Viernes 26 de abril 2024

Basada en hechos reales

Redacción 24/02/2024 - 00.12.hs

Bettina Tueros y Walter Geringer emprendieron hace mucho tiempo un proyecto en un rubro que a todo el mundo le gusta pero en el que pocos se animan: una sala de cine. A través de la pantalla gigante del Milenium escriben cada día el guión de una minipyme familiar que siempre va por más.

 

Cuando pasan a la sala para hacer las fotos, Bettina resalta orgullosa que las letras y números de cada una de las cientos de butacas los pintó a mano ella misma. Un trabajo artesanal que contrasta con la inmensidad y la tecnología que habita el lugar pero que condensa y sintetiza ese espíritu emprendedor que, casi como un mandato, estipula que con poco, se puede hacer mucho. Hacer algo tan grande como un cine, ese mundo que invita a vivir experiencias fantásticas y dignas de contar, como la de esa pareja que es sinónimo de pantalla gigante.

 

Bettina Tueros (57) y Walter Geringer (60) son hoy los propietarios del único cine comercial de Santa Rosa, el Milenium. Una sala con lo mejor de la tecnología, el confort, los servicios y todo lo necesario para ir a disfrutar de ese séptimo arte que, pese a todo, se mantiene irresistible. Un edificio que en el entrepiso tiene amplias y cómodos oficinas donde más allá de papeles, computadoras e información natural de una empresa, en cada rincón respira con historias de películas, como el afiche gigante de ‘Pink Floyd The Wall’, el filme que el británico Alan Parker estrenó en 1982 y es un ícono de la cinematografía planetaria.

 

“Nos conocimos en febrero del ‘90 y conformamos una familia ensamblada porque cada uno tenía hijos. Walter trabajaba en el banco y yo era docente en la Escuela 74. En esos años el cine Don Bosco estaba cerrado, habían tapialado las ventanas y él siempre me decía ‘sabés qué lindo sería abrir y proyectar películas de Disney para chicos’. Sí, re lindo, pensaba yo, pero había que hacerlo. No teníamos un peso, ni la más mínima experiencia empresarial, estábamos con hijos chicos, no daba para algo así. Unos años después, en el ‘95, Julio Mahárbiz como titular del Incaa lanzó unos créditos para restaurar salas de cine. Nosotros pedimos pero no nos aceptó pero a los curas del Don Bosco sí les gustó el proyecto y nos aceptaron. Ese mismo año reabrimos la sala, fue un laburo tremendo porque estaba en muy mal estado, y era todo tan grande, los techos tan altos... Fue duro pero se pudo hacer”, cuenta Bettina sobre ese sitio emblemático de la ciudad.

 

El Don Bosco, el cine más grande de la provincia, finalmente cerró sus puertas en 2016. Pero detrás dejó miles de historias y anécdotas. “Nosotros teníamos un contrato con ciertas restricciones, el cine dependía de los curas salesianos y la verdad que nunca tuvimos mayores problemas. Yo siempre fui muy cuidadoso, pero resulta que cuando estrenamos la primera película para adultos (en principio sólo proyectaban filmes para público infantil) era una peli argentina muy buena, ‘La Ley de la Frontera’ que andaba muy bien en ese momento. La cosa venía bien hasta que Federico Luppi -el actor protagonista- dice: ‘con las tripas del último milico voy a ahorcar al último cura’. ‘Chau’, dije, ‘acá nos cierran, nos piden la llave’ (se ríen). Por suerte no pasó nada y siempre nos trataron muy bien”, destaca Walter.

 

Los cambios en el entretenimiento social, los avances tecnológicos y las nuevas tendencias muchas veces desestabilizaron a la industria del cine, pero la pareja propietaria del Milenium advierte que lo que pone realmente en riesgo el negocio es la economía, al menos en la Argentina.

 

“Nosotros nunca tuvimos una espalda como para hacer y deshacer, como para estar tranquilos, hemos hipotecado bienes, nuestros y de familiares, siempre pedimos créditos (al Banco Pampa y al Nación). Y, aunque en muchos momentos verdaderamente tambaleamos, hay una realidad que preocupa, como la actual, porque ante una situación como la de hoy la gente lo primero que recorta son las salidas, entre ellas el cine”, analiza Bettina.

 

El Amadeus.

 

Más allá de vaivenes externos, siempre se las arreglaron para no quedarse quietos y que el cine siga siendo una de las opciones más atrayentes a la hora de salir de casa.

 

“Nosotros con el Don Bosco estábamos un poco atados a proyectar determinadas películas y buscábamos otra pata, la posibilidad de ofrecer otra cosa, por eso después de tres años de trabajo pudimos abrir el Amadeus, en 2004. Fue una experiencia fascinante que excedió el hecho de proyectar películas porque hacíamos muestras artísticas, subastas de arte, Osvaldo Bayer vino dos veces a dar charlas a sala repleta, Jorge Prelorán dio un ciclo de cine. Estábamos hasta 16 horas en la sala, y así como nuestros hijos se criaron en el Don Bosco y estaban todo el día ahí, en el Amadeus también tuvimos una entrega total. La primera película que dimos fue ‘La mala educación’ (de Pedro Almodóvar), así que ya desde ahí marcamos la tendencia de lo que era el proyecto”, recuerda Bettina que representa la parte más empresarial de una mini pyme en la que trabajan Camila y Santiago –Alexandra es la otra integrante de la familia- además de 13 empleados y que, en lo específicamente cinéfilo, lo tiene a Geringer como el eje fundamental de lo que devuelve la pantalla gigante.

 

“No tengo dudas de que Walter es una de las personas que más sabe, que más conocimiento profundo tiene del cine en nuestro país y bastante más allá. Es un verdadero experto”, elogia Bettina hacia quien ha escrito críticas de películas en los diarios de la provincia, creó programas de televisión y columnas radiales dedicadas a ese arte y, entre otras muchas actividades, fue impulsor de la asociación de cines independientes que permitió que las salas del interior tuvieran los estrenos en simultáneo con los grandes cines porteños.

 

“Eso fue un cambio realmente, así como el Amadeus nos dio la chance de complementarnos con el Don Bosco”, resalta Walter acerca de la sala que cerró en 2020, en plena pandemia, una verdadera pesadilla que “no sólo casi nos lleva puestos como empresa sino que nos afectó en lo personal. Fue algo muy duro que creo que aún hoy lo tenemos como comprimido adentro porque no queremos recordar ese momento”, admite Bettina.

 

Desde aquella función con ‘La Locura del Rey Arturo’ en el que hubo sólo dos personas en la sala (“eran mis suegros”, se ríe Walter) hasta películas con varias funciones en el día y filas de público en toda la manzana, el recorrido de ambos con el cine tiene elementos de comedia, de drama, de suspenso, de ciencia ficción, de aventura y hasta de terror. Pero también mucho del género romántico, de esos amores que quedan grabados en un guión que se sigue escribiendo con más proyectos hacia el futuro. Una historia de película que está basada en hechos reales.

 

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