Lunes 22 de abril 2024

Las causas de fondo de las recurrentes crisis financieras

Redacción 25/05/2010 - 00.42.hs

Graves crisis financieras globales han venido ocurriendo con regularidad a causa de la total desregulación a escala planetaria. Pero las razones de fondo han sido la hegemonía del dólar y el Consenso de Washington.
HENRY C. K. LIU*
Siguiendo un malhadado asesoramiento neoliberal y fundamentalista de mercado, Grecia abandonó su moneda nacional, el dracma, a favor del euro en 2002. Este paso, críticamente cargado de consecuencias, permitió al gobierno griego beneficiarse de la fortaleza del euro -no derivada, huelga decirlo, de la fortaleza de la economía griega, sino de la fortaleza de las economías más fuertes de la eurozona- para contratar préstamos a tasas de interés más bajas. Con nuevo crédito disponible, Grecia se emborrachó con el gasto financiado por la deuda, con proyectos de elevado perfil, como las Olimpíadas de Atenas 2004, que dejaron a la nación griega con una enorme deuda soberana no denominada en su moneda nacional. Estos empréstitos públicos en tiempos de auge significaban una manifiesta distorsión de las políticas económicas keynesianas de financiación del déficit, consistentes en enfrentarse a las recesiones cíclicas respaldándose en los excedentes acumulados en los ciclos de auge. Lo que hizo Grecia, al revés, fue acumular masivamente deuda mientras se hinchaba su burbuja económica inducida por la deuda.

 

La trampa del euro.
Al adoptar el euro, una moneda gestionada por la política monetaria del supranacional Banco Central Europeo (BCE), Grecia abdicó voluntariamente de su soberanía en materia de política monetaria nacional, y eso en la confianza, falsamente confortable, de que una política monetaria supranacional diseñada para las economías más robustas de la eurozona funcionaría también para una Grecia endeudada hasta las cejas. Como Estado miembro de la eurozona, Grecia puede ingresar y tomar prestados euros sin verse afectada por tasas de cambio, pero no puede emitir euros aun a costa de inflación. La incapacidad de emitir euros expone a Grecia al riesgo de quiebra de la deuda soberana en caso de déficit fiscal prolongado, y la deja sin las opciones abiertas a una solución monetaria nacional independiente, como la devaluación de la moneda nacional.
A despecho de la verborragia sobre el euro como incipiente alternativa al dólar como moneda de reserva, el euro no es en realidad sino otra moneda derivada del dólar. A pesar de que el PBI de la Unión Europea es mayor que el de los EE.UU., el dólar sigue dominando los mercados financieros en todo el mundo como moneda de referencia a causa de la hegemonía política del país de origen que exige la denominación en dólares de todas las mercancías básicas. El petróleo puede comprarse con euros, pero a precios sujetos al valor de cambio del euro en relación con el dólar. Ocurre, simplemente, que la Unión Europea, no posee el poder geopolítico que los EE.UU. tienen desde el final de la II Guerra Mundial.

 

El Consenso de Washington.
El crecimiento económico bajo la hegemonía política del dólar exige que las naciones que participan en los mercados sigan las reglas del Consenso de Washington, un término acuñado en 1990 por un economista del Institute of International Economics, John Williamson, para resumir la sincronizada ideología de los economistas del establishment radicados en Washington, una ideología que reverberó a escala planetaria durante un cuarto de siglo como evangelio de las reformas económicas indispensables para el crecimiento en una economía de mercado globalizada. Esa ideología ha metido a buena parte del globo en crisis financieras recurrentes.
Inicialmente aplicado a América Latina, y finalmente a todas las economías en vías de desarrollo, el Consenso de Washington ha terminado por ser sinónimo de la doctrina del neoliberalismo globalizado o fundamentalismo de mercado y a describir, en un angosto marco de limitaciones ideológicas, un conjunto de prescripciones políticas universales fundadas en principios de libre mercado y disciplina monetaria. Promueve para todas las economías control macroeconómico, apertura comercial, medidas microeconómicas favorables al mercado, privatización y desregulación en beneficio de una fe ideológicamente dogmática en la capacidad del mercado para resolver más eficientemente cualquier problema socioeconómico. Con el oscurantismo dogmático va también la resuelta negativa a admitir la obvia contradicción entre la pretendida eficiencia teórica del mercado y la empírica incapacidad para erradicar la pobreza o las crecientes desigualdades de ingresos y riqueza.

 

Los diez mandamientos.
El crecimiento del capital financiero ha de lograrse a expensas del crecimiento del capital humano. El equilibrio monetario sin perturbaciones inflacionarias ha de lograrse manteniendo los salarios bajos a través del desempleo estructural. Las bolsas de pobreza en la periferia se consideran el precio necesario para la prosperidad del centro. Este dogma le confiere al desempleo y a la pobreza, verdaderas catástrofes económicas, una inmerecida aura de respetabilidad conceptual. La intervención del Estado ha sido traída a colación sobre todo para reducir el poder de los trabajadores en el mercado a favor del capital y favorecer mecanismos de mercado descaradamente predatorios.
El conjunto de reformas prescritas por el Consenso de Washington se compone de 10 directrices: 1) disciplina fiscal; 2) reorientación del gasto público hacia áreas que ofrezcan rendimientos económicos elevados; 3) reformas fiscales para bajar los tipos marginales y ensanchar la base fiscal; 4) liberalización de los tipos de interés; 5) tasas de cambio competitivas; 6) liberalización del comercio; 7) liberalización de la inversión exterior directa (IED); 8) privatización; 9) desregulación; y 10) afianzamiento de los derechos de propiedad privada.

 

Los Estados abdican.
Esas directrices vienen a sumarse a una reducción generalizada del papel central del Estado en la economía, de su primaria obligación de proteger a los débiles frente a los fuertes, de fuera y de dentro. El desempleo y la pobreza se ven entonces como fenómenos temporales, sujetos al proceso de selección natural de los mercados, efectos inevitables de una evolución económica que, a largo plazo, generará una economía más robusta.
Los economistas neoliberales arguyen que el desempleo y la pobreza, plagas económicas letales en el corto plazo, pueden traer consigo beneficios macroeconómicos en el plazo largo. Hay gente para todo: también algunos historiadores arguyen perversamente que la peste negra de 1348 tuvo consecuencias beneficiosas a largo plazo para la sociedad europea.
La resultante escasez de fuerza de trabajo empujó al alza los salarios a mediados del siglo XIV, y el súbito incremento de la mortalidad trajo consigo una sobreabundancia de bienes, lo que hizo que se desplomaran los precios. Esas dos tendencias provocaron un incremento del nivel de vida de los supervivientes. Sin embargo, la escasez de mano de obra causada por la peste negra forzó a los terratenientes a frenar el proceso de liberación de los siervos y a extraer más trabajo de ellos. En reacción a eso, los campesinos se sirvieron su acrecido poder de mercado para exigir un tratamiento más equitativo o para aligerar las cargas soportadas. Frustrados, los gremios se rebelaron en las ciudades y los campesinos se rebelaron en el campo. La jacquerie francesa de 1358, la revuelta campesina en la Inglaterra de 1381, la rebelión catalana de 1395, así como muchas revueltas en Alemania, muestran hasta qué punto llegó la mortalidad a quebrantar las relaciones económicas y sociales tradicionales.
El neoliberalismo ha generado en el último cuarto de siglo una situación que se traduce en violentas protestas políticas en todo el globo. Pero al menos la plaga bubónica fue desencadenada por la naturaleza, no por una ideología humana. Y el neoliberalismo mantiene a los trabajadores en el desempleo, pero vivos, con ayudas de subsistencia, al tiempo que conserva una perpetua reserva de trabajo excedente para evitar que los salarios suban a causa de escasez de fuerza de trabajo.

 

Encogimiento del Estado
El Consenso de Washington se ha venido caracterizando como un "encogimiento del Estado" (Informe anual de la ONU, 1998) y un "nuevo imperialismo" (M. Shahid Alam, 1999). Pero el daño real provocado por ese Consenso dista aún mucho de reconocerse comúnmente: en lo que realmente consiste es en un conjunto de prescripciones para generar Estados fracasados entre las economías en vías de desarrollo que participan en los mercados financieros globalizados. Incluso en las economías desarrolladas, el neoliberalismo genera un síndrome, tan peligroso como generalmente inadvertido, de Estado fallido. (Rebelión).

 

*Analista económico y político, escribe regularmente en Asia Times. Es consejero del Roosevelt Institute norteamericano, y forma parte del equipo rector de la revista New Deal 2.0.

 


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