Viernes 22 de marzo 2024

La declinación política de un ídolo con pies de barro

Redaccion 22/01/2020 - 23.09.hs

El sábado se cumplieron cinco años de aquel domingo 18 de enero de 2015 cuando el fiscal Alberto Nisman se quitó la vida, abrumado por el fracaso de su maniobra política.
SERGIO ORTIZ
La comparación entre la reacción social de aquel enero de 2015 y la de cinco años después indica que el globo Nisman, al principio inflado por sí mismo y sus aliados políticos y mediáticos, y luego de su muerte por estos últimos, sobre todo por la corporación judicial, se pinchó.
En aquella oportunidad, al cumplirse el primer mes de la muerte, ese arco político de derecha armó una gran movilización callejera, el 18-F, identificando al muerto como símbolo de la Justicia. La mayoría que participaba de la marcha culpaba directamente a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, sin pruebas, de ser la autora mediata del supuesto crimen.
Era tan potente ese sentimiento anti K que ni siquiera una copiosa lluvia aminoró la masividad del 18-F encabezado por el fiscal Germán Moldes y otros, el dirigente sindical de los judiciales Julio Piumato y un amplio espectro político con centro en el macrismo pero que incluía a Alberto Fernández. Todos eran Nisman…
Se trataba de un magnicidio, clamaban, una falsa caracterización formulada por la expareja de Nisman, Sandra Arroyo Salgado, y la diputada del PRO, Laura Alonso. Esta última, Patricia Bullrich y las cúpulas de las asociaciones judías AMIA y DAIA fueron las fogoneras de la denuncia de Nisman, el 14 de enero de ese año, contra la expresidenta por supuesto encubrimiento del atentado contra la AMIA.
Esas eran las caras visibles de la disparatada denuncia. Los motores eran la derecha norteamericana y el Estado de Israel, sus embajadas y servicios de espionaje, opuestos a cualquier distensión de otros países con Irán. El Memorando de Entendimiento de Argentina con Irán se firmó en enero de 2013 y motivó la airada reacción del sionismo mundial y su filial argentina, así como de la derecha yanqui que poco después encarnaría en Donald Trump. Por la misma época Barack Obama y otros cinco presidentes comenzaban las negociaciones con Teherán para firmar en 2015 un acuerdo que limitaba las capacidades nucleares de Irán y a cambio levantaba las sanciones en su contra. Tuvo que venir Trump para hacer trizas ese acuerdo.
Ese 18-F fue multitudinario. En cambio el sábado pasado apenas se reunieron unos pocos centenares de personas de edad avanzada y de barrios ricos de la Capital Federal.
Quedó sí un grupo de fanáticos inspirados por Elisa Carrió insultando a Cristina como si fuera la asesina. Entre ellos un artista decadente que protagonizó buenas películas, pero ahora en su vida real se comporta como un pelotudo, para parafrasear a Roberto Fontanarrosa en el Encuentro Internacional de la Lengua en Rosario.

 

Se suicidó.
Las pericias médico-forenses y criminológicas de los expertos de la Policía Federal y las del Cuerpo Médico Forense dependiente de la Corte Suprema de Justicia realizadas, in situ las primeras, arrojaron que no había huellas de ninguna otra persona que no fuera Nisman en el baño de su departamento donde se lo encontró muerto.
El arma empleada, pistola Bersa calibre 22, pertenecía al técnico informático Diego Lagomarsino. El fiscal se la había pedido el día antes con la excusa de defender a sus hijas en caso de algún ataque por su denuncia a la presidenta. Antes le había solicitado lo mismo a un comisario amigo y a uno de sus custodios de la Policía Federal.
El fiscal Eduardo Taiano y el juez Julián Ercolini procesaron a Lagomarsino por partícipe necesario del supuesto homicidio, y a cuatro custodias por negligencia y falta de cumplimiento de sus deberes.
Pero resulta que el crimen nunca fue probado. Solamente en 2017 una dudosa pericia de la Gendarmería de Bullrich concluyó que fue un asesinato cometido por dos o tres hombres, pero sin pruebas. Carrió y otros hablaron de un comando iraní-venezolano-cubano que vino, mató y huyó. El pequeño detalle es que no existe la más mínima prueba de esa calumnia: ninguna referencia, filmación ni huella dejada en el departamento. Ese comando no existió. Tampoco pudieron explicar por dónde habría entrado al departamento ni cómo se fue, además de dudas sobre su profesionalismo al emplear para el crimen una pistola vieja de 14 años sin mantenimiento.
Los que estén interesados en conocer más detalles del caso deberían leer el libro «¿Quién mató a Nisman?», del abogado Pablo Duggan. A lo largo de las 564 páginas queda claro qué clase de personaje era el muerto y las circunstancias de su suicidio, abrumado por el fracaso de su falsa denuncia contra la presidenta y lo que vendría a continuación: su despido de la Unidad Fiscal Especial AMIA.
En esa dependencia, donde lamentablemente fue ubicado por Néstor Kirchner, el fiscal estuvo más de diez años sin lograr avances en la investigación del atentado a la AMIA. Por eso los familiares de las 85 víctimas eran muy críticos del fiscal, a quien acusaban de trabajar muy poco. Luego se supo que Nisman viajaba mucho al exterior con jóvenes modelos y todo pago por el abundante presupuesto de la UFI AMIA. Todo eso se cortaría el lunes 19 de enero de 2015, cuando el fiscal no pudiera sostener sus acusaciones contra Cristina en la audiencia pública y con prensa convocada por Bullrich en Diputados, como titular de la Comisión de Legislación Penal.
El había asegurado que el Memorando era para traicionar a los 85 muertos de la AMIA y en verdad era un intento, a la postre fracasado, de avanzar en ese juicio. Dijo que Cristina quería cambiar cereales por petróleo persa, y no hubo tal cosa. Denunció que CFK y Héctor Timerman habían pedido levantar las circulares rojas de Interpol para los sospechosos iraníes, pero el jefe de Interpol, el norteamericano Ronald Noble, aseguró que eso era mentira.
Encima su gran mentor y virtual capo de los espías de la SIDE, Antonio «Jaime» Stiusso, no le atendió el teléfono en los últimos tres días, dejándolo solo. Todo eso lo llevó al baño, ese domingo a la mañana, con la Bersa. A su hija de 15 años la había dejado sola en el aeropuerto de Madrid para regresar de apuro a Buenos Aires a hacer su denuncia trucha, con la consiguiente pelea con Arroyo Salgado y sus dos hijas. En ese momento de insoportable angustia ya no le importaban sus 666.000 dólares en la cuenta del Merrill Lynch de Nueva York, no declarados. Derrota. Depresión. Disparo.

 


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