Sabado 20 de abril 2024

Chapista, un oficio que aún perdura

Redacción 18/08/2019 - 01.28.hs

Muchos oficios desaparecieron con el paso del tiempo, pero el de mecánico chapista aún persiste. Y todo indicaría que es uno de los que está destinado a continuar, más allá de los avances tecnológicos.
MARIO VEGA
El avance de la ciencia, la tecnología en general, ha ido determinando cambios sustanciales en las formas de producción, en las maneras de trabajar; o también sucede con muchos servicios. Por eso algunos oficios debieron ir modificando las condiciones laborales; y en muchos casos llegaron a desaparecer.
No obstante cabe reconocer que algunos -muchos otros- todavía aparecen como necesarios y útiles. Entre los primeros, los que ya no se ven -o en todo caso aparecen cada tanto casi como una curiosidad- se puede hablar de los lustrabotas, o simplemente los lustradores de zapatos, aquellos que con su cajoncito paraban en las puertas de algún comercio -bares o confiterías sobre todo-, y ofrecían el servicio por el cual el cliente colocaba su pie (y su zapato, claro) sobre la gavetita de madera para ver como sus timbos quedaban limpios y brillantes. Hoy, casi como una originalidad del paisaje se pueden ver algunos que otros en la heterogénea Buenos Aires.

 

¿Y el colchonero?
¿Y los colchoneros... ¿alguien se acuerda de ellos, en qué consistía su trabajo? Recuerdo perfectamente a un señor Díaz -ese era su apellido- que andaba con un bastidor a cuestas y llegaba cada tanto a la casa de mis padres para reparar los antiguos colchones, o cuando había algún pesito más hacer uno nuevo. El hombre tomaba la lana de los viejos y con aquel armazón cardaba (desmalezaba, podría decirse) el material para separar las hebras. Un trabajo artesanal que desapareció cuando comenzó la fabricación industrial de los colchones.
Ni hablar del afilador que, montado en su bicicleta, recorría las calles ofreciendo poner en las mejores condiciones los cuchillos y tijeras de la casa -llamando la atención de los vecinos con un flautín que marcaba su cercanía. Cada tanto, como una rareza aparece alguno que otro.

 

Otros que ya no existen.
Sin ir más lejos puedo decir que mi padre -imprentero él- era un gran tipógrafo: un artesano en eso de parar una a una las letras de plomo para armar un texto que luego se colocaba en una marco (como si fuera en un cuadro) de hierro, y de allí pasaba a la impresión... una hoy simple computadora y alguien que supiera manejarla -se pueden realizar los más complicados trabajos, armarlos e imprimirlos- terminó con el oficio de tipógrafo.
Pero hay muchísimos más que se desvanecieron... hoy se puede decir que prácticamente no existen los/las telefonistas. Y se puede hablar de tantos otros trabajos que directamente quedaron en desuso.

 

¿Y los mecánicos?
Si hasta los mecánicos, en tiempos de modernidad, se han convertido en expertos en sistematización. Los flamantes autos son colocados en una computadora y muchos de sus problemas se corrigen simplemente con esa tecnología. Obviamente la situación cambia cuando se hace necesario cambiar alguna pieza, lo que obligará al laburante, ahí sí, engrasar sus manos y poner su habilidad al servicio del trabajo.
Pero también es verdad que hay oficios que siguen... y todo indica que seguirán por mucho tiempo. Uno se pregunta cómo se puede hacer para reemplazar a un albañil, que debe levantar una pared, o a un gasista que debe realizar una compleja instalación... y muchas otras actividades que, sin dudas, necesitan de la mano del hombre. Aunque obviamente sean de los trabajos más pesados. Los que no se arreglan desde la comodidad de una terminal de computación.

 

Chapista-artesano.
Miguel Angel De Belles es un artesano -eso son realmente los que realizan esa clase de tareas-, que por más de cuatro décadas (42 años, para ser más exactos) se ha dedicado a reparar la carrocería y la chapa de miles de vehículos que cayeron en sus manos.
Los chapistas son mecánicos que se dedican a trabajar en el aspecto exterior del auto -esto es en su chapa y pintura-, devolviéndoles la forma que pudieran haber perdido por un choque o accidente. Así como el mecánico tiene a cargo lo motorístico de un vehículo, el chapista es el que se encarga de lo exterior y de lo que se pueden llamar accesorios.

 

¿Quién es Miguel?
En su moderno taller ubicado en Tomás Mason 1361 -unos 400 metros cubiertos- Miguel trabaja prácticamente desde que se instaló en Santa Rosa; ahora con la cercana asistencia del mayor de sus hijos, Pablo (37), y con la colaboración de otros dos operarios (Paúl y Gabriel), de los que destaca que "son buenos en lo suyo".
Habla siempre en un tono más vale bajo, sin estridencias, apenas para que escuche el interlocutor... Nacido en Río IV, llegó a Santa Rosa "de casualidad. Mis padres se habían venido a vivir aquí, y un amigo que venía para este lado me ofreció acompañarlo. Vine y como mi viejo había alquilado un galpón para poner su tallercito me quedé a ayudarlo, y bueno... ya me quedé por aquí", relata.

 

Oficio de familia.
Casado con Betty -nacida en La Carlota, pero a la que conoció en Santa Rosa ("se llama Nelly Beatriz pero todos le dicen Betty", aclara), tuvieron tres hijos: Pablo Sebastián que es el que está en el taller con él; Anabella Paula que es docente; y Diego, a punto de recibirse de Ingeniero en Sistemas en la Universidad Nacional de Córdoba, aunque actualmente trabaja en esta ciudad. Los mayores les dieron nietos: Isabella (3), Luz (8) y Valentino (4).
"En casa éramos cinco hermanos, y yo soy gemelo con uno de ellos... siempre en mi familia fuimos chapistas: mi abuelo, y después mi papá... y se puede decir que la tradición sigue, porque Pablo que trabaja aquí es muy bueno en esto", lo elogia.

 

Entre chapuceros y buenos.
Hay bastantes chapistas en Santa Rosa -existen realmente buenos y otros no tanto-, algunos trabajando en pequeños galpones que se dedican a tareas tal vez menos exigentes, abocados a reparar autos quizás algo antiguos y sin la necesidad de una esmerada terminación.
Pero están los otros, que se ven obligados a una faena muy prolija y detallada, donde no se puede fallar porque se dedican a reparar unidades muy nuevas, que tienen que salir del taller casi como si fueran nuevos... Estos, los que así trabajan, son los menos. Pero también los más reconocidos porque son capaces de realizar una tarea que requiere mucho conocimiento, experiencia y destreza. Entre estos se ubica Miguel...

 

Desde que era un niño.
Basta entrar a su taller para darse cuenta que nada tiene que ver con la imperfección o la ordinariez. "Te podría decir que ando en esto desde que tenía 8 años, porque mi abuelo era muy bueno como chapista, y después lo siguió mi papá que también sabía trabajar, pero era menos constante que su padre", relata Miguel.
"Así que de esto puedo jactarme que algo sé...", dice y apenas hace un gesto que le dibuja una tenue sonrisa. Porque resulta evidente que no es hombre de grandilocuencias o pedanterías. Habla con la seguridad del que sabe de qué se trata. Simplemente eso.

 

Los primeros tiempos.
"Después de estar un tiempito con mi padre compré este terreno pelado, saqué un crédito en el Banco Pampa y arranqué en un galponcito de 6 por 6... trabajé muchísimo, porque si algo me sobró siempre es el laburo, y me fui adaptando a los cambios: antes se trabajaba con martillo y aguantador y se trabajaba la chpa a ventosa con autógena... agarrábamos de todo: Renault 6, Falcon, hasta algún Siam Di Tella. Pero los tiempos cambiaron y hubo que acomodarse, y fui comprando elementos para modernizar todo: compré el banco de estirado, armé la cabina de pintura (allí, calefaccionado, se hace la tarea de pintura de los autos), las herramientas neumáticas para el lijado y la terminación; la desabolladora... y además hice cursos de colorimetría (fundamental para pintar las reparaciones de los nuevos modelos)... Diría que casi sin proponérmelo le pude ir dando a este emprendimiento un perfil comercial, y por eso por suerte siempre tenemos trabajo", dice sin pretensión de alardear.

 

"Trabajando como un perro".
Y sigue contando: "Los primeros años sí fueron de mucho sacrificio... porque llegué a trabajar durmiendo noche por medio... te aseguro que trabajaba como un perro", asegura (expresión rara esa no?, ¿o acaso alguien conoce un perro que trabaje?).
Miguel recién ahora se permite algunas licencias, aunque reconoce: "Me cuesta largar... Supongo que mi hijo Pablo va a ir tomando la posta, pero por ahora todavía me gusta supervisar todo".

 

El tiempo para viajar.
Pero de a poco algo se va modificando, porque por tiene previsto, próximamente, emprender un largo viaje con Betty: "Me gusta mucho manejar, así que ya tenemos pensado llegar hasta Perú, si podemos conocer Machu Picchu, y después pegar la vuelta haciendo todo Chile... vamos a estar alrededor de un mes paseando", afirma y me da la impresión que es de esa clase de persona que es como si quisieran justificar aquello que -largamente- se han ganado.
"Esta es la idea que tenemos para los años que vienen... pasear, conocer, disfrutar... Y si todo anda bien lo vamos a hacer", reafirma.

 

Chapistas habrá siempre.
Volviendo a su trabajo, Miguel está convencido que es un oficio destinado a perdurar: "¿Sabés por qué? Porque un día van a inventar autos voladores... pero siempre va a haber autos", dice con cierta lógica.
Miguel es un mecánico chapista que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, siempre acompañado del talento que permite que sus manos -esa sí que son herramientas fundamentales- sigan logrando la maravilla de modificar y volver a su lugar la carrocería de un automóvil afectada por los golpes de algún choque, y consiguiendo que el trabajo de pintado lo devuelva a su color original... casi como si el tropiezo nunca hubiera existido.
"Sí, porque si bien nuestro trabajo se ha profesionalizado mucho, seguimos siendo artesanos...". Sí maestro, artesano y de los buenos...

 

"En el país se perdió la cultura del trabajo"
"Cuando joven esperé con mucha esperanza la democracia... la verdad es que no tengo filiación política, pero me gusta saber, estar informado", dice Miguel De Belles cuando se le pregunta.
"Lo que no quiero es discutir por política, cada cual puede exponer su razonamiento, pero no es necesario pelearse por eso...", agrega, mientras sostiene que "la dirigencia está en deuda con la gente. En nuestro país, uno de los grandes problemas es que se perdió la cultura del trabajo... Esa es la cuestión".
Miguel confía que le ha pasado que llegaron algunas personas pidiendo por trabajo, pero no pudo ser: "¿Sabés qué pasa? Uno cuando le pregunté que sabía hacer me contestó que nada... ¿37 años, y no sabe hacer nada? Pero esas cosas pasan...", afirma.
En un momento le pregunto si se da en su taller lo que ocurre en otros, que llegan los amigos y se hacen grandes rondas de mate: "La verdad es que aquí no se dan esas reuniones, y casi siempre estamos trabajando. No es un lugar de encuentro mi taller... solamente cada tarde viene mi mejor amigo que es Nelson Ranocchia, alguien a quien le tengo un gran cariño, el que cada vez que lo necesité ahí estuvo... pero casi nadie más", expresa.
Después -la verdad es que de alguna manera me sorprende, porque parece más vale tímido y de bajo perfil- cuenta que "desde hace un tiempo soy amigo de Hugo Cuello, y estoy yendo con él a aprender guitarra y a cantar... me gusta, sobre todo el folklore. Pero además con mi esposa también nos prendimos a aprender a bailar en un taller que se dicta en la CPE de Santa Rosa. Se hizo un grupo de amigos muy lindos, y la pasamos realmente bien", dice ahora sí con una amplia sonrisa que le ilumina el rostro.

 

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