De entrada se notó el cambio
Desde la primera línea del discurso de Alberto Fernández ante la Asamblea Legislativa quedó claro que el relevo presidencial no será solo un cambio de personas sino de políticas. Con tono mesurado -a veces demasiado para muchos que veían a su lado a la vicepresidenta y recordaban sus despliegues oratorios- el flamante jefe de gobierno fue desgranando uno a uno los puntos de su discurso y elevando de a poco la temperatura política que se sentía en el recinto.
Fernández no necesitó golpear la mesa ni gritar, como lo hizo Mauricio Macri en su último discurso en el Palacio Legislativo, para presentar una serie de observaciones y de propuestas que, también en el contenido, plantearon profundas diferencias con su antecesor.
No fue un discurso épico sino austero, aunque para compensar no le faltó audacia ni energía a la hora de plantear los cambios que impulsará en materia de economía, derechos humanos y de la mujer, justicia, seguridad, política internacional, relaciones con las provincias, medio ambiente, obras públicas, fuerzas armadas o política de medios entre otros asuntos.
De entrada se refirió a la necesidad de superar los "muros del rencor y el odio" que se levantaron en el país y que el gobierno anterior no solo no se preocupó por allanar sino que los engordó. De ahí su mención expresa: "apostar a la fractura y a la grieta supondría que esas heridas sigan sangrando", señaló.
También fue enfático en el primer tramo del discurso al asumir el compromiso de terminar con el hambre. "Sin pan no hay democracia ni libertad" sostuvo plantando una bandera radicalmente distinta a la enarbolada por su antecesor. El resto del discurso ratificó el cambio de rumbo que la mayoría del país espera con ansiedad, y quizás pensando en esto último fue que no se entretuvo con enumerar promesas efectistas sino en remarcar la situación extremadamente difícil que recibe como pesada herencia. En lugar de ahondar en la crítica a los resultados del gobierno anterior prefirió mencionar algunos indicadores socioeconómicos básicos. Logró el mismo resultado sin cargar las tintas y mostrando de entrada que acepta su propio desafío de no profundizar las antinomias discursivas. Datos elocuentes en lugar de acusaciones furiosas.
En su primer acto de gobierno, el discurso ante el Congreso Nacional, Alberto Fernández dejó claro el hecho de que no es Cristina Kirchner, para desazón de los grandes medios de comunicación porteños que no han hecho otra cosa que presentarlo poco menos que como un títere de la expresidenta. La intención aviesa de insistir con esa caracterización chocó de frente con la pieza oratoria del nuevo jefe de gobierno. Desde luego, sus fuertes críticas al funcionamiento actual de la Justicia, los servicios de inteligencia y las operaciones mediáticas van a seguir alimentando aquella ficción por parte de quienes a partir de ayer dejaron de militar en el bando de la prensa oficialista para convertirse en férreos opositores.
El cierre con la recordada cita de Raúl Alfonsín: "con la democracia se come, se cura y se educa", como aspiración legítima de la democracia fue otro punto alto del discurso. ¿Una señal para el radicalismo?
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