Miércoles 27 de marzo 2024

El magnate neofascista pone en riesgo la débil paz mundial

Redacción 07/02/2017 - 02.02.hs

Trump fomenta un mundo más desigual, con un imperio más fuerte. Añade más leña al fuego al conflicto en Medio Oriente, a la confrontación con China y a la competencia interimperialista. El magnate no favorece precisamente la paz mundial, de por sí frágil.
EMILIO MARÍN
La brutal desigualdad que existe en el planeta no es una invención del magnate bimillonario sino que viene de antes. Una marca de ese desastre lo dio la ONG británica Oxfam y lo recogió la revista Forbes en vísperas del último Foro Mundial de Davos: 8 multimillonarios acumulan tanta riqueza como la mitad de la población mundial pobre estimada en 3.600 millones de personas.
Esa brecha, mejor dicho abismo, es la base de la inestabilidad política y los conflictos sociales en el siglo XXI, que en determinados momentos o regiones pueden tomar formas diferentes como revoluciones sociales o salidas más fascistas, con riesgo para la paz mundial.
Sobre todo en tiempos en que esta última no luce nada sólida, con guerras en Siria, Irak, Afganistán, zonas de Ucrania, Yemen, Turquía, etc. Según la particular visión del Papa Francisco, que el cronista no comparte, ya se estaría librando la Tercera Guerra Mundial, con una forma peculiar de desarrollo por etapas. Aunque no sea esa la mejor caracterización política internacional, sí se puede tomar de allí un aspecto: efectivamente es muy peligrosa.
En ese sentido la llegada de Donald Trump al Salón Oval, sin ser el inicio del problema porque venía de antes viene a significar su agravamiento. Esto, por una primera razón: con su fortuna personal de 10.000 millones de dólares (según su estimación, porque Forbes la había fijado en 3.700 millones) y las del resto de miembros de su gabinete, que suman 35.000 millones de esa moneda, se vienen tiempos en que esta poderosa fuerza política y gubernamental operará a favor de una mayor de concentración de la riqueza.
Trump dijo "Estados Unidos First", pero First, primero, estarán sus negocios. Y una prueba de ello es que su decreto xenófobo y antiinmigratorio contra siete países de mayoría de población musulmana penalizados dejó indemnes a otros del mismo signo donde hay inversiones suyas. Emiratos Árabes y Arabia Saudita, por ejemplo, no entraron en la lista de castigo y allí hay torres Trump, campos de golf y otros emprendimientos inmobiliarios, incluso con el agravante de que 15 de los 19 participantes del ataque a las Torres Gemelas eran de nacionalidad saudí, como la familia de Bin Laden. A los sauditas no los penalizó ese decreto que en los últimos días afortunadamente frenó el juez de Washington, James Robart, y luego una Corte de San Francisco.

 

Peor que portaaviones
Siempre se dijo que Israel era como un portaaviones norteamericano en Medio Oriente, por ser arma de ataque contra los palestinos y de guerras contra Siria, Egipto y otros países árabes más alineados en su momento con la Unión Soviética, o bien con posiciones afines a Irán, desde la revolución islámica que derribó al Sha.
En los últimos años ese rol del estado sionista se revalidó a los ojos de Washington, como ariete contra el gobierno de Bashar Al Assad en Damasco y sobre todo contra el inspirado por Alí Khamenei en Teherán, primero con el presidente Mahmud Ahmadinejad y luego con Hassan Rohani.
En esta materia tampoco Trump hizo la punta, que venía de administraciones demócratas y republicanas. Lo que sí el magnate xenófobo dio un aliento especial a la agresividad del gobierno de Benjamin Netanyahu contra los palestinos, a los que oprime de mil formas, comenzando por la usurpación de tierras que les pertenecen y la divisoria con un muro infame, cuestionado por Francisco en su visita a Israel y a la Autoridad Nacional Palestina.
Netanyahu ha dado autorización a la construcción de otras 6.000 viviendas de colonizaciones judías en Jerusalén este y zonas de Cisjordania. Los antecedentes de estas colonias ilegales ya habían frenado hace varios años todo tipo de diálogo entre las dos partes y ahora el recrudecimiento llevará a nuevos y violentos conflictos. Y ya se sabe que al menor atisbo palestino de resistencia, no digamos una Intifada, vienen las invasiones y bombardeos en la Franja de Gaza, donde gobierna la fracción palestina más combativa, Hamas, y represión en Cisjordania contra la ANP y la más moderada Al Fatah.
La Casa Blanca dio "luz verde" a la nueva tanda de asentamientos ilegales, con dos señales inequívocas: Trump recibirá el 15 de febrero al premier israelita y el comunicado oficial estadounidense dijo que los nuevos asentamientos no pueden ser considerados un obstáculo a los diálogos de paz.
Tanto o más importante que ese gesto favorable a Israel, las nuevas sanciones de EE UU contra Irán son una forma de soldar esa alianza política y bélica. Las adoptó pretextando un ejercicio de misil persa que no suponía ninguna violación a los acuerdos de 2015, según han coincidido Teherán, Moscú, Beijing y la ONU.
Netanyahu está prendiendo fuego otra vez a Palestina y Trump lo presenta no como un incendiario sino como un buen bombero.

 

Conflictos interimperialistas
Las dos guerras mundiales tuvieron como razón principal, no única, la exacerbación de los conflictos entre las grandes potencias por mercados, fuentes de materias primas y en definitiva por la hegemonía. El dirigente de la primera revolución socialista, Lenin, lo había analizado así ya en su libro de 1916: "el imperialismo embrionario se ha convertido en un sistema dominante; los monopolios capitalistas han pasado al primer plano en la economía nacional y en la política; el reparto del mundo se ha llevado a su término; pero, por otra parte, en vez del monopolio indiviso de Inglaterra, vemos la lucha por la participación en él entre un pequeño número de potencias imperialistas, lucha que caracteriza todo el comienzo del siglo XX".
Trump está atizando ese conflicto interimperialista con su salida del Acuerdo Tras Pacífico (TPP) que Barack Obama había negociado y firmado con Japón y otros once países, pensado para aislar a China. El portazo del norteamericano obedece a que quiere redefinir a su favor condiciones de mercado, inversiones y comercio con esos socios, juzgando que éstos han aprovechado demasiadas concesiones de EE UU en tiempos de Obama.
Su relación actual con Alemania, como referente de la Unión Europea, es también de elevada tirantez. Antes las administraciones estadounidenses consideraban no sólo al Reino Unido sino también al eje franco-alemán y el resto de los aliados de la UE como una pieza necesaria para mantener a raya a Moscú. Con Trump hubo un cambio: un mejoramiento temporal y parcial de las relaciones con Moscú, pero un empeoramiento de las mantenidas con Bruselas. En campaña y luego de asumir dijo que la OTAN era obsoleta y debían pagarla todos, que el euro iba a desaparecer, que Angela Merkel había cometido el error imperdonable de abrir muchas puertas a los refugiados, que el Brexit era una buena solución, etc.
De parecido modo a como Trump renegocia el tratado NAFTA con México y Canadá, quiere hacerlo con la Unión Europea. No quiere socios a la par sino volver a una situación de superioridad como cuando Europa salía de la guerra y necesitaba del ejército norteamericano y el Plan Marshall. Puede que algunos gobiernos europeos acepten esa subordinación, como el xenófobo Viktor Orban de Hungría, amén de los que hoy son oposición y quieren ser oficialismo gracias al magnate, como la neonazi Marie Le Pen, del Frente Nacional de Francia.
Habrá que aguardar un tiempo para ver hasta dónde progresa la distensión en el vínculo con Vladimir Putin. Trump puede sacar provecho del esfuerzo ruso contra el Estado Islámico, al que ahora Washington desconoce como su hijo putativo. Y desde el punto de vista moscovita es un alivio que el Departamento de Estado levante sanciones adoptadas con Europa como represalia frente a su rechazo al golpe reaccionario en Ucrania y la sumatoria prorrusa de Crimea.
No obstante, ¿hasta dónde llegan los comunes denominadores esos dos gobiernos? En lo tocante a Siria, Putin está con Al Assad; en Irán con la dupla Khamenei-Rohani; en Medio Oriente con Palestina y en contra del agresivo Netanyahu. Además, en lo que respecta al Asia-Pacífico, Putin mantiene una firme alianza política y económica con la China de Xi Jinping, tanto a nivel bilateral como en el seno de la Organización de Seguridad de Shanghai, impulsada por Beijing para prevenirse del supremacismo estadounidense.
Suponiendo que la buena onda del magnate con Putin siga hasta la conclusión del conflicto armado en Siria, donde quien más tiene para ganar es el ruso por el fortalecimiento de su aliado Al Assad. Ya el ISIS ha sido derrotado de Aleppo y Damasco se consolidó. Luego de eso, ¿cuánto tiempo más tardarán en ponerse en primer plano las históricas y concretas divergencias de fondo entre EE UU y Rusia?
Mientras aprovecha las declaraciones amistosas del magnate y su secretario de Estado, Rex Tillerson, ex CEO de Exxon donde estuvo 42 años, por las dudas Putin experimentó 160 armas nuevas durante el año de su solicitada intervención militar en Siria y dio entrenamiento de combate al 84 por ciento de sus pilotos, según el ministro de Defensa, Serguei Shoigu. El más astuto presidente proveniente de la KGB sabe que este raro amor trumpista no será para toda la vida.

 

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