Sabado 27 de abril 2024

Los Eliseo de por aquí, pero honestos

Redacción 14/01/2024 - 12.40.hs

En las grandes ciudades, cuando llega el alba, son una postal cotidiana. Son encargados de edificios lavando las veredas, limpiando vidrios, o repasando las manijas de las puertas con verdadero afán.

 

MARIO VEGA

 

Temprano, apenas va alumbrando el sol, se escucha el silbido alegre del hombre que comenzó su diaria tarea en el edificio. Va manguera en mano tirando agua y barriendo la vereda, mientras la ciudad comienza a despertar en el inicio de una jornada que culminará varias horas después.

 

José y Luis cumplen el rol de encargados en el céntrico Edificio Centenario, son algunos de los varios trabajadores del rubro que hay en Santa Rosa y que resultan importantes en la vida diaria de los propietarios de esos inmuebles.

 

Porque están a la orden para cualquier inconveniente que se les presente: desde solucionar una pérdida de agua, atender un problema de la calefacción o el aire acondicionado, o una cuestión eléctrica. O lo que fuere. Saben hacer de todo…

 

La serie “El encargado”.

 

Desde hace unas semanas se puede ver en televisión una serie que muestra a un encargado de un edificio (en Buenos Aires) que, si bien eficiente en muchas cosas, resulta al cabo un verdadero sinvergüenza. Eliseo –tal el personaje protagonizado por Guillermo Francella- es un encargado que tiene todos los curros habidos y por haber: tanto le cobra coimas a operarios que convoca para alguna tarea en un departamento (por conseguirles el trabajo), como sabe y usufructúa a su favor vida y obra de cada habitante del edificio.

 

Todo lo ven…

 

El trabajo del encargado es realizar distintas tareas encomendadas por el consorcio de los departamentos: interactuar con los vecinos; andar por todo el inmueble de aquí para allá; baldear y barrer las veredas; repasar los pisos de los palieres; repartir la correspondencia; y hasta llevar el diario al propietario que lo recibe habitualmente. Nada se les escapa. Todo lo ven… y escuchan. Se podría decir que a ellos nada les es ajeno, saben secretos, quien entra y quien sale, las visitas que se reciben, y hasta es posible que sepan deudas que pueden tener los propietarios.

 

José y Luis, distintos.

 

José es uno de los encargados del Edificio Centenario. Se toma en solfa la caracterización de Eliseo que interpreta Francella, porque si de algo no se puede dudar es de su probidad y la de su compañero Luis Mauna. Ambos trabajan en el lugar desde hace casi un cuarto de siglo, y si bien son distintos en el trato con la gente cumplen acabadamente y resultan de absoluta confianza.

 

Es verdad, José parece más circunspecto, más formal; y Luis es mucho más desenfadado y se permite bromear con los propietarios que naturalmente lo conocen, y mucho.

 

El diálogo para elaborar esta nota, y saber cómo es la tarea, cómo la llevan adelante, lo tuve en mayor medida con José, quien aporta que “somos los dos encargados… La diferencia es que yo tengo asignado un departamento en el edificio”.

 

Luis, el más antiguo.

 

No obstante, Luis Alberto Mauna (50) es el que tiene más antigüedad –empezó algunos meses antes-, porque ingresó a trabajar al Centenario el 1º de mayo de 1999, un día sábado.

 

Su padre era Horacio, “trabajador rural toda la vida”; y la mamá Elsa Cristina Distel, “empleada doméstica en distintas casas de Santa Rosa. Iba a la primaria a la Escuela 25, pero como a los 8 años empecé a vender el diario LA ARENA terminé en la nocturna”, cuenta.

 

Luego sería cadete de farmacia; se desempeñó en Casa de Repuestos Fiat; y estuvo con Hugo Bresser que vendía autos, y con quien además comparte la pasión por el ciclismo.

 

Luis, como “franquero”.

 

Si a algo no le escapó nunca Luis fue al esfuerzo, porque “en los tiempos libres hacía trabajos de pintura”, completa.

 

“Siempre hice deportes, desde los 7 años, y recién el año pasado frené un poco… jugué algo al fútbol, hice atletismo pero sobre todo me gusta el ciclismo”, aporta Luis, quien ha tenido destacadas participaciones en esta disciplina.

 

Enfrente de lo de Bresser vivía Graciela Ingentron, que era la administradora del Centenario, quien un día le propuso hacer los francos en el edificio los fines de semana hasta que quedó en planta permanente. “Así empecé y aquí sigo”, se ríe. Porque siempre se ríe Luis.

 

Completan su familia sus dos hijas: María Florencia que trabaja en una panadería; y Ana Lucía que en algunas semanas comenzará Medicina en Bahía Blanca.

 

José, de Bernasconi.

 

José Antonio Lochbaum (57) -con quien charlé más en extenso- es nacido en Bernasconi, donde hizo la primaria en la Escuela rural 201 (“Montón” le decían), a 2.000 metros del pueblo. Es integrante de una familia numerosa. Su padre fue Adolfo –trabajador rural-, y su mamá Francisca Dischneider, quienes tuvieron nada menos que 9 hijos: Raúl, Teresa, Jorge, Miguel, Rolando, José, Patricia, Rosana y Ramón. Tres mujeres y seis varones. Precisamente la familia se reunió por estas horas porque doña Francisca acaba de arribar a sus 90 años.

 

Y hay una particularidad de los Lochbaum. Tres son encargados de edificios: José, como quedó dicho en el Centenario; Miguel (en el edificio del Instituto de Seguridad Social); y Rosana (en El Mirador).

 

Está casado con Silvia Maidana, y tienen dos hijos, Matías (30) que trabaja de cajero en Amusín, y Camila (24) hoy viviendo en Madrid.

 

“Con Silvia nos conocimos en uno de los bailes del pueblo, estuvimos unos tres años de novios hasta que nos casamos”, precisa.

 

Una vida de trabajo.

 

Cuando se habla de cultura del trabajo no se trata sólo de una frase. Es un concepto que tiene sustento habitualmente en el plano familiar. José es de esas personas que tuvieron el ejemplo de sus mayores para iniciarse en el ámbito laboral. “Mi padre fue trabajador rural, y hacía un poco de todo. Alambraba, y un día me dijo si me animaba… y mirá que no”, dice José con esa guapeza que tienen algunos hombres para afrontar las tareas más duras. Trabajó mucho como alambrador, y de paso fue adquiriendo conocimientos en otras tareas como plomería y algo de electricidad.

 

A Santa Rosa.

 

En algún momento que el trabajo aflojó su esposa le propuso probar suerte en Santa Rosa. Y no lo dudaron.

 

Les prestaron una quinta “cerca de la olla de Toay” –propiedad de los médicos Juan Carlos López del Ponte y Roberto Re- donde hacía distintas tareas: acomodar el lugar, sacar plantas, poner otras, cuidar... “Enseguida empecé a agarrar otros trabajos porque iba a las quintas y me ofrecía, y la gente confiaba. Con el boca a boca me iban recomendando y conseguía laburos. Porque la verdad es que me gusta laburar…”, afirma como si hiciera falta.

 

José, alambrador.

 

Su fama de alambrador hizo que lo contactara Hugo Alonso, propietario de campos, al que primero le trabajó en uno en la zona del Bajo Giuliani, donde hizo algunos corrales; más tarde pasó por Cereales, y después le tocó ir a La Pastoril. Para ese entonces –sin que apareciera como tal- ya manejaba una pequeña pyme, porque tenía tres o cuatro empleados.

 

Así, en base a ese esfuerzo se pudo comprar “una casita. Estaba alquilando en la calle Chile y le dije Alonso, ‘me quiero comprar un terrenito. Un ranchito…’. Lo cierto es que el hombre ni me conocía, pero me dijo ‘bueno… métale’. Así pude comprar en la calle Valerga, entre Pestalozzi y Wilde, y de a poquito fui mejorando la casita”. En realidad la casa ahora luce muy bonita, con un lindo parque y pileta que José disfruta con su familia.

 

Ingreso al Centenario.

 

En otro momento, cuando se paró un poquito lo que hacía, fue a trabajar en una planta de alimentos balanceados; hasta que uno de sus hermanos le dijo: “Vamos a ir a lo de (Graciela) Ingeltron, que estaba acá de encargada y también de otros edificios. Al principio estuve unos 20 días en el barrio Jardín, porque la persona que estaba en ese lugar tomó vacaciones… ahí cortaba el pasto, repartía las cartas, todas esas cosas… Después de eso Graciela me dice: ‘Te voy a presentar en el edificio Centenario’. La cuestión es que ese día me dejaron para lo último porque pasaron tres o cuatro postulantes antes que yo, hasta que me recibió el presidente del consorcio, (Juan Carlos) Monlezum… me preguntó qué sabía hacer y le contesté la verdad: soy alambrador, y me doy maña para lo que sea, electricidad, cañerías… Trabajé algunas semanas hasta que me dijeron que quedaba efectivo. Y así ya van 23 años”, resume.

 

Al pie del cañón.

 

José, Luis -también Guillermo López (está desde hace unos tres años, pero es monotributista)-, están siempre dispuestos a dar una mano cuando los convoca algunos de los vecinos. Atienden y tratan de solucionar lo que les resulta posible, y en todo caso llaman a algún especialista cuando hace falta.

 

Pero tanto se ocupan cuando un ascensor no anda, o se corta la luz, o le trasladan objetos pesados a las vecinas que llegan cargadas con bolsas o paquetes.

 

De confianza.

 

Pero no sólo eso, sino que hay propietarios que –cuando se ausentan-, con toda confianza les dejan las llaves de sus departamentos, con la responsabilidad que ello conlleva.

 

Hay personas que tienen familiares mayores viviendo en el edificio y se los encomiendan “por cualquier cosa que precisen…”. Y ahí estarán atentos para acudir solícitos cuando se los necesite.

 

Una gran familia.

 

José señala que “esto no es trabajar… a mí me han tocado laburos muy duros en el campo, y esto es otra cosa. Es como una gran familia, porque si uno es respetuoso se gana que lo traten de la misma manera. Nunca tuve un problema con un propietario”, dice con satisfacción. Y Luis asiente, y agrega que “tenemos una buena convivencia con todos…”.

 

Cuando de algún departamento se los llama por algún problema que esté a su alcance solucionar, allí van prestos. “Tratamos de ayudar en lo que podemos… y sí, por ahí nos dan alguna propina hasta para cambiar un foco. Y sinceramente me da vergüenza agarrar ese dinero”, explica José. “Pero te insisten diciendo que si no lo tomás no te llaman más… y bueno, lo agradezco”, completa.

 

“Sé todo y no sé nada”.

 

José admite que eso de trabajar “en todos los pisos” del edificio, yendo y viniendo, y estar en la portería sabiendo quien entra y quien sale, por supuesto les hace conocer muchas cosas de los vecinos. Pero tiene claro que “uno no se debe meter en la vida de nadie. Sé todo y no sé nada…”, afirma rotundo y sin dejar dudas. “Cuando se trata de algo para ayudar por supuesto, pero nada más. Hay que ser cuidadosos porque de alguna manera tenemos responsabilidad en la seguridad de la gente”, reafirma.

 

Ambos tienen recuerdos de personas con las que compartieron tareas en el edificio, y uno que mereció para los dos una consideración especial es Carlos Suárez, “El paisano”, que falleció hace un par de años: “Él estaba antes que nosotros… cuando aquí estaba el pozo y recién se iba a empezar a construir el edificio… era una buena persona, especial si se quiere”, lo define José.

 

Personajes queridos.

 

José y Luis son encargados del Edificio Centenario desde hace más de dos décadas. Se trata de esas personas que parecen estar casi inventariadas entre los bienes del inmueble… Todos están acostumbrados a que ellos siempre están, y que –con seguridad- le simplifican la vida a los vecinos. Por eso resultan personajes queridos y absolutamente necesarios, que se ocupan de ofrecer a todos y cada uno de los que viven allí, por igual, un trato cordial y y afectuoso.

 

Sí, nada que ver con el personaje de Francella...

 

“Es un sinvergüenza”.

 

“¡No! ¡Ese es un sinvergüenza!”. Se ríe José Lochbaum cuando dice que vio las andanzas de Eliseo –representado por Guillermo Francella en la serie “El encargado”. Y lo dice en broma, pero en serio, porque obviamente por aquí no pasan esas cosas. Los trabajadores de edificios no tienen esas mañas ni el comportamiento de aquel personaje.

 

En esa comedia televisiva, Eliseo usa la información de los vecinos del edificio en su beneficio. Se trata de una ficción llena de sarcasmo, que a lo mejor se da con encargados en algunos barrios porteños pero que –por suerte- no tiene émulos por aquí.

 

Está claro, los encargados del Centenario –y de otros edificios santarroseños- no tienen las mañas (ni los curros) del personaje encarnado por Francella.

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?