Miércoles 27 de marzo 2024

Jaque al machismo judicial

Redaccion 31/08/2020 - 21.56.hs

Que juzgar con perspectiva de género sea una obligación, no impide que proliferen sentencias y modos de actuar que revictimizan a la mujer y se olvidan de sus derechos.
VICTORIA SANTESTEBAN*
La Corte Suprema de Justicia de la Nación acaba de anular una decisión del Superior Tribunal de Río Negro por carecer de perspectiva de género. Los jueces rionegrinos no le creyeron a una niña de 13 años, en una causa por abuso sexual, porque no se había emocionado durante su relato, no había llorado. Pese a las pericias médicas que indicaban signos de abuso, el imputado terminó absuelto. Cuatro años después la Corte Suprema indicó que tales conclusiones se alejaban de convenciones internacionales para la protección de niñas y mujeres.

 

Perspectiva de género.
En los últimos años la «perspectiva de género» comenzó a utilizarse con mayor asiduidad. En 2009, a nivel nacional, la creación de la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema tuvo como principal objetivo la transversalización de la perspectiva de género, tanto para quienes utilizan el servicio de justicia como para quienes allí trabajan. La oficina de la mujer, replicada a nivel provincial en distintas jurisdicciones como es el caso de La Pampa desde 2014, emprendió un camino de deconstrucción, de estudio de casos, alentando a una cultura estadística que brinde mejores respuestas al momento de diseñar políticas públicas. Por primera vez en Argentina, el Estado comenzó a contar las víctimas por violencia machista. Pero a pesar de este trabajo, del compromiso internacional asumido por nuestro país para la protección y empoderamiento de la mujer, de la sanción de leyes nacionales y provinciales y de la proliferación de oficinas abocadas a la temática, lo cierto y desalentador es que el patriarcado judicial continúa haciendo notar sus lastres.
A la «perspectiva de género» se la ha atacado tachándola de ideología, de adoctrinamiento, de imposición de una manera de pensar alentada por el colectivo feminista. Pero, muy alejado de esto, cabe decir que la perspectiva de género es ley. Es la obligación de juzgar casos donde la mujer es víctima por su condición de mujer, superando prejuicios, sacándola del lugar de culpable, y analizando la situación bajo un prisma que aboga por la igualdad y destaca la particular situación de vulnerabilidad en la que aún se encuentra la mujer respecto del varón.

 

Prisma de género.
Mirar al mundo bajo el prisma de género incomoda, molesta. Pone en jaque la comodidad del varón, en todos sus ámbitos. En lo doméstico, lo laboral, en lo personal y lo político. A ese juez que sienta en el banquillo del acusado a la mujer víctima, descargando miedos y nostalgias por los tiempos de las abuelas, también lo incomoda. Porque además lo obliga a estudiar materias que no cursó en ninguna facultad de derecho.
Juzgar con perspectiva de género es dejar de victimizar a la mujer, volviendo impunes a sus agresores. Es dejar de emitir sentencias que le dicen a la víctima «te la buscaste, es tu culpa, aguántatela por ser mujer». La perspectiva de género es obligatoria. Respetar y garantizar el derecho de toda mujer a vivir una vida libre de violencia, incluye también la eliminación de la violencia institucional y simbólica que aparece en sentencias que absuelven femicidas, abusadores, agresores.
Aún hoy, el entramado kafkiano del proceso opera ferozmente sobre la niña, la adolescente y la mujer víctima de violencia; el juez va a «fallar» en entender que por andar sola, por tener determinado estilo de vida, por no estudiar, por estar donde no debía, por usar determinada ropa, era el final esperado, se lo buscó. Las sentencias sin perspectiva de género emiten ese silogismo mafioso a la mujer libre y deseante: ella se buscó el final trágico. Era lo «esperable». Y son igual de violentas las sentencias que lamentan las muertes y violencias de las otras víctimas, las víctimas «buenas», blancas, puras. Las que tuvieron mala suerte. La clasificación de mujeres y niñas en buenas y malas, es también violencia.

 

El fallo rionegrino.
El fallo de la Corte Suprema que hoy nos ocupa, indicó a los jueces rionegrinos (uno de ellos imputado en causas por corrupción de menores) que no pueden decir lo que dijeron; no pueden, con las pruebas del caso, entender que la niña de 13 años (quien hoy tiene 21 y estudia derecho) violada por su padrastro había mentido, que porque no lloraba mientras hacía su declaración era dudoso su relato, que porque bostezaba durante el juicio mostraba desinterés. Porque estos jueces además de buscar a la víctima «buena» para salvarla, demandan que la víctima sea débil, frágil, que esté destrozada. La víctima empoderada pone en jaque también su lugar de víctima.
Que juzgar con perspectiva de género sea una obligación para jueces y juezas no obsta a que proliferen sentencias y modos de actuar que revictimizan a la mujer y están lejos de velar por sus derechos. La misma justicia la violenta. Oficinas que alertan de esta situación han sabido recorrer un camino, aunque a paso lento, hastiadas de tantos palos en la rueda, cansadas de que la ley se utilice para la protección del más fuerte. El trabajo de oficinas como la de la mujer no se queda en lo simbólico, sino que superando la frustración al ver las dificultades de hacerle frente al machismo institucionalizado, encuentra un poco de luz, un poco de aire nuevo en sentencias como la de la Corte Suprema.

 

Resistencia.
Defender y abogar por los derechos de las personas históricamente vulneradas -mujeres, niños, niñas, gays, lesbianas, trans, inmigrantes, pobres, trabajadores y trabajadoras, y la lista continúa- es enfrentarse con la frustración a diario. Es hacer frente a todo un universo simbólico que legitima la opresión y la institucionaliza. La justicia machista no sólo mira con desconfianza a esa víctima que denuncia, sino también a sus representantes legales, a quienes hicieron las evaluaciones de riesgo, a las psicólogas y trabajadoras sociales, a médicos y médicas. También mira con recelo a la madre de la niña abusada, y va a usar el síndrome de alienación parental para dejar impune al abusador.
El camino en la conquista de derechos y espacios no es lineal, ni fácil; pero sentencias como la de la Corte dan ese respiro para seguir, para reafirmar que el trabajo no es en vano, y que el machismo se va a caer. De hecho se está cayendo.

 

*Abogada. Magister en Derechos Humanos y Libertades Civiles.

 

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