Domingo 17 de marzo 2024

La provocación

Redaccion 16/05/2021 - 06.09.hs

La preocupación del gobierno argentino se expresó en una declaración sobria y precisa. Como si se tratara de una cuestión de política interna, esto motivó exasperadas respuestas por parte de la oposición política y de la prensa que representa esas posiciones

 

Por Horacio Verbitsky

 

La preocupación del gobierno argentino por «el dramático agravamiento de la situación en Israel y Palestina» se expresó en una declaración sobria y precisa. El texto condena «el uso desproporcionado de la fuerza por parte de unidades de seguridad israelíes ante protestas por posibles desalojos de familias palestinas de sus hogares en los barrios de Sheikh Jarrah y Silwan» y también «la respuesta a través del lanzamiento de misiles y artefactos incendiarios desde la Franja de Gaza».
Como si se tratara de una cuestión de política interna, esto motivó exasperadas respuestas por parte de la oposición política y de la prensa que representa esas posiciones, encabezada por Infoemba, La Nación y Clarín. Entre quienes exaltaron la posición de Israel figuró el empresario de parafernalia bélica y de inteligencia Mario Montoto, quien preside nada menos que la Cámara de Comercio argentino-israelí. Su vinculación con el conflicto de Medio Oriente tiene casi medio siglo, pero del otro lado: estuvo entre los organizadores del entrenamiento de montoneros en Líbano, Siria y Palestina. Una pregunta usual es si cambió, y cuándo, o si solo se puso en evidencia. Una declaración firmada por su socia de entonces, Patricia Bullrich, por su cliente de ayer, Waldo Wolff, por los jetones Miguel Pichetto y Darío Lo Pérfido, por otros dirigentes de ese sector y por columnistas habituales de aquellos medios, caracterizaron lo sucedido como la «legítima defensa ante ataques terroristas».
Es decir, al revés de lo que afirmó el gobierno y de la verdad de los hechos tal como los narraron observadores imparciales.

 

El éxodo.

 

La estrategia de provocación no es novedosa. Viene ocurriendo desde la instalación del Estado de Israel y fue adoptada en forma explícita por los sucesivos gobiernos de Tel Aviv y Jerusalén, cada vez más a la derecha, con la finalidad de forzar el éxodo de los habitantes anteriores y su reemplazo por inmigrantes judíos de distintas partes del mundo. La expulsión de sus hogares de palestinos afincados por generaciones en esos dos barrios de Jerusalén Oriental y la prohibición de acceder a los sitios musulmanes de culto en plena festividad del Ramadan, son apenas los últimos episodios de una larga serie. La ocupación policial israelí de la mezquita de Al Aqsa, donde impidieron las ceremonias religiosas lanzando gases lacrimógenos, y el desalojo de viviendas ocupadas por sus moradores árabes, fue replicado por los misiles rudimentarios de Hamas. Cada muerte es repudiable, y aterroriza a quienes sufren el ataque, pero la desproporción de recursos entre ambos bandos es abrumadora. Juan Bautista Alberdi escribió en Facundo y su biógrafo, que integra sus Escritos Póstumos: «No es terrorista todo el que quiere serlo. Sólo aterra en realidad el que tiene el poder efectivo de infligir el mal impunemente».
El 12 de enero de este año, el Centro de Información Israelí B´Tselem por los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados, publicó un informe en el que sostiene que Israel mantiene un régimen de apartheid, por lo que ya no puede ser considerado como una democracia. También Human Rights Watch llegó a la misma conclusión en su informe del 21 de abril
Es la consecuencia lógica de la ley que Netanyahu consiguió aprobar en 2018, que define al país como un Estado exclusivamente judío (hasta entonces se consideraba «judío y democrático»), elimina al árabe como lengua oficial, declara de interés nacional la expansión de los asentamientos judíos en territorio palestino y establece como capital unida a la totalidad de Jerusalén, que en consecuencia queda vedada a los árabes. Los acontecimientos del viernes y el sábado, con la demolición de edificios en Gaza por la aviación israelí, el falso anuncio de una invasión terrestre como estratagema para bombardear el sistema de túneles de Hamas cuando estuvieran ocupados por sus militantes, ratifican la pertinencia de la posición argentina, que finaliza con una cita del Papa Francisco: «La violencia sólo genera más violencia y todos deben buscar soluciones compartidas para que prevalezca la paz». Durante su gestión como presidente de la Iglesia Católica argentina, Jorge Bergoglio vivió de cerca el fenómeno único en el mundo de integración de colectividades de origen árabe y judío en una unidad nacional distinta. Ya como obispo de Roma, intenta replicar esa forma de convivencia, que solo ocurre en la Argentina, y en 2014 visitó los lugares sagrados de Jerusalén en compañía de un rabino y de un imán porteños, con quienes se abrazó.
Sin mayoría para formar nuevo gobierno, luego de cuatro elecciones generales que mostraron su declinación, y asediado por las tres causas judiciales sobre hechos de corrupción en las que está siendo procesado desde enero, Netanyahu huye hacia adelante, es decir sobre territorio palestino. Un primer resultado que obtuvo fue la deserción de varios apoyos políticos a su reemplazo en el gobierno por el popular periodista y escritor Yair Lapid y la posibilidad de prolongar su gobierno de doce años, el más extenso de la historia israelí.

 

Tiempo de masacre.

 

El relato que sigue fue elaborado consultando sólo fuentes israelíes, que no dejan lugar a dudas sobre esa política deliberada, que implica masacres de población civil, incluyendo niños, ancianos y mujeres, violaciones y saqueo de sus bienes. El diario israelí Haaretz viene publicando entrevistas e investigaciones que ponen en evidencia la política aplicada desde 1947, para forzar el éxodo de los pobladores palestinos y la censura de los archivos para negar el acceso a los documentos que lo prueban.
La historiadora Tamar Novick encontró en el archivo del partido de izquierda Mapam, un documento que la perturbó. Describía una masacre ocurrida en 1948 en la aldea palestina de Safsaf, donde 52 hombres fueron detenidos, atados unos a otros y diez de ellos muertos a tiros. Mujeres que suplicaron clemencia también fueron asesinadas y una niña de 14 años violada antes de matarla. A uno de los hombres le cortaron un dedo para quitarle un anillo. Lo comentó con Benny Morris, el principal investigador de la Nakba (la catástrofe, en árabe, como los palestinos llaman a la expulsión de aquellos años), quien le confirmó que conocía el caso, uno entre tantos, que forman parte de sus investigaciones 1948 y The Birth of the Palestinian Refugee Problem, 1947-1949. Morris le dijo que el arrasamiento de Safsaf fue mencionado en un informe del jefe de Estado Mayor del incipiente Ejército israelí de entonces a la conducción de Mapam, uno de cuyos integrantes tomó notas. Pero cuando acicateado por la consulta de Novick, quiso ver una vez más el documento, Morris descubrió que ya no estaba en el archivo. Lo había retirado la dirección de seguridad del Ministerio de Defensa, Malmab.
Ese organismo quitó de distintos archivos en forma ilegal documentos históricos, algunos ya publicados. Bajo la cobertura de asegurar los secretos nucleares de Israel, también sustrajo testimonios de los generales de las Fuerzas de Defensa de Israel, como se denomina su Ejército, acerca del asesinato de civiles, la demolición de aldeas, sobre las que se erigieron poblados judíos y la expulsión de sus habitantes.
El director durante dos décadas de Malmab, Yehiel Horev, justificó su actividad ante el diario, alegando que el conocimiento de esos hechos podría generar malestar en la población árabe y que aun cuando algunos de esos documentos ya hubieran sido difundidos, su ausencia para respaldar un trabajo académico mina la credibilidad del investigador que lo cita.
Uno de los que Morris encontró hace 35 años y que Malmab puso fuera del alcance de los investigadores fue escrito por un funcionario de la sección árabe del servicio de seguridad israelí precursor del Shin Bet. Escrito en 1948 se tituló Emigración de los árabes de Palestina.

 

Los métodos aplicados.

 

Hace poco, miembros del Instituto Akevot de Investigación sobre el Conflicto Israelo-Palestino encontraron otra copia del mismo documento. Según Haaretz, el relato israelí repetido durante años fue que la responsabilidad del éxodo de Israel es de los políticos árabes que alentaron a la población a marcharse. Pero el documento afirma que el 70% de los árabes que en 1948 abandonaron sus viviendas y el territorio del Nuevo estado hebreo lo hicieron como consecuencia de las operaciones militares de Israel, que describe en orden de importancia:
– «Actos directos de hostilidad judía contra lugares de asentamiento árabes».
– El impacto de tales acciones en aldeas próximas.
– Operaciones de los grupos de choque clandestinos, como el Irgun y Lehi.
– Órdenes emitidas por organizaciones o bandas árabes.
– Operaciones judías de difusión de rumores para inducir a la huida a los pobladores árabes, y
– «Ultimatums de evacuación».
Un apéndice enumera las causas específicas para el éxodo de distintas localidades: Ein Zeitun – «nuestra destrucción de la aldea»; Qeitiya – «hostigamiento y amenazas»; Almaniya – «nuestra acción, muchos asesinados»; Tira – «consejos judíos amistosos»; Al’Amarir – «robos y asesinatos consumados por las organizaciones clandestinas judías»; Sumsum – «nuestro ultimatum»; Bir Salim – «ataque al orfanato»; Zarnuga – «conquista y expulsión.»
Malmab también purgó de los archivos o censuró entrevistas realizadas a principios de este siglo con ya ancianos dirigentes civiles y militares. El general Elad Peled le dijo al investigador Lev Tov que su pelotón voló 20 hogares en la Alta Galilea, con todo lo que había adentro:
– Lev Tov: ¿Mientras la gente dormía?
– Peled: Eso creo.
Otro documento sustraído a la consulta pública es el relato del general Avraham Tamir, del batallón de ingenieros, sobre la política del primer ministro David Ben Gurion de entregar las viviendas que los palestinos debieron abandonar a pobladores judíos y demoler con explosivos las que quedaron vacías.
-En 48 horas redujimos todas esas aldeas a escombros. Punto. No tenían adonde regresar. Esa era la política.
En apenas tres años, la población beduina se redujo de 100.000 a 13.000 personas. El método expeditivo empleado consistía en ametrallar a sus camellos, arrojar granadas a sus ovejas y matar a cualquiera que protestara. El resto huia.
El periodo de confidencialidad de los documentos de los archivos de Shin Bet y la Mossad venció en 1998, pero fue extendido entonces de 50 a 70 años y, en febrero de 2021, a 90 años, lo cual indica la gravedad de lo que se oculta.

 

Afeitarse con champán.

 

En octubre del año pasado, el periodista Ofer Aderet entrevistó para el diario Haaretz al historiador Adam Raz, quien realizó para el Instituto Akevot una exhaustiva investigación en 30 archivos de todo Israel, sobre un aspecto poco conocido de la creación del Estado judío hace 73 años, que se cumplieron este viernes. Su libro El saqueo de propiedades árabes en la Guerra de Independencia es demoledor. «El saqueo fue un medio para realizar la política de vaciar el país de sus residentes árabes» y «convirtió a los saqueadores que perpetraron actos individuales en cómplices de la situación política: socios pasivos en un plan de acción político que se esforzó por vaciar la tierra de sus residentes árabes, con un interés creado en no permitirles regresar», le dijo Raz a Aderet, quien agrega: «Implicaba el contenido de decenas de miles de hogares, tiendas y fábricas, de equipos mecánicos, productos agrícolas, ganado y más. También se incluyeron pianos, libros, ropa, joyas, muebles, electrodomésticos, motores y automóviles».
Estas son algunas declaraciones de los documentos que encontró Raz:
«Convertimos un armario de caoba en un gallinero y barrimos la basura con una bandeja de plata. Había porcelana con adornos de oro, y extendíamos una sábana sobre la mesa y poníamos loza y oro sobre ella, y cuando terminábamos la comida, todo se llevaba al sótano. En otro lugar encontramos un almacén con 10.000 cajas de caviar. (…) Pasamos 12 días allí, cuando Jerusalén gemía bajo una escasez horrible y nosotros estábamos engordando. Comimos pollo y delicias de no creer. En los cuarteles con sede en Notre Dame, algunas personas se afeitaron con champán». Dov Doron, sobre saqueos en Jerusalén.
«Por docenas y docenas, en grupos, los judíos procedieron a robar las casas y tiendas de los árabes (…) Los ancianos y las mujeres [de Haifa], independientemente de su edad y condición religiosa, están ocupados saqueando. Y nadie los detiene. La vergüenza y la deshonra me abruman». Yosef Nachmani, residente de Tiberíades.
«Mientras luchaban y conquistaban con una mano, con la otra encontraron tiempo para saquear, entre otros artículos, máquinas de coser, tocadiscos y ropa». Zeev Yitzhaki, quien luchó en Haifa.
«Había competencia entre diferentes unidades de la Haganah [el nuevo ejército de Israel] que cargaban en sus vehículos todo tipo de objetos, heladeras, camas, etc. (…) Naturalmente, la multitud judía en Tiberíades irrumpió para hacer lo mismo». Haim Kremer, miembro de la Brigada Negev enviado para evitar saqueos.
Muchos soldados «tampoco se quedaron atrás y se unieron al festival». Nahum Av, comandante de la Haganah.
«Conocíamos esas imágenes. Era la forma en que siempre nos habían hecho las cosas, en el Holocausto, durante la guerra mundial y todos los pogromos. Y aquí estábamos haciendo estas cosas horribles a los demás». Netiva Ben-Yehuda, integrante de la fuerza de elite del Ejército, Palmach.
«Había muchas casas en ruinas y muchos objetos yacían esparcidos por las calles (…) En el umbral de la casa había una cuna apoyada de costado, y junto a ella había una muñeca desnuda, algo aplastada, con la cara hacia abajo. ¿Dónde está el bebé? ¿A qué exilio se fue?». Moshe Carmel, comandante de la Brigada Carmeli.
«La gente agarró todo lo que pudo (…). Aquellos con iniciativa abrieron las tiendas abandonadas y cargaron la mercadería en cada vehículo. Reinaba la anarquía (…). Fue impactante ver el afán de la población civil por aprovechar el vacío y asaltar los hogares de personas que un destino cruel había convertido en refugiados». Zadok Eshel, de la Brigada Carmeli.
«Lo que sucede en Jerusalén le hace un daño terrible al honor del pueblo judío y sus fuerzas combatientes. No puedo permanecer en silencio sobre el robo, tanto el organizado por grupos, como el individual (que) se ha convertido en un fenómeno generalizado. (…) Nuestros ladrones cayeron sobre los barrios abandonados como langostas en un campo o un huerto. (Son)judíos decentes que ven el robo como algo natural y permisible». Yitzhak Ben-Zvi, segundo presidente de Israel, en carta a Ben Gurion, del 2 de junio de 1948.
«Resulta que la mayoría de los judíos son ladrones… digo esto deliberada y sencillamente, porque lamentablemente es cierto». El primer ministro David Ben Gurión durante una reunión del Comité Central del partido del gobierno, Mapai.
Esta frase de Ben Gurión generó polémica en las propias páginas de Haaretz, donde el escritor Odeh Bisharat sostuvo que el responsable de la expulsión de 800.000 árabes vertía lágrimas de cocodrilo. «¿Cómo esperaba que actuaran sus subordinados? ¿Que guardaran los muebles de los expulsados en cajas, el trigo en graneros, las cabras en corrales y el oro en cajas fuertes, hasta el regreso de los expulsados?». A su juicio, los fundadores de Israel fueron «una generación de saqueadores».
Otra nota de Raz en Haaretz cuenta la internación de los árabes que quedaron luego de la expulsión, en casas recién abandonadas de las ciudades que quedaron bajo control militar, sin electricidad ni agua, dentro de ghettos rodeados por alambre de púa. Los documentos oficiales tratan de evitar esa palabra cargada de contenido en la historia judía y prefieren llamarles «zonas de seguridad», aunque de tanto en tanto se les escapa. Un funcionario del Ministerio Israelí de Minorías, dirigente del partido de izquierda Mapam cuestionó esta «acción política racista, no militar, con la intención de crear un ghetto árabe en Haiffa». Sus habitantes sólo podían salir por tres puertas, si conseguían autorización, para trabajar en las huertas vecinas.

 

El terrorismo sagrado.

 

En 1980, Livia Rokach la hija del ministro israelí de Interior de la década de 1950, Israel Rokach, utilizó los diarios privados del ex primer ministro y ex ministro de Relaciones Exteriores Moshé Sharett, como eje de su libro El terrorismo sagrado de Israel, que prologó Noam Chomsky.
Esos diarios muestran al moderado Sharett, quien fue primer ministro entre diciembre de 1953 y julio de 1955, en pugna con Ben Gurion, que aún desde el retiro seguía determinando la política israelí, y con el jefe del Ejército Moshé Dayan, quienes llevaron adelante una sistemática provocación contra los árabes.
Sharett resistió la proclamación de un enclave cristiano maronita en el sur del Líbano, aliado de Israel. La táctica fue diseñada por Dayan y ejecutada por el capitán de paracaidistas Ariel Sharon.
En octubre de 1953 una mujer israelí y sus dos hijitos fueron asesinados mientras dormían, cerca de la frontera jordana. En represalia, los hombres de la unidad de inteligencia que conducía Sharon redujeron a escombros la aldea jordana de Qibya. Entre las ruinas de las 45 casas destruidas se encontraron 69 cadáveres, dos tercios de ellos mujeres y chicos. El observador de las Naciones Unidas afirmó que «en todas las casas encontramos la misma historia: puertas astilladas a tiros, cuerpos desparramados en el umbral, indicando que los habitantes fueron forzados por los disparos a permanecer adentro hasta que sus casas cayeron sobre ellos», demolidas con TNT. Sharett escribió en su diario: «Es una mancha indeleble que no podremos borrar durante muchos años». A su juicio, «no son los árabes los que quieren tirar a los judíos al mar, sino Israel que en forma deliberada causa incidentes para aplicar represalias violentas y expulsar a más y más palestinos».
Tres décadas después, como ministro de Defensa, Sharon desencadenó una ofensiva militar sobre el Líbano, donde tenía su sede la Organización para la Liberación de Palestina. Tuvo como colaboradora a la milicia falangista cristiana, a la que concedió acceso a los campamentos de Sabra y Shatila. Durante 62 interminables horas, 2.000 personas, en su mayoría ancianos, chicos y mujeres, incluso embarazadas, fueron torturados, mutilados y asesinados por los falangistas, a cuyo pedido los israelíes iluminaron el cielo con bengalas. Suad Surur, que entonces tenía 16 años, narró a la BBC que «nadie se animaba a mirar a los demás. Ni los más chiquitos. Salvo mi hermanita. Cuando nos miró, le dispararon a la cabeza. Cayó de los brazos de mi mamá como un pajarito muerto. Mi hermano Shardie gritó ‘Papá’ y también le dispararon a la cabeza». La propia Suad fue violada, golpeada con la culata de un rifle, herida de bala, y dejada por muerta. Munair Ahmed tenía 12 años. «A mi hermanita le dijeron que les diera su anillo y cuando lo hizo la mataron. El recuerdo más duro es el de mi mamá implorando, el sonido del disparo y su sangre chorreando encima mío», recordó.
Sharon dijo que no tuvo conocimiento de lo que ocurría hasta que fue demasiado tarde, aunque el puesto avanzado de comando israelí estaba a sólo 200 metros de los campos. Una comisión investigadora conducida por el presidente de la Corte Suprema de Justicia de Israel, Yitzhak Kahan, determinó que Sharon era responsable. Pero nada le ocurrió, y en 2001 fue electo primer ministro.

 

Contra la paz.

 

De todos los jefes de gobierno que se sucedieron en los tres cuartos de siglo transcurridos, varios de ellos altos jefes del Ejército, sólo Yitzjak Rabin, pareció sinceramente dispuesto a buscar la paz con los palestinos, en negociaciones que incluyeron al jefe de la OLP, Yasser Arafat, en Oslo, por las que compartieron el premio Nobel de la Paz. Ambos lo pagaron con su vida: Rabin fue asesinado en 1995, por un fanático judío que le disparó por la espalda cuando se retiraba al culminar un gran acto por la paz y contra la violencia en Tel Aviv; Arafat en 2004, envenenado con Polonio 210 radiactivo, según la investigación del periodista israelí Ronen Bergman.
Lejos de allanar el camino hacia una negociación de paz, la desaparición de Arafat la hizo cada vez menos probable. El creador de Al Fatah y la OLP no sólo había luchado por independizar a su pueblo de Israel. También buscó liberarlo de la tutela de los reaccionarios gobiernos árabes con los que prefería entenderse Israel.
El desprecio y el aislamiento al que Israel sometió a la débil presidencia de Mahmud Abbás, que sucedió a la de Arafat, condujo en enero de 2006 a la victoria electoral del partido islámico de la resistencia, Hamas, vinculado con Irán. No se entiende por qué ese resultado causó tanta sorpresa, si la anterior invasión israelí al Líbano provocó el surgimiento del también islámico movimiento Hezbolah, bajo control sirio.
Hamas y Hezbolah son, además, dos organizaciones confesionales, a diferencia del movimiento laico e independiente que lideraba Arafat. Pero las bancas que ambos movimientos ocupan en los gobiernos libanés y de la Autoridad Palestina las ganaron en comicios libres. Israel les negó el agua y la sal, arrestó a sus ministros y demolió sus sedes, para demostrar que la democracia es un lujo que no se pone al alcance de cualquiera. La Argentina conoció esa ilustrada concepción de la democracia sólo para los democráticos, que no suelen coincidir con las mayorías, en consecuencia proscriptas y reprimidas hasta la desesperación.

 

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