Miércoles 10 de abril 2024

El paisaje configura el alma

Redaccion 20/02/2021 - 21.38.hs

Una dedicatoria enuncia un universo: «padre apolíneo, madre dionisíaca». El universo Battiston. Lo racional, lo sagrado, el pueblo y la mitología se resignifican en su breve pero intensa obra poética.
Sergio De Matteo *
En todo escritor/a hay una serie de temas recurrentes que marcan, dan anclaje y proyección a la propia obra. Esos materiales fundantes de una literatura, que identifica a tal o cual autor/a con un estilo, a lo largo del tiempo tienen variaciones, desplazamientos, bifurcaciones pero, siempre, están regresando al origen, al inicio de la génesis creadora.
La literatura es un fenómeno intertextual y dialógico. Es la relación que traza un texto con otro texto, ya sea con creaciones contemporáneas o del pasado. Todo texto, nos resalta Julia Kristeva, «se construye como un mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro anterior». Es decir, un texto refiere a otro texto, un autor cita a otro autor y, de esa manera, se establece una serie literaria. Pero ese ejercicio no sólo constituye de por sí y para sí a la misma literatura, sino que existe un inventario más de factores que se suman y complejizan tanto a las obras como a la trama de relaciones que compone el campo intelectual; lo cual legitima esa esencialidad de los textos como sistema estructurado y jerarquizado de procedimientos artísticos, en consecuencia, identifica y le da sustento a la propia literariedad.

 

Universo Battiston.
Es necesario realizar estas aclaraciones de lo qué significa el fenómeno literario porque la obra poética de Dora Battiston navega en las estructuras profundas de la literatura y utiliza, apelando a la capacidad imaginativa, todos los recursos conocidos en su proceso de génesis creativa; incluso se podría armar un glosario de conceptos e ir ejemplificando con los versos de sus trabajos publicados.
En la obra de la escritora nacida en Realicó se destacan las relaciones intertextuales. Un recorrido por sus trabajos publicados demuestra el amplio campo de lectura y la resignificación en su poética de diversos enunciados de grandes autores de la literatura universal. En varios de sus textos como rúbrica se podrá observar que están fechados en distintas épocas; tal vez, esa marca confesa, sea la rasgadura donde se pretende dejar enunciado el instante de inspiración, el ritual en que la palabra abre sus cerrojos y concede la gracia de crear el poema y, también, donde se inocula la condenada obsesión de llegar a la perfecta forma. Dicha huella fusiona el afuera y el adentro, dando origen a una literatura, mímesis del territorio vivido y leído, en el cual se consustancia (en un tiempo y en un espacio irrepetible) la madre-memoria, que se enciende y se consume como un fuego único, con su caleidoscopio de devenires y prosapias.
Si se tiene en cuenta lo antedicho, respecto a la vivencia simbólica y real de un lugar, son precisas y aclaradoras las reflexiones de José Luis Víttori: «Y es aquí donde entra la región: espacio, tiempo y sentimiento. No tanto la región geográfica, sino el territorio vivido, la población frecuentada, el ‘micromundo’ del cual absorbemos infinidad de elementos en forma inmediata y espontánea» (Literatura y región, Colmegna, 1986, p. 142).
En la estructura de muchos de sus poemas se halla imbricada la misma y obcecada pregunta: la fugacidad del ser. Tendríamos, entonces, confrontándose en el acto de escritura, la cosecha inalterable del recuerdo (con sus queridas y valoradas imágenes) y la poética trascendiendo el pulso existencial. Esa situación o dos planos (escritura y vida) la resaltan los profesores Jorge Warley y Daniel Pellegrino: «por un lado el trabajo lírico con el lenguaje, y por otro el afuera, la calle y la vida, que corta y promueve la reflexión entre nostálgica y añorante de escenas que se llevó el tiempo», y sintetizan: «Con más o menos movimientos de los poemas, la obra de Dora Battiston apela a la materialidad de la nostalgia como ‘unidad de efecto’; así se la puede leer desde su primer poemario Entre el humo y el viento de la vida (1982), atraviesa Imágenes (1987) y se sostiene en Relativa sombra (2018)» (La Arena, 27/05/2018).

 

Pueblo.
Otra faceta de las poéticas del espacio pampeano es ese universo Battiston, donde arraigan la literatura clásica y los mitos grecolatinos, nutriéndose, además, con las voces tutelares de la región, sea Morisoli, Nervi, Bustriazo, Lassalle, Cazenave u Olga Orozco. Sobrevuelan los pueblos y los convierte en universales, aunque anota sus propios detalles y salvaguarda particularidades para que el tiempo no los oxide y corroiga.
«Era el pueblo» reitera Battiston como un mantra en el poema «Pueblo» y cierra reafirmando «y siempre el pueblo».
Víttori (1986) expone sobre las influencias y proyecciones del lugar vital del autor en sus obras, donde resalta: «Detrás de cuanto escribimos hay un paisaje, la gente que lo habita, ocupaciones, fiestas, ceremonias, ritos, modos de vivir y de pensar que, desde el fondo de nuestra memoria personal y también desde las raíces de la memoria colectiva, trazan la carta de nuestro mundo, expresándolo en las imágenes que la literatura infunde» (p. 142).
Esas representaciones provenientes de lo real y transpoladas a la literatura resemantizan una zaga de vivencias que quedan anotadas en sus libros publicados, que parten desde Entre el viento y el humo de la vida (1982), donde emerge ese pueblo (Realicó de antaño o Santa Rosa: «Calle de la Santa Cruz»), que se ciñe y rediseña desde las palabras pero también desde la misma imagen, como con la ilustración «Pueblo» del artista plástico Jorge Omar Sánchez. Por ende, esa representación simbólica ocupa un lugar preponderante en las ideas de Battiston, porque en el decurso literario una de sus obras, incluso, tomará ese nombre, ese título: Imágenes (UNLPam, 1987; reedición FEP, 2016), y fungirá en «Caminar Santa Rosa/ a las seis de la tarde/ en octubre…», de Relativa sombra (Ediciones en Danza, 2018).
La profesora Rita Ríos alega en el volumen de 1982: «La autora nos entrega en estos poemas el testimonio de una intimidad dolorosa, siempre conmovida, que hurga la muerte, el eterno retorno del pasado en ese pueblo, en esa calle. La soledad, la añoranza, el tiempo, el dilema de un alma sumida en el constante absurdo de la existencia dan su impronta a esta poesía». Lo que colige que la literatura puede ser considerada testimonial, y se refuerza esa visión en donde convive lo racional -filosofía, con sus arquetipos platónicos- y lo inconsciente -poesía, con su Diosa Blanca-, en tensión y yuxtaposición creativa.
En el prólogo de una entrevista realizada a Dora Battiston en noviembre de 2017 por Leda Rábago, en el marco del Seminario de Literatura Regional que se dicta en la UNLPam, Battiston aduce «en el momento mismo de dejarlo, el pueblo comenzó a transfigurarse: sus formas fueron exaltadas y su historia rememorada después muchas veces, como un ritual». La esencia de ese primer pueblo, donde acontece el advenimiento al mundo y las primeras experiencias, permanece en la memoria, encarnado en el alma: «Acaso porque el primer paisaje configura el alma». Kavafis en el poema «En el mismo lugar», fechado en 1929, casi coincide con las reflexiones de Vittori: «Alrededores de la casa; barrio, vecindades/ que veo y por donde camino: durante años y años./ Os he creado en alegría y en pesadumbre/ de tantísimas circunstancias, de tantísimas cosas.// Habéis llegado a ser todo mi sentimiento», que cita Battiston en «Calle de la Santa Cruz». Enumeración del vecindario, de sus elementos vitales, de materiales transmutados en la misma memoria, en donde confluyen «espacio, tiempo y sentimiento».
En la vida se exploran y conocen otros pueblos, otras ciudades, como lo ha retratado Kavafis en su poema «La ciudad»: «La ciudad irá en ti siempre. Volverás/ a las mismas calles […] Pues la ciudad es siempre la misma…»; no obstante ninguna de esas experiencias reemplaza a la originaria, al pueblo primigenio. Battiston inscribe: «Era el pueblo/ Aquella marca antigua/ una deliberada forma contra el tiempo/ remoto trazo sostenido de orgullo/ calles que fue el recuerdo precisando/ lentamente/ y los pasos de todos/ innumerablemente/ confundiendo de nuevo con la tierra».
Rita Ríos señala «el eterno retorno del pasado en ese pueblo», y Juan Ricardo Nervi en el libro Imágenes (1987) infiere: «Han transcurrido varios años desde que esta joven poeta realiquense nos sorprendiera gratamente con su poema ‘Pueblo’ y sus excepcionales cuentos», y agrega: «Esta proyección que va desde el pueblo-región hasta rozar los dinteles de lo universal…». La misma poeta lo explicitará mediante la poesía: «Y fundaron el pueblo/ en una encrucijada/ calles innominadas todavía…»; «Pueblo entre acacias/ mínimo universo»; «y en la luz transfigurada/ de la casa en la siesta/ patios como ciudades»; «En el pueblo las voces/ las historias»; hasta el titulado «Ciudad», con reminiscencias de Kavafis, dice «Casas grises/ veredas, muros, calles/ desolación de barrio entre la lluvia […] desesperadamente buenos aires». Tanto esos paisajes como las imágenes «y otros lugares», también desde la alusión a Virgilio y su Égloga I, la casa se repetirá como un rictus, sea «la casa en penumbra», «Y la casa/ posesión inviolable/ lejana de eternidad que resplandece», «donde la casa iba a morir/ lejana», «y con cada ladrillo de la casa/ que habitaría tu forma para siempre», «He vuelto/ Vi la casa sumergida/ en un verde profundo […] recorría la casa/ como una araña», «De aquellos caceríos fantasmales», «en tardos municipios». Cada uno de esos elementos se articulan desde una atmósfera particular donde el evocativo «eran» pivotea en el espacio y en el tiempo («Pero el tiempo confunde/ ocultando sus ritmos, sus señales.// El tiempo es una blanca/ teoría de la angustia») del recuerdo, resignificando a la casa, a las gentes y al pueblo desde la palabra.
No obstante la poeta lo declara en la contraportada de Imágenes: «Es la ‘memoria del pueblo’. Fragmentada en esos cartones y reconstruida apenas, valiéndose de aquellos indecibles materiales que residen más en la pregunta que en la certeza, más en un modo de decir que en la palabra misma, más en lo que sugiere la imagen que en su expresión visible; una memoria, entonces, recuperada en el movimiento incesante que va de lo secreto a lo manifestado, de la callada foto al verso».
Este breve análisis pretende asir la complejidad de sus libros, en donde se ratifica esa lectura de su pasado, donde repone -a partir de un conjunto de fotografías- por medio de la escritura aquellas nostálgicas «imágenes» del pueblo que tanto valora y que la poeta atesora en su memoria. Es decir, «apela a la materialidad de la nostalgia como unidad de efecto», como destacan Warley y Pellegrino; teje en su universo la «memoria del pueblo».

 

* Colaborador

 

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