Jueves 28 de marzo 2024

Biden no es bueno, sino sólo el mal menor

Redaccion 14/10/2020 - 21.40.hs

Está claro que Donald Trump es lo peor de la política estadounidense y mundial. Los posibilistas dirán que Joe Biden es bueno. Error. Sólo es el mal menor.
SERGIO ORTIZ
Es muy difícil de entender cómo fue que el magnate Donald Trump llegó a la Casa Blanca en enero de 2017. Difícil, por su prontuario de hombre de negocios sin escrúpulos que ni siquiera pagaba sus impuestos. Y que, sobre todo, pregonaba un retorno a las peores versiones del imperialismo yanqui bajo el rótulo seudo nacionalista de «América First».
En política internacional eran claras sus amenazas contra los países con los que Estados Unidos tenía diversos conflictos, todos causados por Washington: Cuba, Venezuela, Irán, Rusia, Corea del Norte y China.
Ahí no se acababa la lista de sus agredidos porque también se burlaba de los defensores del medio ambiente. Por eso prometió y cumplió con retirar a su país de los acuerdos del Cambio Climático firmados en París a fines de 2015.
¿Algo más? Lo develó el coronavirus, al que primero negó como pandemia y luego la endilgó a China, sin tomar los recaudos sanitarios recomendados por la OMS. Resultado, EEUU quedó al tope de los países más infectados y con mayor cantidad de muertos (216.000), y él mismo contagiado por el Covid-19. De remate, salió en mayo de la OMS y lo notificó oficialmente.
Por eso pocos podrán argumentar en contra de que «Trump es el malo de la película».

 

Biden no es bueno.
En cambio, en este mundo permeado por el posibilismo y el reformismo, sería casi lógico que millones de personas discreparan con una valoración crítica de su contendiente del 3 de noviembre. Para muchas personas, dentro y fuera de EEUU, Biden sería un buen político. Y no lo es.
Primero hay que tener en cuenta su pasado mediato e inmediato, de donde surge que es un miembro destacado del establishment estadounidense, o sea funcional al imperialismo.
Fue durante 35 años miembro del Senado, uno de los pilares de ese sistema político, el más conservador por lo general en todos los países que tienen régimen bicameral. Allí fue titular durante muchos años de la Comisión Judicial y otros tantos de la Comisión de Relaciones Exteriores, dos renglones claves de esa organización política antipopular (el primero más enfocado en cuestiones legales internas y el segundo directamente implicado en la política exterior de la superpotencia).
Cimentado en esos antecedentes, dos veces quiso competir en las internas demócratas por la presidencia del país y abandonó, en 1988 y 2002. En ese último año declaró que Saddam Hussein era una amenaza a la seguridad nacional y que no había opción más que la eliminación de esa amenaza. Al final fue de vicepresidente de Barack Obama y estuvo en ese sitial tan encumbrado del imperio entre 2009 y 2017.
Para los desmemoriados, hay que recordar que ese gobierno demócrata, con el decorado de un presidente afroamericano por primera vez, fue continuidad esencial de lo ya conocido: explotación de trabajadores en lo interno, monopolios, Wall Street y voto decisivo en el FMI y Banco Mundial, en lo económico y financiero; racismo, discriminación y atentado al medio ambiente; plutocracia (democracia de ricos y para ricos), bloqueo contra Cuba, reforzamiento de la OTAN contra Rusia y otros países que habían sido socialistas, apoyo al golpe ultrarreaccionario en Ucrania, clima de amenazas y agresiones contra Moscú, Teherán, Piongyang, Beijing, etcétera.

 

En el «patio trasero».
Si bien lo hecho por el imperio en todo el mundo importa mucho, más interesa estimar sus malas acciones en nuestra región.
La primera promesa de Obama, que salpica obviamente a Biden, fue decir en 2009 que su administración cerraría la cárcel ilegal de Guantánamo, donde estaban secuestrados y torturados presos afganos y de otras nacionalidades. Eso no se cumplió, pese a servir para que el morocho ganara injusta y mentirosamente el Nobel de la Paz.
Obama-Biden continuaron casi ocho años con su política de bloqueo hacia la Mayor de la Antillas. A fines de 2015 empezaron un cambio y flexibilización, permitiendo mayor giro de dinero de los cubano-americanos y los primeros vuelos charter. Luego hubo un intercambio de presos políticos y la reapertura de las respectivas embajadas.
El Congreso de Estados Unidos aprobó el 10 de diciembre de 2014 sanciones contra Venezuela y Obama emitió un decreto el 9 de marzo de 2015, calificando al gobierno de Nicolás Maduro como un peligro para la seguridad nacional estadounidense. Así aumentaron las sanciones, multas y bloqueos que por supuesto Trump llevó a una altura mucho mayor. Pero la escalada contra la nación bolivariana comenzó con los demócratas.
El golpe de Estado en Honduras ocurrió el 28 de junio de 2009, siendo derrocado el presidente Manuel Zelaya. El presidente paraguayo Fernando Lugo fue destituido por un juicio político en 2012. Dilma Rousseff perdió la presidencia de Brasil en agosto de 2016, luego de un impeachment forzado por la derecha; tras un interinato del traidor Michel Temer eso desembocó en el ascenso del neonazi Jair Bolsonaro.
La pregunta obvia es: ¿el Departamento de Estado norteamericano y las embajadas de EEUU estuvieron detrás de esos golpes? Respuesta obvia. ¿Quién era el vicepresidente? El susodicho Biden.

 

Algunas definiciones actuales.
Se dirá que todo político puede cambiar, para bien. Tratándose de un empinado ex gobernante del imperio, ese cambio es dudoso.
Hoy en campaña electoral ese personaje no tiene necesidad de grandes definiciones por dos razones. Primero porque está en la oposición y no sufre el desgaste diario de la realidad con la que le toque lidiar. Segundo, porque enfrenta a un decadente Trump y viene adelante cómodo con entre 7 y 10 puntos de ventaja según varias encuestas.
De todos modos Biden sigue reiterando quién es.
En julio de 2019 volvió a defender a la OTAN. Dijo a CNN: «Salí de una generación en la que tratábamos de ser los policías del mundo. No podemos ir a todos los lugares. Necesitamos aliados». Y acusó a Trump que si éste fuera reelecto no habría más OTAN en cuatro años…
El 6 de octubre pasado declaró en Miami: «Nicolás Maduro es un dictador, simple y llanamente. Está causando un increíble sufrimiento al pueblo venezolano». Añadió: «¿Yo parezco socialista? Me he enfrentado a todos esos dictadores, a los Castro y a los Putin de este mundo».
Corrió por derecha a Trump en relación a China. En agosto de 2020 expresó: «China está robando propiedad intelectual y pone como condición para hacer negocios ahí que un 51% de las empresas estén en manos de chinos. Eso se tiene que terminar».
Que Alberto Fernández no se haga expectativas en que Biden, si gana, favorecerá a Argentina en su deuda con el FMI. Joe le dirá: «Alberto, garpá».
Si el candidato demócrata hubiera sido el senador Bernie Sanders sí se podría haberlo calificado de bueno. Biden es apenas menos malo que el magnate. Aunque al posibilismo le moleste, hay que insistir: una cosa es ser bueno y otra menos malo.

 

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