Domingo 21 de abril 2024

Denuncia violencia obstétrica

Redacción 04/08/2015 - 01.53.hs

"Cuento esto para que se sepa lo que sucede en un sector del hospital. Todo fue muy ofensivo, invasivo, terrible. Yo tengo la posibilidad de no ir nunca más al Lucio Molas, pero qué sucede con las miles de mujeres que no tienen otra alternativa", así finaliza la crónica de una joven de 25 años del sur pampeano que desde ayer circula por las redes sociales y que cuenta el difícil momento que le tocó atravesar hace casi un mes, cuando fue internada en el Molas, donde perdió un embarazo de siete semanas de gestación.
El martes 7 de julio a las 5 de la mañana, se despertó con dolores y pérdidas. Fue hasta el hospital de su pueblo y de ahí la derivaron a Santa Rosa. Ella tiene obra social pero aceptó la derivación al Molas porque todo, dice, estaba encaminado. "En la ambulancia me acompañó mi mamá. Cuando llegamos me ingresaron por la guardia y después me recibió una ginecóloga para realizarme el tacto. Sentía un profundo dolor, insoportable, que me hacía retorcer en la camilla. La médica me decía 'tranquila, tranquila eh' en un tono poco agradable. Después me dijo que iban a realizarme una ecografía y que me iban a poner una sonda. Yo me resistía por el dolor y les pedí por favor que lo evitaran. Luego acepté y les pedí que trataran de hacerme el menor mal posible", relató la joven a LA ARENA.

 

Enfermeras.
Hasta el día en que fue internada en el Molas, la joven tenía una buena imagen de los enfermeros, pero la única enfermera amable que encontró aquel martes acababa de cumplir con su turno.
"En la ecografía observaron que el embarazo ya estaba perdido y minutos después me llevaron a la habitación. Ahí me encontré sola, dolorida, triste. Les pedí a unas chicas de administración que se contacten con algún familiar mío, pero nunca recibí respuesta. Mi pareja solo ingresó a la habitación para retirar mis pertenencias. Después entró una enfermera que ni siquiera me saludó. Me cambió el suero y se fue. Seguí sangrando, muy descompuesta y en un momento sentí necesidad de levantarme a orinar. Toqué el timbre pidiendo ayuda pero nuevamente, nadie respondió. Tuve que gritar 'enfermera' en varias oportunidades. Me las arreglé sola para alcanzar el suero y retirarlo de donde estaba enganchado y caminé hasta el baño. No había toalla, jabón, ni papel higiénico. Fui hasta el pasillo y ahí vi a la ginecóloga. Le pregunté temerosa: '¿papel higiénico?'. Ella me contestó '¡No hay!' y continuó su camino. Tuve que limpiarme con la mano y lavarme con agua. Salí goteando. Había sangre y agua por todo el piso porque tampoco tenía con qué secarme."

 

Una hora.
Una hora después de la odisea hasta el baño, la joven recibió a una visita. "Me puse contenta porque una bioquímica conocida de una hermana mía me preguntó cómo estaba. Realmente, no lo podía creer. Nadie me había preguntado eso hasta ese momento. La bioquímica llamó a la enfermera para comentarle de mis dolores y yo pude escuchar cuando ésta le contestó 'si ya no está embarazada, de qué se queja'. Por suerte la bioquímica se quedó conmigo y me tranquilizó".
Cuando el camillero llegó para llevarla hasta el quirófano, la joven ni siquiera estaba acondicionada para el raspaje. "En el quirófano gracias a Dios encontré gente humana, cálida. Después de la intervención me encontré sola otra vez, muy mareada por la anestesia total. Sentí nauseas y vomité al costado de la cama. Tenía miedo de caerme. Volví a llamar a las enfermeras y nada. Al rato, se acercó una y me dijo que no era nada y se fue. A los pocos minutos volvió para higienizarme (por única vez) y me tiró una jarra de agua fría y sin secarme, se fue sin saludar. Pasadas las 16 los dolores cedieron y ahí pude ver a mi familia. Al fin tenía a quién pedirle ayuda".

 


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