Domingo 14 de abril 2024

La laguna se asocia al existir de esta ciudad

Redacción 29/07/2014 - 04.22.hs

Señor Director:
Esta columna y otras que llevo escritas dan cuenta de una relación frecuente entre mi propio existir en la ciudad y la laguna que tomó el nombre de pila del fundador.
De mi memoria de infancia he referido que la laguna solía ser apenas unos charcos, porque se alimentaba de la lluvia que caía directamente en ella. Si llovía mucho, el cuenco crecía porque también algo de las aguas de la ciudad corría hacia el bajo. Entonces, para cruzar caminando hacia los montes y las chacras de Toay, había que orillarla, pero muchas veces podía cruzarse directamente, entre charcos espaciados, por el lado sur, pues en el centro y el norte de la orilla más avecindada a las vías estaba el pueblo del Salitral.
La Santa Rosa de aquellos años tenía calles de tierra. En algunas ya ensayaban un afirmado con olivillo y con tosca. De un periodista de esos años (Cavero) recuerdo una frase: "Caminando estas calles de Dios y sin pavimento...", frase seguida por alguna reflexión crítica sobre el acontecer de Santa Rosa. Se suspiraba por el asfalto, porque la arena era una presencia insidiosa e intrusiva. Ingresaba en las casas, en los ojos, las orejas, la nariz y los pulmones. El pronóstico meteorológico siempre mentaba el "polvo levantado por el viento". Con la llegada del automotor no se necesitó del viento para que se echara a volar. Cuando llegó el momento del asfalto también comenzó a cambiar la suerte errática de la laguna. El agua de lluvia dejó de ser absorbida por las calles y por los patios y los baldíos. La ciudad creció y fue borrando los baldíos. Las casas achicaron sus patios. Luego hubo de ser creado el sistema de desagües. La laguna creció y empezó a reducir el ámbito de los ranchos de su orilla.
Alguien, un día, tuvo la idea de hacer allí un lugar de recreo. No sé si el mismo alguien pensó que, para ese fin, se hacía necesario erradicar el pueblo del Salitral, pero lo cierto es que se ideó y se llevó a buen término la construcción de casas en otro lugar y la oferta de traslado tuvo buena acogida en los salitreros. Fue un momento significativo en la vida de esta ciudad. Desde entonces este lugar de la pampa semiárida contó con una laguna cuyo espejo ha estado creciendo con la platea impermeable de la ciudad hasta empezar a alimentar cuencos satélites hacia donde corre con ínfulas de arroyo entubado. Y aunque la ominosa vecindad de las cloacas y del basurero desmerece sus contornos, ha estado ganando el aprecio vecinal.
Me vinieron estas memorias al leer, días atrás, el caso de esa mujer a la que alguien vio que había ingresado a la laguna, tal vez arrojándose desde un embarcadero. Cuando llegó el auxilio, había desaparecido, pero se pudo localizar su cuerpo muerto. Era una mujer joven.
Fue inevitable que me viniera el recuerdo de los relatos sobre el final de Alfonsina Storni. Un final legendario, porque la leyenda, el mito y la tragedia se configuran en las situaciones límite para comunicar la intensidad del dolor que determina estas conductas. De Alfonsina se dice que se arrojó desde la escollera, pero la leyenda la hace ingresar paso a paso en el mar hasta que las aguas la envuelven. Ariel Ramírez recreó musicalmente el momento, Félix Luna supo decirlo y la voz inimitable de Mercedes Sosa hace que vayamos con ella cuando avanza en el mar hasta que el agua la cubre. Tan lacerante evocación eterniza el momento, con una música y una letra que en conjunto -música, letra y voz- se conciertan y recrean una de las tragedias que el mundo prefiere ignorar, quizás, porque son tan frecuentes.
De la Santa Rosa vieja me viene también ahora el recuerdo de una muchacha que, cuando no teníamos laguna sino salitral y penuria de los salitreros, caminó hasta las vías del tren y le pidió morir. Ahora, cuando ya no tenemos del tren sino la nostalgia y la renovada espera de su retorno, la transformada laguna aparece también como una oferta o un llamado a las almas desoladas.
Atentamente:
JOTAVE

 


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