Jueves 09 de mayo 2024

El hombre detrás del docente y el periodista

Redacción 04/04/2010 - 01.20.hs
Pretender en pocas líneas caracterizar a un hombre que vivió casi 87 años, es una utopía. José Rufino Villarreal no puede abandonar, en su fraseología, al maestro que siempre quiere dejar una enseñanza.
MARIO VEGA
Advierto que no me resultó fácil acceder a esta nota, porque el personaje me seduce a partir de una columna que diariamente publica este diario, pero también es cierto que casi no lo conozco personalmente. Debo confesar, sí, que me atrapa su indudable sabiduría, algunos planteos filosóficos de cuestiones cotidianas y, también, esa cierta obstinación por aferrarse a sus cosas, que son nuestras cosas. Las de esta sociedad, y esta Santa Rosa que compartimos habitualmente.
¿Cómo será el hombre detrás de la columna?, ¿Qué habrá en el interior de quien es capaz de deslumbrar con su prosa, que tiene esa manera de decir en la que hay una mixtura del hablar de los hombres comunes, de la gente de la calle, atravesada por fábulas de la mitología griega, o historias donde aparecen rasgos de la lectura de los clásicos?
Desde aquellos tiempos -parece mentira pero hace por lo menos dos décadas de eso- en que me tocaba coordinar Caldenia -el suplemento cultural de LA ARENA-, me sentía atraído por esa generación de intelectuales que conformaban el mismo José Rufino Villarreal (Jotavé), Ricardo Nervi, Paco Miguens, Rodríguez Kessy, Edgar Morisoli, Ana María Lasalle y Muruma Lucero, entre otros.
Pero lo de Jotavé me resultaba particular, porque me daba cuenta que -en la lectura de sus escritos- accedía a conocer rasgos de una erudición que me superaba abiertamente. Por eso, desde la condición del simple escriba, del periodista de la cosa cotidiana, tenía una suerte de temor por abordar a alguien que, intelectualmente, demuestra tanto conocimiento.

Pobres, pero felices.
Pero de entrada José me recibe y acorta la distancia, saluda estirando su mano, me presenta a su esposa Martina (aunque todos la conocen por Marta), y me invita a pasar a su reducto: una sencilla "oficina" donde se pueden ver libros y la computadora donde cada día tecleará su columna. "Aquí trabajo", dice escueto mientras agrega que es el lugar donde le gusta pasar su tiempo, repasando viejos escritos -"a veces me sorprendo de cosas que escribí y que no quiero ni leer", dice relativizando aquello que alguna vez fuera su pensamiento, el de otra época, el de otras circunstancias de la vida.
"¿Qué quiere saber?", interroga mientras nos acomodamos. Él también se me ocurre un poco ansioso, inquieto, y no le pregunto por qué.
"¿Mi vida? Mis padres fueron Pedro Villarreal, creo que alguna raíz indígena debe haber en ese apellido, y mi madre se llamaba Emilia. Estoy casado con Marta, mis hijos son Diego y Marcos y tengo seis nietos".
Se nota que le gusta hurgar en sus recuerdos. "Sí, tuve una infancia feliz. Es cierto que éramos muy pobres, porque a papá apenas lo conocí... tenía 42 años cuando falleció. Y allí mamá tuvo que salir a bancar la situación. En aquel entonces los juguetes los inventábamos, y jugábamos al fútbol, con una pelota de trapo y a veces aparecía una de goma. Me gustaba, tenía una buena patada para el fútbol, y recuerdo algunas cosas de cuando jugábamos... cuando pasan las barras cantando en homenaje a alguien. Cantábamos cosas como 'a la lata, al latero como Zalabardo no hay arquero', o "se oyen ruidos de pelota, y no sé, y no sé lo que será...', esas cosas de chicos", rememora aquella ingenuidad. "Qué más sano que eso, era divertido, no era agresivo. Supongo que en esa época había violentos pero estaban controlados por la mayoría".

 

El estudio como norte.
Pero lo de José no pasaría por el fútbol. El estudio tendría un rol fundamental en su existencia. "Fui primero a la Escuela 1 y después a la 4, pero con mi mamá decidimos empezar de nuevo en la Normal, que era el camino que tenía la gente pobre en ese momento, el lugar desde donde se podría ingresar y conseguir cierto prestigio social". La etapa normalista signaría para siempre su vida. "Yo creo que la Escuela Normal es un hecho histórico, con eso rompo la cáscara del barrio y salto a las letras. A la parte de magisterio, venía gente de todos lados, de Anguil, Toay, Catriló... porque tenía prestigio, y había unas maestras muy interesantes".
Admite que fue su madre la que influyó fuertemente en esa decisión, y "yo supe ser egoísta cuando debí serlo". Tenía claro que su lugar estaba allí, y no dudó.
"Es cierto, la pobreza tenía entonces otra dimensión. Porque si usted tiene comida, un poco de cariño y puede jugar, si tiene resuelto lo cotidiano, lo otro es menos importante. Es cierto que hoy la pobreza es más agresiva y más chocante, porque el pobre de clase media, o clase media baja, ha cambiado sus expectativas y trata de alcanzar en lo posible las posiciones de más arriba. Antes el afán era satisfacer las necesidades más comunes", razona.

 

El periodista.
A los 17 decidió irse a Buenos Aires, y si bien estuvo en la UBA sólo fue poco tiempo, porque decidió ir a La Plata para culminar su carrera en Filosofía y Ciencias de la Educación. Apenas poco antes de partir a estudiar ya había incursionado en el periodismo, recién recibido de maestro. "Empecé en La Capital... su propietario era don Tulio Navarro Sarmiento, quien se dispuso a hacer un diario moderno, pero la economía andaba como la mona y el director que estaba se tuvo que ir, y así fue que quedé al frente. Pero cuando muere don Tulio, que me tenía un gran afecto, lo primero que hizo la administración es tomar nota que yo no les convenía porque había comenzado a militar en el Socialismo. Allí conozco a don Raúl (D'Atri), que poco más tarde me llama y me dice 'usted tiene trabajo en LA ARENA'. Era un hombre de gran generosidad y lealtad. Estuve hasta que me fui a estudiar", sostiene.
Se habría de recibir con las mejores notas, y la vida lo llevaría a Trelew, donde trabajaría en el diario de esa ciudad. Más tarde el arribo a General Pico, donde empezó a dar clases y fue director de la Escuela Normal y, paralelamente, a trabajar en un nuevo emprendimiento: el diario Zona Norte. Allí conoció a su esposa, tuvo a sus hijos, y sería reconocido como un docente brillante. Seguramente uno de los mejores momentos de su vida fue cuando, al cumplirse el 50 aniversario de la Escuela alguien lo mencionó en un discurso. El aplauso cerrado de la gente durante varios minutos lo emocionó. "Fue un fenómeno que me hizo pensar que fui un buen profesor y una demostración de la lealtad que han tenido mis alumnos. Yo fui leal con ellos", enfatizó.

 

Los clásicos.
En sus columnas diarias Jotavé muestra al lector algo de los clásicos, fábulas, mitos, reminiscencias de una lectura que lo marcó. "En realidad los clásicos los leo tarde, yo era lector de historietas, de Salgari, Sandokán... eran mi alimento y, todavía hoy, los diarios los empiezo por las historietas", cuenta para mi sorpresa. "Le soy sincero, siempre hay tiempo para leer los clásicos. Uno los lee, y a los 20 veinte años otra vez, y los lee de nuevo... Shakespeare y Cervantes los he leído varias veces... esas son novelas-mundo. Uno va reconstruyendo todo el tiempo y podrá ver que el espacio y la gente no ha cambiado, el hombre no ha cambiado. Allí se dará cuenta que sigue siendo cobarde la más de las veces, valiente cuando no tiene alternativas...", reflexiona. "Yo le puedo contar mis corajeadas, que las tuve, pero más le puedo contar de los caminos laterales", se sonríe José.
¿Qué contesta a quienes sostienen que en pocas líneas nos atosiga con sus conocimientos, que casi es una jactancia suya?. "Lo que pretendo es que la gente movilice su lectura... lo que digo lo sé realmente, y no hago una ostentación de lo que pueda conocer. Y si pongo palabras raras a continuación explico por qué en ese sentido".
No duda en demostrar su admiración "por algunas cosas de Edgar Morisoli. También me gusta mucho 'La Calandria' de Bustriazo Ortiz, pero no las últimas cosas que ha escrito porque creo que los versos deben ser para la gente y no para los laboratorios que descifran cosas", apunta.

 

La muerte.
Conversar con José es atrapante. Habla de todo y en cada frase deja una reflexión. "No le temo a la muerte. Sé de nuestras limitaciones desde cuando muy pequeño supe que todos nos íbamos a morir, así que es algo que resolví rápidamente. "Por eso, cuando usted me pregunta qué espero digo: que me dejen disfrutar de la vida hasta el último momento, que hasta el último minuto pueda estar entendiendo lo que pasa, poder incluso pensar mi propia muerte. No me inquieta la muerte, porque cada minuto que vivo la muerte crece conmigo". "¿Si creo en Dios? Es más fácil no creer, pero me gusta más ser agnóstico que ateo. Entiendo que siempre hay que dejar una puerta abierta", contesta.
"No adjetivice demasiado en la nota -pidió-, use mucho el sustantivo". Pero no es fácil a veces, no resulta sencillo en algunos casos. Usted sabrá comprender.

 

"Yo hice una vida posible".
No niega, no relativiza, ni siquiera parece querer justificarse. A lo mejor no le gusta el tema, pero no lo elude. Fue decano de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de La Pampa durante el Proceso y, claro, hay quienes se lo reprochan. "Es cierto que no veía lo que después se vio", dice al contar cómo fue aquel momento. Creyó que sería un golpe militar como otros y se equivocó de medio a medio. "Es evidente hoy que en el '76 los militares quisieron hacer de nuevo al país, matando a los que tuvieran que matar". Pero Villarreal sostiene que en ese momento apostó a lo académico, "a salvar a una universidad que estaba en quiebra... en la carrera de Historia había un solo alumno y aposté a salvarla, y lo logré. Y llevé a Walter Cazenave, y a otros importantes escritores a dar algunas charlas", rememora. Y menciona además el nombre de una encumbrada política que también transitaba las aulas en aquella época, y que ahora lo saluda a la distancia, quizás "porque yo le recordaba algún aspecto débil o anti-heroico, o porque yo era antiperonista. Pero nadie ha dicho que yo lo perseguí, que lo denuncié, y tampoco se tiene en cuenta a cuantos hoy 'campeones de la democracia' salvé. Yo hice una vida posible, tratando de vivir, de estudiar, de construir una familia, de tener un proyecto, por eso no opté por el exilio. Preferí quedarme, aunque se pudiera vivir en el exilio... porque esta es mi tierra, esta es mi gente, y la tragedia argentina es mi tragedia, aunque pudiera ser que uno no tiene la fuerza para cambiarla, porque ese no es su tiempo, ese no es su plan".

 


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