Alicia Chaves, la muchacha de las llaves
Miércoles 06 de marzo 2024

Alicia Chaves, la muchacha de las llaves

Redaccion 21/03/2020 - 21.43.hs

Era la única mujer en el entonces Instituto Provincial de Vivienda. Había entrado con 18 años y era de plena confianza de don Aquiles José Regazzoli. Fue protagonista impensada de una gesta singular.
MARIO VEGA
Era noche cerrada todavía aquella madrugada… pero pocos sabían que iba a venir una noche todavía más negra en el país. El 24 de marzo de 1976 se iniciaba una de las etapas más aciagas de la historia argentina, cuando asumió el poder la más feroz dictadura que asoló nuestra tierra.
«Definición militar», titulaba LA ARENA el mismo día del golpe. Su director, Saúl Hugo Santesteban, iría detenido a la U-4 pocas horas después. También se consignaba que los últimos cables que se incluían en la edición del 24 de marzo -llegados a la teletipo alrededor de las 2 de la mañana- daban cuenta que Isabel Martínez de Perón estaba en el sector militar del Aeroparque «Jorge Newbery», pronta a ser trasladada a la residencia El Messidor, en Neuquén, donde desde ese momento permanecería detenida.
Minutos antes -mientras salía de Casa Rosada- el dirigente Lorenzo Miguel (titular de la UOM) había desmentido la inminencia del golpe; y es más, Deolindo Felipe Bittel -vicepresidente del PJ a nivel nacional- declaraba que el helicóptero en el que se retiraba la entonces todavía Presidenta se dirigía a la residencia de Olivos.

 

Los tanques en las calles.
El movimiento de tropas en todo el país preanunciaba el peor de los finales, y el advenimiento de un nuevo gobierno de facto.
En la provincia de La Pampa la situación no era muy distinta. Militares del Destacamento de Caballería Blindada «Libertador Simón Bolívar» empezaban a movilizarse, y en la noche del 24 de marzo apostaron soldados y tanquetas frente mismo al Centro Cívico.
Allí, en su despacho, el gobernador Aquiles José Regazzoli aguardaba junto a su Gabinete. Todos tenían claro lo que sobrevendría, mientras los soldados ya andaban por pasillos y dependencias de Casa de Gobierno.

 

«Busquen a Alicia Chaves».
Fue en ese momento que Regazzoli ordenó: «Vayan a buscar a Alicia Chaves». Eran las 5 de la mañana. El Flaco Mario Macagno, acompañado de un policía llegó a la «casa 2» de lo que luego sería denominado barrio Peñi Ruca (hoy Aquiles José Regazzoli) y despertó a la familia que ya vivía allí. «Mi mamá se sorprendió… pero le expliqué que me llamaba el gobernador y me fui», cuenta ahora Alicia, a 44 años de aquel día.
No sabía, no le importaba -quizás no le importe hoy- que quedaría en la historia como aquella «muchacha de las llaves».

 

Una enorme familia.
Alicia Susana Chaves -«Chaves con ‘s’, por favor», aclara-, es hija de Nely y Evelio (ambos fallecidos), e integrante de una familia numerosa de cuyos integrantes el más «famoso» debe haber sido el eximio guitarrista Foreto Chaves. Los otros hermanos se llaman Ana, Rolando (lo conocen por Kelo), Luis, Marta, Daniel y Sergio. «Sí, papá era policía, y lo cierto es que éramos muchos…».

 

Trabajar desde niña.
«Por eso a mí desde chiquita me tocó trabajar -sigue contando-: tenía 9 años cuando fui a vivir con la familia Faidutti -Juan José y Nené, el matrimonio-, que vivían en la calle Garibaldi…». Había empezado la primaria en la Escuela 6, y la finalizó ya viviendo con ellos en el nocturno en la n° 38 (al fondo de la «Avenida Roca» entonces). «Me llevaban y me traían todos los días… gente buenísima, que me festejaba los cumpleaños y que cuando cumplí los 15, como no quise fiesta, me regalaron un hermoso anillo de oro», recuerda Alicia.

 

Empleada eficiente.
Aunque sólo hizo estudios primarios, Alicia fue una excelente empleada de la Administración Pública Provincial, donde estuvo hasta un retiro que tomó para acceder luego a la jubilación. «Me computaron 42 años y me fui con la categoría 4, como Jefa del Departamento Coordinación de Compras y Licitaciones… La verdad es que tuve compañeros y jefes maravillosos, y con ellos aprendí a escribir a máquina, a manejar expedientes, y todo lo que fuera la administración pública… En ese tiempo los empleados eran de carrera, verdaderos profesionales en lo suyo… iban vestidos de saco y corbata y resultaban muy eficientes, así que alguien como yo que entró con 18 años podía aprender muchísimo», rememora.

 

Los jefes, maestros.
Y evoca: «Estaba Luis Joaquín Santesteban… ¡un señor! Era el Jefe de Despacho, y cuando algo no estaba como quería rompía el papel y te decía: ‘¡Hágalo de nuevo!’. Y entonces aprendías o aprendías», se ríe.
En realidad no quiere nombrar a nadie por miedo a olvidar a algunos y aparecer como injusta, pero ante mi insistencia menciona a Oscar Rojo -reemplazó a Elpidio Pérez como gerente-, que era muy querido y falleció joven; la «Rusa» Capello; Cony D’Amico y su hermano Carlitos; Rubén Martín; Eduardo Pérez y Claudio Erro, entre otros.

 

Militante desde chica.
Alicia, llevada por la familia Faidutti, comenzó a militar muy de piba en el Partido Justicialista. «Sí, me llevaron y por supuesto nunca me arrepentí de eso… ni cuando me metieron presa», vuelve a reír. «¡Uh!, hay muchos militantes de esa época que recuerdo… Oscar Gatica, Rafael Riesco, Ricardo Figueroa, Pocha Inchaurraga, Juana Laurenzano, La Beco Faidutti, Ricardo Jofré, María Rosa Balbuena, Moira Morisoli, Sangre Santamarina, Petete Juárez… tantos… Pero si tengo que nombrar a todos nos va a llevar un buen rato. ¡Y me vas a hacer quedar mal, porque seguro me faltarán un montón!», reprocha.

 

La noche del golpe.
Cuando Alicia llegó a Casa de Gobierno -el sol todavía tardaría en salir-, ingresó acompañada por un policía, hasta que un militar le cortó el paso: «Me mandó a llamar el gobernador», atinó a decir. Y la dejaron pasar.
«El golpe se olía en al aire, y Don José ya tenía pensado entregar el barrio (Peñí Ruca entonces) antes que pasara… pero el día antes me mandaron a hacer una visita social, y no pude repartir las llaves… fue lo primero que me preguntó cuando me vio. Le dije que habían quedado en la oficina de Vivienda», indica Alicia.

 

A buscar las llaves.
«¿Te animás a ir a buscarlas?», le preguntó Regazzoli. Y hay que imaginar el momento: Alicia era una piba de sólo 18 años -y aunque ya era mamá de su hijo mayor Pablo- era probable que pudiera sentir temores. ¡Cómo que no!
Pero no dudó en su respuesta: «Sí… yo voy». Acompañada por el mismo policía que la había buscado un rato antes en su casa, y por Lalo Gigena -hasta ahí Director de Prensa- caminó por los pasillos de Casa de Gobierno entre el despacho del gobernador y las oficinas de Vivienda. Un par de uniformados (un soldado y un oficial) le salieron al paso: «¿Dónde va usted?». Con rapidez la joven respondió: «Dejé unas llaves en la oficina y las necesito…». El oficial -era el mayor Calderón- dudó unos instantes y le dijo al soldado que la dejara pasar…

 

Con el tablero bajo el brazo.
«¡Me dejaron entrar, y agarré un tablero así de enorme lleno de llaves y me lo llevé bajo el brazo…» se ríe Alicia ahora, mientras con las manos indica cómo eran las dimensiones de la madera que retiró… «No sé, un metro de largo por 50 centímetros de alto… o algo así. Cómo será que el policía que me acompañaba me tuvo que ayudar», explica. «Tuve suerte, porque cuando salí el mayor Calderón no estaba, y el soldadito no se animó a pararnos», completa.

 

¡A ocupar el barrio».
«¡Las tenés que entregar ahora mismo, a cada uno de los adjudicatarios!, ¿te animás?», la inquirió Don José.
A esa altura Alicia ya estaba entusiasmada con su misión, y acompañada por Avelino Cisneros partieron hacia el barrio ubicado detrás del Molino Werner, donde hasta ese momento vivía la mayoría de los beneficiados con una vivienda en el Barrio Peñí Ruca.
Listado en mano Alicia Chaves y Avelino Cisneros -sólo ellos dos, y nadie más (a esta altura hay otros que pretenden haber sido parte de la entrega de llaves esa vez)-, fueron diciéndoles a los adjudicatarios que debían mudarse en ese mismo momento. Porque después, ya con los militares en el poder, todo podría llegar a complicarse.

 

Precipitada mudanza.
«Nosotros con mis padres y mi hijo Pablo que era muy chiquito, ya vivíamos en el Peñi Ruca, en la casa n° 2 (sería la primera habitante), porque antes estábamos en una casita muy humilde en Villa Parque, y Don José nos adelantó la entrega… Así que cuando los nuevos ocupantes fueron llegando al barrio con Avelino los íbamos acomodando en cada casa… porque yo conocía el lugar», rememora.
Y no resulta fácil imaginar lo que tiene que haber sido ese momento, cuando los pobladores de atrás del Molino precipitadamente abandonaban lo que eran sus humildes moradas hasta ese momento para cargar en autos, carros, motos y hasta en bicicletas lo más elemental para meterse en sus nuevas casas. «Sí, era un espectáculo difícil de describir… la gente llegaba en lo que podía y se iba metiendo en sus viviendas», evoca Alicia.
Más tarde serían avisados el resto de adjudicatarios que vivían en otros barrios de la ciudad.

 

Los 80 adjudicatarios.
Algunos vecinos de antaño -han pasado exactamente 44 años- siguen viviendo allí, o lo hacen sus hijos u otros familiares. María Eva Wals, la esposa de Pelusa Díaz (fallecido hace un par de años), sigue en el lugar, y también alguno de sus hijos y nietos; los familiares de Juancito Gauna -otro recordado ex jugador y trabajador municipal-, Chacho Maldonado y los suyos, y también los Potrós… y muchos más.
Alicia se reprocha no encontrar la nómina de adjudicatarios que hasta hace unos días había visto en su casa de hoy (en el Barrio Butaló), «porque ahí estaban todos los que recibieron la casita ese día. Las 80 familias que desde ese momento gracias a Regazzoli tuvieron un techo», sostiene.

 

Lo que vino.
Lo que pasó horas después de ese 24 de marzo es suficientemente conocido. Los militares ocupando todos los espacios, los atropellos, las detenciones sin justificación… la ferocidad de una dictadura que hasta hoy y para siempre aborrecemos.
Aunque nos decían que La Pampa era una isla, no lo fue al momento de la represión. Hubo muchísimos ciudadanos que fueron presos sin causa ni proceso… ya quedó dicho, Saúl Santesteban, el director de LA ARENA, fue uno de los primeros; y desde antes del golpe incluso (ya en 1975) Raúl Celso D’Atri sufrió la cárcel por varios años, se supone que por el «delito» de pensar.
Claro está, Don José Regazzoli, todo su gabinete, y muchos militantes peronistas pasaron el mal momento. Y, por supuesto -¡miren que se les iba a escapar!- también esa «revoltosa» de 18 años que había tenido la osadía de salir a entregar llaves de viviendas de un barrio a estrenar cuando el golpe ya estaba en marcha.

 

«¡Sí, a mí también me llevaron!»
Cuando el «celular» (así le decían a los patrulleros de la Policía entonces) paró en la puerta de su casa, Alicia no tuvo dudas: «Sí… me iban a buscar. Mi mamá lloraba, les explicaba que tenía un bebé de un año, pero me llevaron igual a la Jefatura de Policía… al 2° piso creo… Vi un oficial que me parece que era (Luis) Baraldini, y después vino otro militar y me hizo preguntas. Pocas, cortante…».
Pocas horas antes Oscar Rojo -gerente del IPAV-, había ido hasta lo de los Chaves para advertirle: «Nos están buscando… yo me voy a dar unas vueltas por ahí y veo qué pasa. Al poquito tiempo lo metieron preso… A mí don José me había dicho: ‘Usted diga la verdad’, que yo la mandé’… ¡y nada más!’, y fue lo que hice», evoca Alicia.
Varias horas después, a eso de las 2 de la mañana vino la orden: «¡Váyase! Me dejaron en la calle… hacía frío, pero no dije nada y me fui caminando hasta mi casa, que quedaba lejos», dice ahora y se pone un poco más seria.

 

A 44 años.
Hoy, a 44 años de aquel Golpe que sería el inicio de los tiempos más oscuros, Alicia vive tranquila, rodeada del afecto de sus hijos (Pablo, Roxana y Mery), y de sus nietos Sofía (23), Valentín (16), Julián (15), Malena (11), Yamil (8) y Olivia.
«¿Qué siento a tantos años? No sé… me acuerdo de tantas cosas. De mis compañeros de Vivienda, que fueron tan buenos, y con los que teníamos una relación fantástica; los de militancia, que algunos ya no están… Si pienso en Don José qué decir: el día que falleció, el 21 de septiembre de 1987, doña Zelmira me mandó llamar, y por supuesto estuve».

 

Orgullo por Don José.
Y contesta ante un interrogante: «No… no me creo nadie especial por lo que hice. Me tocó hacerlo… los que me conocen saben que no me gusta presumir, y de verdad si siento orgullo es por Don José… él sí merece todo el reconocimiento», reafirma.
No obstante, los hijos e hijas y nietos y nietas pueden sentirse también verdaderamente orgullosos/as del coraje de aquella piba que, cuando tenía nada más que 18 años, engañó al mayor Calderón y se llevó, subrepticiamente, el tablero con las 80 llaves…

 

Recordando a «Don José».
Era la única mujer en aquel Instituto Provincial de Vivienda -todavía no «autárquico»-, y obviamente promediando los años ’70 ni por asomo estaban sobre el tapete las cuestiones de género. «La verdad es que a Elpidio Pérez -entonces gerente general- de entrada no le gustó mucho que me enviaran a sus órdenes…», cuenta Alicia. Después iban a ingresar Carmen Lezcano y Haydeé Folmer, y al poco tiempo se sentirían integradas a un grupo de empleados que no era demasiado numeroso todavía. «Nos juntábamos en fiestas los fines de semana, y había un gran compañerismo…».
Eran tiempos en que -sin los vehículos de este tiempo, y con caminos en muy malas condiciones- las comisiones de servicio al interior de la Provincia eran por 15 ó 20 días. «Más de una vez me tocó viajar con Don José, y nos quedábamos en el Oeste todo ese tiempo, así que hablábamos mucho, y creo que me tuvo un gran cariño», dice Alicia.
«Usted diga la verdad m’ hijita: que yo la mandé a entregar las llaves», le dijo luego de aquel episodio singular. Meses después, cuando quedó en libertad, Regazzoli iba todos los fines de semana a tomar mate al barrio que hoy lleva su nombre. «Sí, venía y se quedaba charlando, pero lo hacía en muchas casas», agrega.
Quedan aún muchas familias de los primeros habitantes en el lugar. María Eva Wals -que fue esposa de Pelusa Díaz, el reconocido cantor y guitarrero-, tiene bien presente aquellos momentos: «Sí, Alicia llevó las llaves y Pelusa me dijo que nos teníamos que venir urgente… agarramos lo que pudimos y nos vinimos. No teníamos luz, ni gas, ni nada… Así que por las noches estábamos a la luz de una vela…», rememora.
Y completa: «Aquí no había nada. La Avenida de Circunvalación no existía, y era apenas una calle de tierra… enfrente sólo esa casa que ahora está al lado de Ratto (la agencia de autos) y más atrás una chanchería… hoy casi hay otro pueblo ahí», dice María Eva. Está desde aquella mañana del 24 de marzo, y allí sigue, y también algunos de sus familiares directos.
En el final hace una mención: «A Alicia hace un tiempito que no la veo… pero sabe venir… Sí, esa chica tuvo un enorme coraje aquella vez», reconoce. Y vaya si Alicia lo tuvo… cuando era apenas una chiquilina.

 

Acto suspendido.
Aquella entrega de llaves con la dictadura en ciernes iba a ser objeto de especial recordación. El diputado Leonardo Fabio Avendaño (Frejupa) había presentado un proyecto por el que la Legislatura apoyaba el acto que se iba a realizar el 23 de marzo en el Barrio Aquiles José Regazzoli (ex Peñi Ruca), para homenajear precisamente al ex gobernador.
Por razones obvias el acto fue suspendido.

 

«¡Cómo me engañó!».
El coronel José Edgardo Calderón (fallecido), estuvo presente en Casa de Gobierno aquella noche mientras se decidía la suerte de Don José Regazzoli. Luego iba a quedar a cargo -en el gobierno de facto del teniente coronel Fabio Carlos Iriart en La Pampa-, del Ministerio de Bienestar Social.
El militar, ya como ministro, cada tanto -«por intermedio de Ginvanioni, un militar que trabajaba en Vivienda, y que era un amigo», cuenta ella- convocaba a Alicia Chaves a su despacho. Secamente le ordenaba: «Siéntese allí…». Después de varios minutos Calderón la miraba y le decía: «¡Pero cómo me engañó usted! ¡Fue a buscar una llave y se fue con un tablero bajo el brazo…!». A la distancia se puede sospechar que el militar -por supuesto no lo decía-, en realidad admiraba a esa muchachita que se animó a tanto… «¡Cómo me engañó usted!», le repetía. «Al final casi terminamos amigos…», lo recuerda hoy Alicia. «Y casi puedo decir que era buen tipo», agrega indulgente.

 

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