Martes 09 de abril 2024

Los más ricos y un mito que se cae

Redaccion 12/05/2021 - 21.17.hs

Una de las excusas que utilizó la derecha política y mediática para oponerse al Aporte Solidario Extraordinario, más conocido como impuesto a las grandes fortunas, es que los alcanzados por esa contribución deberían vender las máquinas de sus fábricas o los tractores de sus campos para afrontar el pago. Pero resulta que los más ricos del país tienen casi todo su dinero puesto en la timba financiera y no en capital de trabajo. En pocas palabras, son especuladores antes que productores agropecuarios o industriales.
Un informe conocido por estas horas en base a las declaraciones juradas presentadas ante la AFIP por estos selectos contribuyentes, permite saber que el 83 por ciento de los bienes declarados son activos financieros, y de éstos casi la mitad -el 48 por ciento- están radicados en el exterior. Pero esta cifra puede ser bastante mayor debido a que, con frecuencia, se subdeclaran o incluso se ocultan, los activos radicados en el exterior, especialmente los financieros. El ejemplo del expresidente Mauricio Macri expuesto por los «Panamá papers» es elocuente.
Otros bienes que tienen fuerte peso entre los millonarios del país son los inmuebles, y en este rubro también el 46 por ciento de los valores declarados corresponden a propiedades que están radicadas en el extranjero.
Entonces, ni industriales ni productores, sino especuladores que apuestan a los bonos de deuda, las tenencias de acciones o los depósitos en los grandes fondos de inversiones que operan en las bolsas de todo el mundo entre otras alternativas que ofrece el amplio menú de las finanzas globales.
Estos pocos datos alcanzan para destruir otro mito impuesto por las usinas del establishment y los poderosos medios de comunicación a su servicio, quienes no paran de advertir que no se deben aumentar los impuestos a los más ricos porque dejan de invertir y, en consecuencia, de generar trabajo. Estos números son clarísimos: los más ricos no invierten en la economía productiva sino en la especulativa, siguiendo al pie de la letra el dogma neoliberal (las finanzas son el corazón del sistema político-económico que se impuso hace décadas en el mundo en desmedro de la producción de bienes).
Hasta el presidente de los Estados Unidos se refirió a este tema en un sorprendente discurso ofrecido hace pocos días, durante el cual justificó un aumento significativo de los impuestos a los sectores más poderosos. Y fue muy enfático cuando señaló que no fue Wall Street -los bancos y financistas más opulentos del país- lo que más contribuyeron al crecimiento del país sino su clase media trabajadora.
Los ultra-ricos prefieren la especulación antes que la producción, y encima esconden buena parte de sus posesiones en el extranjero. Ante esa cruda realidad los Estados deben dirigir sus políticas tributarias para que esas enormes masas de recursos económicos puedan sumarse al circuito productivo y generar bienes y trabajo. De tal modo, las fortunas ociosas no solo beneficiarán a sus selectos propietarios sino al conjunto social y se reducirá la enorme brecha de desigualdad que bajo el imperio del neoliberalismo no hizo más que multiplicarse.

 

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