Martes 07 de mayo 2024

Semblanza de un periodista de otro tiempo

Redacción 11/08/2019 - 00.14.hs

Pudo haber sido un observador de su tiempo desde su oficio de periodista, pero nunca se conformó con eso. Defendió con ardor sus banderas e hizo de la militancia política y social el motivo de su vida.
MARIO VEGA
Aquellos que en una Redacción vimos a esos hombres defender con tanto ahínco sus posiciones en diversos temas, enfervorizarse argumentando en favor de sus ideas, de sus pensamientos, y en muchos casos de su acción, no podemos dejar de sentir admiración por esos personajes que, vestidos con el ropaje del periodista, llevaban adelante debates apasionados e inteligentes.
Eran tiempos casi románticos del ejercicio del oficio al que -afortunadamente para mí- accedí cuando transcurría el año 1978. Sí, hace 41 años...
Había escuchado hablar de León Nicanoff -al que llegué a conocer-, de Roberto Nevares, del Gringo Maraschini, de Saúl Santesteban, de Don Raúl y de Raulito D'Atri... Después, ya trabajando en LA ARENA -que siempre había llegado religiosamente al domicilio de mis padres, y que leía con avidez- pude conocer a otro hombre de singular valía: Lito Maldonado. El que tanto podía meterle mano a la teletipo que tipeaba cualquier cosa -largando a veces cuando se desarreglaba jeroglíficos de letras ininteligibles que había que tratar de descifrar-, o colaborar con el taller cuando la impresora o alguna otra máquina tenía alguna falla.

 

Un mundo distinto.
Por allí andaban en esas rondas de mates y discusiones acaloradas hasta la madrugada -que al Negro Jorge Rojas y a mí nos mantenían absortos-, Tonio D'Atri, Cacho Arenas, el Ruso Di Nápoli... y a veces hasta teníamos el lujo que caía a charlar nada menos que Ricardo Nervi, entre tantos otros en esa Redacción desordenada y llena de talento que conocí en aquellos años.
Cuando ingresé conocí además a uno de esos singulares hombres que me generaron sincera admiración: Raúl Celso D'Atri... Raulito para todos, y también para mí desde el mismo día que nos vimos por primera vez.
Llegaba yo a un mundo nuevo, y esos debates encendidos relativos a política -sobre todo-, pero también a deportes u otras cuestiones cotidianas se producían todo el tiempo, y eran lecciones de aprendizaje para un novato que se sentía como una esponja dispuesto a absorberlo todo...

 

Cuando conocí a Raulito.
Puedo evocarlo perfectamente. Aquella mañana llegué al diario y estaba Raulito. Pantalón gris, zapatos negros y una camisa a cuadros manga corta... Agitando el mate calabaza y poniendo la palma de una mano en la boca del cacharro para que quedara allí el polvo de la yerba... un gesto que siempre recuerdo de él antes de sentarse en la máquina de escribir, además de ordenar prolijamente cada papel sobre el escritorio previo a ponerse a trabajar.
Me saludó y enseguida trasuntó su forma de ser, incluso con alguien que recién se asomaba al oficio: la diestra apretando firme, el gesto campechano, la voz templada y la sonrisa amplia y llana, que también era otra de sus características.
Hacía apenas meses había sido puesto en libertad, después de permanecer detenido -sin causa y sin proceso- por tres años y medio, los últimos en la cárcel de máxima seguridad de Rawson.

 

Otros tiempos.
Siendo yo un chiquilín lo había visto antes pasar por la puerta misma de mi casa, porque los Domínguez-Alcaraz vivían a pocos metros -en Jujuy y Catamarca, entonces calles 15 y 24-, y Elvira (Tita para mencionarla como todos la conocían desde entonces) era la novia y sería más tarde la esposa de Raulito.
Hace algunos días Leonardo Santesteban -director de este diario- me sugirió que sería bueno acordarse de aquellos que cimentaron LA ARENA en sus primeros años, entre ellos obviamente Don Raúl y tantos otros. Hoy la Redacción está llena de jóvenes cronistas que naturalmente no accedieron a conocerlos, ni creo sepan de las luchas de aquellos pioneros... cuando no había teléfonos celulares, no existía internet, y ni Julio Verne podía imaginar este ciber espacio y las redes que lo atraviesan con sus watsap, twitter o tantas otras alternativas.

 

Hombre de izquierda.
Tiempos en que el periodismo se ejercía con las fuentes informativas que se generaban en el diario transcurrir, en un café, en el ámbito de trabajo, y caminando las calles. La teletipo era el "avance" tecnológico que apenas si llegaba para superar a la radio -que los cronistas escuchaban tratando de captar y apuntar velozmente párrafos de noticias que venían del orden nacional o internacional-, aunque no siempre los cables ingresaban legibles, como dije antes.
En ese escenario periodistas como Raulito -fuertemente politizado, formado en las ideas de Hegel, y mucho más de Marx-, sólidamente formado con la lectura voraz de cuánto libro caía en sus manos, eran permanentes luchadores en procura del bien, la verdad y la justicia.

 

La familia.
Era hijo de don Raúl Isidoro D'Atri y Esther Iacovone -fundador de LA ARENA y su esposa, sostén y estrecha colaboradora-, y el tercero de cuatro hermanos, después de Rosalba la mayor y Mirna. Antonio (Tonio) es el menor.
Como quedó dicho, Raulito se casó con Elvira Alcaraz (Tita), con quien tuvieron a Laura, Silvia, Pablo y Miguel (quien tenía 9 años cuando falleció el 16 de febrero de 1978, apenas tres días antes que su padre saliera en libertad).
A Tita también la empecé a tratar en la Redacción, el mismo día que me presentaron a Raulito, porque aunque vivía a pocos metros de mi casa paterna no tenía trato con ella. Aunque sí sabía que en esa casita muy humilde que habitaban en aquella esquina existía una familia muy numerosa llegada en 1947 desde las cercanías de Algarrobo del Águila, allá en el Oeste profundo.
Ella misma cuenta que era una decena de hermanos Diego el mayor, Félix (sería por años operador de Radio Nacional), Julio (El Bardino), Tomás, Javier (todavía vive en La Puntilla), Agripina (la mamá de Terete Domínguez, quien también vivía con ellos), Pabla (mamá de Graciela Macedo), Emilia y Gabriela.

 

Tita y Raulito.
Ahora, sentada en la cocina de su casa de calle Independencia, invita con un mate -se quedó en la invitación porque no lo cebó nunca!-, y accede a contar sobre su esposo. "Así como lo conociste, como era en la Redacción era con todo el mundo... él no hacía diferencias con nadie. Siempre tenía una palabra amable con cualquiera que fuera... era visceral , sumamente inteligente, solidario y muy respetuoso con la gente... Creo que hizo la primaria en la Escuela 1, después el secundario en el Nacional, y en algún momento estuvo en Buenos Aires e hizo algunas materias de Abogacía", cuenta Tita.

 

Una persona íntegra.
No tenía dobleces, era un tipo íntegro y así lo conocían sus amigos de siempre, Hugo Chumbita, Héctor Topet, Quique Otálora, Juan Calvo, Ricardo Di Nápoli, Pinky Pumilla... "No levantaba la voz, era discutidor de tribuna y a mí me hacía participar en todo... si hasta me llevó al Congreso y me hizo dialogar con Pino Solanas de igual a igual". Estuvo en todas las luchas populares, en la nacionalización de la Universidad, por supuesto en la lucha de los salineros donde hicieron una amistad con otro personaje excepcional como Ciro Ongaro y con su esposa Sulma. "Raulito hacía periodismo de investigación, no se largaba al agua porque sí, tenía carpetas en cajas con documentación, y era muy meticuloso", expresa.
Otros amigos entrañables han sido Chacho Taborda y su esposa Lina, Yoli Di Liscia y muchos otros: "Fueron un grupo contenedor, adentro y afuera", reflexiona.

 

Un "banquete" en All Boys.
"¿Cómo nos conocimos? Había un banquete (sic) en el Club All Boys, y decidimos ir con una de mis hermanas... llegamos tarde y le pedimos a mi hermano Julio (estaba trabajando como mozo esa noche) que nos ubicara. Nos puso al lado de unos amigos suyos, entre ellos Tonio y Raulito, pero además Norma Sánchez (hermana de Chiqui) y Sergio Lino... Cuando empezó el baile la primera salida fue con Tonio... pero cuando volvimos a la mesa Raulito me dijo: 'Aquí tiene su postre... se lo guardé'. Después sí bailamos y charlamos toda la noche", rememora.

 

Hasta el último día.
¿Y cómo siguió? "Me acuerdo que Raulito me preguntó si había leído '20 poemas de amor' (Pablo Neruda), y como le contesté que no me dijo que me lo regalaba y dónde me lo podía llevar... le contesté que me lo mandara con mi hermano Julio (El Bardino) que andaba entre las mesas... y mirá como terminó todo: mis hijas se ríen cuando les cuento", sonríe Tita.
Fueron 47 años de una relación que se prolongó hasta el último día -hace 10 años-, cuando Raulito falleció por un ataque cardíaco. "Cómo puede ser que un D'Atri haya muerto del corazón... eso no sucedió nunca", le ha dicho Pablo a su madre, tratando de explicar que en realidad fueron los golpes de la vida, los avatares que llevaron a su padre a una cárcel de una manera ilegal, injusta y sin justificación, sumado al fallecimiento de Miguel, y algunos otros acontecimientos, los que produjeron el desenlace fatal.

 

Cuando la noche llegó.
A mediados de 1975 -un año después de la muerte de Juan Domingo Perón-, Isabel entonces presidenta, incitada por López Rega, firmó el decreto 261 que ordenaba "aniquilar" la guerrilla, dando paso al feroz Operativo Independencia. Desde ese momento militantes y activistas en todo el país -aquellos hombres y mujeres que expresaban sus ideas- comenzaron a estar en la mira de los represores. Muchos fueron detenidos, acusados de alguna acción que los militares y autoridades nacionales -que a esa altura detentaban el poder- consideraban subversivas.

 

La bomba a LA ARENA, un presagio.
El que había sido un gobierno democrático comenzó a encarcelar militantes, y entre ellos estaría Raúl Celso D'Atri, sin que se explicara nunca, claramente, de qué estaba acusado. Poco antes, el 3 de agosto de 1975 habían colocado la bomba que causó destrozos en el edificio de LA ARENA, en calle 25 de Mayo, casi un preludio de los tiempos por venir.
Raulito era un polemista, un periodista de verba combativa y ardiente, pero no tenía nada que ver -absolutamente nada que ver- con la violencia que había comenzado a ganar las calles.

 

El día de su detención.
Había cumplido años ese 19 de noviembre de 1975, y después de almorzar fue al diario a trabajar como todos los días, cuando una patota policial se presentó en su casa con la orden de detenerlo. Tita estaba allí y se quedó con la mayor de sus hijas, Laurita; en tanto los tres menores no se encontraban en el lugar.
"Él estaba avisado que lo buscaban, así que salió del diario caminando para regresar a casa y se encontró con un patrullero que empezó a seguirlo: 'No me comprometas Raulito... subí', le decía el comisario (Roberto) Fiorucci, con el que éramos vecinos, y al que mis hijos le decían 'tío'... Raulito, cuando le pedía que suba al patrullero no le hacía caso y cada tanto gritaba como para que lo escucharan los vecinos: '¡Me van a detener!, ¡Me van a detener!'... en una esquina lo subieron al auto policial y vinieron hasta casa... En ese momento, serían las 3 de la tarde, cuando quisieron ingresar los policías pedí que hubiera testigos, y llamaron a Cacho Peralta y Laura Pequis, dos vecinos: fue todo un drama, sacaban cajones de los placares de los chicos, tiraban todo al piso... hasta que se lo llevaron, a él y a Saúl (Santesteban) que enterado que lo iban a detener estaba aquí", rememora.

 

De Devoto al Chaco.
Era el 19 de noviembre de 1975. Lo llevaron a la Colonia Penal, y de allí a Devoto. "Cuando estaba allá don Raúl (D'Atri) lo fue a ver... Yo también iba, y debo decir que hubo alguien que fue muy solidario con nosotros, y de alguna forma lo cuidó a Raulito, y también a mí: fue Francisco Coronel (ya fallecido). Un muchacho que había sido boxeador, que fue canillita y era guardiacárcel y lo conocía porque Raulito trabajaba en la expedición del diario... un día fui y no estaba más: lo habían trasladado a Resistencia (Chaco), y hasta allí fuimos con los cuatro chicos: en tren, un viaje larguísimo, para el que habían colaborado con una colecta los compañeros de trabajo...".
Y sigue Tita: "Pasé una odisea esa vez, porque los dos más chiquitos se perdieron en un momento dado en Resistencia, y no los podía encontrar... Alguien avisó a la radio para que difundieran el mensaje, y Raulito se enteró en la cárcel... fue terrible. Después los chicos (Pablo y Miguel) aparecieron en el hotel, donde habían ido solos", evoca.

 

A la cárcel de Rawson.
Pero lo peor aún no había pasado. Alguien avisó a la familia que a Raulito y a otros detenidos los habían trasladado a Rawson.
Hasta Rawson fue don Raúl D'Atri, sabiendo que precisamente en los traslados -vendados y esposados- eran cuando se producían las desapariciones, y cuando se daba la orden que algunos detenidos fueran arrojados al mar... "Allá le dijeron aquí no está, así que fue a Buenos Aires y se plantó en el Ministerio del Interior hasta que (Albano) Harguindeguy lo atendió: 'está en Rawson', le informó". Y allí volvió don Raúl, y más tarde también otros familiares, y por supuesto Tita y los hijos.

 

El gran dolor...
Sometido a un régimen de tormentos, a malos tratos permanentes -de los que Raulito nunca contó una palabra, ni siquiera a su esposa-, se sumaba que quienes visitaban a los presos sólo podían verlos a través de un doble vidrio, y hablar con una suerte de intercomunicador... "Para qué me traés si no puedo abrazar a mi papá...", cuenta Tita que le reprochó Miguel, el más pequeño en una oportunidad.
Pero no sería todo, porque la tragedia alcanzaría el punto culminante con el fallecimiento del chiquito, que sólo tenía seis años: "Lo operaron en el Favaloro y algo salió mal... y falleció", dice ahora su madre mientras percibo que se le enrojecen los ojos y se le cierra la garganta... pero no llora.

 

Sin lágrimas.
"No... no lloro. Hasta eso me sacaron los milicos: la posibilidad de llorar. ¿Y sabés por qué? Porque cuando lo iba a visitar, o cuando hacía gestiones con Monseñor Arana (el obispo), o con otros militares pidiendo por su libertad tenía que mostrarme fuerte", explica ahora.
Raulito fue puesto en libertad a los tres días de fallecer Miguel... "Vino Saúl a avisarme que le daban la libertad, y allá fuimos a buscarlo en dos autos... siempre íbamos en dos autos", me asombra.
"¿Por qué? Para cuidarnos unos a otros... para que nadie desaparezca en el camino", argumenta.

 

Volver a la vida.
Después de su detención Raulito pareció vivir sin odios ni rencores... alguna vez habrá visto a los represores en las calles, pero no los insultó, ni los persiguió como lo hicieron con él.
Volvió a ocuparse de los temas que siempre le interesaron, la cuestión hídrica, la pelea por el Atuel, Casa de Piedra -si hasta tuvo una parcela allí-, y todo lo atinente al Oeste, donde era capaz de pasar un mes entero durmiendo en un humilde rancho con un colchón tirado en el piso.

 

Un hombre que no odió.
Hace pocos meses Pablo D'Atri declaró en calidad de víctima y testigo en el Tribunal Oral Federal de Santa Rosa, en el Juicio de la Subzona 14 II.
"Tenía 9 años y tengo tres años anulados de mi historia, por eso fui una de las víctimas de la represión", expresó ante los jueces.
Recordó que con sus hermanos convivían con los hijos de uno de los acusados como represor, el comisario Roberto Fiorucci. "Ellos vivían y viven a media cuadra y nosotros le decíamos 'Tío Fiorucci', aunque no teníamos parentesco éramos amigos de sus hijos. Incluso con papá preso continuamos la vida jugando con los Fiorucci. Fue un mundo de García Márquez, conviviendo con el represor, aún sabiendo que había encanado a mi viejo. Papá nunca nos inculcó el odio, nunca advertí que mi viejo sintiera odio", sostuvo Pablo.
Han pasado 10 años de la muerte de Raulito... Lo encarcelaron, lo torturaron, pero no pudieron quebrarlo... Su familia sufrió la injusticia de su detención y la estigmatización... a ellos -a Tita y sus hijos- tampoco pudieron someterlos...

 

El paso y la derecha.
Raulito D'Atri era una persona especialmente obcecada, y difícil de hacerlo cambiar de opinión cuando algo se le ponía en mente. Y lo demostraba en pequeños gestos. En algún momento era dueño de un auto DKW (auto Unión) -esos tipo escarabajo-, y se puede recordar que viniendo de su casa al diario lo hacía por calle Rivadavia de Sur a Norte. Cuando llegaba a la esquina con avenida San Martín -no había semáforos en aquellos tiempos- Raulito no disminuía la velocidad de su coche: cruzaba como venía porque decía que él venía por la derecha, y le correspondía el paso... que debía frenar quien se trasladaba por la Avenida. Así era.

 

El constructor del "Raulismo".
PINKY PUMILLA
Puto julio de frío, desamparos e histerias colectivas. Para qué hablar si fue en julio, también, el mutis por el foro de Julio Colombato ,Oscar Perna, Guillermo Mareque y el Gringo Nervi ...
Y ahora Raulito. La muerte lo aprehendió de noche y a traición, reiterando en forma de metáfora callejones de su vida.
Didácticas de la sobremuerte.
Raulito, constructor de esa dialéctica que gozamos y padecimos, que le hizo ganar el mote, para nosotros, de entrrecasa, de "Raulismo".
No salen las palabras, puto invierno de manos frías que no le arrancan a este teclado una mísera idea redentora, un buen réquiem, un miserere adecuado para la ronda de la tristeza, para subirse a la ronda de la tristeza y exorcizarla, acaso, con algún chiste pavo de su inagotable galería.
El Raulismo che, amigo y camarada. Hoy lo recordamos, emergiendo entre el humo espeso de una madrugada en la redacción, para dilatar el cierre por si Ansa Latina o la BBC regalaban una migaja sobre el secuestro de Aramburu o aquella vergonzosa huida de Saigón.
Cuando los chafes del plomo y de la sangre lo arrancaron de sus pájaros les gritó tan fuerte que todavía resuenan sus denuncias en el firmamento sonoro de los justos. Proclamas que cada tanto retornan a la calle Independencia escritas con cal, para que nadie olvide. Lecciones de dignidad, tan bienvenidas como necesarias en este país del face-boock y la tilinguería. Gritos, demandas potentes. Por eso no hicieron falta altavoces, hace poco, en Rawson, cuando un juez, un tribunal y los canallas volvieron a escucharlo.
Ellos, los miserables, lo saben bien; cuando debió callar, calló.
Raulito ríos o salinero. Cronista nictálope en esta comarca de sombras. No hay dudas que está dentro de las coordenadas de Brecht.
Raúl Celso D`Atri, el Raulito
Maldito corazón. Maldito frío que no le saca al teclado un adiós más justiciero.
Se fue, menos mal que lo llevamos adentro.

 

Nota: Juan Carlos "Pinky" Pumilla fue colega, compañero y amigo de Raulito, y eso escribió poco después de su fallecimiento.

 

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