Lunes 22 de abril 2024

El narcotráfico y la violencia extrema

Redaccion 23/08/2021 - 21.10.hs

En la historia de la delincuencia en Argentina la ciudad de Rosario siempre tuvo un lugar importante. Chicho Grande y Chicho Chico (Juan Galiffi y Francisco Marrone) fueron figuras emblemáticas de aquellos años treinta del siglo pasado cuando «la Chicago argentina» era terreno fértil para las bandas que, «a la moda siciliana», mataban, extorsionaban y defendían su negocio a los tiros. Por cierto que en el mote de la ciudad estaba implícito no solamente una condición similar por la centralidad en el negocio de los granos, también la violencia que la poblaba; aquí los Chichos, allá el mítico Al Capone. Cabe consignar que a estos sucesos de violencia se agrega la existencia de Agatha Galiffi, la Flor de la Mafia, aunque esa es otra historia.
Resulta notable -y francamente inquietante- que a casi un siglo de distancia esa condiciones de violencia vuelvan a repetirse, sólo que la materia en disputa es ahora la droga, el gran negocio de las últimas décadas, que tampoco es nuevo en la costa del Paraná, la principal entrada del producto.
Apenas una parte de esa turbia realidad ha bastado para informar y demostrar que los tan promocionados operativos de la ministra de Seguridad del macrismo (aquella que apelaba a la farsa de vestirse con uniforme camouflado) no eran más que puestas en escena típicas de ese gobierno; el entorno de corrupción e ineficacia era más que elocuente y un ejemplo muy claro resultó ser Sergio Varisco, el exintendente macrista de la ciudad de Paraná condenado por narcotraficante junto a una red de distribuidores y vendedores de menor jerarquía integrada en parte por ex empleados de esa comuna. De allí partía buen parte de la droga a distribuir en el resto del país, una evidencia de lo cual son las múltiples incautaciones realizadas por la policía pampeana.
En los días presentes se advierte que buena parte de esa red rosarina de introductores, delincuentes, vendedores y recaudadores -en parte sostenida por policías probadamente corruptos- sigue teniendo vigencia y el ejemplo indiscutible es la llamada Banda de Los Monos, tan nombrada en los últimos tiempos. Esta agrupación se adueñó del comercio de la droga a tiro limpio con la consecuencia previsible de asesinatos y venganzas propia del ambiente. En su accionar hubo además un rasgo de audacia que destacó -y acaso podría decirse destaca- a Los Monos por sobre sus antecesores: su desafío y amenaza sobre los poderes constituidos. Esas operaciones «preventivas» incluyeron varias balaceras realizadas sobre edificios judiciales y domicilios de jueces o personas relacionadas con ellos (la última de las cuales ocurrió la semana pasada); todo en el mejor estilo de los «carteles» de Centroamérica.
Uno de los integrantes de la fiscalía que los juzga actualmente fue expresivo acerca del propósito de esos atentados: «Claramente fue intimidación y amedrentamiento hacia los magistrados que debían decidir cuestiones relacionadas con el curso de sus causas penales». Y remató con una frase ciertamente inquietante: «Hace años que desde la cárcel vienen burlándose del sistema penal en general».
Semejante audacia provocó un sacudimientos en los poderes del Estado en cuyas estructuras -lo reconoció el propio gobernador provincial- hubo fallas, aunque no especificó de qué tipo. Con ese panorama las declaraciones en juicio del líder de la banda, preventivamente realizadas por zoom desde la cárcel, tuvo características más que espectaculares: centenares de policías y vehículos rodeando el edificio de Tribunales, el mismo que fuera tiroteado la semana pasada. El todo fue subrayado por una ironía rayana en la burla pronunciada por el jefe de la banda al preguntársele por sus ocupaciones: «contrato sicarios -dijo- para tirotear a los jueces». La frase también evidencia el nada sutil grado de impunidad con que se movieron los miembros de la banda en el tiempo transcurrido.

 

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