Martes 09 de abril 2024

Ir por todo

Redaccion 03/05/2021 - 21.23.hs

* Victoria Santesteban
La sentencia de la jueza Gianetto que dejó en libertad a Pagella, a pesar de comprobarse su autoría en el abuso sexual de su nieta de seis años, llegó a medios nacionales, convirtiéndose en repudio nacional en tanto su redacción tan falta de perspectiva de género y derechos humanos.
Julio César Pagella, un abogado de 65 años, fue denunciado por abuso sexual a su nieta de ahora seis años en 2018, y, si bien las pericias psicológicas y demás pruebas confirmaron el abuso, la jueza sentenció que le corresponde una pena de ejecución condicional, de tres años. La magistrada consideró que «el buen concepto social» fundó su decisorio para la pena irrisoria. Esto dicho en clave patriarcal criolla rezaría como «es un buen tipo porque es socialmente reconocido, tiene un buen pasar económico y hasta ha contribuido en causas sociales». Parece flotar en el aire esos conceptos pretendidamente jurídicos que el derecho ha intentado definir y que su uso a posibilitado sentencias como la de Gianetto. «Buen hombre de negocios», «buen padre de familia»… y así la sentencia deja al descubierto varias cuestiones: 1. la justicia continúa siendo machista, y el avance legislativo es decorado cuando quienes están a cargo de su aplicación no realizan un mero atisbo de sumir los hechos al derecho argentino vigente, que es claramente en clave de derechos humanos y perspectiva de género; 2. La justicia además de patriarcal es clasista y racista, porque sin caer en adivinas pero con claro análisis probabilístico es de esperarse que si el imputado por abuso hubiera sido una persona que careciera de los recursos económicos y de poder que sí detenta el condenado Pagella, la resolución hubiera sido otra; 3. Se requiere de una transformación total de las instituciones que vaya por todo, lo que incluye derribar cada práctica reproductora de violencia hacia el interior de las instituciones, la deconstrucción de la mirada sobre el mundo, la búsqueda por soluciones verdaderamente integrales que no confíen a la justicia -menos al derecho penal – el rol de solucionadora de conflictos per se.

 

Justicia Patriarcal.
Es harto reiterado que la justicia argentina continúa comportándose como si los avances legislativos en materia de protección a mujeres y diversidades no fueran vinculantes. Por mencionar algunas, la Convención de Belém do Pará, la Convención para la Eliminación de la Discriminación hacia la mujer (CEDAW), la ley 26.485 constituyen un bloque convencional y legal con potencial transformador pero muy a pesar de su existencia, el Estado continúa actuando bajo paradigmas, prácticas, preconceptos y mentalidades que responden al esquema enquistadísimo de opresión machista, racista, clasista.
Por esta razón, la intensa actividad legislativa -tan arraigada a nuestra tradición jurídica de producción de leyes a mansalva- cae en la falacia de creer que la ley per se cambiará mágicamente las cosas. La ley Micaela de 2018 es de alguna forma una reiteración de aquello que la ley 26485 de protección integral exhortaba, y que también lo venía diciendo la Convención de Belém do Pará que Argentina ratificó en 1996: los tres poderes del Estado y la ciudadanía en su conjunto deben deconstruirse, deben capacitarse en perspectiva de género y derechos humanos.
La ley Micaela, entonces como tercer intento si se quiere, para mandar a la deconstrucción, a estudiar y formarse en género, tampoco puede deshacer de un plumazo la estructura pesadísima que supone el patriarcado. Las leyes son necesarias, pero no alcanzan cuando quienes las aplican continúan respondiendo a modelos que deben abandonarse. Si hay jueces y juezas a quienes no les tiembla el pulso para dictaminar que un abusador sexual tiene buen concepto social y entonces no debe ir a prisión, confirma que la existencia de leyes per se no logra transformar la justicia.

 

Justicia Clasista.
No es novedad tampoco que la justicia (y en el fuero penal es bien claro) continúa alimentando los privilegios de los privilegiados, y así, la justicia patriarcal, racista y clasista no sólo se ensaña con mujeres, niñas, adolescentes, trans, travestis y las arroja a la total desprotección, sino que direcciona el poder punitivo hacia donde el sistema penal siempre tuvo entrenado el ojo: los pobres, y los que no tienen rasgos arios, piel blanca ni apellidos salvadores.
En la temática de género, el chivo expiatorio que resulta puesto en cabeza del pobre y marginal también se repite, entonces la violencia de género es asociada a las clases pobres, y además, las chicas de barrios marginales que desaparecen tampoco son intensamente buscadas por ese Estado que tenía que protegerlas.
Ese Estado no protege ni a las que han tenido la posibilidad de estudiar, las que tienen otro color de piel y hasta apellido, entonces qué esperar cuando las víctimas no sólo son vulneradas por su condición de género, sino también de clase, entre otras.

 

Ir por Todo.
Sin dudas el lema feminista de «Ir por Todo» aplica también a la justicia: se requiere de una transformación verdadera para la prevención de la violencia y para la redacción de sentencias en clave de derechos humanos, que no parezcan emanadas de tribunales de la inquisición como las que lamentamos hasta nuestros días. En tiempos en los que la reforma judicial está en agenda, es indispensable pensar el cambio en términos de completa disrupción. La aplicación de leyes de avanzada desde escritorios vetustos, es intentar emparchar ingenuamente una realidad social compleja y acuciante. La verdadera transformación importará hondar hasta llegar al meollo que nos enreda con las promesas de fórmulas nuevas que, aplicadas sobre las mismas estructuras oxidadas, son crónica de fracasos anunciados. La reforma judicial para erigirse como disruptiva y así real, debe ser en clave de derechos humanos, decolonial, de género. Si no hay disrupción, si no tiembla el piso para que se caigan las estanterías burocráticas que reproducen la falsa creencia que el derecho (y el derecho penal sobre todo) brindará soluciones integrales porque puede con todo, si la reproducción de la violencia se continúa desde esas instituciones, entonces no habrán cambios a la altura de las circunstancias. Ir por todo es salir de esos laberintos perversos, es romper las cadenas que quieren camuflarse. Que arda cada escritorio cómodo que se pretende deconstruido. La reforma judicial será feminista, o no será.

 

* Abogada, Magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles

 

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