunicar «buena onda» y pregonaba ideas vinculadas a “la autoayuda y a la meritocracia” como “valores supuestamente positivos”, pero con un mensaje subliminal: una invitación a que “nos construyamos por fuera de los otros, o que nos deje de importar una construcción más colectiva”.

 

A tal punto está incorporada a la escena de la política esta caracterización ––que empieza por tomar en broma el nombre del dúo noventoso Milli Vanilli para agregarle un estilo que remite de modo inevitable a Miranda!- que en el debate presidencial de 2019, el candidato de izquierda Nicolás del Caño dijo que el compañero de fórmula del presidente no reelecto, Miguel Angel Pichetto, expresaba ideas tan reaccionarias que estaba cerca de “igualar a Micky Vainilla”.

 

BOMBITA RODRIGUEZ.

 

El personaje del “Palito Ortega Montonero”, Bombita Rodríguez, hizo furor en los años del kirchnerismo más exitoso, después de haber provocado al principio ciertos enojos entre los militantes sesentistas y setentistas, e incluso fue objeto de estudios académicos, por el ejercicio mordaz y osado de revisión del pasado que proponía, tomando para la chacota un tema hasta allí tabú para el humor.

 

El libro “La sonrisa de mamá es como la de Perón. Capusotto: realidad política y cultura”, agrupa ensayos de expertos en comunicación elegidos por Rocco Carbone y Matías Muraca, que llegan a la conclusión de que se trata de un programa “liberador porque cuestiona el orden del sentido común, expone los mecanismos de representación del mundo y extiende el campo de lo decible mucho más que tantas opciones “serias” de nuestra cultura”

 

El entonces director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, intentando entender por qué en su derredor todo el mundo se divertía escribió: “El ars poética de Capusotto consiste en agrupar súbita e infantilmente, sin mediaciones, dos términos provenientes de universos incompatibles. El mundo de las culturas mediáticas con las jergas políticas más tipificadas, el recurso de lo grave con su mención en tono de farsa, las palabras sigilosas de los insurgentes con objetos cotidianos que las hacen irrisorias”.

 

La primera vez que vi a Bombita Rodriguez me deprimí”, narró el por entonces militante y hoy periodista Juan José Salinas en “El pájaro rojo”, su publicación on line. “Pensé que se tomaban para el churrete la cosa que había encarado con más seriedad en mi vida. Luego me fui aflojando, y entendí que no querían lapidar una experiencia (…) sino satirizar, en búsqueda de un reagrupamiento de aquellas voluntades en torno a objetivos posibles tras la cruenta derrota”.

 

Aunque parezca un programa inmodificable, “Peter Capusotto y sus videos” ha ido cambiando, como si hubiese aceptado aquel otro chiste de Marx (Groucho) sobre las convicciones, para reírse también del mundo del rock, en que chicos que empiezan soñando con ser Frank Zappa terminan generando “bandas que tocan música para un programa de Pol-Ka o para una publicidad de chicles” o de la cultura futbolera suburbana, a la que los socios creativos pertenecen.

 

Capusotto tenía 19 años y Saborido 16 cuando se estrenó aquella película protagonizada por Leslie Nilssen, una gastada delirante a un género de moda, que incluía mega éxitos como “Aeropuerto”, “Terremoto”, “Avalancha”, “Tiburón” o “La aventura del Poseidón”, que le servían a una industria en problemas para proponer al público pantallas enormes, sonidos de gran calidad y efectos especiales de los que no disponía la televisión.

 

En una sociedad que vive acosada por sensaciones de catástrofes, terremotos, avalanchas, o tiene pavor a los tiburones de ocasión, no es menor el culto que espectadores, usuarios de redes sociales, consumidores de medios y oyentes de radio han construido en torno a la galería de freaks de la dupla Capusotto-Saborido, que a veces parecen inspirar a personajes de la vida real, de esos que la televisión pone a menudo bajo su lupa gigante, como panelistas, invitados, vecinos indignados, concursantes en programas y opinadores todo terreno.

 

Lo más importante para entender el programa de “Peter Capusotto” es saber de qué se ríen sus responsables–del “enano facista” que muchos argentinos tienen adentro, de los códigos de la TV, de la política tomada como un ejercicio de mentiras, de los músicos presuntuosos, del setentismo a la violeta, de las construcciones obvias del periodismo operador, del progresismo psicobolche—y de que no se reirán nunca, al margen de esa definición que recuerda a veces comedia es tragedia más paso del tiempo.

 

Capusotto, que no quería ser actor en la adolescencia, sino jugador de fútbol y/o baterista, piensa que el humor ayuda a soportar la dureza de la existencia en un país “asesino de sueños”, como empezó a observar aquella vez en el cine, cuando una de las mayores preocupaciones de su generación era intentar zafar del servicio militar obligatorio –no lo logró– durante una dictadura que ya había hecho el mayor de sus daños visibles.

 

“A mí, el ejercicio constante del cinismo me agota, no deja lugar a la ternura ni a la reflexión”, sostiene por su parte el guionista de “Peter Capusotto y sus videos”. “Un chiste en sí no es nada, puede ser bueno y lo podés reconocer, pero no te causa gracia cuando se mete con un tema del que no es bueno reírse. A mí me pueden hacer un chiste con las Madres de Plaza de Mayo y puedo decir “está bien hecho”, pero no me gusta ese registro.”

 

“¿Desde qué lugar hacés humor con un trabajador que se levanta a las 6 de la mañana para ir a una oficina, pero odia al tipo de la esquina que es de la misma clase?”, se pregunta Capussotto al explicar porque funciona mejor centrar la atención en un personaje del tipo del cantante pop, que representa a un sector de la clase media con aspiraciones “que se piensa superior y tiene un enemigo claro, el pobre».

 

El programa, que comenzó a ser emitido en 2006 en la señal de cable “Rock & Pop TV”, preludió hace una década un fenómeno hoy habitual: ha sido mucho más visto en diferido por los usuarios de las redes sociales, luego de los estrenos de sus capítulos, qué por los televidentes formales, por lo que las mediciones de rating no han sido jamás el patrón adecuado para evaluar su impacto.

 

En 2007, por ejemplo, cuando estaba comenzado su ciclo en Televisión Pública Argentina, y todavía no existían algunos de sus principales personajes, una multitud de 70 mil personas deliró con un sketch que fue transmitido por pantalla gigante, antes del comienzo del concierto de despedida de Soda Stéreo en el estadio de River Plate, para sorpresa de los cronistas que pensaban que el chiste era de pocos.

 

Lo que para las mediciones resultaba una propuesta de bajo rating para la competencia de la televisión comercial en horarios centrales, había conseguido un público inconmensurable en un circuito paralelo al aire, tendencia que luego amparó la situación actual de consumo de propuestas de televisión paga, a través de tecnologías muy diferentes a las de un aparato encendido en el living de un hogar promedio.

 

Por dar un ejemplo concreto en números: en la actual temporada de aire en la Televisión Pública Argentina, cuyas mediciones son paupérrimas, un programa normal del envío tiene para celebrar si mide un punto de rating (unos 30 mil televisores encendidos) pero los videos históricos más vistos de Violencia Rivas tienen más de dos millones de visualizaciones, los de Micky Vainilla más de un millón y los de Pomelo arriba de 700 mil.

 

El ciudadano Capusotto se ríe, en este momento del entretenimiento de masas, de la moda del consumo de series, un sub producto de la baja calidad generalizada de la televisión de aire y de la escasa creatividad actual de la industria del cine estadounidense, e incluso está pensando en dar vida en el programa que comparte con su guionista a un personaje que resulte un falso experto en ellas.

 

En una entrevista con la revista digital “Mogambo” contó que sería “un personaje que empieza a inventar series para llamar la atención en reuniones y asados y dice cosas tipo: “¿Ustedes vieron la serie ‘Fandomem Blonquin’? Es un tipo que se coge a toda la familia y después se coge al gato y le corta el cuello. Es del mismo director de ‘Drawn Blood Fourer’ que es un espía de la KGV, sí con v corta” Y le responden “¡Nooo! ¡Buenísimo!”

 

Todos anotan febrilmente el nombre de las series mientras el experto sigue: “Otra re-grosa es ‘Fom Blend Broker’, en que el tipo se lo come al gato y le corta la cabeza, es increíble”. Y los presentes asienten, aunque todo es cada vez más inverosímil, pero todos terminan comprando”. He ahí parte del efecto del programa, una de cuyas parodias presenta en 2020 al agente secreto uruguayo James Bo, que habla como si fuera una cruza de Jaime Roos y Daniel Viglietti y puede tener tranquilamente de amigo a la pantera Zita Rosa.

 

Pero vale la pena subrayar que Capusotto no es “Peter Capusotto” sino un hombre de rostro serio, analítico, que no hace chistes como suele esperarse de los humoristas, y que ha dicho muchas veces que no, como aquella vez que en el marco de la crisis por la 125 lo invitaron a conducir un acto frente al Congreso de la Nación y tuvo que explicar a sus interlocutores kirchneristas que estaban confundiendo un personaje guionado con su intérprete.

 

Capusotto se fogueó en televisión en “Cha cha cha”, trabajó en “Delicatessen”, condujo junto a Fabio Alberti cuatro temporadas de “Todo x 2 pesos” entre 1999-2002 y ha desarrollado una carrera con muchos momentos brillantes, con protagónicos en el cine, un programa de radio de culto (“Lucy en el cielo con Capusottos”) y hasta un reciente protagónico en el Teatro Nacional Cervantes, en el montaje de la obra “Tadeys”, de Osvaldo Lamborghini.

 

Saborido publicó en 2018 a través de Editorial Planeta un libro con destino de Récord Guinnes: se llama “Una historia del peronismo en 27 relatos, 74 reflexiones y más de 140 metáforas que pueden servir para regocijo del simpatizante, como valiosa información para el desconocedor o el extranjero, o también como guía práctica para que el antiperonista pueda acabar de una vez por todas con el monstruo que desde hace 70 años azota a la Argentina. Y coso.”

 

El año anterior había anticipado su escaso poder de síntesis a la hora de encontrar títulos al publicar a través del mismo sello editorial otro experimento, titulado “Una historia del fútbol en 43 cuentos, 18 testimonios, 99 personajes inciertos, 12 circunstancias discutibles, 5 episodios inverosímiles jamás contados, 4 heridos, 2 de muzzarella, 3 de fainá, 6 cortados mitad y mitad, 1 almendrado y coso”. (NA).

 

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