Sabado 20 de abril 2024

Eduardo Köhler, el soñador imprescindible

Redaccion 15/05/2021 - 21.01.hs

El profesional, especialista en Neurología, fue presidente del Club Estudiantes y fuerte impulsor del básquet celeste en el Torneo Nacional de Ascenso. Dicen que es un perseguidor de sueños utópicos.

 

MARIO VEGA

 

Hay en nuestra provincia algunas familias cuyos integrantes son en su gran mayoría médicos/as, como los Colombatto, los Muñoz, los Paz, entre las que recuerdo ahora mismo. Si bien en ellas por allí se entrecruzan profesionales de otras ramas -como pueden ser abogados-, la medicina ha sido el denominador común. Pero hay otra en la que los padres, y también sus dos retoños son facultativos: es el caso del matrimonio que conforman Eduardo Fernando Köhler y Bibiana Espina, y sus hijos Matías y Alejandro.
Sobre Bibiana podemos decir que es hija de una conocida familia de la ciudad, que su papá era Lalo Espina -tuvo agencia publicitaria en su momento-, y su madre es Teresita Vélez (integrante de la Asociación Cooperadora del Hospital Lucio Molas desde hace mucho tiempo). Los otros dos hijos, Virginia es fonoaudióloga y Alfredo (Freddy) odontólogo casado con… una odontóloga.

 

Enamorado de Santa Rosa.

 

Eduardo, médico neurólogo, conoció a Bibiana cuando ambos estudiaban en la ciudad de La Plata, y desde entonces están juntos. Promediando el año 1979 él vino por primera vez a La Pampa y confiesa sin dudar: «Llegué y me enamoré de Santa Rosa… entonces ya tuvimos la idea de que íbamos a vivir aquí, aunque aún se demoró un poquito más».
Un numeroso grupo de amigos «del doctor» al hablar de Eduardo sostienen: «Ese sí es un personaje». Esa bandita la integran varios ex directivos y allegados del Club Estudiantes, como Yuri Nicanoff, Julio Tamborini, Nelson Berengan, El Negro Nevares y Polo Doba entre otros; además de Daniel Contartese que se suma en la consideración, ‘El Sapo’ Carrizo y el Turco Fernández.
Eduardo es hoy un pampeano más, y tanto se consustanció con la ciudad que -viviendo sus suegros frente mismo a Estudiantes-, «un día no sabemos cómo ya estaba integrado al básquet del club y sentado a la mesa de lo que se decidía», dijo uno de aquellos amigos.

 

Amigos son los amigos.

 

Uno de esos que lo aprecian de verdad, señala que Köhler «es alguien que nunca te va a dejar a pie… tengo mi médico particular, pero si una noche preciso o tenemos una urgencia, yo, o mi familia, al primero que llamo es a él… y no te falla», dice la misma persona que comparte -al menos cuando se puede- esas mesas largas de asados, carcajadas y anécdotas…
Es una persona sencilla, sin rebusques, que ejerce con pasión y responsabilidad su
profesión; y que disfruta de la camaradería, y de esas relaciones indisolubles que se generan cuando se llevan los amigos en el alma. Él lo cree de esa manera, y también coincide en el pensamiento esa «muchachada» -ya no tan muchachos- con la que comparte muchas horas de su vida… Aunque ahora -obviamente- están en una obligada pausa.

 

Viviendo en Cabildo.

 

Y cuenta su historia Eduardo: «Nací en La Plata, pero enseguida fui a vivir a Cabildo, un pueblito cerquita de Bahía Blanca… mi papá era Eduardo Guillermo (falleció en 1984), y mamá Adela era andaluza (falleció hace 2 años y medio con 93). Con Bibiana tenemos dos hijos: Matías y Alejandro, ambos también médicos neurólogos… lo mejor que hice en la vida. Y para completar el 9 de marzo de este año nació Jerónimo que me hizo abuelo por primera vez. Tengo una hermana, Claudia, que vive en Bahía con la que somos muy unidos… y sus hijas son las mujeres que no tenemos nosotros, y nos han dado tres sobrinas nietas hermosas», dice un poco emocionado al resumir sus afectos.

 

Su gran orgullo.

 

Se extiende hablando de sus hijos. «Son mi orgullo, diferentes entre sí, que me enseñaron mucho y más de lo que yo les enseñé. No tengo dudas. De Matías admiro su serenidad, tiene sus tiempos con lo cual a veces choco… pero me enseña a disfrutar de las pequeñas cosas: Un fenómeno. Alejandro se formó en un ambiente más competitivo y por eso es exigente con él y con todos… es parecido a mí y a veces nos genera enfrentamientos. Los dos son médicos y neurólogos, y aún cuando les hablé para que se fueran se quieren quedar a pelearla acá. Son lo mejor de mi vida, aunque en realidad es mérito de la mamá, Bibi, que estuvo siempre mientras yo trabajaba en el club», agrega y se le humedecen los ojos.

 

Viviendo en Cabildo.

 

Al año vivía en Cabildo, que tiene 2.000 habitantes. «Allí pasé mi infancia y mi adolescencia… Mi viejo era el médico del pueblo y yo tenía muchos amigos: y como pasa en un lugar chico, mucha calle, juntarnos a jugar fútbol y básquet. Vivíamos frente a la plaza que era nuestro punto de encuentro, ¿y sabés de qué me acuerdo clarito?: El día que tuvimos televisión en Cabildo, y vimos en directo llegar el hombre a la luna… y las peleas de Monzón», se entusiasma.
Eduardo es fanático de Estudiantes de La Plata. «Gracias a mi viejo… cuando salió campeón del mundo, contra Manchester United, lo escuchamos por radio… al otro día papá compró un bolsón de caramelos para repartir en la escuela. Me decía que era para hacer más hinchas porque habíamos festejado sólo nosotros dos en el pueblo. Logramos 3 ó 4 más que aún son fanas del ‘pincha’. La de secundaria en el pueblo fue una época maravillosa, con amigos que aún nos juntamos cuando podemos… Pienso que en el pueblo todo lo aprendíamos antes: manejar, salir de noche. Estaba la Sociedad Italiana, donde se juntaban los hombres después de almorzar, y antes y después de cenar: jugaban truco, mus, chinchón, algunos póker… y nosotros frecuentábamos, y jugábamos al billar, y hasta le hacíamos a las bochas», sonríe en la evocación.

 

Recuerdos de La Plata.

 

Y cuenta Eduardo: «Nunca imaginé hacer otra cosa que no fuera ser médico… Mi viejo tenía el consultorio en mi casa, y recuerdo a mi madre haciendo de enfermera a veces. Y no había horarios: estaba de guardia las 24 horas, porque era el único en Cabildo. Tenía que hacer desde partos hasta atender infartados y cirugías de urgencia sino se podían derivar a Bahía».
«Entré en la Facultad con 17 años, en 1977. Viví ese tiempo con cierta inconsciencia, porque era normal escuchar tiroteos en el bosque, bombas en algunos edificios… En ese tiempo conocí a Bibiana, y casi no recuerdo La Plata sin ella… Me tocó integrar la primera comisión del Centro de Estudiantes de Bahía. ¿Como universitario? Fui bueno… nunca salí mal en ninguna materia, ni en parciales, y si bien estudié mucho no dejé de divertirme por eso. Además iba mucho a la cancha y seguí a Estudiantes de local y de visitante, porque mi viejo me había regalado un 3CV… así que era casi un estudiante vip, como dice mi suegra».
Es que los Espina -los tres hermanos/as hijos/as- fueron sostenidos por sus padres con mucho esfuerzo al momento de la Universidad, y Teresita se lo recuerda risueñamente a Eduardo.

 

Eduardo, el colimba.

 

Cuando cursaba el último año, el papá de Eduardo sufrió un ACV, «al otro día de jubilarse de médico. Me quería recibir rápido para no ser una carga y lo hice el 9 de diciembre de 1982. A los pocos días me llegó la convocatoria para el Servicio Militar Obligatorio, para la que había pedido prórroga para estudiar. La empecé en Campo de Mayo y después me tocó en Bahía, en mi casa a la que los viejos se habían mudado desde Cabildo». Pero tuvo suerte, porque a los pocos días el presidente Raúl Alfonsín decretó que los que habían pedido prórroga o habían nacido antes del ’60 quedaban exceptuados», precisa.

 

Decidido por Neurología.

 

Poco después Eduardo se decidió «a hacer Neurología. Entré de residente en el Hospital San Martín de La Plata, y ahí Bibi decide acompañarme como residente de Hematología en el mismo lugar. Aunque ella tenía para elegir hacer su residencia en otros hospitales, incluso más importantes. Fueron años de mucho estudio, mucha carga horaria asistencial, muy intensos. Llegó el momento del casamiento (fue en Santa Rosa, aunque ellos vivían en La Plata), y al poco tiempo nació Matías. Lo llevábamos a la guardería del Hospital, y pensar que con el tiempo Matías fue residente y jefe de residentes de Neurología en el mismo lugar».
Aquel joven Eduardo -además de ejercer la jefatura en la residencia- formó parte de la Comisión Nacional de Médicos Residentes, que tenía una función gremial: «Fui docente de Neuroanatomía y Neurofisiología en la Facultad de Psicología de La Plata», agrega. Luego, en una suerte de rotación, le tocó un breve paso por Bahía Blanca y allí nació el segundo hijo del matrimonio, Alejandro.

 

A vivir en Santa Rosa.

 

Ya quedó dicho que algunos años antes -de novio con Bibiana- había visitado nuestra ciudad, y había quedado prendado de su paz, de su gente. Y tal vez eso lo llevó a tomar, a los dos, una decisión trascendental: «Nos decidimos a instalarnos en Santa Rosa… gracias al doctor Néstor Nicolino que nos dio una mano enorme. Vinimos a vivir a la casa de mis suegros, Teresita y Lalo Espina. Fueron años duros, difíciles, pero tuve un amigo que luego falleció y que fue fundamental para quedarme: Gustavo Basilio que era un fenómeno de persona y no lo dejo de extrañar… Y también valoro a otras dos personas que quizás nunca lo supieron porque no se los dije, pero que contribuyeron a que nos quedáramos en Santa Rosa: uno el doctor Jorge Giunta, que ya no está, y el otro el actual ministro de Salud, el doctor Rubén Kohan».

 

Adicto al trabajo.

 

Köhler se considera «un adicto al trabajo… Siempre traté de ser exigente conmigo, y me cuesta mucho decir que no, y eso no pocas veces me trajo conflictos, porque uno se sobrecarga de obligaciones y los días tienen 24 horas para todos. Pero así y todo puedo desarrollar parcialmente algunos objetivos, por ejemplo Sinapsis, en el cual formamos un grupo de trabajo importante, cuyo principal objetivo es lo asistencial; pero también me ocupa la formación profesional, y la investigación en el campo de la neurología».
Admite que le hubiera gustado «ser más inclusivo, pero no todos tienen los mismos objetivos, o quizás sí, pero a lo mejor la forma de alcanzarlos es diferente y eso desvía los caminos. Dentro de nuestra fundación tratamos de incorporar la actividad comunitaria con las caminatas del Alzheimer, que se frenaron por la pandemia, las charlas para la comunidad de cefaleas, esclerosis múltiple, Parkinson y otras», puntualiza.

 

La economía y la salud.

 

Eduardo Köhler razona que «pareciera que la salud se valora únicamente cuando se pierde, y que las obras sociales -cualquiera de ellas: prepagas, provinciales, sindicales- son empresas, y piensan como tal: no tienen que dar pérdida y eso conlleva a una restricción en las prestaciones, en pauperización de los prestadores… Si hasta da la sensación que las personas valen más muertas que vivas, porque el valor de una práctica médica -lo pueden averiguar en cualquier nomenclador- es uno; y en un juicio de mala praxis son millones. Lo vemos en estos días donde discutimos si hay que cerrar o no… pareciera importar más la economía que la salud. Y no soy necio, porque reconozco la importancia de la economía y las consecuencias de los cierres de actividades, pero vuelvo a insistir: la salud nos importa cuando la perdemos, y es cuando nos damos cuenta que faltan camas, respiradores, vacunas y otros insumos… Y si se compran, a veces faltan médicos que sepan utilizar esta aparatología, porque los terapistas tardan en formarse 12 años como mínimo».

 

Los médicos no paran.

 

Eduardo quiso hacer «una mención especial a los colegas. A veces asistimos a conflictos y se usan fechas claves para una medida de fuerza… transportistas en fines de semana largo, o a las horas de picos laborales, bancarios que dejan sin plata los cajeros los fines de semana largo… sin embargo los profesionales de la salud (todos los trabajadores del sector) nunca aprovechan estas situaciones para hacer reclamos. ¿Qué hubiera sucedido si hubieran tenido la misma actitud que otros gremios? Me parece que esto es algo que había que decir», sostiene.

 

«No estamos bien».
Tiene, por supuesto, opinión sobre lo que nos pasa como país: «Lo que creo es que si hay una grieta nadie le pone un freno: todo se politiza o se judicializa… nadie se pone en el lugar del otro. Es oficialismo versus oposición, empresarios versus sindicatos… Me da la sensación que nadie piensa en el otro. Hay que generar trabajo, apostar a la educación, y disminuir de esa manera los planes… porque el trabajo dignifica, pero sé que generarlo hoy es difícil», reflexiona.
Y sigue: «Pienso que en una sociedad moderna todos debemos ser importantes, cada uno desde su lugar. Pero todos deben tener un salario digno que les permita ganar lo mínimo indispensable para sostener un hogar digno, con comida en la mesa, con salud, que todos tengan el mismo derecho a la educación, vacaciones… Luego dependerá de cada uno el mérito que haga para ganar más. Esa es la sociedad que me gustaría», afirma.
Dicen sus amigos que Eduardo es «un soñador imprescindible…». Tanto que a veces va detrás de utopías que, normalmente, no se pueden concretar. Pero él lo intenta. Todo el tiempo… casi obcecadamente. Es un modo de vivir, claro. Porque como dice… no se puede vivir sin sueños… Y tal vez tenga razón.

 

«Potencial enorme».

 

Eduardo Köhler está convencido que nuestra provincia «tiene un potencial enorme en salud. Creo que se pueden hacer muchas cosas importantes, y porque soy un soñador y tengo proyectos estoy convencido de lo que digo. A veces me parece que La Pampa es una isla», razona.
El médico es miembro de la Sociedad Neurológica Argentina, y de la Sociedad Americana de Neurología: «Mi profesión me llevó a conocer muchos países, más de lo que hubiera pensado, y vi como se manejan en Salud… Pienso que nuestra población no tiene idea de lo bueno que es en general nuestro sistema… sin dudas perfectible y con mucho por corregir; pero la accesibilidad que tiene la gente, y fundamentalmente en nuestra provincia, es de las mejores. Insisto en que hay mucho por mejorar, pero no es tan malo como muchos dicen», expresó.

 

«Tenía ideas locas».

 

Eduardo Köhler fue presidente de Estudiantes y estuvo muy involucrado en un período que fue de «más o menos el ’90 hasta el 2.000. Hoy es tiempo de otra gente, de otros dirigentes…», asume.
En esa época «el doctor» -cuentan sus amigos- «tenía ideas locas…». Y señalan: «Por ahí se aparecía en una cena, te hablaba al oído y te decía: ‘tengo que hablar con vos’, con una seriedad que no admitía dilaciones. Y a lo mejor era que venía enloquecido porque según él había que comprar una plaza en el Torneo Profesional de básquet, ‘sale tanta plata…’, informaba; o ‘vamos a traer’ este u otro jugador. Por esa fuerza, porque siempre iba al frente, lo llamo a Eduardo uno de esos tipos imprescindibles… aunque dicen que no existen los indispensables este es -como dice el poeta- de esos que son ‘así… tan necesarios’. Él siempre estaba detrás de un sueño, cuando no de una utopía», completa el amigo, un conocido arquitecto.
«Lo que pasa es que no se puede vivir sin sueños…», comenta ante esa expresión y frente al periodista el médico.

 

Refuerzos de lujo… que no llegaron.

 

Otro amigo, comerciante, recordó que «Köhler conocía la gente que tiene una cadena de heladerías de Bahía… Bueno, ellos le iban a mandar para probar dos juveniles: ¡Salían 10 mil dólares!, y Eduardo estaba loco por juntar la plata o ponerla él… ¡Eran Pepe Sánchez y Manu Ginóbili!», se ríe con ganas el que narra la anécdota. «Suerte que no vinieron al club, porque sino quién sabe si hubieran hecho la campaña que hicieron en la NBA», completa.
Y añade el mismo informante: «Otra vez Eduardo hizo gestiones para traer a Estudiantes para el TNA un tirador de Venado Tuerto, Javier Bulfoni que era primo del Polo Doba, pero Tincho Pérez Isa se enojó porque iba a tapar a los juveniles del club. Entonces, el muchacho firmó para Gimnasia y Esgrima La Plata, que estaba en nuestra misma zona: vino a jugar en contra nuestro y nos clavó 27 puntos… Después hizo una gran campaña en Europa… ¡Éramos unos vivos nosotros! A veces traíamos los que nos caían simpáticos…», larga la carcajada.

 

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