Martes 09 de abril 2024

Lo que va desde La Falda hasta el abismo de Azopardo

Redaccion 29/07/2020 - 21.58.hs

El movimiento obrero supo tener muy dignos programas. Desde el de La Falda (1957) hasta el de Sitrac-Sitram (1971), y el de los 26 puntos de Ubaldini (1986). Nada que ver con el pacto con los monopolios de la CGT de Daer-Acuña.
SERGIO ORTIZ
Los programas combativos tuvieron su lanzamiento La Falda y Huerta Grande. No fueron «cordobeses» sino que algunos gremios nacionales tenían hoteles sindicales en esas serranías. En plena Revolución Fusiladora y enfrentamientos militares entre «Azules» y «Colorados», esta zona de Córdoba era apta para hacer reuniones sin ir presos.
Ambos son documentos combativos, con puntos de vista antiimperialistas y hasta revolucionarios.
El primero planteaba dos puntos iniciales: «Control estatal del comercio exterior sobre las bases de la forma de un monopolio estatal» y «Liquidación de los monopolios extranjeros de importación y exportación».
El segundo tenía estos tres: «1. Nacionalizar todos los bancos y establecer un sistema bancario estatal y centralizado. 2. Implantar el control estatal sobre el comercio exterior. 3. Nacionalizar los sectores claves de la economía: siderurgia, electricidad, petróleo y frigoríficas».
En esas fuentes abrevaban dirigentes comprometidos con sus bases y el país.
En 1966 los monopolios, el capital financiero yanqui y sectores afines de las Fuerzas Armadas dieron el golpe con la llamada «Revolución Argentina» (siempre falsificando, como antes con la «Revolución Libertadora»).
Era lógica una radicalización sindical: nació la CGT de los Argentinos y su programa del 1 de Mayo de 1968. Junto con aquellas banderas históricas y las del capítulo reivindicativo (empleo, salarios, paritarias, etc), el manifiesto de Raymundo Ongaro (y la pluma de Rodolfo Walsh) incorporó la temática política. Punto 8: «La CGT convoca en suma a todos los sectores, con la única excepción de minorías entregadoras y dirigentes corrompidos, a movilizarse en los cuatro rincones del país para combatir de frente al imperialismo, los monopolios y el hambre».
Al año siguiente se produjo el Cordobazo, que abrió una época de cambios o situación revolucionaria. Los vientos del Cordobazo prohijaron un sindicalismo clasista, una nueva izquierda, un peronismo revolucionario, curas del Tercer Mundo, intelectuales radicalizados y proletarizados, y guerrillas.
El 22 de mayo de 1971 Sitrac-Sitram, de la Fiat Concord y Materfer, organizaron una reunión nacional y de allí salió el programa que llevó el nombre de esos gremios.
El punto 3 de su capítulo de Política Nacional proponía: «La gran tarea del Frente de Liberación es aglutinar bajo la dirección de los trabajadores a todos los demás sectores oprimidos, a los asalariados del campo y la ciudad, peones rurales, campesinos pobres y colonos, capas medias de la ciudad, curas del Tercer Mundo, profesionales, intelectuales y artistas progresistas y al conjunto de los estudiantes».
Esa experiencia clasista no se limitó a los dos sindicatos cordobeses. Fue abarcando a las luchas del Ingenio Ledesma de Jujuy, la UOM de Villa Constitución y, con diferencias, al Smata de la lista Marrón. Fue una corriente no dirigida por peronistas, pero con participación de corrientes revolucionarias del peronismo. Ese programa no aparece en muchas historias del movimiento obrero. Todo empieza en La Falda y Huerta Grande, y culmina en la CGT de Ongaro, y tras un salto histórico que omite al Sitrac-Sitram, recala en los muy positivos 26 puntos de la CGT dirigida por Saúl Ubaldini, de 1986. ¿Desconocimiento? ¿Sectarismo? ¿También en lo sindical se macanea con que «a la izquierda del peronismo está la pared»?

 

Cloaca de Azopardo.
Aquellos programas nacieron al calor de «caños» de la resistencia contra la Fusiladora y la huelga del Frigorífico Lisandro de la Torre contra el frondicismo. Luego hubo puebladas contra el cierre de ingenios de Onganía, el Cordobazo, paros de portuarios y Luz y Fuerza. Muchos dirigentes y delegados pagaron con el despido, la prisión y su misma vida el haber sido parte de las luchas. El 67 por ciento de los desaparecidos por el terrorismo de Estado eran trabajadores, según el trabajo de Victoria Basualdo.
En cambio los burócratas sindicales que hicieron campamento en Azopardo 802, desde tiempos de Augusto Vandor traicionaron a sus afiliados. Algunos participaron un corto lapso de esa resistencia (ver «Los traidores», película de Raymundo Gleyzer). Luego fueron parte orgánica de la dictadura de Onganía, con el «participacionismo» del «Lobo», José Alonso (Vestido) y Rogelio Coria (Construcción). Del genocida Videla fueron cómplices Ramón Baldassini (Foecyt), José Rodríguez (Smata) y Jorge Triaca (plásticos). Baldassini y Triaca declararon en los juicios que nunca supieron de desaparecidos. El primero estuvo 55 años entronizado como secretario general, un récord que quieren romperle Luis Barrionuevo, 41 años en Gastronómicos, y Armando Cavalieri, 33 en Comercio.
La burocracia sindical se continúa hoy con los co-secretarios generales de la CGT, Héctor Daer y Carlos Acuña, rodeados de Cavalieri, Antonio Caló, Ricardo Pignanelli, Gerardo Martínez, Andrés Rodríguez y otros.
Ellos firmaron con los dirigentes de la Unión Industrial «Argentina» el acuerdo para suspender trabajadores cobrando el 75 por ciento del salario. En la letra supuestamente salvarían empleos, pero con Techint a la cabeza esos monopolios han despedido a miles de personas.
Los de Azopardo se reunieron el 21 de julio, por conferencia virtual, con la Asociación Empresaria «Argentina» (AEA), continuidad de la CEA de José A. Martínez de Hoz, donde militan las multis más grosas. Allí departieron con Paolo Rocca, Héctor Magnetto, Jaime Campos, Marcos Galperín, Cristiano Rattazzi, Alejandro Bulgheroni, Luis Pagani y Luis Pérez Companc, responsables de la pobreza de las mayorías y el endeudamiento.
La cúpula cegetista ni siquiera califica como «sindicalismo amarillo» repudiado por Amado Olmos en 1968 por sólo ocuparse de salarios y no de la causa de los trabajadores y la liberación nacional. Son traidores. A gente como esa Lenin los definía como «lugartenientes de la burguesía metidos dentro de la clase obrera» y como «aristocracia obrera» corrompida con sobras de la exportación de capital.
El Manifiesto de 1968 les advertía: «Con colaboracionistas no hay advenimiento posible. Que se queden con sus cuadros, sus automóviles, hasta el día inminente en que una ráfaga de decencia los arranque del último sillón y de las últimas representaciones traicionadas». A Vandor se lo llevó otra clase de ráfaga, poco poética.
El repaso de viejos programas suele dejar material actual. El punto 5 de Huerta Grande (1962) decía: «Desconocer los compromisos financieros del país, firmados a espaldas del pueblo». El FMI y BlackRock hoy perderían la batalla contra ese sindicalismo y aliados frentistas.

 

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