Jueves 25 de abril 2024

A 50 años del primer astronauta argentino

Redaccion 26/01/2020 - 21.18.hs

Sin que tuviera prácticamente ninguna mención en los medios de comunicación, ni siquiera en las efemérides oficiales, a fines de 2019 se cumplieron 50 años de uno de los mayores hitos del desarrollo aeroespacial nacional: el envío al espacio y su regreso con vida del mono Juan, el primer «astronauta argentino». Con este logro, Argentina fue el cuarto país en enviar un animal al espacio y lograr que volviera con vida. El mono Juan murió de viejo en un zoológico.
El acontecimiento ocurrió el 23 de diciembre del año 1969, unos pocos meses después que Estados Unidos lograra el mayor hito hasta ahora en la conquista del espacio: la llegada del hombre a la Luna. Aunque lejos de esta hazaña, el mérito argentino representó un logro en la historia del desarrollo aeroespacial nacional.
El interés de profesionales, entusiastas e incluso organismos del Estado argentino por el tema aeroespacial comenzó a fines de la década del ’50 cuando Rusia largó en punta primero con el lanzamiento del satélite Sputnik, en 1957, y luego con el vuelo pionero de Yuri Gagarin, en 1961.
Argentina marcó el primer gol en este partido en 1961 con el lanzamiento del cohete Alfa Centauro, un 2 de febrero, desde Pampa de Achala, al norte de la provincia de Córdoba. Era un pequeño cohete que alcanzó los 12 kilómetros de altura, dotado de instrumentos de lectura directa para medir parámetros de la atmósfera como presión, temperatura, y otras mediciones sencillas.
Los logros se sucedieron en forma sostenida con el lanzamiento de cohetes cada vez más potentes, y luego la experiencia del ratón Belisario, una prueba pionera que abrió las puertas a un desafío mayor: el envío de un ser vivo más evolucionado, y su recuperación con vida.

 

Un protagonista.
El ingeniero aeronáutico Luis Antonio Cueto fue un protagonista de aquella gesta. A las puertas de cumplir los 90 años, y con una lucidez envidiable, el profesional dialogó largamente con «El Faro», el programa de ciencia de Radio Noticias.
Nacido en 1930, Cueto tenía 31 años cuando se sumó al incipiente proyecto espacial argentino. Ingeniero aeronáutico egresado del Instituto Universitario Aeronáutico, en aquel tiempo llamado Escuela de Ingeniería, Cueto se dedicó a esta actividad porque estaba a cargo de uno de los departamentos especializados dentro del Instituto.
«Mi departamento era el de Vehículos Cohetes, justamente, y nosotros trabajábamos preparando material para los aviones, es decir preparábamos cohetes para los aviones, hasta que empezamos a desarrollar cohetes para la investigación del espacio», recordó.
A fines de 1969, al momento del lanzamiento del Canopus II con el mono Juan abordo, Cueto ya acreditaba una importante experiencia en el tema aeroespacial. En esa época, la actividad espacial la coordinaba la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, que dependía de la Secretaría de Aeronáutica, porque en ese tiempo la Aeronáutica argentina tenía la responsabilidad de todas las actividades que se llevaban a cabo en el aeroespacio.
Bajo la coordinación de la CNAE, el Instituto Aerotécnico -ejecutor material de los programas-, y el Instituto de Medicina Aeronáutica, que era el que llevaba los estudios, diagramaron y desarrollaron el programa de lanzamiento de cohetes llevando a bordo pequeños animales.
Esto fue unos dos años antes del lanzamiento de Juan, cuando se hicieron experimentos con el envío de pequeños roedores al espacio, tal el caso de un ratón que recibió el nombre de Belisario.
El lanzamiento del mono Juan se llevó adelante en la base de Chamical, en La Rioja, una base que tenía la Fuerza Aérea equipada para este tipo de experiencias. Con orgullo, Cueto destacó que «Chamical fue la primera base de lanzamiento del Hemisferio Sur. Antes de que estuviera la base holandesa (en la Guyana) y las brasileras, Chamical fue la base de lanzamiento austral que tenía en ese momento nuestra Argentina».
«En el tema cohetería supongo que en ese momento estábamos sextos o séptimos (entre todos los países del mundo que habían incursionado en el tema), llevando a cabo experiencias muy interesantes, algunas propias y otras en cooperación con franceses, con alemanes, con ingleses, con los Estados Unidos, etc.», comentó.

 

El lanzamiento.
-¿Por qué piensa que Argentina decidió entrar en la fabricación de cohetes?
-Indudablemente que acá hay buenos profesionales y profesionales curiosos. Llegaban las noticias de las experiencias de los rusos, de los norteamericanos, del vuelo de Yuri Gagarin, el vuelo suborbital de Alan Sheppard en Estados Unidos, eran noticias que llegaban y despertaban la inquietud de nuestra gente. Fundamentalmente de una persona que no puedo dejar de nombrar, el ingeniero (Teófilo) Tabanera, que fue nuestro primer presidente de la Comisión Nacional de Investigación Espacial.

 

-¿Qué recuerdos tiene de ese día?
-Tengo algo que recuerdo siempre. Estaba subido en la rampa mirando dentro de la cápsula por medio de una ventanilla que tenía la cápsula, que en ese momento estaba abierta porque todavía no habíamos presurizado con oxígeno ni habíamos hermetizado la cápsula. Entonces lo vi al monito que estaba sedado, durmiendo, y me acuerdo que dije para mis adentros: «Bueno Juan, que tengas un buen viaje, espero volver a poder conversar con vos dentro de unos momentos».
El deseo de Cueto se cumplió, y el monito volvió vivo a la superficie terrestre. Tras desprenderse de los motores que la impulsaron, la cápsula cayó en unas salinas al sur de La Rioja, donde fue recuperada. «Gracias a Dios pudimos traerlo vivo, no fue fácil. La cápsula tenía que soportar altas temperaturas, vibraciones, cambios de presión violentos, aumentos de temperatura, y todo eso no tenía que reflejarse dentro del contenedor del monito. Piensen ustedes como que el monito estaba dentro de un termo, y todas las capas que había en el exterior hasta llegar a la cobertura de vuelo, eran las que lo protegían», graficó.

 

Canopus II.
El cohete Canopus II que elevó la cápsula con el simio a bordo era en ese momento el inyector de mayor potencia que había desarrollado nuestro país. «Tenía un tiempo de combustión del orden de los 14 segundos y un empuje del orden de más de 2.000 kilos. La ojiva estaba engrosada para contener a la cápsula que tenía el monito. Era un cohete realmente evolucionado», destacó Cueto.
El cohete Canopus II formaba parte de la familia Orion, que tuvo su máxima expresión en el cohete Rigel, lanzado poco tiempo después y que llegó a los 300 kilómetros de altura.
El mono no viajó despierto sino sedado. El equipo médico que dirigía el doctor Crespín, del Instituto de Medicina Aeronáutica y Espacial, atendía la parte médica relacionada con el monito. «Después de esa anécdota que te cuento, procedimos a cerrar la cápsula e inyectamos oxígeno a una presión de un bar, es decir, una atmósfera por arriba de la atmósfera terrestre. Suponíamos, y así fue, que nos daría una autonomía del orden de casi 50 minutos, porque el monito respiraba ese oxígeno puro que estaba en la cápsula, cuando exhalaba el anhídrido carbónico que pasa por un filtro que retenía el anhídrido carbónico. Es decir que el monito iba a poder respirar aproximadamente 45 a 50 minutos».
El lanzamiento se hizo en torno a las 10.30 de aquel 23 de diciembre de 1969. El vuelo duró un poco más de lo pensado, porque el cohete subió hasta unos 80 kilómetros de altura y fue tomado por una corriente de chorro desde el oeste, que lo alejó más de lo pensado. «O sea, el paracaídas lo llevó mucho más lejos de lo que habíamos supuesto. Gracias a Dios, el equipo de telemetría que tenía la ojiva transmitió en todo momento, y cuando el paracaídas cayó al suelo, quedó colgando de la rama de un árbol y el equipo siguió transmitiendo de manera tal que el avión de búsqueda y luego el helicóptero de recuperación lo pudieron encontrar».

 

-¿Dónde cayó la cápsula?
-El disparo se hizo hacia la zona de la salina Ambargasta, que es un poco más al norte que salina La Antigua, la que hace de límite entre Córdoba y Santiago del Estero, en las salinas Grandes. Está un poco más al norte y un poco más cerca de Chamical que las Salinas Grandes.
Por fortuna la cápsula quedó colgando de un árbol y no cayó en un charco de agua. «Si hubiera pasado eso, se hubiera presentado un problema, porque el sistema de ventilación aspiraba aire del exterior, y eso hubiera llenado de agua a la cápsula», explicó Cueto. «Gracias a Dios no pasó. No eran muchas las lagunitas que tiene esa zona, es una zona bastante árida, pero esa probabilidad la teníamos presente».

 

-¿Usted fue a buscarlo o lo volvió a ver cuando lo trajeron a la base?
-Parte del equipo lo mandamos en helicóptero a buscar el monito, porque nuestro equipo eran aproximadamente unas 11 personas de distintas actividades. Parte de ellos fueron a buscarlo en helicóptero. Lo trajeron, yo estaba en la base de lanzamiento, y lo recibí cuando volvió. La gente procedió inmediatamente al desarme de la cápsula, y el doctor Crespín, que estaba a cargo de la parte científica de la experiencia, lo vio, vio que el mono estaba bien, se entró a mover, a despertarse, y pudimos ponernos mucho más contentos que lo que nos habíamos puesto cuando bajó del helicóptero a la cápsula de vuelo.
«La cápsula fue introducida en el taller de verificación final, y las manos rápidas, casi nerviosas, del doctor Hugo Crespín, director científico del proyecto, extrajeron al todavía somnoliento Juan. ¡Vivo, está vivo!, exclamaron todos eufóricos», publicó el diario La Nación el 24 de diciembre del año 1969.

 

-¿El mono Juan vivió muchos años más y murió de viejo, no?
-Efectivamente. Después que volvió el mono Juan, no tuve oportunidad de verlo nuevamente, porque se lo llevaron al zoológico. Supongo que en el zoológico le deben haber puesto buzo de astronauta y debe haber sido la locura de las monas que andaban por ahí (risas). Un mono vestido de astronauta debe haber llamado la atención.

 

Un museo especializado.
Después del lanzamiento del mono Juan, la actividad se suspendió y Argentina no siguió transitando el camino de la conquista del espacio. Cueto participó de otros lanzamientos más, incluso uno muy importante desde la base Marambio, en la Antártida, y luego fue asignado a otro sector, Materiales, y trasladado a Buenos Aires. Pasados los años y ya jubilado, el ingeniero volvió a su antigua pasión de la mano de un museo especializado en el tema aeroespacial que existe en Córdoba, el Museo Universitario de Tecnología Aeroespacial.
«Me llamó el director del Instituto y me dijo ‘me interesaría hacer un museo que tenga cosas del desarrollo espacial y del tema aeronáutico, de la Fábrica de Aviones», y bueno, me puse a trabajar con otra gente, que me ayudó», relató Cueto. Mencionó en particular a Verónica Ferrari, quien era su secretaria y ahora es directora del museo. «Entre ella, junto a ingenieros y suboficiales, me dieron una mano e hicimos el museo, en el cual hay bastantes cosas relacionadas con este tema, y donde se hizo la película que habla del vuelo del mono Juan», detalló. «Cuando se festejaron los 100 años de la Fuerza Aérea Argentina, se hizo un lanzamiento en Chamical, de un cohete con material recuperado del museo. Y esa fue la actividad que movilizó un poco el tema, pero no se volvió a trabajar».

 

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