Martes 09 de abril 2024

La vida de Facundo importa

Redaccion 08/09/2020 - 13.03.hs

Facundo es un desaparecido y muerto más en democracia, es otro pibe que muere por ser pobre, villero, por no tener protección política ni un apellido importante.

 

VICTORIA SANTESTEBAN*

 


Desde el 30 de abril que Facundo Astudillo Castro estaba desaparecido. El 3 de septiembre se confirmó que el cuerpo hallado era el suyo. Su mamá Cristina, la «Bruja» como le decía este hijo que hacía cuatro meses no volvía a casa, pensó estar preparada para confirmar la crónica de la muerte anunciada. Pero no, no lo estaba. ¿Acaso alguien lo está? Cristina cuenta que sintió un «sopapo inmenso», que le cuesta ver la cara triste de sus hijos y de su padre.
Facundo es un desaparecido y muerto más en democracia, es otro pibe que muere por ser pobre, villero, por no tener protección política ni un apellido importante. Por integrar ese mundo de los y las nadies. Cristina encarna a las madres que han tenido que aprender a convivir con la carencia, las injusticias, y quien ante el ninguneo al que ya se acostumbró desde chiquita, no se calla y exige justicia por su hijo. Cristina también ha tenido que aprender a convivir con el miedo, cada vez que su hijo (varón, joven y pobre) sale a la calle. Porque sabe que la policía opera con impronta lombrosiana persiguiendo al de gorrita. La selectividad del sistema penal comienza ahí, con esa policía que encajona la Constitución en la comisaría.

 

Portación de cara.
A Cristina no le quisieron tomar la denuncia cuando se acercó a la comisaría para denunciar que su hijo había desaparecido. «Señora, se debe haber ido con la novia», como le dicen también a quienes denuncian la desaparición de sus hijas, «se fue con el noviecito». Ya sabemos que si la imagen de Facundo no coincidía con el identikit del pibe chorro, la historia hubiera sido distinta. A esa madre le hubieran tomado la denuncia. O más distinta aun, esa madre nunca habría pisado la comisaría porque su hijo habría llegado sano y salvo a casa.
La persona que crece en la villa vive en carne propia cómo selecciona el sistema penal, no necesita que se lo cuente Zaffaroni. Y sin pasar por ninguna facultad de derecho, intuye que esta pata tan coactiva del Estado, que se supone es de última ratio, opera sólo contra ella. Sabe que la policía mata, viola, tortura, y que nadie va a abogar por sus derechos a pesar de todos los tratados de derechos humanos a los que Argentina ha dado rango constitucional. Desde la niñez, y con más intensidad en la adolescencia, el villero comienza a saber que sus facciones son portación de cara, que usar gorra queda comprendido como actitud sospechosa, que su piel habilita la averiguación de antecedentes. También sabe qué se siente que le pateen la puerta de su casa para un allanamiento sin orden judicial.

 

Black lives matter.
Con el crimen de George Floyd en Estados Unidos en junio de este año, el mundo volvió a movilizarse por la cuestión racial. Las redes se llenaron de mensajes de solidaridad y concientización sobre el racismo y la violencia policial. La imagen del policía blanco arrodillado sobre el cuello de Floyd como quien hace un trámite administrativo, mientras George alcanzaba a decir «no puedo respirar» nos recordó que el racismo goza aún de muy buena salud.
Las calles del mundo se llenaron de protestas a pesar de la pandemia global, y por un momento se llegó a pensar que el hecho marcaría un hito en la historia estadounidense. Aún no podemos aseverarlo, aunque sí se detectó un hartazgo y un acompañamiento del americano blanco, que en otro momento prefirió dejar al afro luchar solo.
Como otro de los tantos productos que consumimos del Norte, en nuestro país el Black Lives Matter también se hizo viral. Con mucha hipocresía argenta, Instagram apareció repleto de historias y posteos denunciando el crimen racial, acaecido a miles de kilómetros de la remota Argentina. Pero el slogan importado fue solo posteo cómodo para muchos y muchas, que continuaron pregonando discursos de odio, separando con lógica incomprensible el crimen de Floyd con los insultos que vociferan hacia inmigrantes, pobres, villeros y villeras. Siguieron sosteniendo que las mujeres pobres se embarazan para cobrar la asignación, siguieron justificando el gatillo fácil con Chocobar, siguieron solidarizándose con quien, «víctima de la inseguridad», obró en legítima defensa para proteger su santísima propiedad privada, ganada a costa de sudor y lágrimas, sin ayuda del Estado, agregaron. Nada dijeron sobre el crimen de Facundo Astudillo Castro a pesar de pregonar Black Lives Matter.
¿Por qué? Porque Facundo es el villero, es el «otro» -opuesto a «uno»- al que se criminaliza, es el «enemigo» a neutralizar. Y este no solo es el mensaje de cierta criminología académica que Zaffaroni deschava, sino que la criminología mediática también va a encargarse de coincidir en la construcción de este enemigo interno, peligroso, que nada tiene que ver con el «argentino de bien»: es otro, otra, que escucha cumbia y vive en la villa, que consume, que roba, que va preso. Hay un periodismo nefasto que continúa justificando las muertes de Facundo, y de tantos más.

 

Genocidio por goteo.
Zaffaroni explica que el genocidio se da cuando no hay contención del poder punitivo, cuando desaparecen tribunales y jueces, y el poder punitivo es ejercido por las agencias ejecutivas, como lo fue la Gestapo. Zaffaroni alerta sobre la clara inclinación racista en América Latina, al igual que en los Estados Unidos: la mayoría de los presos son negros, y también la mayoría de las víctimas de ejecuciones sin proceso, letalidad policial o «gatillo fácil». El ex ministro de la Corte ha dado en entender -prescindiendo de tecnicismos- que estas prácticas son una suerte de genocidio por goteo, por cuotas o continuado.
Facundo no va a volver a casa, no va a volver a abrazar a su mamá ni a sus hermanos. Facundo tampoco va a seguir militando en Jóvenes por la Memoria. Cristina lo va a extrañar siempre. Va a recordar la sonrisa amplia de ese hijo peronista que admiraba a Estela de Carloto y al Che. La vida de Facundo, como la de todos y todas, importaba, aunque hay quienes lo pongan en duda. Facundo, espero que todo lo que dicen nuestras leyes se cumpla. Tu mamá no está sola, muchos y muchas la abrazamos, las abuelas también, junto con el hermano de Santiago Maldonado. Tu «Bruja» sigue tus pasos, reclamando justicia.

 

*Abogada. Magister en Derechos Humanos y Libertades Civiles.

 


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