Sabado 30 de marzo 2024

El estilo ridículo británico-cuyano

Redaccion 04/07/2020 - 21.35.hs

Las declaraciones recientes de un ex gobernador mendocino, que promueven la secesión de esa provincia respecto del resto del país («Mendoexit», la llamó), arrojan una nueva y esclarecedora luz sobre el particular carácter de la clase dirigente en aquellas tierras cuyanas. Tal parece que la elite mendocina se identifica con Gran Bretaña, que con su «Brexit» y sus ínfulas imperiales, abandonó en enero pasado a la Unión Europea. El ex gobernador después leyó la Constitución Nacional y, como quien recula en chancletas, medio que se desdijo. Pero como bien enseñara Freud, el acto fallido es la mejor pauta para atisbar el inconsciente.

 

Chilenidad.
En realidad, uno tendía a asimilar a Mendoza y a Cuyo en general con la hermana nación de Chile, con la que comparten la cueca, el acento cantarín, y algunos vocablos estrambóticos como «pololo» o «poto», que parecen sacados de una canción de León Gieco.
Pero si uno lo piensa bien, es un hecho histórico que los chilenos (al menos, los dictadores chilenos) en la disyuntiva de elegir entre Argentina y Gran Bretaña, no lo dudan ni un instante, de allí su vergonzosa conducta durante la guerra de Malvinas.
Pensar a la elite mendocina como un enclave británico podría servir para entender algunas conductas, algún estilo particular, alguna forma de tratar a las provincias vecinas de una manera que hasta Atila el huno consideraría poco civilizada. Esto último es, desde luego, una especulación: al cierre de esta edición, Atila no estaba disponible para comentar al respecto.

 

Ridiculez.
Sin estar graduados en Historia del Arte, nos animamos a definir al estilo adoptado por estos vecinos como Ridículo Británico Cuyano. Como es sabido, los ingleses construyeron un imperio masacrando personas y ecosistemas a mansalva, rapiñando medio mundo, pero sin perder jamás la pulcritud de su vestimenta, ni la flema de su carácter. Y como es bien sabido, toda persona que se toma demasiado en serio a sí misma termina quedando en ridículo.
Como Boris Johnson, con su aspecto de cacatúa despeinada. Como el príncipe Carlos, a quien se ve que su madre -muy ocupada en sus obligaciones reales- nunca le enseñó a abotonarse el saco correctamente. Y es ridículo, sobre todo, pretender vivir de glorias pasadas y creerse superior al resto, al punto de hacer rancho aparte apenas nos disgusta algo, como el gordito dueño de la pelota.
Buena parte de estas notas estilísticas están en este exgobernador, con sus trajecitos, su peinado, su carácter díscolo -no necesariamente coherente- y cierto amaneramiento en el que se cae inevitablemente cuando se intenta aparentar refinamiento. Para su desgracia, ahora que encontró alguna notoriedad, todo esto se nota mucho más.

 

Hipocresía.
Desde luego, no hay nada más británico que la hipocresía. Y en el cultivo de esta virtud, nuestro personaje de hoy merecería un máster de Oxford.
Por ejemplo, recientemente criticó una expropiación intentada por el gobierno nacional, «olvidando» que cuando gobernador, por su parte, expropió un selecto complejo de esquí (Los Penitentes) para entregárselo en concesión a sus amigotes.
Por ejemplo, se queja de que Nación «maltrata a las buenas administraciones», olvidando que durante su gestión cuadruplicó la deuda pública de su provincia. De hecho, si se concretara el «Mendoexit» (qué poco feliz la palabra), se trataría del primer Estado a nivel mundial que nace ya en default.
Por ejemplo, presume de republicano y respetuoso de las instituciones, en una provincia donde su sucesor y correligionario acaba de producir un escandaloso recambio en la corte suprema mendocina, en lo que no es más que una nueva refutación de lo que la prensa local calificó como «el mito de la Mendoza institucional».
Y todo a cuento de una proyectada represa hidroeléctrica que, como afectará sin duda alguna los caudales del ya alicaído río Colorado, ha despertado la preocupación de las provincias ribereñas, que en un gesto de responsabilidad, reclamaron la realización de un estudio de impacto ambiental integral. Un proyecto que en Mendoza llaman «la obra del siglo», sin aclarar de qué siglo hablan. Porque si de algo no hay dudas es de que el siglo XXI será el siglo de la ecología, el momento en que, por conciencia o por obligación, la humanidad deberá finalmente frenar la destrucción del planeta.
Pero ahora sabemos que la elite mendocina, como la nobleza británica, vive en algún momento del pasado mítico. Una época de supuesta grandeza, donde a los vecinos se los podía cachiporrear, y donde la gente como uno podía hacer básicamente lo que se le daba la gana, faltaba más.

 

PETRONIO

 

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