Miércoles 17 de abril 2024

La historia del auto enterrado

Redaccion 20/07/2021 - 10.30.hs

Hasta ayer a la mañana, Feliciano Rau y Gabriela De Lillo no se conocían pese a que viven en la misma ciudad. Pero inesperadamente se vieron por primera vez: es que en la casa de la mujer un grupo de albañiles que trabajaba en un pozo para colocar una pileta se toparon con un hallazgo sorprendente e increíble: un auto de carreras enterrado. Era un Ford Fairlane, ese que Feliciano había piloteado más de dos décadas atrás por las pistas del Supercar pampeano.
«Nosotros compramos la pileta y hoy a las 8 (por ayer) vinieron los chicos a empezar el pozo. Tipo 9.30 o 10 me golpearon la puerta y me dijeron que habían encontrado un auto de competición enterrado, no lo podía creer hasta que lo vi», contó a LA ARENA Gabriela De Lillo, propietaria de la vivienda.
El vehículo estaba enterrado en el patio de lo que fue un antiguo taller de mecánica, en la calle Moreno entre San Luis y Boulevard Brown de Toay. «Cuando ellos llegaron y clavaron las estacas me preguntaron si había un pozo o algo enterrado porque sintieron un hueco. Les dije que no, pero bueno… al final había un auto», expresó De Lillo.

 

Intriga y arqueología.
En la excavación trabajaron cuatro obreros con palas durante poco más de una hora en la que lograron definir el contorno del pozo y cavar en profundidad uno de los extremos. Sin embargo, al encontrar los restos del Ford Fairlane bajo tierra y con sus caños notablemente corroídos por el óxido, debieron frenar.
Desde ese momento, la curiosidad los atrapó y todos comenzaron a hacer un trabajo arqueológico para descubrir el vehículo. «No tiene el motor pero se le ve la pintura, las publicidades y el número 67, que mañana seguro sale en la quiniela», bromeó De Lillo al tiempo que agregó: «Va a hacer siete años que empezamos a construir y nunca noté nada raro. Ahora va a venir una pala a ver si lo puede sacar. Todos están fascinados y yo tengo una amargura terrible».
Es que al desorden propio de una obra de tal magnitud como la colocación de la pileta, a los dueños de la casa se les sumó el problema de conseguir quien retire la oxidada estructura del auto. A su vez, al pozo inicial deberán extenderlo algunos metros porque el vehículo está «estacionado» de manera perpendicular al nivel de la futura pileta.

 

Don Rau.
Son las 16 del lunes y Feliciano Rau no suelta su celular. Desde atrás del mostrador de su despensa de la avenida 13 de Caballería no puede dejar de leer los comentarios de la publicación que más temprano escribió en Facebook el historiador Pedro Vigne contándole al pueblo la novedad del hallazgo. Los comentarios no paran de llegar y la historia no tarda en viralizarse.
«Yo era el piloto de ese auto. Eramos cinco socios que lo compramos en el 95′ y lo pusimos en el Supercar Pampeano pero solo por participar, porque nunca ganamos nada», le dijo Rau a LA ARENA horas después del hallazgo. «A mí me habían dicho que estaba enterrado pero nunca lo creí, eso que me decían ‘andá al terreno, clavá una estaca y vas a tocar el techo porque está ahí no más'», añadió.
Rau tiene 61 años y dejó de correr en el 2000, un tiempo después que, por razones que obvió, se disolvió la sociedad que tenía junto a otros fierreros. «El auto corrió durante el ’96 en Río Colorado, en Arata y algún que otro circuito. No andaba tan bien porque era muy viejo, modelo 1969… 1970, sólo era para participar. Lo armamos con lo poco que teníamos, si ves la pintura era muy precaria pero igual anduvo. En las puertas tiene escrito mi nombre», recordó.

 

¿Enterrado?.
¿Pero cómo terminó un auto de competición enterrado en ese lugar? Para la tarde del lunes, Rau escuchó ese interrogante una decena de veces y con el pasar de las horas recordó aún más detalles de aquella «enterrada histórica», como la califica.
«Como dije nosotros teníamos una sociedad con la que armamos el auto y competimos durante ese año. Pero después el auto empezó a fallar cada vez más seguido hasta que se tomó la decisión de hacerle un motor nuevo», recordó. «En ese momento yo tomé la decisión de desvincularme y el resto siguió y le cambió el motor», agregó.
Con la nueva mecánica, el Fairlane volvió a los circuitos pero las cosas no iban bien. «Cuando se dieron cuenta que el nuevo motor no iba a funcionar decidieron que era momento de desarmarlo. Para eso se juntaron un día a comer un asado en ese lugar y cada uno empezó a decir que se quería quedar con alguna parte del auto como la caja, por ejemplo. Fue así hasta que uno dijo que nadie se iba a quedar con nada, que al auto lo iban a enterrar», contó Rau.
Al cabo de algunas horas, con un poco de alcohol en sangre después del asado, comenzaron a cavar con la ayuda de una máquina hasta lograr meter el auto en el pozo. «Se que se les rompió la pala y por eso tuvieron que enterrarlo cerquita de la superficie», dijo. Eso se pudo comprobar ayer, cuando las chapas del techo fueron encontradas a escasos 20 centímetros de profundidad.
Desde ayer, el Ford que no tuvo un destacado desempeño durante el final de la vida útil pese a que logró generar muchas historias se convirtió en una reliquia y hay por lo menos dos o tres personas que lo quieren rescatar y exponerlo en un museo. Es que a pesar del óxido, la tierra y el paso del tiempo no pudieron digerirlo por completo.

 

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