Lunes 15 de abril 2024

La búsqueda de recetas facilistas

Redacción 01/09/2014 - 04.09.hs

Las declaraciones realizadas por el secretario de Seguridad de la provincia de Buenos Aires hace unos días vienen a demostrar cuánto se puede desviar el camino cuando se pone el delito en el centro de todo análisis social y se pierde el contexto general. El funcionario, miembro de una administración que mal podría ser acusada de insensibilidad social, se quejó de la -según estima- gran cantidad de ciudadanos extranjeros que delinquen en Argentina, y reclamó por la supuesta necesidad de que el Congreso nacional les dé a los jueces del país "mejores" herramientas para poder deportar a estas personas a sus lugares de origen.
Aunque tratara de atajar esa acusación con justificaciones, resulta inevitable que su comentario ha rozado la xenofobia, en momentos en que la opinión pública nacional y regional se encaminan decididamente hacia una mayor integración entre los países latinoamericanos. Las expresiones del funcionario -por fuertes que sean sus sensaciones- no se corresponden con los datos estadísticos a los que se puede acceder: no hay, en las cárceles argentinas, un porcentaje de extranjeros mayor proporcionalmente al que existe entre la población en libertad. Tampoco es cierto que no existan herramientas para deportar a extranjeros condenados por delitos, sino que están contempladas en las leyes actuales.
La verdad es que Argentina ha atraído, desde los albores de su historia, numerosos contingentes de inmigrantes que en su enorme mayoría realizaron, y realizan, importantes contribuciones a la sociedad. Una comunidad especialmente discriminada, como es la boliviana -por poner un ejemplo- es responsable de buena parte de la producción de hortalizas que abastece al mercado interno. A su vez, no puede ignorarse que también existen argentinos que delinquen en el exterior -a veces, en hechos de gravedad como es el caso del narcotráfico- por lo que nuestra autoridad moral para estigmatizar a otros es al menos relativa.
No es del caso subestimar aquí la importancia del delito como problema social, ni el hecho evidente de que, con la creciente marginalidad y consumo de sustancias, la acción de los delincuentes se ha vuelto crecientemente violenta e impredecible.
Pero focalizar, como se pretende desde algunos medios, la preocupación del Estado exclusivamente en el combate al delito sin contemplar otras cuestiones más generales, sólo puede conducir a fomentar el miedo, y con éste, las respuestas facilistas, coyunturales y represivas. Entre éstas, desde luego, está la de visualizar al delincuente como "el otro" -más aún si es extranjero- lo cual, a más de conducir necesariamente a la discriminación, evita la comprensión de la responsabilidad social en estos temas.
El delito se produce dentro de un cierto contexto cultural, social y económico, y pretender su lucha, prevención o disminución sin comprender ni intentar corregir ese trasfondo humano, es un intento condenado al fracaso.
Hoy como ayer, el país -cuyo extenso territorio sigue estando escasamente poblado- tiene mucho que ganar con el aporte de la inmigración extranjera y con la creciente movilidad humana entre fronteras. Estigmatizar a los extranjeros por una minoría de delincuentes no sólo podría privarnos de ese aporte, sino que además, disminuye la calidad democrática de nuestra sociedad.

 


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