Martes 16 de abril 2024

Viejo es el viento, y todavía sopla

Redacción 22/09/2019 - 00.05.hs

Las maneras de vivir cambiaron con el paso del tiempo, y así se puede ver que hoy en día personas mayores siguen en actividades productivas. Hay gente longeva que estudia, y muchos siguen trabajando.
MARIO VEGA
Llegar a cierta altura con algunos años vividos suele ser, para una gran cantidad de personas, el momento del ocio, de dejar de lado las obligaciones cotidianas y en todo caso -si se continúa con algunas actividades- realizarlas al ritmo que al protagonista se le ocurra.
Es verdad que en estos tiempos podemos encontrarnos con personas longevas -pasando los 90 años, e incluso los 100-, porque cambiaron las expectativas de vida. Precisamente por estos días Elvira Álvarez acaba de festejar nada menos que sus 105 años (¡!!!). Ya hemos contado en estas páginas sobre ella: que se trata de una singular mujer que, mientras la entrevistaba al atardecer de hace un par de años, o poco más, en una céntrica confitería de la ciudad, en tanto yo degustaba mi cafecito ella le pedía a su nieto que no escatimara en servirle un poco más de cerveza, mientras probaba un sándwich de jamón y queso que comía con fruición. Una vitalidad increíble, y una enorme alegría que se le adivinaba en la mirada. Dona Elvira...

 

Y el tiempo va.
Casi con seguridad hoy en día todos conoceremos de personas que superan con amplitud los 80, los 90, y algunas el centenar de años... Y a veces nos asombramos de su lucidez, de su inteligencia y sobre todo de un grado notable de perspicacia que los años le han ido sumando.
Basta mirar atrás -quizás a nuestros propios padres-, para reconocer que a los 50 ya los veíamos como "personas grandes" -sino viejos-, con su andar lento y pausado, con un declive físico sobre todo que aún nos duele un poco de solo recordarlo.
El paso del tiempo, que todo lo va modificando, ha conseguido que la expectativa de la gente hoy en día sea otra... Por eso ya no nos resulta tan extraño encontrarnos con personas mayores aún plenas, vigentes, y con deseos de seguir haciendo y aportando... más allá de la carga de los años.

 

Ochenta años y motoquero.
Decía, hay muchos casos. Pero pensar en que alguien que tiene 80 años se moviliza en una poderosa moto Yamaha 250cc, ni siquiera era posible imaginarlo antes. Y si a eso se le agrega que el hombre sigue trabajando todos los días -con un régimen más acomodado, claro- en su taller de chapa y pintura, y conserva las ganas de viajar y seguir conociendo la Argentina, nos está dando la pauta que las cosas han cambiado, y mucho.

 

Eduardo, el chapista.
Eduardo Alberto Rafaeli (80), a quien se conoce como "Patilla", porque así lo bautizó hace mucho don José Ollo (otros lo apodan "Pichi"), es un señor que tiene como oficio el de chapista. Todo un arte que -según dicen los que saben del tema- es uno de los que está destinado a perdurar.
Recientemente Miguel De Belles -uno de quienes se dedican a esa actividad-, decía con cierta dosis de certeza que "siempre va a haber chapistas... ¿Por qué? "Porque el avance de la tecnología hará que un día los autos vuelen, pero siempre habrá autos", explicaba.

 

Oficios que ya no son.
Es verdad que hubo muchos oficios que se fueron desvaneciendo con el tiempo, que los avances de la ciencia, los adelantos tecnológicos, las nuevas formas de producción, determinaron que resultaran prescindentes y se fueron acabando uno a uno. El avance de la ciencia, la tecnología en general, ha establecido cambios sustanciales en las maneras de trabajar; y también sucede con muchos servicios. Por eso algunos oficios debieron ir modificando sus condiciones laborales; y en muchos casos produjo que desaparecieran.

 

El tiempo pasa.
El tipógrafo de una imprenta ya no existe más -la computación los dejó sin tarea-, el oficio de telefonista está en sus últimos escarceos; también casi no quedan zapateros remendones (los que arreglaban calzados y los dejaban como nuevos), ni modistas o costureras... y se podría hablar de tantos otros trabajos que quedaron en el recuerdo. Y, siempre digo, qué decir de los lustrabotas -aquellos que con su cajoncito paraban en las puertas de algún comercio, bares o confiterías-, y prestaban el servicio de dejar flamantes los timbos de los clientes cuando colocaban sus pies, y sus zapatos, sobre el cofre de madera. Tampoco pasa más el lechero, ni el sodero, ni el afilador... ni el colchonero. Y tantos, y tantos que quedan solamente en nuestra memoria.

 

Siempre habrá autos.
Pero los chapistas sí, esos siguen trabajando. "Porque siempre habrá autos, aunque un día puedan volar...", como dijo uno de ellos, optimista el hombre.
Justamente Rafaeli ejerce el oficio desde hace nada menos que medio centenar de años, así que vaya si habrán pasado por su taller -y por sus manos-, vehículos -cientos, seguramente- para ser dejados impecables... Don Eduardo es sin dudas, también, un artista. Porque eso son quienes se dedican a reparar la chapa y pintura de los autos para dejarlos como nuevos, de modo tal que ni el más experto podrá determinar si tuvo algún choque, o cualquier otro tipo de desperfectos a consecuencia de algún accidente.

 

De Anguil a Santa Rosa.
Nacido en Anguil, hijo de Hugo (de profesión camionero), y de Elsa (ama de casa), es el segundo de tres hermanos que eran: Víctor Hugo (fallecido) y Raimundo. Casado con Stella Mary Gianforte, tienen dos hijos, Diego Alberto (47) que ahora mismo está "casi" a cargo del taller -junto a su esposa Laura, que también tiene "funciones" en el ámbito laboral-; y Gabriela, que vive en Buenos Aires. Franquito, de 12 años, es el nieto que naturalmente es el consentido de la familia.

 

Carpintero, en los comienzos.
De entrada Eduardo me mira no sé si con desconfianza, pero como diciendo "y este qué quiere...". Pero enseguida se suelta en la charla y cuenta sobre su vida.
"En Anguil trabajaba en carpintería, pero hacíamos de todo: chapa y pintura, taller mecánico... lo que viniera. Sólo nos faltaba cortar el pelo", sonríe. "Pero viste cómo es en un pueblo... que te pago mañana, o pasado; o después arreglamos. Así que un día tentado por un tío que tenía una carpintería en San Martín de los Andes me fui para allá. Estuve entre 1965 y 1969, hasta que me decidí a volverme... mi tío terminó siendo intendente de Cutralcó", rememora.

 

Instalado en Santa Rosa.
Se instaló en Santa Rosa y fue a vivir a un departamento que le alquiló al "Cholo" Otálora. "Me acuerdo que al principio había vivido en una pensión en la calle Lisandro de la Torre, frente al Hogar Obrero, hasta que decidimos casarnos con Stella... y ya llevamos 50 años!", cuenta, a la vez que se desvive en elogios a su esposa: "Una compañera excepcional, de fierro, con quien somos muy felices. Siempre...", evalúa. Hoy viven en una linda casa en French 371, en Villa Alonso.
Ya con su primer taller en Santa Rosa, en Pampa y Larrea, en Villa Alonso, Eduardo se pasó años trabajando a destajo, con ese sacrificio que sabemos reconocerles a nuestros mayores y que, fruto de tanto esfuerzo -después de muchos años- pudieron tener su vivienda, su auto (Eduardo tiene dos, además de la Yamaha 250) y un pasar más o menos acomodado.

 

"Trabajaba 30 horas por día".
"La casa la tuvimos gracias al laburo, pero también a un crédito del Banco Hipotecario Nacional", en los tiempos en que en este país esa entidad ofrecía posibilidades para que los laburantes pudieran acceder a su vivienda a pagar en muchos años. "Pero te cuento que si el día tenía 24 horas yo trabajaba 30... empezaba a la mañana temprano e iba a almorzar, y otra vez hasta la cena. Y al otro día igual, y no había ni sábados ni domingos... ni Navidad, ni feriados, ni nada... Todo era trabajar, y trabajar", evoca ahora sentado en el escritorio de su taller.
Atrás habían quedado los años juveniles, cuando "juntaba la noche con el día... porque hasta que me casé me gustaba mucho salir... era de ir a los bailes y andar por ahí", confiesa.

 

Un enorme taller.
Miro alrededor en su amplísimo galpón-taller (no sé si hay otros de esas dimensiones en Santa Rosa), ubicado en Avenida Circunvalación Norte, a metros de la Rotonda del Avión. Unos 20 autos están acomodados en el lugar, algunos recibiendo el proceso de reparación por parte de los operarios (tres más Diego, el hijo del dueño), desarmando piezas, acomodando y reparando otras, en un ambiente de pulcritud y orden que no se observa en todos los talleres. "Por suerte tenemos muchísimo trabajo... muchos autos a reparar llegan a través de los Seguros, porque ahora casi no hay quienes manejen modelos más o menos nuevos que circulen sin tenerlo... Trabajamos con todos los Seguros, y eso hace que tengamos un flujo permanente de trabajo", explica.

 

Un consejo de José Ollo.
En el lugar donde trabaja está desde hace cuatro años: "Iba a construir al lado de mi casa, pero don José (Ollo) siempre me decía que no lo hiciera, que me iban a volver loco tocándome el timbre a cualquier hora...", amplía.
"En realidad después que me casé siempre fue así, hasta más o menos los 50 años... ahora que estoy grande sigo trabajando, pero mi hijo Marcelo, y su esposa Laura, son los que están a cargo del taller", dice con cierto orgullo. "La verdad es que tenemos todos los elementos necesarios para hacer el mejor trabajo, porque nos fuimos equipando muy bien... tenemos banco de estiramiento, la cabina-horno para pintar, herramientas neumáticas para lijado, desabolladora, y además hice todos los curso habidos y por haber en Buenos Aires", sostiene.

 

La nuera querida.
Y deja una mención especial para su nuera, Laura, quien "es el alma de los colores", porque también hizo cursos y ella se encarga en el laboratorio de dar con los adecuados para que la terminación del trabajo sea perfecta: "Eso es lo que te piden los clientes que tienen autos de modelos modernos... que no se note que están pintados, que queden como nuevos, y en eso Laura trabaja muy bien", la elogia.
"Lo que pasa es que todo se modernizó, y por eso se pueden hacer buenos trabajos", agrega Eduardo.

 

El recuerdo de un amigo.
En un momento de la charla se detiene para volver a recordar "a un gran amigo... don José Ollo. Era un tipo distinto a todos, un personaje al que le debo muchísimo. Una vez fui a trabajar con él por un día, y me quedé 10 años. Era un adelantado, con el que hicimos muchísimos viajes a Buenos Aires para buscar autos que él compraba para su agencia", que estaba ubicada frente mismo a la Plaza San Martín, al lado de la Universidad.
Cabe mencionar que don José Ollo fue un hacendoso empedernido: empresario del rubro automotor, fue además destacadísimo dirigente del automovilismo regional, y por supuesto uno de los impulsores del autódromo antiguo, ubicado a la vera de la ruta 5.
Eduardo no quiere dejar de nombrarlo, y señala que lo consideró como "un segundo padre".

 

A seguir viajando.
Le gusta conversar, rememorar viejos tiempos, pero no se detiene sólo en lo que pasó, porque proyecta... Ahora sobre todo actividades referidas a disfrutar, a viajar, a seguir conociendo la Argentina con Stella -aunque ya conoce muchísimo-, con Aldo Fernichiori y su esposa, ambos residentes en Neuquén.
En algún momento Eduardo se pone reflexivo, habla de su taller, de que si bien y obviamente hace menos que en sus años mozos, siempre tiene ganas de trabajar "aunque sea un poco". Aunque el negocio esté ahora más en manos de su hijo, y de su nuera.

 

No cambiaría nada.
Se nota que es una persona activa, que no tiene nada para reprocharse, y así lo expresa: "Lo que digo es totalmente cierto: 'si hay otra vida quiero que todo sea igual a esta... sin cambiar ni un punto ni una coma".
Dicen los que dicen saber que la sabiduría popular no tiene dueños, y muchos le atribuyen una frase genial a un boxeador, el mítico "Mano de Piedra" Durán. "Viejo es el viento... y aún sopla", respondió alguna vez la pregunta de un periodista que le sugería que estaba grande para seguir boxeando.
Y sí: "viejo es el viento... y aún sopla".

 

Una gran pasión.
"Patilla" Rafaeli es "fierrero" de alma... "Alguna vez jugué a la pelota a paleta en El Prado y en el Club All Boys, pero ya no... y por otra parte la verdad es que el fútbol no me atrae, pero sí todo lo que son carreras de autos. Era muy seguidor de la Fórmula 1 cuando corría el Lole Reutemann... y lo vi en el autódromo de Buenos Aires junto a don José Ollo", cuenta.
Se declara "hincha de Juan Manuel Fangio por sobre los Gálvez (Juan y Oscar) en Turismo Carretera"... pero ahora está algo alejado del automovilismo: "Lo que pasa es que mi hijo Diego corre en motocross, y lo acompaño a todos lados", explica.
Justamente por allí, dando vueltas en el taller, andaba en ese momento ese extraordinario piloto de la especialidad que es Sebastián Sánchez, quien es amigo de Diego.
Y sigue Eduardo: "¿Sabés? A mí me dicen el loco de las motos... tengo una Yamaha 250, pero resulta que no puedo tener el carnet porque cuando voy a rendir el examen de conducción pretenden que pase por entre los conos igual que si anduviera en un ciclomotor... ¿no se dan cuenta que la mía es una moto más grande y no hay espacio para moverse entre los conos tan cerca? Pero además... si no tengo que andar por la calle eludiendo conos", dice no sin cierta lógica.
Y da para pensar: ¿no es necesario un poquito de sentido común, muchachos?
"¿La política? No la sigo aunque me informo... pero no quiero decir mucho: de los políticos se puede esperar poco", afirma.
Agrega que su "proyecto" es seguir viajando: "Conozco casi todo el país, también Chile de arriba abajo, y hace poco viajé a Punta Cana; además quiero volver a Cataratas; y seguir andando... porque está bueno viajar, y me gusta mucho", cierra.

 

Choques y celulares.
La cantidad de autos, y el trabajo que tiene Eduardo en su taller dan la pauta que los accidentes están a la orden del día... "Es que cada vez se choca más", afirma su hijo Diego mientras trabaja en la chapa de un vehículo.
Y es Eduardo el que hace la especulación: "Hay mucha irresponsabilidad de los que van manejando mirando su celular... la gente se distrae muchísimo con eso, y se ve en los semáforos que todo el mundo mira el aparatito, como que no se puede esperar para verlo. Hace un par de días una señora volcó en la Perón... y seguro que venía mirando el celular... Es muy peligroso", reafirma.

 

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