Viernes 26 de abril 2024

Doménico camina hacia sus 100 años

Redacción 10/03/2024 - 12.23.hs

Muchos inmigrantes europeos –de distinta nacionalidad-- llegaron hace décadas a instalarse entre nosotros. Familias que se integraron plenamente y contribuyeron a darle identidad a nuestra sociedad.

 

MARIO VEGA

 

“Salí a acompañar a esta mujer que tiene que caminar…”, dijo con picardía. Lento pero seguro don Domingo Molinari (99) va rumbo al centenario. Nacido en Zanè, al norte de Italia, vive en esta ciudad desde hace muchas décadas y es por supuesto a esta altura un santarroseño más.

 

Propietario de un conocido comercio dedicado a la venta y reparación de distinto tipo de maquinarias, Domingo supo ser activo dirigente de la Sociedad Italiana de Santa Rosa.

 

Su documento italiano –y algunas distinciones que recibió hace algunos años- dicen que se llama Doménico Molinari, que luego trocó ya en nuestro país en el castellanizado Domingo.

 

Italianos por aquí.

 

Conocemos por aquí a cientos de familias como los D’Adam, Di Zitti, Zorzi, Bertolini, Camiletti, Pellizari, Scudella, Molteni, Mazzoni, Gamba, Del Borgo, Depetris, Fiscella, Crocchetti, Del Poppolo, Minetto, Marinelli… y tantas otras cuyos antepasados fueron inmigrantes transoceánicos llegados hace décadas a nuestra provincia. Muchos de ellos con ancestros italianos, como Molinari.

 

A Doménico lo conozco –de vista más que nada-, desde hace muchos años. Desde cuando la Redacción de La Arena estaba en calle 25 de Mayo. Molinari y su familia –y también el comercio que tuvo abierto durante nada menos que siete décadas--, eran vecinos en esa esquina de calle Yrigoyen, a metros de la sede del Partido Justicialista. Me llamaba la atención verlo cada día subido a una bicicleta de carrera. Pero en verdad no recuerdo haber cruzado palabra con él.

 

Llegar a los 99.

 

Hace poco Domingo Molinari, nacido en Zané (norte de Italia), arribó a sus 99 años. Alguien –de verdad no sé quien-- me envió una foto suya precisamente para destacar que el hombre esté transcurriendo el año de su centenario… Nada menos.

 

Pasaron sólo unos días y una mañana una escena llamó mi atención… Por la plaza San Martín, más o menos frente a la Catedral, advertí a un señor que –acompañado por una mujer-- caminaba lento, pero firme, apoyado en un bastón. “Ese es Molinari”, dije para mí mientras estacionaba para poder cruzarme en su camino y dialogar brevemente con él.

 

Me miró primero con cierta prevención. Pero bastó que me identificara como alguien que trabajaba en el diario vecino a su domicilio para que se detuviera un instante. Pretendí ser un poco simpático –no me resulta fácil, confieso-- para lograr una conversación más o menos amena… pero esta vez parece que lo logré.

 

Paseando por la plaza.

 

Y Domingo contó: “Todas las mañanas saco a pasear a esta señora…”, dijo con una sonrisa mirando a Alicia que lo mira indulgente. Estaba de buen humor y presto a conversar… “Pero mejor en casa, mañana”, pidió.

 

A veces nos pasa que conocemos de vista a una persona, y al no tener un trato directo no sabemos que tiene una vida llena de ricas historias… Porque llegado a Argentina cuando andaba por sus 24 años, después de vivir en directo los horrores de la Segunda Guerra Mundial, Domenico empezó una nueva etapa que lo llevaría a armar una gran familia… Eso sí con Lucía, la novia que había quedado en Zanè (Vicenza) cuando él se embarcó desde Génova hacia el nuevo mundo.

 

Llegado a La Pampa.

 

Domingo Molinari pasó una infancia de muchas carencias en su Zané natal, en una familia en la que eran seis hermanos. Acabada la Guerra, de la que participó como soldado del ejército italiano, el miércoles 4 de agosto de 1948 embarcó con destino a nuestro país, donde llegó varios días después. Sus hijos tienen anotado que “era lunes 23 de agosto de 1948”.

 

“En el puerto de Buenos Aires estaban dos amigos italianos que me ayudaron, y después de trabajar un poco ahí me prestaron 95 pesos y tomé el tren para La Pampa. Aquí me esperaban mi abuelo materno en Toay; y mis tíos, los D’ Adam, en Santa Rosa, dedicados a la construcción”, narró ahora Molinari.

 

Una persona creativa.

 

“Estaban trabajando en la construcción del hospital y estuve un tiempo ahí, pero no me sentía cómodo y empecé a hacer otras cositas…”, indicó.

 

Su abuelo le contó alguna vez que había trabajado en la construcción del ferrocarril que atravesaba La Pampa en Argentina. Con el tiempo el abuelo decidió regresar a Italia, pero Domingo ya no regresaría. O en todo caso lo haría más de una vez pero sólo a pasear, porque había adoptado esta tierra para siempre.

 

Aunque Domingo –el Doménico quedó anclado en el tiempo- no estuvo demasiado dedicado a la construcción, tuvo de todos modos participación al momento de resolver algunas cuestiones. Una tenía que ver con el tratado del parqué de caldén, y el pulido de las puertas del edificio municipal que acaba de ser terminado. Proyectó dos máquinas necesarias para esa tarea con los pocos y simples elementos de los que se disponía por aquí. Y fue tan bueno el resultado que –según cuentan-- la pulidora se mantiene aún activa en una fábrica de muebles del parque industrial de Santa Rosa.

 

Nace Casa Molinari.

 

Dueño de una inteligencia práctica –la que tiene esa gente admirable que es capaz de arreglar o fabricar cualquier cosa-- Domingo se dio cuenta que había un nicho con el tema de las radios: “Me dediqué a eso, hasta que surgió una oportunidad... Me hice amigo de un gerente del Banco Hipotecario al que le gustaba charlar conmigo en italiano… él me propuso hacerme cargo del arreglo de máquinas de escribir, que hasta ahí lo hacía Henry Giovanetti… Me tomaron, empecé y le fui agregando otras cosas, como máquinas de coser y tejer, muebles de oficina… Y se armó Casa Molinari”, completa con una sonrisa de satisfacción.

 

Fue un comercio pujante –”en un tiempo tuve a Carlos Felice como empleado”, señala--, y se trabajó muchísimo. “Recorrí toda La Pampa vendiendo, comprando muebles, escritorios y cosas que podía restaurar y vender”, recordó.

 

Y vaya si marcó una época porque permaneció abierta durante más de 70 años, desde que instaló su primer negocio en Hilario Lagos 113, hasta que se mudó a Yrigoyen 186, pegado a su domicilio particular.

 

Su familia.

 

Ya viviendo Molinari en Santa Rosa, a los 5 años de estar en la Argentina, mandó llamar a su novia que estaba en Italia. Se conocían con Lucía Bertoldo desde chicos, aunque no eran todavía –cuando él se vino-- oficialmente novios. “Pero nos escribíamos y así empezó la relación… las cartas eran cada vez más calientes (sic), y nos decidimos...”, contó ahora con una sonrisa en sus labios.

 

Lucía, también nacida en Zanè, cruzó el océano y a los 20 días de llegar se realizó el casamiento. Luego vendrían los siete hijos: Emilio, que es Técnico Superior en Electrónica, casado con 4 hijos y 4 nietas; el segundo es Alesio, Ingeniero Civil, casado con 2 hijos; sigue Lina, su única hija mujer es Contadora (supo conducir un tiempo Noticiero 3); Alberto, Ingeniero Agrónomo, casado, 4 hijos y 3 nietas; Daniel, Ingeniero Industrial, casado, con 2 hijos; Andrea, Ingeniero Industrial, casado, con 3 hijos, radicado en Chile; y David, el menor, Agente Comercial Internacional, casado, con 3 hijos, radicado en Italia.

 

La novia que llegó de Italia.

 

Lina, la única hija del matrimonio Molinari, presente en la charla, contó cómo era su madre. Ella partió desde Génova con el frío de enero de 1953 respondiendo a la llamada de su novio… fueron dieciséis días de navegación en el barco Conte Grande, y apenas llegó a suelo argentino, partió con Doménico hacia Santa Rosa.

 

“¿Cómo era mamá? Los vecinos la conocían como la italiana que siempre cantaba alegre. Así, con sus canzonetas, se ayudaba a vencer la nostalgia por su patria y la familia lejana… Por supuesto no faltaron lágrimas, porque papá viajaba mucho por su comercio y ella quedaba sola y sin conocer la lengua española. Pero pian pianin (poco a poco) empezó a hablar, con una forma de decir que caía muy simpática”, recuerda Lina.

 

Llegaron los hijos y ahí –siempre sustentado en el trabajo duro-- la armonía y la alegría dijeron presentes en la familia Molinari.

 

Otras actividades.

 

Domingo Molinari es miembro de la Asociación Italiana, y también toda su familia. “Durante treinta años dijimos presente, y a mí me tocó ser presidente en 1977 y 1978”, precisó.

 

Por otra parte se desempeñó como Agente de Alitalia, y como tal recibía dos pasajes por año que, naturalmente, usó con Lucía para viajar frecuentemente a Italia, y de ahí a otros países europeos.

 

Algunos recordarán también que Domingo Molinari fue amante de la caza; y que tiene gran entusiasmo en eso de hacer ciclismo… “aunque nunca competí”, afirma.

 

Hoy mismo –porque ya no puede rodar por las calles y caminos-- se entretiene haciendo media hora de bicicleta fija en su taller. Pero no es todo porque, como quedó dicho, sale a caminar todos los días acompañado por Alicia, una de las personas que lo cuidan.

 

Filosofía de vida.

 

Cuando uno se entrevista con personajes como Domingo no puede menos que admirarse... de su vitalidad, su lucidez y las ganas que le ponen a este duro “oficio” de vivir… Y es Lina la que apunta que “come de todo… y muy bien”, y que se sigue entreteniendo en su taller donde pasa muchas horas escuchando música –una de sus grandes pasiones--, una afición que intentó inculcar a sus hijos. Ellos tocan algún instrumento, y de vez en cuando la “niña” de la familia se suele sentar al piano (también toca acordeón) para fascinar a su padre que la escucha embelesado.

 

Eso sí, Domingo y Lucía estaban convencidos que el estudio era lo mejor que podían ofrecer a sus herederos… y en eso los hijos no le fallaron. “Por eso estoy tranquilo… todos estudiaron y están bien. Porque plata no les voy a dejar. ¿Si gané bien con tanto laburo? Sí, claro que sí, pero se gastó, en viajes, en vivir…”, dice casi como marcando una filosofía de vida.

 

Confieso que he vivido.

 

Con habitualidad, el hombre que acaba de llegar a los 99 se hace tiempo para leer, dos veces por día, el “Corriere della Sera”. Y eso da la pauta que es una persona muy informada, pero que íntimamente debe conservar en su mente y en su alma los recuerdos imborrables de su patria natal… La tierra donde quedaron sus mayores, la que siendo muy joven lo tuvo como testigo y protagonista de una guerra…

 

Domingo Molinari es evidentemente de esa gente que bien puede decir “Confieso que he vivido…”. Claro que sí.

 

Una fuga cinematográfica

 

En las paredes de su casa lucen fotos –muchas familiares- y también documentos encuadrados que no dejan de llamar la atención.

 

En uno de ellos se advierte que refiere a “La Croce al Merito di Guerra”. Es una condecoración otorgada por el “Esercito Italiano” que dice textualmente: “E concessa al partisano combatiente Doménico Molinari”. Una medalla en forma de cruz en un ángulo completa el cuadro donde luce la distinción. Pero no es la única, porque otra firmada por el gobierno de Italia también hace mención a los servicios prestados por nuestro protagonista.

 

Recordamos al querido Gringo De Pián, fotógrafo de La Arena durante tantos años, cuando nos contaba de los horrores de la Guerra que él también vivió en vivo y en directo.

 

Pero Molinari –y lo reafirma su hija Lina, presente durante la conversación-- casi siempre prefiere eludir el tema. “Le hace mal… a veces nos ha contado algo, pero no demasiado”, expresa.

 

El ruido de la metralla.

 

Pero confirma Domingo que “sí, es como se ve en las películas… las trincheras, el fuego de la metralla, las bombas. Todo así…”. Y allí estuvo cuando los alemanes dominaban el norte de Italia.

 

Cuando fue tomado prisionero lo llevaron a un campo de concentración, y luego fue trasladado a otro: “Ulm y Güttemberg son dos de los lugares donde había lugares con prisioneros… a papá le tocó estar con rusos, ucranianos y polacos”.

 

Cuando volvió a aquella zona acompañado por uno de sus hijos, Daniel, “se acordaba de Ulm por la iglesia y las campanas. Pero como los trasladaban a ciegas a veces no sabían muy bien dónde estaban”.

 

La fuga en moto.

 

A las condiciones en las que estaban cautivos –durmiendo en barracones insalubres, con comidas escasas e indigeribles-, se sumaban los malos tratos y cuando no la tortura. Pero había algunos que por sus capacidades eran destinados a talleres para arreglar diversos elementos. Y Doménico estaba entre ellos. Pero ese soldado tenía una idea fija que mascullaba todo el tiempo: “Tengo que irme de aquí”, se decía a sí mismo.

 

Una noche se dio la oportunidad. Una de esas motos con sidecar (las que llevan a un costado un habitáculo para el acompañante) estaba lista para ser usada. “Era de noche… me subí y arranqué. ¿Si me siguieron? Entiendo que sí, pero ya no me alcanzaron más y haciendo casi 300 kilómetros pude llegar hasta el norte de Italia… allí dejé la moto y seguí a pie, hasta que me encontré con una columna de soldados italiano”, relata a cuenta gotas.

 

Pasado el tiempo se uniría a los partisanos (combatientes del movimiento armado de oposición al fascismo y a las tropas de ocupación nazis), hasta el final de la Guerra.

 

Lo esperaba una nueva vida… eso sí, allende los mares.

 

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