Domingo 21 de abril 2024

Una historia que aún no tiene final

Redaccion 16/01/2021 - 07.00.hs

Una matanza de presos trasladados desde la cárcel de Santa Rosa, ocurrida en 1916, representa una tragedia aún pendiente en la provincia de Neuquén. Es una historia que genera polémica y divide opiniones. Mientras que el gobernador del Territorio Nacional del Neuquén ascendió al policía que ordenó la matanza, solo la prensa cuestionó la historia oficial, pero pagó un precio muy alto: el director del diario que llevaba adelante la investigación periodística, también fue asesinado.

 

Bajo el título «El fusilamiento de Zainuco, una historia pendiente», el portal «Más Neuquén» (https://masneuquen.com/) publicó hace unos días una extensa y detallada crónica que recuerda un hecho sucedido en 1916, texto que tomó del sitio http://solodevidashistorias.blogspot.com/. La historia tiene una vinculación con nuestra provincia: una parte de los protagonistas, a los que le tocó perder, eran pampeanos o habían sido llevados de la capital del entonces Territorio Nacional de La Pampa Central. «La recuperación simbólica de este hecho continúa generando distintas posiciones: una organización social, que debate los derechos humanos de los apresados, y una Escuela de Policías, que lleva por nombre a quien dio la orden de disparar», señaló el portal.

 

El 23 de mayo de 1916 se produjo en la Unidad 9 de la ciudad de Neuquén -entonces territorio nacional, al igual que La Pampa- una fuga de 86 presos. «Por entonces, en la región era característica la mala administración de justicia y el deplorable sistema carcelario», apuntó el portal, que recordó que la Unidad 9 «reventaba en su capacidad: 172 presos hacinados, enfermos y mal alimentados», mientras que solo doce guardias eran los encargados de la seguridad del establecimiento.

 

Iniciado el motín, que venía gestándose desde hacía varios meses, y asaltado el depósito de armas y municiones de la cárcel, los reos doblegaron el frágil sistema de seguridad y ganaron la calle. Muchos huyeron con cualquier rumbo y en forma individual. Otros se organizaron en pequeños grupos y tomaron diferentes direcciones.

 

«Un conjunto escapó hacia el noroeste y fue capturado en Vista Alegre. Otro que tenía como objetivo Santa Cruz, fue atrapado en las inmediaciones de El Cuy. El tercero, encabezado por Martín Bresler y Sixto Ruiz Díaz, ansiaba cruzar a Chile».

 

El grupo de Bresler -que se apartó en El Chocón- y Ruiz Díaz tomó el camino que hoy traza la ruta nacional 22. En el trayecto asaltó un comercio y se abasteció de dinero, bebidas, ropas y cigarrillos. Se enfrentó en un tiroteo con quienes trataban de proteger el local. En este contexto, fue asesinado el Ingeniero Adolfo Plottier, que se había sumado a la defensa.
Entre los atacantes y por resistirse a continuar, murió Antonio Ríos, que había cumplido su condena efectiva hacía ya un mes.

 

Ruiz Díaz tomó la decisión de proseguir hacia el rancho de Fix, en la Pampa de Lonco Luán, en el paraje del valle Zainuco. A solo once leguas de la frontera con Chile, sinónimo de libertad para los evadidos. Allí pasaron una tranquila noche de descanso.

 

Los fugados fueron hallados escondidos en un rancho la mañana del 30 de mayo. Primero hubo un tiroteo con la pequeña partida que los había hallado, a la que al mediodía de sumó un contingente mucho más numeroso, liderado por el comisario Adalberto Staub, que habría de ser el otro protagonista de la historia.

 

«Una hora más tarde, el combate cesó cuando el cuerpo sin vida de Ruiz Díaz cayó al suelo, producto de un balazo en la sien. Ya sin cabecilla, el grupo de presidiarios se rindió, entregó sus armas e imploró clemencia a sus apresadores». La clemencia habría de llegar, pero no para todos.

 

«Los capturados fueron divididos en dos grupos de ocho. Uno fue trasladado a Zapala y quienes lo componían salvaron sus vidas. El otro estaba integrado de los exhaustos y heridos. Todos tenían las mismas características: habían sido trasladados desde Santa Rosa, La Pampa, a Neuquén y eran culpables de homicidio. Todos, salvo Cancino -un adolescente de 16 años-, que estaba imputado del robo de tres mulas».

 

Asesinados.
Los hombres que quedaron en el valle de Zainuco, es decir, los que habían llegado desde La Pampa, «fueron asesinados por la policía», recordó el portal Más Neuquén. Aquí se bifurca el relato de la historia. «La historia oficial, la de Staub, cuenta que los rendidos fueron llevados a hidratarse. En el trayecto, se sublevaron, arrebataron dos carabinas y huyeron. Sin más remedio, el comisario inspector dio la orden de reprimir y los detenidos fueron acribillados».

 

La otra historia, la no oficial, fue informada por el diario Neuquén y su director Abel Chaneton, junto con la colaboración del respetado vecino Félix San Martín. Dice que los ocho reos «fueron alevosamente fusilados, por la orden de Staub».

 

Esta versión tiene más asidero que la oficial. «Resulta ilógico que, los que ‘fueron a tomar agua’, fueran conducidos hacia una laguna cercana, mientras se encontraban a pocos metros del rancho. Más extraño es que, una vez que malheridos entregaron voluntariamente su armamento, quisieran arrebatarles los fusiles a los oficiales».

 

La evidencia mayor de que fue una matanza y no una escapatoria, la brindaron los cuerpos de los muertos: «juntos en un espacio reducido, todos -menos uno- con un disparo en la cabeza, producto de una envidiable puntería policial, que durante tres horas de combate no había demostrado».

 

Según la investigación histórica y periodística, los que cayeron en el valle de Zainuco fueron José Cancino, de 16 años, nacido en las Lajas; Tránsito Álvarez, chileno de 28 años; Nicolás Ayacura, chileno de 30 años; Antonio Stradelli, italiano de 30 años; Fructuoso Padín, argentino de 24 años; José López, español de 22 años; Francisco Cerdán, español de 22 años, y Desiderio Guzmán, sin más datos.

 

«Como se abandona un objeto innecesario y desestimado -graficó el portal-, así fueron dejados los ocho cadáveres: insepultos y semidesnudos. Durante una semana permanecieron de esa manera hasta que el subcomisario de Aluminé, Manuel de Castro, les dio sepultura en una fosa común, ayudado por vecinos y un par de gendarmes. A modo de lápida, enterraron una cruz de tablas y, posteriormente, otra de ramas atadas con tientos», confeccionadas por el vecino San Martín.

 

Un periodista, el noveno muerto
Además de los ocho asesinados en el valle de Zainuco, la violencia institucional que caracterizaba a estos territorios nacionales en esa época se cobró una novena víctima, el periodista Abel Chaneton, ex intendente de Neuquén y director del diario Neuquén.
«Chaneton se convirtió en el abanderado de quienes exigieron justicia por el fusilamiento de Zainuco. El director reclamó una investigación sobre los hechos, que fue aprobada por el Congreso, apoyado por el diputado radical Francisco Riu, pero nunca se hizo efectiva», recordó Más Neuquén.

 

Eduardo Elordi, entonces gobernador de este territorio, encubrió la matanza y además ascendió a Staub a jefe de policía, en reemplazo de Eduardo Talero, quien trataba de colaborar para esclarecer lo sucedido. También levantó el anuncio pago que el gobierno tenía en el diario de Chaneton.

 

Las amenazas anónimas de muerte al periodista se sucedieron, «hasta que una se concretó», apuntó Más Neuquén.

 

«La noche del jueves 18 de enero de 1917 encuentra a Chaneton agonizando la vereda del bar La Alegría (ubicado en la esquina de Mitre y avenida Olascoaga), producto de una bala que atravesó su corazón, gatillada por el sargento Luna. La emboscada había sido preparada por Carlos Palacios y René Bunster, dueño y empleado del diario El Regional».

 

«El periodista murió horas antes de viajar a Buenos Aires para entrevistarse con el flamante presidente de la Nación Hipólito Yrigoyen, en busca su apoyo para continuar con la investigación de Zainuco».

 


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