Lunes 22 de abril 2024

Estereotipos al volante

Redaccion 23/08/2021 - 21.10.hs

Conducir nos significa exponernos a diario a violencia machista motorizada y a pruebas de manejo evaluadas por un mundo que todavía no quiere tenernos fe.
VICTORIA SANTESTEBAN*
En la división patriarcal de espacios, las calles fueron asignadas a los varones mientras a las mujeres nos quedó el hogar como jurisdicción donde presunta y romantizadamente, reinar. Si bien el proceso de deconstrucción de mandatos y estereotipos de género dado por el feminismo ha logrado cuestionarlos y flexibilizarlos en pos de desaprenderlos, a diario convivimos con las enseñanzas patriarcales que mandan a mujeres a lavar los platos y a varones a mostrar la hombría con rudeza que refuerce lo macho. En las calles antes reservadas al varón, la resistencia machista al volante clava los frenos a un feminismo que avanza, a pesar de los bocinazos.

 

Violencia vial.
«Manejar un auto (ni hablar de una moto, una bici o un camión) puede ser una experiencia de supervivencia y alto riesgo para una persona que no está dispuesta a agarrarse a trompadas», escribe Flor Monfort en Página 12 y recuerda que el 70 por ciento de las personas que están al volante en Argentina son varones y por eso mismo, son quienes más protagonizan accidentes de tránsito. «Una mujer al volante es siempre alguien que podría estar en otro lado», denuncia Monfort y pone especial foco en los grandes centros urbanos como espacio de violencia exacerbada y machismo reforzador del mandato de lavar los platos, para etiquetar de desubicada a la que anda por ahí manejando. En ciudades más chicas, como Santa Rosa, se replican los insultos machistas que recuerdan a las madres, porque el patriarcado es federal (y mundial) y se vale de culpar siempre a las madres de todas y todos. En ciudades pequeñas se impone una anarquía vial que desconoce de reglas de tránsito lo que da cuenta que si bien cada jungla urbana tiene sus obstáculos idiosincráticos, el machismo es patrón común en todo el país. Cómo no recordar las escenas de Relatos Salvajes de argentinidad y machismo al palo cuando dos conductores emprenden una escalada de violencia que -alerta spoiler- los conduce a la muerte, que afrontan trenzados en llamas. El policía que encuentra los cadáveres abrazados en el auto elabora la hipótesis de un crimen pasional, en un guiño de Szifron al feminismo.

 

Macho.
En un estudio académico sobre agresividad en el tránsito en Argentina, sus autores (Merlino-Martínez-Escané) advierten que las representaciones en torno a la demostración y legitimación de la masculinidad se relacionan con comportamientos tendientes al riesgo, la velocidad y la agresividad, y que esto se traslada al volante en perjuicio de la seguridad vial. Entre varios autores citados, el estudio retoma las definiciones de Bourdieu sobre la imagen defensiva que debe mantener el hombre para ser considerado tal, para preservar un honor entendido como masculinidad, que le sirve para reafirmarse ante las mujeres pero, fundamentalmente, ante los otros hombres. En este esfuerzo desesperado por demostrar una imagen de «verdadero hombre», el varón expone su integridad física con actividades que revisten peligro: pelear, conducir arriesgadamente, participar de diversos «ritos de iniciación», etc. A esto se suma que la definición de masculinidad hegemónica también gira en torno a la habilidad para el manejo de máquinas y no es casual que los autitos, camioncitos y herramientas para su reparación de fantasía sean los juguetes todavía considerados para varones. El auto aparece, además, en la sociedad de consumo patriarcal, como apéndice de ese cuerpo masculino y como extensión de su virilidad, por lo que se instala que el costo y el tamaño del vehículo es directamente proporcional a la hombría de su propietario. La violencia como recurso siempre masculino también llega a esa extensión del cuerpo del varón, pisando el acelerador de camionetas gigantes para dejar marcas de varón en el asfalto, como símbolo de resistencia a compartir territorio público con otros géneros.

 

Conductoras.
Según las estadísticas de Luchemos por la Vida, las mujeres somos más respetuosas de las normas de tránsito y por eso protagonizamos menos accidentes viales. Sin embargo, el mote de peligro al volante para evitarnos al mando de vehículos nos obstaculiza nuestro tránsito por el mundo a la vez que posterga espacios laborales históricamente reservados para varones. Ana Carina Valenzuela -chofera de la redacción de La Arena- comentaba en la edición del domingo sobre los chistes y el asombro que se generan en relación a su trabajo aún en pleno 2021 y confirma las estadísticas: nunca protagonizó un choque. Es que la evidencia empírica se desacredita cuando no refuerza la creencia machista y así aunque nuestro rendimiento profesional y académico supere al de los varones, la inteligencia y el pragmatismo continúan asociándose a ellos. Conducir nos significa exponernos a diario a violencia machista motorizada y a pruebas de manejo evaluadas por un mundo que todavía no quiere tenernos fe. La opción feminista da luz verde para pegar el volantazo a ese jurado sexista y pistear como campeonas.

 

*Abogada, magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles.

 


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