Lunes 15 de abril 2024

Del Nilo al Colorado

Redaccion 15/02/2020 - 21.58.hs

En una historia que a pampeanos y mendocinos les resultará vagamente familiar, por estos días se decide en Washington el destino de un extenso y por momentos violento conflicto internacional entre Egipto y Etiopía. ¿El motivo? La construcción, por parte de este último país africano, de una represa hidroeléctrica sobre el río Nilo, humildemente bautizada como «Gran Renacimiento Etíope». La suerte de ambas naciones depende de la mediación del autoproclamado maestro de la negociación, el presidente Donald Trump, quien no ha ocultado su esperanza de que esta actuación le valga un premio Nobel.

 

Faraones.
Todas las grandes civilizaciones de la antigüedad florecieron a las márgenes de un río. Pero acaso, ninguna como Egipto, está tan identificada con su fuente de agua, el Nilo. Toda la región norte de Africa constituye un cruel desierto, uno de los más extensos del mundo. Excepto por la franja verde creada por el limo que, con cada crecida anual, deja el río a sus márgenes.
Allí, hace aproximadamente 6.000 años, con la agricultura y el uso del río para transporte, floreció la civilización de los faraones, que aún hoy deslumbra con sus grandes monumentos y su arte. Y hasta el día de hoy, casi el 95 por ciento de los 100 millones de egipcios viven en las márgenes o en el delta que forma al desembocar en el Mediterráneo.
Aunque el río ya no es lo que era. Hoy su ciclo de crecidas está regulado, en el país, por la presa de Aswan, inaugurada en 1970 por el presidente Abdel Nasser. El cambio climático ha generado una esperable escasez de agua, y la contaminación humana ha hecho el resto: El agua es tan sucia, que por comparación el Mediterráneo parece limpio. Y ahora está la amenaza etíope.

 

Rastafaris.
Etiopía ya no es más el país de la hambruna, como en los ’80, ni el imperio de Haile Selassie, el líder espiritual venerado en la religión rastafari. Es la economía de más rápido crecimiento en el continente. La represa de la discordia, que costará al cabo unos 4.500 millones de dólares, fue financiada por un bono público que compraron los propios ciudadanos. Se supone que con su producción hidroeléctrica, la presa abastecerá a millones de hogares, y dejará un excedente exportable a otras naciones vecinas.
Pero los egipcios temen que ese dique, que comenzaría a llenarse este año, represente una merma del caudal del río que han dominado por milenios. Desde luego, existe una enorme cantidad de detalles técnicos -que casi con seguridad Trump no se ha molestado en estudiar- entre los cuales, no es menor la velocidad con que se produciría el llenado.
Ambos países tienen liderazgos fuertes. El egipcio El-Sisi -«mi dictador favorito» según Trump- ocupa el poder desde el golpe militar que derrocó al gobierno democrático surgido de la llamada «Primavera Árabe». El etíope Abiy Ahmed, que este año busca la reelección, ya cuenta con un premio Nóbel por su actuación en el conflicto con Eritrea. La retórica es fuerte. Desde Egipto se dice: «sin en agua del Nilo moriremos. Para eso, es preferible ir a morir en una guerra en Etiopía». Desde este último país afirman que Egipto los quiere transformar en una «colonia hidrológica».

 

Y por casa.
Difícil saber cómo terminará este conflicto internacional. La mediación de EEUU no es una garantía de nada, y si no que lo digan los palestinos, que acaban de rechazar de plano el acuerdo propuesto desde Washington en su conflicto con Israel. Trump, que dice haber escrito un libro intitulado «El arte de la negociación» no es ni un artista ni un negociador hábil, sino más bien un matón de la vieja escuela neoyorkina.
Sería algo presuntuoso comparar el caso local con el del río más largo y famoso del mundo. Pero hay algunas diferencias que son notorias. En primer lugar, llama la atención que los etíopes están pagando ellos solitos por una represa que generará un lago del tamaño de toda la ciudad de Londres. No le pidieron dinero a nadie.
Otro detalle: el presidente etíope se tomó la molestia de viajar a El Cairo para «jurar» repetidamente que la represa no comprometería la provisión de agua en Egipto. Algo que los mendocinos, convencidos de su derecho a la retención de líquidos, ni se imaginarían.
Finalmente, y no por ello menos, advertirá el lector que en todo este relato, ni por un momento la hoy poderosa Etiopía dejó de reconocer el carácter internacional del río, que recorre once países africanos. Estarán dispuestos a ir a la guerra para defender sus derechos, pero ni por un momento se les ocurre ningunear a sus vecinos aguas abajo.
Y es que los pueblos ribereños, en casi todos los casos, suelen aprender algo del río que los beneficia. Que lo diga Heráclito. O, más cerca en el tiempo, el gran poeta negro Langston Hughes: «mi alma se ha vuelto profunda como los ríos».

 

PETRONIO

 

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